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UBER o UNA INDESEABLE “INVERSIÓN” EXTRANJERA

Uber  y taxis

Pueden concebirse, creemos –buscamos reflexionar con la máxima objetividad, explicitando frente al lector, no obstante, que nuestra mirada no es neutral, sino comprometida con los intereses del país, tal como los entendemos– inversiones extranjeras que sean útiles para el desarrollo nacional, bajo ciertas premisas. Otras sólo pueden causarnos daño. La línea divisoria, para fijar posición ante un caso puntual, puede establecerse de un modo sencillo. Si no lo marean presuntos sabihondos, cualquiera puede dictaminar fácilmente cuál de las variantes tenemos delante y qué debe hacerse para no errar, contando con dicho criterio orientador. Sólo precisa sentido común… y patriotismo.

Para decidirse, basta con saber si la inversión extranjera en un emprendimiento (asociada o no con el Estado o con empresas privadas argentinas) viene a suplir una carencia de recursos internos, lo que nos impide desarrollar un área determinada. Caso contrario, como pasa cuando una empresa de capital nacional es comprada por el capital foráneo, o este avanza sobre un mercado que era atendido por firmas argentinas, el país se debilita: al enviar sus ganancias al exterior, objetivo sin el cual nadie se asoma a estas latitudes, los nuevos dueños nos privarán de divisas. Pero, si nuestra limitación no es financiera, puede ocurrir –y esto justifica remunerar el aporte del capital extraño y cierta extranjerización en determinada área– que suframos un déficit de capacitación en el tema o un grado de inexperiencia en tecnologías complejas y novedosas. Una mezcla de ambos factores  obliga al país a efectuar acuerdos de ese tipo, cuyo balance es positivo. Estos casos difieren, si los analizamos seriamente, de aquellos que son perniciosos para el país, fruto de la gestión de fuerzas “amigas” del capital internacional o de una debilidad en la defensa de la nación, que se traduce en la ausencia de una regulación que limite al capital extranjero, impidiendo que afecte a la economía de la nación. En el gobierno pasado, una suma de carencia de capitales y de necesidad de asimilar tecnologías desconocidas fue la razón del acuerdo con Chevron para explotar el petróleo y gas off share, en Vaca Muerta. Hemos analizado antes el caso, asociado a la reestatización de YPF. Ahora, lejos de volver sobre dicha cuestión, sólo queremos establecer un parámetro general (sin por eso consentir cualquier concesión al capital privado, cuya voracidad es un dato invariable), para pasar al examen del caso Uber.

Lo más saliente del caso Uber es que lejos de aportar al país una producción o un servicio ausente entre nosotros, viene a desplazar al capital nacional de un servicio rentable a cambio de nada. El servicio de taxímetros no es mejor ni peor que el de otros países, y la nueva operadora no aporta a los argentinos una ventaja o servicio novedoso, que carezca de antecedentes dentro del país o exija conocimientos extraños entre nosotros y justifique los daños que causará a los prestadores del actual servicio. Sin celulares ni plataformas web, no disponibles entonces, por medio del uso de radiollamadas, en la década del 90 proliferaron en Córdoba las empresas de remises (“truchos”, les decía la población, para señalar que no era el “distinguido” servicio “vip” tradicional). Los usuarios los llamaban desde cualquier teléfono. Cobraban en efectivo, es obvio; un dato accesorio, sin importancia hoy,  ya que actualmente más de un taxímetro cuenta con el servicio de cobro con tarjeta. También, como Uber, explotaron un marco de crisis laboral, que impulsaba a miles a la lucha por sobrevivir. En la marginalidad, con el automóvil propio, sin pagar impuestos, y aportes previsionales, nuestros desesperados tributaban a una “central” que receptaba pedidos y recibía una “comisión” del 25 %. En realidad, el remisero pagaba, además del “servicio” una protección legal, ya que las “centrales” estaban amparadas por la negligencia estatal y en algunos casos tenían como “socios” a figuras de la política. Todo lo cual era canallesco; pero, volviendo al presente ¿con la tecnología actual, no es posible que los mismos taximetristas, asociados, ofrezcan desde la legalidad el servicio que Uber se ufana en brindar, como un espejito del siglo XXI? Tan realizable es esto que acaba de formarse en la ciudad de Mendoza Tango-Taxi, creada por los taxistas, con la misma oferta y el compromiso de  añadir el pago con tarjeta, en un futuro próximo. La oferta bien podría replicarse, en toda la Argentina –país reconocido, por su capacidad en informática– sin provocar el daño que implica el arribo de capitales cuasi mafiosos, que desconocen las reglas de un servicio público –la misma liviandad llevó a los hipermercados a usurpar el área reservada a las farmacias, como si fuese igual vender antibióticos que despachar salamines–, sortean el trámite municipal de habilitación, todos los controles y, como si fuese poco, el pago de impuestos que se exige al sector que cumple con todas las normas legales. Conformado, además, por empresarios pequeños de capital nacional, lo que no es un dato menor: peso que ganan lo gastan o invierten dentro de la Argentina.

Se ha hecho notar que los mismos sectores de la opinión pública que condenan la venta informal de los “manteros” y su competencia desleal con el comercio en regla aplauden a Uber,  una incongruencia que revela prejuicios ¡Uber proviene de los EEUU! ¡Su valorización financiera habla de un activo de U$S 60.000 millones! ¡No será cosa de “marginales! ¡Su llegada nos trae un servicio “vip”, con el nivel del primer mundo! No interesa si su informalidad y desdén por cuidar la seguridad llega a extremos como la contratación de un conductor implicado en la matanza de Michigan, algo que recuerda una nota del diario La Nación. Según el mismo medio, que no se caracteriza por rechazar a la firma, Uber ha  recibido denuncias penales por abusos, en su país de origen.

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Naturalmente, se esgrimen, a favor de “lo nuevo”, los defectos y faltas del “viejo” servicio, que son, creemos, más o menos los mismos, aquí y en el exterior. Un examen rápido detecta en los medios  la acción de un lobby que vende viajes que son un placer, con música divina, caramelos, y hasta un brindis. Los datos, hasta ahora, dicen lo contrario, ¿qué podría esperarse de una empresa que inicia su actividad en el país sin inscribirse en AFIP, sin habilitación profesional, sin existencia legal? ¡Sin  domicilio constituido! No inventamos nada: es lo denunciado en el fuero penal por el Secretario de Transporte del gobierno macrista de la ciudad de Buenos Aires, insospechable de ver con malos ojos a una empresa norteamericana.

No obstante la gravedad de esos atropellos (nos han tomado por un país bananero), creemos que lo principal está definido en los primeros párrafos de esta nota. En Córdoba, una firma española, competidora de Uber en el mismo rubro, promete “diálogo” con el poder municipal y disposición a someterse al marco legal. Se trata de Cabify, del mismo servicio; un estilo distinto, nada más.

El país debe prescindir de “inversiones” que como en la perinola “toman todo”, restando fondos al ahorro interno, al consumo del país, a nuestra capacidad de acumular capitales. Los dueños del negocio son hoy argentinos y no debiéramos permitir que se los sustituya por un sistema que sólo creará trabajo precario, no pagará impuestos y nos transformará en tributarios de los parásitos de la llamada Aldea Global, en la cual nos darán un lugarcito del suburbio.

Córdoba, 22 de Abril de 2016

IZQUIERDA NACIONAL Y NACIONALISMO BURGUÉS ANTE LA NECESIDAD DE RECONSTRUIR EL MOVIMIENTO NACIONAL Y LIBERAR DEFINITIVAMENTE A LA PATRIA

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Alguna duda sobre la ocasión para publicar el texto tuve, a cinco días del 25 de octubre. Sin embargo, me impulsa a no dilatar el asunto la zozobra con que aguardamos los resultados del domingo, contrastando con lo que fue, hasta la muerte de Perón, el poder electoral sin rivales del peronismo.

Han pasado doce años, desde la llegada de Néstor Kirchner a La Casa Rosada. Los gobiernos que se sucedieron, hasta hoy, son lo mejor que tuvo el país, luego del ciclo del General Perón. Sin embargo, no puede soslayarse, frente a las ofensivas oligárquicas y ciertos contrastes que se materializaron después del conflicto con “el campo”, que a diferencia del primer peronismo, entendiendo por éste al que vimos antes de 1976, el kirchnerismo no pudo formar una fuerza electoralmente imbatible, que asegure la continuidad del proceso abierto después de la crisis del neoliberalismo. Dicho de otro modo, fue incapaz de superar la debacle y descomposición del movimiento nacional de mediados de los 70, prologo del golpe cívico-militar. Ahora bien, esa imposibilidad no fue casual, a nuestro entender; es mucho más que un “punto débil” o “fragilidad”, dentro de lo que suele llamarse “el proyecto”, palabra que en verdad carece de sentido si falta una formulación explícita de políticas y si nada se dice sobre la cuestión de cómo se construye el sujeto político apto para independizar al país, a partir un programa de liberación nacional que liquide para siempre el dominio imperialista (1). Sin esa construcción el gobierno popular sólo fue sostenido de modo constante por lo que ha dado en llamarse una minoría “intensa”, con la precaria simpatía de una masa de opinión despolitizada, oscilante y amorfa, que al recuperar la democracia –atontada frente a la crisis del peronismo clásico luego de su desempeño de la década del 70– fue incapaz para prever el fraude alfonsinista, convalidó más tarde el privatismo de los 90 y reaccionó sólo cuando el caos del 2001 la golpeó en la cara; sin adquirir, no obstante, opiniones firmes, carente de reflejos ante la demagogia oligárquica.
Es el objeto de este trabajo examinar las razones que determinaron el fracaso del kirchnerismo en la empresa –reconstituir ese bloque de poder popular–sin cuya consecución los comicios (la oligarquía desafía hoy electoralmente al campo popular/contra Perón debía violar la legalidad, apelar a la proscripción, imposibilitada de batirlo en elecciones libres) representan un motivo de angustia para el pueblo argentino y los militantes comprometidos con el interés nacional. Y, sin limitarnos al cuestionamiento, señalar qué creemos que debe hacerse para reconstruir hoy al Frente Nacional, herramienta insustituible para unificar a las fuerzas del pueblo argentino y liberar la patria definitivamente.
Hace cuatro años, en otro texto, hemos dicho (lamentablemente, acertando) que la modalidad verticalista impuesta apriorísticamente por Néstor Kirchner era un impedimento para lograr la emergencia de un movimiento popular cualitativa y cuantitativamente fuerte (2). Decíamos, en aquella oportunidad, que Perón impuso la conducción vertical luego de consolidar su relación con las masas, no antes de lograr tal cosa. Era previsible, no obstante, que la cúpula peronista actual –no lo ignorábamos, entonces, y toda la experiencia posterior lo confirma– careciera de la audacia del coronel del 45, que asumió el riesgo de ser desbordado por los trabajadores que su acción había movilizado. Aunque debe decirse, para justipreciar de modo ecuánime todos los factores que estaban en juego, que el joven militar contaba con el respaldo de las Fuerzas Armadas, para imponer límites al movimiento de masas (3).

El kirchnerismo y sus tentativas de reconstruir fuerzas

Conviene recordar que Néstor Kirchner advirtió sin duda la necesidad de reconstruir las fuerzas degradadas en los 90; por eso rechazó la presión del PJ, que pretendía ser su apoyo exclusivo y secundar el viraje encarnado por el sureño, pero era renuente a respaldar sus propósitos de ampliar la base de apoyo político. Kirchner porfió, con la fórmula de la “transversalidad” y más tarde insistió con la “concertación plural”. Había en ambos casos una noción difusa, pero en principio justa, de que el sistema político carecía de representatividad y las canteras en las cuales había que basar su reconstrucción eran múltiples y estaban dispersas, después de la crisis de las fuerzas tradicionales, cuestionadas en el 2001 por su responsabilidad en la entrega del país y la falta de fidelidad a sus mejores antecedentes. Al mismo tiempo, la reconstrucción industrial y una política de seducción hacia el movimiento sindical y la clase obrera, vigentes por entonces, buscaban cimentar bases de apoyo en la “columna vertebral”, sin cuyo respaldo es imposible enfrentar al poder oligárquico (4).
Esa perspectiva, sin embargo, para crear cimientos, debió apoyarse en un debate amplio sobre el pasado inmediato y la crisis de los partidos, indagando sobre los orígenes de la decadencia del país, que condujo al caos del 2001; no para buscar un chivo expiatorio, sino para actualizar las bases doctrinarias del campo nacional, sin temor a examinar la descomposición sufrida tras la muerte de Perón, en 1974. Y esos exámenes, a su vez, solventar la lucha por democratizar y recomponer las fuerzas populares, sin temor a crear formas que facilitaran el protagonismo popular, no ya el acompañamiento pasivo del viraje hacia lo nacional. No se cuestiona el uso de maniobras tácticas, los intentos de fragmentar al bloque enemigo, el empleo de medios de diverso orden para sumar incluso aliados dudosos, pero dichas acciones debían subordinarse al asunto central: consolidar un sistema de cuadros políticos, promover el compromiso patriótico y la claridad de ideas, con líderes emergentes de una movilización de masas conscientemente estimulada. Es sabido que esto, que era imprescindible para hacer algo más que una maniobra limitada a lo circunstancial y fugaz, brilló por su ausencia y “la selección del personal” fue ante todo la cooptación de oportunistas listos a prometer “fidelidad al jefe”… a cambio de cargos. Pero, sería un error creer que esos “defectos” derivan de la personalidad del líder popular. En realidad, su explicación remite a la mayor dificultad del nacionalismo burgués, ante la tarea de conducir el frente nacional en países dependientes con cierto grado de desarrollo industrial y, por tanto, del proletariado: la ineptitud para soportar a un aliado insumiso, cuyos intereses y cuya conciencia lo inducen a preservar su autonomía y protagonismo, reclamando la cuota de participación sindical que Perón le otorgó en el seno del peronismo, participación cancelada, en las vísperas del menemismo, por la “renovación peronista”. El kirchnerismo, después de la muerte de Néstor Kirchner, ratificó esa exclusión, un factor principalísimo en la generación del conflicto con la CGT de Hugo Moyano, y las relaciones distantes con el movimiento obrero y la clase trabajadora que caracterizaron a los últimos años del ciclo actual. La derivación visible de ese divorcio fue la caída electoral del 2013 –Massa fue una “invención” del kirchnerismo, que le regaló dirigentes y bases de apoyo– y el único modo de hacer un balance crítico del asunto es juzgar los hechos con perspectiva estratégica: la crítica de los extravíos del camionero no debe ocultar la responsabilidad y miopía del propio gobierno y, sobre todo, ignorar la significación y el peso de la clase trabajadora en la política del país (5).

Algunas generalidades que interesa recordar

El socialismo revolucionario de la Izquierda Nacional se ha caracterizado por comprometer sus energías en la lucha del bloque nacional-popular y, en tanto seamos una fuerza minoritaria en el seno del mismo, por secundar a su jefatura nacional-burguesa. Partimos de la consideración, ignorada por las vertientes del “izquierdismo” abstracto, de que la contradicción principal, en el mundo actual, es la que opone al imperialismo mundial –en la jerga académica, los países “avanzados”, en los que pudo desarrollarse el capitalismo moderno en base al saqueo de todo el planeta – y su vasta periferia, los países coloniales y semicoloniales, sometidos económica, política y culturalmente por aquel puñado, que pudo alcanzar las cimas del capitalismo, pero cuya lógica de acumulación, señalaba Trotsky, lleva a que “los civilizados les cierren el camino a los que quieren civilizarse”. Eso significa que necesitan perpetuar el saqueo colonial, no por una carencia de “humanidad” de sus líderes y empresas, sino por razones de orden estructural: su desarrollo capitalista “nacional”, tras madurar, choca con la estrechez del mercado local y las contradicciones sociales que esto desata sólo pueden amortiguarse con el aporte creciente de la plusvalía extraída en el mundo “subdesarrollado”, que sustraen a la periferia, mientras ésta lo permite, con el resultado de privarla de los medios que necesita para su desarrollo económico y bienestar social. Esta situación, descripta y analizada a fondo por Lenin, se torna más aguda, hoy, por el carácter particularmente depredador de la etapa senil del capitalismo central, que ha generado la hipertrofia del sector financiero; sin anclaje en la producción real de bienes, ese monstruo insaciable exige la sangría creciente de los pueblos, aún en los centros de su poder global, donde gozaron otrora del “estado de bienestar”.
Al mismo tiempo, sin vacilaciones, hemos marcado los límites del nacionalismo burgués, con el cual compartimos –sin disimular sus inconsistencias, y ofreciendo a las masas nuestro propio programa nacional democrático, que se propone liquidar para siempre el dominio extranjero y el saqueo del país– la lucha contra el imperialismo y sus aliados locales, aunque nos distinga en la tarea una voluntad más firme. El análisis del bloque dominante revela que el imperialismo no es en nuestras patrias un “factor externo”: su presencia en el seno del país se manifiesta en el predominio de grandes firmas de capital extranjero, con papel dominante en áreas claves de la economía nacional. Comprobar tal cosa es algo simple: basta con observar, por ejemplo, lo que muestra el ciclo del dominio británico, cuando los ferrocarriles, los bancos, los frigoríficos y los puertos estaban en manos del capital inglés; o, en nuestro presente, establecer el origen de las 400 mayores empresas residentes en la Argentina y su participación desmesurada en el PBI y las exportaciones. Opera a su vez, como reflejo y garantía de la preservación del status dependiente, una penetración cultural también avasallante. En dichas condiciones, que son las típicas del “tercer mundo”, los revolucionarios socialistas deben asumir como propia la lucha empeñada por los movimientos nacionales, cuyo propósito consiste en liberar al país del yugo extranjero, aun cuando, por la inmadurez relativa de la clase obrera –algo que se expresa en el incipiente desarrollo de la propia organización socialista revolucionaria– la lucha nacional sea liderada por alguna variante del “nacionalismo” burgués, que ha ganado la primacía al levantar las banderas –reiteradas en la periferia– de la independencia económica, la soberanía política y la redistribución del ingreso, en beneficio del consumo y la capitalización del país.
Aunque la “izquierda” colonial quiera ignorarlo, desde los primeros años de la Revolución Rusa hasta hoy, una vasta obra ha tratado el tema, con textos clásicos de Lenin y Trotsky, cuyas tesis pioneras, enriquecidas luego por otros marxistas, fueron corroboradas por la experiencia viva, a lo largo del siglo XX, en todo el planeta, sin exceptuar hechos históricos grandiosos como la Revolución China, la gesta vietnamita, y las luchas actuales por la unidad latinoamericana, que prologaron otros combates anteriores. En cada uno de los casos citados es posible encontrar, bajo su forma particular, una reiteración de las dos constantes señaladas por el marxismo, con respecto a la lógica que caracteriza los conflictos entre el poder imperialista y los pueblos de la periferia: 1) la opresión imperialista genera en el seno del país oprimido, como respuesta ante el saqueo, un movimiento nacional, que procura impedir (con moderación) o poner término (más decididamente) a la fuga de sus recursos que, como se ha dicho, privan al país de la renta de su trabajo, impidiendo que se destine a cumplir el ciclo de la reproducción ampliada y, en más de un caso, atentando contra la mera subsistencia de las mayorías, penurias acompañadas por el atropello político, la asfixia cultural y el racismo de las metrópolis. El contenido original de la lucha revolucionaria –visto de otro ángulo, el interés común del conjunto de las clases y sectores que concurren al bloque antiimperialista– es por consiguiente nacional-democrático-popular. De ningún modo, como piensan los ultraizquierdistas, ese bloque puede encontrar en “la burguesía” a su enemigo principal, ya que ese rol está ocupado por el imperialismo y sus aliados, las clases interesadas en sostener sin variantes el poder extranjero, que brinda a sus socios un lugar relativamente privilegiado (con relación al status del mundo atrasado); 2) la burguesía “nacional”, que desea crear un país semejante a los países centrales, es incapaz de advertir que su atraso histórico (y mezquindad de visión) le impiden cumplir esa tarea, y niega el hecho de que el único actor estratégicamente nacional en el mundo colonial es el Estado, si no esterilizan su rol económico las formaciones burocráticas, lo dirigen patriotas, y se imponen mecanismos que lo preserven de la depredación de las empresas privadas y las deformaciones alimentadas por el atraso relativo del país. Es que el impulso a constituir la nación, como ámbito geopolítico del desarrollo capitalista pleno, una tarea histórica que maduró en el seno de la Europa feudal, no nace, entre nosotros, del desarrollo “natural” de la sociedad burguesa, tal como ocurrió, con las particularidades de cada caso, en los países centrales. Es el fruto, por el contrario, de las condiciones de asfixia que impuso a la periferia la expansión imperialista, la fase decadente del capitalismo de las metrópolis. El poder económico del capital extranjero y la “burguesía compradora” asociada a él, es dominante y las burguesías de la periferia son muy débiles y mezquinas, frente al pueblo llano, y de modo particular ante las clases obreras que vinieron al mundo, en nuestros países, paridas en parte por la exportación de capitales del ciclo imperialista, y en parte como fruto del desarrollo fragmentado de la economía nativa. El empresariado “nacional” disputa con el imperialismo por el mercado interno, pero ese hecho no anula, sin embargo, su propensión a respetar y reverenciar a sus empresas emblemáticas, un factor contradictorio que deriva por un lado de la ideología burguesa, pero también de su dependencia material de aquellas y de lazos de diverso orden que, en momentos críticos, se sintetizan en la defensa del orden establecido, de la propiedad privada y la explotación de los obreros.

Contradicciones características del nacionalismo burgués

Impulsada por la defensa de sus intereses objetivos, peleando su lugar en el mercado interno, la burguesía nacional debe, a su pesar, promover la resistencia del país sometido; busca liderar a las masas populares, sin cuyo apoyo es impotente frente al enorme poder del imperialismo mundial y sus socios nativos. Se le impone movilizar a las clases mayoritarias, pero teme que las mismas escapen a su control y pongan en cuestión sus privilegios sectoriales, al cuestionar la legitimidad del orden vigente, dentro del cual los burgueses estiman su lugar de segundones bien comidos, lejos de las penurias del pueblo llano, al que no respetan, ni creen apto para ser el protagonista de la transformación necesaria. Dicha situación, contradictoria en extremo, se plasma al fin creando una situación aparentemente paradójica: por una parte, el discurso (y las acciones, si está en el gobierno) del nacionalismo burgués generan entusiasmo entre las masas populares (6), ya que promueven el empleo y el consumo, aunque sus medidas irriten al propio empresariado, que desea beneficiarse con bajos salarios, y alientan los ímpetus de la liberación nacional, la resistencia política del país sometido.
Nada tiene de extraño que, con esos estímulos, tienda a desarrollarse una militancia popular, y a buscar caminos para “profundizar” los cambios. Es comprensible, asimismo, que la jefatura burguesa procure lograr que esas energías sostengan su política, pero no adquieran, al mismo tiempo, un dinamismo y clarificación de fines que puedan desafiar la mezquindad reformadora del empresariado “nacional”, incapaz de concebir una verdadera revolución. La sola amenaza de un desenvolvimiento tal conduce al liderazgo nacional burgués a poner en práctica fórmulas que esterilizan/asfixian esa voluntad de protagonismo, impidiendo que “los de abajo” puedan incorporar demandas incompatibles con la visión burguesa de lo que debe transformarse, que excluye afectar el “respeto a la propiedad” (7). Sin ignorar otros factores, reales pero de orden subordinado y accesorio, esas contradicciones generan la emergencia de formas bonapartistas de liderazgo, que son típicos del mundo periférico (jefes que “arbitran”, entre sectores sociales contrapuestos del bloque antiimperialista, en términos congruentes con la naturaleza social del nacionalismo burgués) y son el secreto del modelo verticalista de conducción política, con el cual se neutraliza el protagonismo popular, aunque se cacaree la participación y la iniciativa popular …mientras no se trate de tomar decisiones. Los mecanismos que impulsan un modo pasivo de participación popular se apoyan en la pobreza de formación doctrinaria y el ahogo o el desaliento al debate político e ideológico –pretextando que el liderazgo tiene el monopolio del saber qué hacer– y en una estructura llamada “movimientista”, carente de intermediarios entre la conducción y las bases, ya que el papel de los organismos y cuadros –que deberían ser el esqueleto de esas fuerzas– lo cumple, a su modo mediocre, y empantanando más de una vez las iniciativas de la cúpula que declara amar, un sistema burocrático de funcionarios, cuyo única función es “obedecer y reverenciar al jefe” (8).

Teoría y práctica de la conducción verticalista

La defensa del modo de conducción vertical, en el terreno ideológico, se basa en suponer que la crítica del verticalismo sólo puede llevar a la defensa de “la horizontalidad” (obviamente, un planteo “bienintencionado”, pero impracticable; de filiación anarquista, no marxista). El ardid, obvio, de “ganar” el debate luego de inventar un oponente bobo, tiene patas cortas. Es sabido (salvo para los anarquistas, duchos en desarmar al campo popular, delirando con La Anarquía) que el movimiento de masas requiere una conducción, si quiere enfrentar al bloque enemigo. Pero el apologista a ultranza del “líder indiscutido”, omite decir que ese asunto ha merecido ya mucha reflexión, desde el campo marxista. Una abundante biblioteca analiza estos temas: el carácter de la democracia burguesa, donde no se “gobierna” de modo directo, sino “por medio de los “representantes”; las experiencias, hasta hoy efímeras, pero a las cuales se debe prestar atención, de modos de centralización y gobierno por medio de órganos de las masas (soviets, consejos o juntas populares); la construcción del “partido revolucionario”, para el cual (Lenin) se postula una fórmula denominada “centralismo democrático”, noción que articula el debate irrestricto de las tareas políticas con el compromiso militante y la disciplina partidaria, y coloca en manos de una dirección colectiva elegida por la totalidad del activo partidario la función de conducir a esa totalidad, a la que no se adjudica un rol pasivo. Volveremos a estos planteos más adelante, buscando extraer enseñanzas prácticas para las exigencias que impone la lucha por la unidad y liberación de Latinoamérica, cuyas experiencias pasadas deben examinarse, para evaluar sus avances, pero también y especialmente sus trágicas caídas.
Una justificación más sutil del liderazgo verticalista se funda en atribuir al modelo bonapartista un carácter fatal: se trataría de un fenómeno inevitable en las condiciones del mundo colonial y semicolonial, donde con razón cabe hablar de cierta inmadurez en la formación de las clases y estructuras sociales, en particular de aquellas que se sienten expresadas por el movimiento nacional, por compartir las banderas de independencia nacional, soberanía política, justicia distributiva. Aunque se puede hallar algo semejante en planteos efectuados por la Izquierda Nacional, esta comprobación sólo nos lleva a formular como autocrítica el replanteo del tema, que se debe examinar sin pruritos. La verdad es siempre concreta, se ha señalado. El carácter policlasista de los bloques antagónicos es innegable en nuestras sociedades. Es cierto, además, que la única clase “madura” del país colonizado (9) detenta no sólo con el poder económico; es la que impuso al país su propia ideología (“civilización y barbarie” es la piedra angular), reflejo de la satelización a los centros imperialistas, logrando que reinaran como las ideas dominantes en la colectividad, con aptitud para arrastrar hacia ciertas políticas a los sectores intermedios y a la “intelligentsia” semicolonial, alienados emocionalmente por las luces del “primer mundo”, al que idolatran sin comprender. Pero no es cierto que el “jefe providencial” sea el único modo de generar una conducción de las fuerzas nacionales; menos aún, la conducción más acorde a la necesidad histórica. Esa suposición es, en definitiva, una extorsión: si el liderazgo verticalista es insustituible, postular otra fórmula es igual a negarse a liberar a la Argentina. Se ignora, con alevosía, el aventurerismo implícito en la idea de subordinar a la sobrevivencia de un hombre, por excepcional que sea, el destino nacional.

El nacionalismo “espontaneo” y el partido marxista

El nacionalismo burgués, cuyos límites estructurales le impiden cumplir, en esta época, y luego del agotamiento del programa del 45, la tarea de reconstruir el frente nacional en los términos necesarios para derrotar al imperialismo, fue derrotado, por esas limitaciones, sin completar su misión –y justamente, por ineptitud para concluirla–, en 1955 y 1976; en 1983, la memoria del caos y la descomposición desatada después de la muerte de Perón y los feroces episodios que acompañaron la lucha entre sus fracciones internas, lo llevó, por primera vez, a la derrota electoral, que sólo “superó” para llevar adelante, liderado por Menem, la mayor tentativa de destrucción de la Argentina burguesa del primer peronismo. En ese marco, interesa establecer las razones profundas que le permitieron resucitar y canalizar el viraje generado por la crisis del 2001, con la promesa de construir un “capitalismo serio”. Promesa que, en doce años, pese a los méritos del ciclo kirchnerista, no logró la fortaleza programática, y el nivel de autonomía nacional alcanzado en el ciclo que frustró la llamada “revolución libertadora”.
Si dejamos de lado las particularidades del caso, el secreto de esa perdurabilidad política debe buscarse en lo que tienen de común los países de la periferia colonial y semicolonial. En todos los casos, la depredación imperialista genera espontáneamente fuerzas que se rebelan contra la situación opresiva, encarnaciones de la necesidad de defender el país. Si, como ocurrió en la Argentina, tras la crisis mundial de 1930, se alcanzó un desarrollo industrial autóctono, aunque parcial e hipertrofiado, un conjunto de clases y fracciones sociales, con avances y retrocesos, ha de buscar canales para luchar por el sostenimiento de un capitalismo nacional. Tras la debacle del 2001, el notorio viraje que esa coyuntura generó en el seno de la sociedad argentina no encontró un cauce más adecuado que el ofrecido por Duhalde (con mezquindad extrema y concesiones imperdonables hacia los mismos grupos de poder económico antes beneficiados por el ciclo neoliberal), primero, y Néstor Kirchner, después, con una coherencia y profundidad mayor; todo lo cual confirma la regla señalada por los marxistas sobre los cambios de frente de la burguesía “nacional”, su oscilación constante entre el enfrentamiento y la subordinación al bloque imperialista; conducta que genera, en definitiva, la sucesión de ciclos de predominio oligárquico con intervalos en los que se impone (de modo transitorio) el nacionalismo burgués; un eterno recomenzar, al modo de Sísifo, que frustra siempre las oportunidades del país. Salvo que la acción de un partido marxista con base obrera y popular gane para su propio programa nacional –el programa nacional de una alianza plebeya– a las grandes masas, no será posible superar los ciclos de ascenso y derrota, ese recorrido circunvalar. Sin embargo, roto el “eterno retorno”, y abierta la ruta de una salida revolucionaria, ante el peligro, las clases explotadoras cancelarán sus diferencias; la burguesía “nacional”, al menos su estrato más elevado, derivará hacia el bloque oligárquico-imperialista. Pero tendremos patria, definitivamente.
No obstante, en esa situación no ingresaríamos, como puede suponerse, a la construcción de una sociedad de tipo socialista, que, si se la entiende debidamente, sólo será viable después de alcanzar una plataforma de desarrollo integral que no sea inferior al que rige hoy en el mundo avanzado. Es que no se trata de “socializar” el atraso y la escasez consiguiente, sino de lograr con métodos revolucionarios la continuidad del proceso de reproducción ampliada, lesionada hasta hoy por el despilfarro oligárquico y la fuga de capitales, inevitables mientras prevalezca el “derecho” de propiedad como valor absoluto –aun cuando lesione el derecho a vivir de toda la sociedad–, que la ideología del capitalismo ha ubicado por encima de la patria y el interés de las grandes mayorías. Desde luego, implicará, sí, una democratización de la vida económica; el desarrollo, junto a un Sector Estatal, de un Sector Privado de empresarios medios y pequeños, cooperativas y áreas de economía social, junto a empresas colectivas que sean administradas por sus propios trabajadores.
La paradoja, formal, es que para realizar la revolución nacional (burguesa) de un modo efectivo sea necesaria la ideología socialista –al no sacralizar el derecho de propiedad, no se retrocede en presencia de la propiedad oligárquica y el desvío parasitario de la renta–, cuya naturaleza social, no alienada a la defensa del régimen capitalista, le permite impulsar la democratización interna del movimiento de masas –facilitando su transformación en factor activo de la política y la economía nacional–, democratizar socialmente el país, liquidar definitivamente el dominio imperialista. Lo paradojal, sin embargo, es aparente: se trata de la lógica de la lucha de clases.
Naturalmente, esto no significa que la democratización interna del movimiento de las masas interese exclusivamente a la Izquierda Nacional. Por el contrario, esto es vital para coronar con éxito lo que las mayorías populares necesitan para vivir, el nacionalismo burgués promete que realizará y sus contradicciones internas lo llevan a traicionar, objetivamente. En el plano de la subjetividad, por otra parte, las tradiciones democráticas del pueblo argentino, enraizadas en las clases medias y el impulso transformador de las capas más postergadas de la sociedad semicolonial, en general, invisten de legitimidad nuestra apelación al protagonismo popular; el propio nacionalismo popular se ve obligado a plantear el problema de la organización política y el papel del pueblo en esa construcción, negando en los hechos lo que predica de palabra. Es sabido que Perón, que reclamaba que sólo “la organización vence al tiempo”, practicaba la política de impedir como fuera la organización del peronismo, que debía limitarse a obedecer sus órdenes supuestamente infalibles. Algunas interpretaciones vieron en esta modalidad un “vicio profesional”, derivado de los hábitos de la vida militar: Pero, si así fuese, carecería de explicación que ese modelo verticalista sobreviviera y fuese seguido al pie de la letra cuando la cúpula del movimiento fue ocupada por Néstor y Cristina, figuras civiles que en modo alguno formaron su carácter en el mundo del cuartel. Metafóricamente, cabe decir que la naturaleza de clase opera para seleccionar sus agentes idóneos e imponer su fatalidad al carácter de las personas, en definitiva. En el momento en que escribimos estas líneas, para ratificar el modelo, transformado en tradición, hay una sorda pugna en torno a la perdurabilidad del liderazgo de la presidente, ya que Scioli, de consagrarse presidente, “deberá” ser el nuevo jefe, obviamente verticalista, como lo anticipan sus seguidores, al sincerarse.

El partido marxista se crea y afianza construyendo las fuerzas nacional-populares

Ahora bien, si la opresión imperialista genera en las mayorías del país oprimido, por oposición, las condiciones que impulsan la regular aparición de un movimiento nacional y la naturaleza de sus banderas será necesariamente nacional-democrática, su efectiva conformación dependerá de la existencia de un factor aglutinante –en el peronismo histórico ese rol fue cumplido por el Ejército nacionalista– y el éxito de la empresa dependerá de su aptitud para ganarse el apoyo de las grandes masas, y muy particularmente de la clase obrera –si el país, como ocurre con la Argentina, cuenta con una plataforma industrial y de servicios relativamente moderna. En estos años, como nueva tentativa de reconstruir una fuerza semejante –la existencia inercial, por “horror al vacío”, del atomizado peronismo, no lo liberaba de la crisis de representación, que se manifestó a fines del 2001– la necesidad se encarnó en un liderazgo pequeño burgués, de ideología “progresista”, imbuido de ilusiones de corte desarrollista, que dio sin duda lo mejor de sí, pero fue incapaz para agrupar en torno suyo a una mayoría sólida y consolidar ese respaldo, por sus concesiones y erróneas expectativas respecto a sectores de la gran burguesía –pretendió identificarlos como burguesía nacional– y por los límites y prejuicios que puso de manifiesto al relacionarse con la clase obrera y el movimiento sindical, sin cuyo protagonismo no es posible reconstruir el movimiento nacional (10). A nuestro juicio, estos rasgos específicos deben inscribirse dentro del cuadro, más general, de la imposibilidad histórica de recrear el frente nacional del 45, para no hablar del verdadero desafío de conformar una alianza de las clases “plebeyas”; reunir en el seno del bloque nacional a la clase obrera y las clases medias, en los términos señalados en este mismo trabajo.
Ahora bien, si el nacionalismo burgués no puede lograr la emancipación nacional (si, tomando en serio el alcance latinoamericano que dicha emancipación exige para ser viable, se considera la necesidad de una construcción política continental, esta conclusión será más pesimista, aun, en cuanto al nacionalismo) y del éxito en dicha empresa depende el porvenir, ¿cómo construir un movimiento nacional no sometido a la burguesía “nacional”? Las bases histórico-sociales son las que provee el país real; no se “inventan” condiciones objetivas; y la mera frustración, tantas veces vivida, no generará espontáneamente una “superación”: los impedimentos, en tal sentido, son ideológicos, políticos, metodológicos, y responden a un factor inmodificable, cual es la naturaleza de clase de las conducciones burguesas. Sin la presencia de un actor nuevo, cuya acción permita superar esos límites, las mayorías nacionales reiterarán sus giros sobre la noria frustrante, “esperando a Godot”, o atomizadas y carentes de una identidad firme. Ese actor es, aunque debe probarlo ganándose en la lucha la confianza de las mayorías, un partido marxista de izquierda nacional, que no surgirá parido por la espontaneidad, ni “heredará” la fuerza y estructuras creadas por otros, para otros fines, a menos que ocurra una catástrofe y que ese partido cuente con un mínimo desarrollo. Sus cuadros son una “creación de la teoría” (Lenin) o, dicho de otro modo, la traducción organizativa de una ideología totalizadora y una voluntad consciente, cuyo propósito es representar a la clase obrera en la sociedad burguesa, y, en el caso particular de un país oprimido por el imperialismo mundial, nace para luchar junto a las fuerzas nacionales y disputar la conducción de una revolución burguesa que la burguesía “nacional” no puede concluir y abandona siempre a mitad de camino. Esa situación, singular, que va a determinar todas sus tácticas, le impone constituirse como representación nacional y articular las fuerzas del bloque antiimperialista, en base a un programa que orienta lo nacional profundizando lo social y sólo apoya lo nacional-burgués, al decir de Trotsky, “en determinada dirección”.
El punto de partida es la conformación de un núcleo de difusión ideológica, sin cuya existencia es imposible avanzar en la construcción partidaria propiamente dicha. En ese primer estadio, si caracterizamos al partido, en gestación, podemos juzgarlo como representación histórica de la clase obrera. Para que logre revalidar su entidad en los hechos, deberá probarse, y acrecentar sus fuerzas en la construcción de fragmentos del frente nacional que, antes de transformarse en un nuevo movimiento nacional de las masas, van a fortalecer a las fuerzas nacionales, con el aporte de una visión ideológica totalizadora del mundo, un debate abierto de los grandes problemas de la patria y el pueblo, y métodos democráticos en la toma de decisiones, atento a: (1) la necesidad de fortalecer desde sus soportes al movimiento popular; (2) enfrentar las tentativas de fracturar al pueblo y (3) generar formas de selección de los jefes basadas en su idoneidad para ser reconocidos por las propias bases como dirigentes naturales, cuyo peso y prestigio no sean el fruto de ningún “dedo”. En esa senda, por inserción real en frentes de masas, la “representación histórica” se irá transformando en la expresión política de sectores del pueblo, hasta transformarse en la identidad del pueblo mismo.
La Izquierda Nacional sólo supo cumplir esa tarea (durante la dictadura militar de Onganía) en el movimiento estudiantil(11), abandonándola en 1971 para construir un partido con personaría electoral que ampliaba el ámbito de difusión de sus ideas y la ponía a prueba en el escenario de la política pública; pero constituía sin embargo, curiosamente, un retorno a las modalidades de la etapa “superada” en el frente estudiantil, ya que la posibilidad de incorporar a nuestras tareas a otros militantes dependía otra vez de su identificación con el Socialismo de Izquierda Nacional, que ese era el ideario del FIP, siendo insuficiente una adscripción al nacionalismo democrático, como fue el caso de las Agrupaciones Estudiantiles. Como corroboración de este aserto, el FIP fue sólo la expresión jurídico-electoral del PSIN (12); una mera fachada del partido marxista, de ningún modo una formación frentista apta para reunir y movilizar fuerzas de signo nacional-democrático-popular, a partir de su decantamiento por el programa nacional de la clase obrera. A nuestro juicio, este fue nuestro error más grave de aquel momento y no, como se ha querido sostener más tarde, la táctica electoral, u otras cuestiones, importantes, pero derivadas de aquel, o más puntuales (13).
Y no hablamos sólo de formas y contenidos programáticos, aunque sean significativos. Se trata además de los presupuestos mismos a partir de los cuales se aborda (o debe abordarse) –en el momento en que pasamos de la propaganda general a la lucha por insertarnos en frentes de masas– la pugna por transformarnos en expresión política de un sector determinado, como paso previo a lograr tal cosa en la escala más vasta del frente nacional. Porque ahora partimos, para usar una fórmula actualmente en boga, de una “demanda” político-reivindicativa parcial, para “descubrir” con otros como dicha demanda se articula con lo general, durante el trayecto de una lucha por organizar núcleos (que compartimos, sin disolver la organización propia y sin diluirnos) que busquen satisfacerla (14). Un enfoque adecuado de los problemas implicados en esa empresa –sólo posible desde una visión general comprometida con el destino de las mayorías– habrá de incorporar esa lucha parcial a la lucha nacional del pueblo y la patria, si los actores de la acción asimilan la conclusión (previsible, para la teoría) de que “no hay salvación sino es con todos”.
Si omitimos el caso de los intelectuales marxistas y otros individuos aislados que normalmente llegan al campo revolucionario movidos por una visión crítica de la sociedad, que los impulsa a la acción, las multitudes llegan al movimiento nacional movidos por la presión de los intereses de clase, y, más inmediatamente, por la necesidad de apelar a la movilización de masas cuando se busca encontrar una respuesta efectiva a demandas legitimadas por la cultura y la tradición, y la ruina del régimen vigente niegan la satisfacción de anhelos naturalizados. Sólo entonces la realidad (social) busca a “la Idea” (Marx). Consecuentemente, si “la Idea” ha de facilitar el encuentro, es necesario que los propagandistas de la transformación estructuren fuerzas que partan de lo real (una demanda político-reivindicativa sectorial, desde el cual se “descubren” los nexos con lo general –el programa nacional de la clase obrera–, que por su contenido será nacional popular, pero las conducciones burguesas tienden a rechazar, o a ceñir a “su” visión, porque conducen el conflicto fuera de su alcance, al poner en cuestión un sistema al cual sólo pretenden retocar). La difusión de ideas, por consiguiente, ha cedido la prioridad a la agitación política, clima en el cual surgen habitualmente líderes naturales, los que serán destinatarios de un diálogo en profundidad, en el cual “la Idea” y las masas se enriquecen en la experiencia, y se entrelazan en la perspectiva de facilitar la emergencia del protagonismo popular (15).
En el ciclo descripto el partido revolucionario prueba su condición de factor necesario, ante los ojos del pueblo y la militancia popular. Como resultará obvio, la construcción implica crecer en la estima de todos los actores del movimiento nacional y, en consecuencia, sostener el terreno ganado hasta el presente, ya que la continuidad de un proceso de luchas viabiliza y facilita toda perspectiva de profundización política.

Algo más, sobre “la sucesión histórica”

En el pasado, la Izquierda Nacional, y especialmente su mayor vocero, Jorge Abelardo Ramos, intentando prever las condiciones en las cuales el partido marxista podría ganar la conducción del movimiento nacional-popular, solía decir que la burguesía “nacional”, en algún momento, “arriaría las banderas” de la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social, y que en esas circunstancias las masas nos verían sostenerlas en alto, transfiriéndonos la tarea de llevarlas adelante(16). Personalmente, creo que se trata de un planteo fatalista, apoyado en la verificación de las “sucesiones históricas” del pasado nacional. A mi modo de ver, la profecía aquella, que todos compartíamos, o no cuestionábamos, subestimaba el problema de crear un sistema de cuadros estable, con inserción real en las clases populares, aunque se trate sólo de fuerzas minoritarias, como condición para poder aspirar efectivamente a constituirnos en polo de un reagrupamiento de las grandes mayorías, ante una crisis de conducción del movimiento, o al emerger una situación que frustre las expectativas depositadas en él. Más allá del dato de que el mismo Ramos, al presentarse la ocasión, con el giro menemista, terminó sumándose al abandono de las banderas nacional-burguesas, consideramos que el peso del aparato político y la ideología burguesa del movimiento nacional, en condiciones análogas, si el partido marxista no alcanzó a reunir esa “masa crítica” capaz de tornarlo una alternativa real, lo esperable es más bien la degradación y el retroceso del campo popular; la desmoralización política, tal como ocurrió en la década del 90. El “trabajo gris” del que hablaba Lenin y la paciencia del constructor, sin perder en el camino la capacidad para advertir esos bruscos virajes que suele usar la historia para descolocar a los rutinarios, no podrán suplantarse con los recursos de la alquimia.

Córdoba, 17 de octubre de 2015

Notas:

1) Dice Aldo Ferrer, con referencia a los “países exitosos”: “En los casos mencionados la concentración del ingreso coexistió con elites y liderazgos empresarios nacionales capaces de acumular sus excedentes y, consecuentemente, aumentar la inversión y la tasa de crecimiento. Una cosa es, en efecto, la concentración del ingreso en elites inclinadas al despilfarro y otra en aquellas con vocación de acumulación de poder en sus propios espacios nacionales”. Ver “El capitalismo argentino”. FCE. 1998
2) Nos referimos a la nota “La conducción vertical, después de Perón”, del autor.
3) No es posible, en los marcos del trabajo, hacer un análisis más exhaustivo del tema de las diferencias entre uno y otro momento histórico, sin limitarnos a señalar “la audacia de Perón”. En la nota al pie siguiente, intentamos dar un fundamento más general.
4) Cabe hacer una observación puntual, en relación a esto: se habló mucho en estos años de “volver a enamorar” a las clases populares. Sin ignorar el valor de generar trabajo, y restablecer derechos perdidos con el neoliberalismo, es difícil pensar que con solo eso pueda recrearse una pasión popular. En la década del 40 Perón elevó socialmente a los trabajadores a una condición social cualitativamente distinta a la anterior, ingrediente insustituible para ganar el corazón de una clase sumergida… junto al odio visceral del campo oligárquico y los sectores aferrados a la jerarquización tradicional.
5) En el momento oportuno, ese conflicto dio origen a la nota “El conflicto gobierno-CGT y el rol político de la clase obrera”, del autor.
6) El entusiasmo popular no es el fruto de la “demagogia populista”, ni está manifestando alguna clase de “engaño”, por parte de las mayorías. En la “Ideología Alemana”, Marx nos explica que toda clase que aspira al poder debe presentar su interés de clase como “interés general de la sociedad” y (cito de memoria) que en su época de ascenso esto coincide hasta cierto punto con la realidad, ya que todas las clases emergentes, en mayor o menor grado, comparten una plataforma y un enemigo común. Si tenemos en cuenta (Lenin) que en los países atrasados se padece más “por falta de desarrollo del capitalismo, que por el capitalismo como tal”, nada tiene de extraño que los pueblos se movilicen para respaldar medidas que tienen como fin la ampliación del mercado en su propio país, lo que implica elevar el consumo de la mayoría. Por lo demás, al motor económico –tomando distancia del mecanicismo “marxista”– cabe añadir los estímulos culturales y emocionales ligados al rechazo del sometimiento nacional.
7) De allí el encono del mundo empresario ante las imprevistas y empíricas estatizaciones kirchneristas (nunca hubo un plan explícito, anticipatorio; se las justificó a posteriori en base a razones de hecho, no como parte de una visión general, en la cual el Estado ha de quedar a cargo de ciertas áreas, como único agente del interés general). Es obvio el hecho de que no por ello son menos valiosas y dignas de apoyo. Pero no respaldarlas a partir de una posición ideológicamente clara es sin duda una debilidad, manifestada en discursos de Cristina Kirchner, que necesita aclarar que no responden a una visión estatista, a pesar de que la experiencia prueba en los hechos la hipótesis general de que el capital privado sólo se guía por el beneficio inmediato y toda empresa de valor estratégico no puede ser entregada al mismo, si quiere resguardarse el interés general.
8) Describir un sistema es algo diferente a juzgar a las personas. En el gobierno de Perón, un ministro insigne como Ramón Carrillo llevaba adelante con gran visión, y pericia de sanitarista, una tarea que estaba lejos de responder a indicaciones puntuales del líder y estaba inserta, no obstante, en el marco aquél señalado por el General al decir que lo rodeaban “adulones y chupamedias”. Pero, los casos singulares que desdicen la norma no pueden usarse para ignorar su existencia. Añadamos que, en el caso de Carrillo, era su acción acotada a lo “técnico”, sin incursionar ni inmiscuirse en el terreno de lo que se entiende habitualmente como “la política”.
9) Señalamos como “madura” a una clase provista no sólo de poder económico, sino al mismo tiempo de un universo cultural, que refleja la dependencia y el rol subordinado del país al imperialismo, pero es no obstante la única ideología de carácter totalizador que puede señalarse como ideología dominante, ya que impera en la colectividad y la provee de patrones, al servicio de la oligarquía, en nuestro caso.
10) Reflejando, y procurando justificar, esas limitaciones ha surgido cierto “revisionismo”, en ámbitos del kirchnerismo, que desea transferir a los desocupados y marginalizados el rol de vanguardia de la lucha revolucionaria, con el pobre argumento de que ellos “no tienen nada que perder”, mientras los trabajadores, socialmente incluidos, “se han vuelto conservadores”.
11) Se procuró analizar este desarrollo táctico y sus relaciones con el objeto de la presente nota en “La Izquierda Nacional y AUN: acerca del tema de la construcción del partido”.
12) Para hacer comprensible el significado de las siglas, cabe aclarar que el PSIN (Partido Socialista de la Izquierda Nacional) fue fundado en 1962, la táctica AUN (universidad) y ASENA (secundarios) fue madurada durante el gobierno militar de Onganía, Levingston y Lanusse (1966-1973) y el FIP (Frente de Izquierda Popular), el partido con Personería Electoral nacional y en las 24 provincias del país fue constituido en 1971, con el fin de participar en el proceso electoral abierto con el retroceso de la dictadura oligárquica.
13) Estas experiencias, entendemos, sin altanería, no merecieron una reflexión acabada de nuestra parte; y esos límites en la autocrítica, aunque no agotan para nada la cuestión, deben considerarse un factor concurrente en la crisis del FIP y el retroceso sufrido por nuestra corriente en un contexto histórico nacional y global de “crisis del pensamiento revolucionario”, que invita a eludir explicaciones reduccionistas.
14) En la versión expuesta por Laclau las demandas integran un “discurso”, no manifiestan las contradicciones de una realidad objetiva, exterior a la conciencia. El conflicto, como exteriorización una sociedad contradictoria, y la existencia misma de las clases sociales ha desaparecido, ya que “nada existe sin ser pensado”. Esta visión idealista sostiene en definitiva el orden vigente, se rinde a los pies de la burguesía “nacional”, y le permite dislates como sostener que La Cámpora es “la vanguardia” del pueblo argentino.
15) Como hemos señalado en otra oportunidad, esta esquematización del papel cumplido por la agitación política no implica desconocer que la propaganda (muchas ideas, para los elementos de vanguardia) es insustituible como herramienta para ganar y formar a la militancia popular.
16) En un reportaje para la revista “Confirmado”, en 1971, Ramos usaba el ejemplo chino. A tal punto, entiendo, se trataba de plantear una suerte de metáfora sin el valor de un diagnóstico apto para guiar nuestro trabajo práctico, que el vocero del FIP usaba un ejemplo muy poco ajustado a su hipótesis de “la sucesión”: las características del largo proceso protagonizado por el maoismo, en el que acertadamente se inventariaban las complejas y contradictorias relaciones de colaboración y rivalidad con el nacionalismo chino, no dieron lugar a una “herencia vacante”, que cayera súbitamente en manos de los marxistas. Al contrario, ocurrió que la fracción del movimiento nacional liderado por los comunistas, que ocupaban y administraban regiones del país mucho antes de que toda la nación cayera en sus manos, creció a costa del sector dirigido por Chiang Kai Sek, hasta tornarse al fin en una fuerza abrumadoramente mayoritaria dentro del conjunto de las facciones antiimperialistas, lo que impulsó a su vez al “nacionalismo” burgués, ya impotente para recuperar el control, a buscar el apoyo del imperialismo yanqui, lo que terminó de convencer a las mayorías del país de que Mao y sus fuerzas eran los únicos garantes de la independencia nacional y las aspiraciones sociales de la nación oprimida, incluidos sectores de la burguesía “nacional”.

EL JÓVEN DEL CAÑO Y EL VIEJO ROL DEL SECTARISMO ULTRAIZQUIERDISTA

Nota publicada en Patria y Pueblo N° 55 – setiembre de 2015

Diversas entrevistas, visibles en las redes (La Nación y Clarín promueven sin pudor a la “izquierda” cipaya, para usar sus dislates contra el movimiento popular real) prueban que el triunfo de Nicolás del Caño en la interna del FIP nada renovará, en el infantilismo ultraizquierdista. Trotsky los llamó, con indignación, imbéciles (1); a pesar de aquello, se dicen “trotskistas”. Probaremos usando una mayor amabilidad, intentando extremar los recursos explicativos, con paciencia oriental. Veamos: sin mucho estudio, sólo mirando a quién votaron los vecinos de Recoleta (esa excrecencia porteña, eterno sostén del interés antinacional, afrancesada y enferma de repugnancia a lo popular, que se hizo eco, hace unos meses, del atentado parisino y armó un pasacalle con la leyenda Je suis Charlie Hebdo a Buenos Aires) y comprobar las preferencias de la Sociedad Rural y el gran capital, para no hablar del embajador norteamericano, cualquier argentino llegará a la conclusión de que Scioli y Macri no son lo mismo. Si el argentino es un marxista, no un marciano, sabrá, además, que hay en el país clases sociales, y que el antagonismo electoral –tiene a mano los datos, en la página web de la justicia electoral, de los votos obtenidos por cada uno de aquellos en Barrio Norte y la Matanza– pone de manifiesto una divergencia de simpatías que está hablando de los antagonismos sociales, refleja un momento de la lucha de clases; en la que son visibles, como constantes de la Argentina, dos bloques opuestos, cuya presencia sólo puede ignorarse si la lucha por el poder es sustituida, obedeciendo a prejuicios, por acciones dirigidas a captar el apoyo de una minoría marginal de pequeñoburgueses “progresistas”, flechada por abstracciones y adicta al “moralismo antiburgués” de raíz anarquista; todo lo cual termina en la colaboración con la derecha antinacional –al dividir los votos del campo popular– y esteriliza los esfuerzos de una militancia digna de mejor causa, al disociar “la vanguardia” de las grandes masas, desconocer la presencia de una cuestión nacional y abandonar a las mayorías a su propia suerte, considerándolas presas de un extravío perpetuo, del vicio de votar a los “partidos patronales” (2).
Es significativo, no obstante, que los grupos ultraizquierdistas expresen al mismo tiempo la ilusión de ganar votos en la base del k, esperando su “desilusión”. Lo que prueba sus coincidencias con la visión oligárquica en cuanto a la “demagogia” exitosa del “populismo” que, según su sabiduría, no expresa “verdaderamente” a los sectores que lo sustentan, y se sostiene, en cambio, en su aptitud para embaucar al pueblo argentino (o, lo que es lo mismo, lo admitan o no en esos términos, en la predisposición del pobrerío a comprar espejitos, por su falta de educación, dirán los sarmientinos sin mucho preámbulo, o por su “inmadurez” como clase, dirán los “marxistas”). No se trata de una chicana; reflexionemos. Caso contrario, ¿por qué, si Macri es lo mismo que Scioli, no especularían también con “la desilusión” de los macristas? La respuesta es obvia: pese al subterfugio que los desnuda como secta, no son psicóticos, no han perdido el contacto con lo real y saben, a pesar suyo, que la derecha política y social oligárquica pugna por aplastar al movimiento real del pueblo argentino y aunque los use y les otorgue plateas en los medios a cuanto Altamira y del Caño quiera hablar mal de Scioli y el kirchnerismo , está en las antípodas de las ideologías de izquierda; aunque aborrezca mucho más y nos ignore en sus diarios y canales, a los marxistas nacionales. Es un honor que sea así: somos firmes aliados del nacionalismo burgués, como expresión actual de las grandes mayorías y ariete de las mismas contra el enemigo principal, oligárquico-imperialista.
En estas elecciones el caballito de batalla del FIT y demás sectas es el “derechismo” de Scioli, una aserción nacida, en realidad, en las filas del llamado “núcleo duro” k, durante la interna clausurada por CFK). Es un pretexto viejo, para ignorar la responsabilidad de unir a los argentinos en la lucha por derrotar al bloque oligárquico. En anteriores ocasiones, ¿no decían acaso que Néstor o Cristina Kirchner también “eran lo mismo que los demás candidatos del poder económico” (3)? Nada ha cambiado, con el juvenil rostro que lleva a los caños. Queda claro, hoy, como ayer, que la frase remanida de Scioli y Macri son “matices”, pero “para el pueblo trabajador son lo mismo” (4), es la justificación de un electoralismo sectario –objetivamente funcional a los planes de la derecha–, un ardid destinado a restar votos al campo popular, diciendo lo contrario de lo que su propia táctica desnuda como creencia, descalificar a las fuerzas que defienden el desarrollo con inclusión social y soberanía nacional, confundir a los votantes sobre qué se juega en estas elecciones y desconocer los peligros que implicaría un triunfo oligárquico-imperialista.
Córdoba. 25 de Agosto de 2015

(1) Ver a Trotsky en http://www.formacionpoliticapyp.com/2014/12/el-ultraizquierdismo-y-la-cuestion-nacional/
(2) La riqueza del marxismo para caracterizar a las fuerzas políticas ha cedido el lugar, en el PO, PTS y demás sectas, a una jerga “sindicalista” que reduce la lucha política revolucionaria a un ultimatismo reivindicativo, con un “obrerismo” “antiburocrático”.
(3) Vilma Ripoll, que más allá de las internas del ultraizquierdismo representa el mismo punto de vista, sostuvo ante “La Voz del Interior”, en el 2003, que en la segunda vuelta votarían en blanco, ya que Menem y Kirchner “eran lo mismo”.
(4) Reportaje a del Caño, en http://www.lanacion.com.ar/1815300-nicolas-del-cano-vamos-a-pegar-un-salto-somos-la-renovacion

UNIVERSIDAD Y POLÍTICA NACIONAL

Publicada el 9 de diciembre de 2014 en aurelio-arga.blogspot.com (*) y, sin notas al pie, en Patria y Pueblo  N° 52 – Año 9 diciembre de 2014

En los medios universitarios de Córdoba y en el progresismo local, la renuncia de Carolina Scotto a su cargo de diputada nacional ha producido confusión y desaliento; tanto como el entusiasmo que acompañó a su postulación, que creo la ilusión Seguir leyendo UNIVERSIDAD Y POLÍTICA NACIONAL

LA IZQUIERDA NACIONAL Y AUN: ACERCA DEL TEMA DE LA CONSTRUCCIÓN DEL PARTIDO

Publicada en “POLÍTICA” – Año 9 – N° 15  – setiembre de 2014

No encuentro un mejor modo de rendir homenaje al cro. Spilimbergo, respondiendo al propósito de esta edición de POLÍTICA, que intentar el análisis de las tareas que implica la construcción del partido. No hay “momento” de la vida partidaria, desde el PSIN a Patria y Pueblo, pasando por el PIN, donde no esté presente un texto destinado a sostener el objetivo de conformar una fuerza marxista revolucionaria de Izquierda Nacional. Obras que aparecían “firmadas” por el partido, se sabía “entre nos” que eran el fruto del genio de Spili, poco interesado en su “lucimiento personal” y extremadamente atento a la necesidad de proveer a la formación de pautas que dieran claridad al trabajo partidario, establecieran rumbos, métodos y criterios de organización. Una muy escueta nómina de esos trabajos debería arrancar con “Clase Obrera y Poder”, la tesis aprobada por el  Tercer Congreso del PSIN, maravillosa síntesis de los rasgos centrales de la Argentina semicolonial y de las bases en que se funda la política nacional del socialismo revolucionario. Otro jalón, que no por su “modestia” fue menos “fundacional”, es el trabajo citado aquí, del que no tengo copia, que se publicó con el título “Algunas precisiones sobre la táctica”, para orientar las tareas de inserción inicial. Finalmente, la tesis “De la crisis del FIP a la fundación del PIN”, hoy republicada, establece la delimitación entre la degeneración “ramista” posterior al 77, su abandono de las banderas de la democracia política y su “militarismo” carapintada y los contenidos nacional-democráticos de una política socialista y nacional. Entremedio, y más directamente relacionados con el objeto de mi nota, una infinidad de textos acompañaron el desarrollo de “la táctica AUN” y de la campaña de afiliación que implicó la construcción del FIP en todo el país. Esa obra, por sus fines, anónima, fundamenta nuestra convicción de que si el “primer” Ramos era el más brillante propagandista de las ideas y la visión histórica del revisionismo marxista de la Izquierda Nacional, Spilimbergo fue el gran constructor de su fuerza partidaria. 

La tarea de construir un partido socialista de la izquierda nacional tiene hoy un atraso notorio, con respecto a la necesidad de que esa fuerza logre afirmarse y responder a las demandas del  tiempo histórico que vive el país y América Latina, demandas ante las cuales el nacionalismo burgués, que conduce hoy la política nacional, evidencia con claridad su incapacidad para obtener algo más que una victoria coyuntural –está comprometida la mera continuidad del proceso abierto a partir del derrumbe neoliberal, por no hablar de su imprescindible profundización– ante el imperialismo mundial, que precisa avasallarnos y descargar sobre la periferia la crisis global. Volveremos sobre la cuestión, pero cabe anticipar que, siendo la transformación que la Argentina exige de carácter nacional-democrático-revolucionario, pero no socialista, llevarla delante de un modo consecuente impone, no obstante, una ideología no comprometida con la defensa de la propiedad, en tanto la propiedad, burguesa, es el fundamento del dominio no burgués, sino oligárquico y rentístico, y por tanto opuesto a la reinversión productiva y la acumulación autocentrada que nuestro desarrollo necesita para escapar al despilfarro, la fuga de capitales y otros destinos no reproductivos.
En los primeros años de la década del 70, después de lograr un desarrollo de fuerzas militantes en el ámbito estudiantil y algún avance en el medio obrero, con la constitución del FIP en todos los  distritos electorales del país(1) el desarrollo partidario prometía  transformarnos en el ala izquierda del movimiento nacional, no ya en sentido histórico-ideológico, sino materialmente, por arraigo de masas. En ese estado, hoy envidiable,  era posible pensar que, en una situación de crisis general se pudiera ganar la influencia necesaria para ser la representación de la clase trabajadora, y hacer de ella –la tan mentada “columna vertebral”– una clase capaz de asumir el liderazgo del movimiento nacional, actualizar su doctrina, liquidar los métodos verticalistas y burocráticos de conducción que asfixian todo protagonismo popular y transforman a los cuadros en obsecuentes receptores de lo que decide una cúpula nacional burguesa (completamente impermeable a las presiones de abajo) que presume  ser “la depositaria del saber”, para sustituirla como conducción y conducir a la victoria a un bloque popular fortalecido en su extensión y en su aptitud para liquidar el orden oligárquico. Esa perspectiva, en ese contexto de la historia nacional, no era descabellada: pese al patriotismo del General Perón y a su enorme  prestigio y poder de convocatoria, el movimiento fundado en 1945 padecía contradicciones y límites estructurales. Se expresarían dramáticamente con su arribo al poder, en 1973.
En el presente trabajo queremos abordar el proceso de construcción que antecede al momento de la creación del FIP antes enunciado, sin interesarnos por la cuestión del retroceso posterior, que será abordado en un análisis posterior (2). Nuestro interés dista de ser académico: creemos que los desafíos candentes de la actualidad, entre los cuales se destaca –como en aquéllos tiempos, pero en otro contexto– la lucha por reconstruir los instrumentos políticos que aseguren el triunfo de las fuerzas populares y tornen irreversible la liberación nacional, aconsejan incorporar a la conciencia militante los datos de una experiencia que pudo transformar, en pocos años, a un círculo reducido de intelectuales revolucionarios en lo que hemos resumido como una acumulación de fuerzas de alcance nacional, capaz de merecer la atención de Perón, que consideró adecuado para sus fines electorales la realización del acuerdo que lo hizo también nuestro candidato a presidente, en las elecciones de setiembre de 1973 (3). No escapará al lector atento que un hecho tan significativo jamás podría ser casual.
Ahora bien, los textos en los cuales se intenta dar cuenta del tema de los orígenes y la historia de la corriente (4) no explican adecuadamente cómo fue posible que, en el marco del retroceso de la dictadura militar inaugurada por Onganía en 1966, frente a la decisión del Ejército de convocar a elecciones, un partido fundado en 1962 que apenas tenía al caer Illía unos cincuenta miembros en todo el país hubiese ganado la fuerza necesaria para llevar a cabo una tarea de afiliación masiva y       una acción política que le dio presencia en todo el país, aunque la suerte electoral se mostrara en desacuerdo con las expectativas previas, dada la polarización favorable a Cámpora (5). Al parecer, la interpretación del fenómeno del crecimiento del PSIN y la multiplicación de sus filas sería vista  como el fruto “natural”  de una coyuntura política que favorecía la nacionalización de la pequeña burguesía y (en términos más acotados) la radicalización política de la clase obrera, cursos durante los cuáles loa propaganda de las ideas de la Izquierda Nacional encontraba una receptividad antes inexistente. A nuestro juicio, esta es una verdad a medias, que ignora el valor de una reorientación en la acción partidaria cuyo sentido y naturaleza es fundamental entender, no sólo por motivos de “interpretación histórica”, sino por razones de interés práctico, que exigen la conceptualización de los problemas propios de la acción política, cuando se trata de avanzar desde el momento de los enunciados programáticos generales y la difusión de ideas, en base a los cuales pudieron formarse “los círculos iniciales”, a los siguientes pasos de la construcción del partido.

ALGUNAS PRECISIONES SOBRE LA TÁCTICA

De la jerga clásica de la teoría marxista es necesario rescatar(6) algunos conceptos, imprescindibles  para guiar la actividad práctica, a la que debe aplicarse una reflexión tan importante como la que se dedica a “la teoría” o al análisis de “la realidad”, si se pretende evitar los vicios del empirismo, que imagina “la práctica” como lo opuesto a “pensar”. Hasta donde llegan mis conocimientos, fue  Plejanov, el introductor del marxismo en Rusia y maestro de Lenin, el autor de un desarrollo que intenta definir (y esquematizar, para su uso) los recursos propios de la acción política y su relación con los objetivos que persigue la organización, en cada momento de la lucha revolucionaria. En tal sentido, la propaganda, entendida como llegar con muchas ideas a unos pocos, es el arma usada casi con exclusividad en los momentos iniciales de la constitución de los “círculos”, que son ante todo ámbitos de debate, y  forman el “embrión” del sistema partidario. Su opuesto, la agitación, una o pocas ideas destinadas a movilizar a un sector entero o a grandes masas, es el predilecto de las amplias campañas por medio de las cuales un partido ya construido busca generar experiencias colectivas que afiancen su prestigio y/o logren alterar a favor del pueblo las relaciones de fuerza y la conciencia política de los trabajadores y sus aliados. En todo momento, como es de suponer, los frutos del trabajo deben medirse en términos de reclutamiento, ya que fortalecer el desarrollo de la organización y su presencia en todos los ámbitos de la sociedad es una medida de su prestigio y poder, enriquecen los vínculos con los sectores que la nutren y le facilitan la tarea de orientarse a partir de un pleno contacto con los estados de ánimo y las corrientes espontáneas de las bases sociales que procura encauzar, posibilitando la manifestación de sus fuerzas revolucionarias (7).

En condiciones en las cuales el objetivo inmediato es precisamente construir el partido, un exceso impuesto a las tareas de agitación obra como “desperdicio” de las energías disponibles y conduce a dispersar la fuerza presente, sin acrecentarla. La razón es sencilla de entender, no bien se la mira con objetividad y paciencia: en su etapa de construcción, la organización no podría “llegar a las masas”, que están conformadas por millones de personas, a las que nada puede proponerles un núcleo que carece de nexos eficaces con ellas. En la experiencia real, no obstante, estas tareas se alternan y combinan y la acción partidaria las utiliza a todas, simultáneamente: valga el ejemplo de “El Estado y la revolución”, una obra enorme escrita por Lenin meses antes de la insurrección de octubre de 1917, en el marco del predominio de las tareas de agitación tendientes a gestarla, o, como ejemplo modesto de todos los casos en que un núcleo inicial manifiesta su voluntad de crear un partido, el acto de repartir una declaración sobre un tema puntual en una concentración obrera o estudiantil, pese a tener una conciencia clara de que no podrá capitalizar el hecho. Desde luego, es la combinación en el manejo de tales medios lo que determinará el acierto en la aplicación de sus recursos y permitirá que fructifiquen las acciones partidarias o generará el desgaste del capital militante y terminará desmoralizando las propias filas, episódica o definitivamente.

Ahora bien, la acción partidaria se lleva adelante sobre un terreno histórico determinado. No era posible avanzar más allá de la consolidación ideológica, en nuestro caso, en el marco caracterizado por la presencia en el poder del primer peronismo. Para decirlo sumariamente, los trabajadores y la intelectualidad pequeño burguesa –destinatarios privilegiados de la propaganda del marxismo nacional– o estaban satisfechos con las realizaciones y discursos del General Perón o militaban en la oposición “a la segunda tiranía”, bajo la influencia prooligárquica de los radicales alvearizados, del socialismo juanbejustista o del PC de Codovilla y Ghioldi. Un cuadro distinto, más prometedor, se abriría a partir de 1955, con la crisis de esos partidos, las dictaduras oligárquicas y la frustración de los planes “para el retorno de Perón”.

UNA POLÍTICA NACIONAL PARA EL ESTUDIANTADO

A partir de la fundación del PSIN puede seguirse en la prensa partidaria una producción destinada a promover el proceso de nacionalización del estudiantado, que maduraba notoriamente en los primeros años de la década del 60. Las nuevas generaciones, caídos los mitos de la seudoizquierda juanbejustista y codovillista, tendían a confluir con el proletariado real, a revalorizar el significado del 17 de Octubre, retomar las tradiciones latinoamericanistas de la Reforma del 18 y generar una representación político-gremial acorde con su nueva visión del país (lo que implica, obviamente, una nueva visión de sus propios intereses y de su rol en el seno de la comunidad universitaria). A la clarividencia para responder a esa oportunidad y a la consecuencia para instrumentar una línea de acción que nos transformara en la expresión política consumada del nuevo estudiantado se debe atribuir un desarrollo partidario previo al lanzamiento del FIP en el 71, desarrollo aquél sin el cual el salto a la política nacional hubiese resultado completamente impracticable.

Estamos, en consecuencia, frente a un hecho central. Si, como creemos, es posible encontrar algo generalizable en el despliegue de lo que se denominó “la táctica AUN” (8) la Izquierda Nacional dio en aquél momento un paso que va de la propaganda general a la lucha por transformarse en una representación de masas, en una parcialidad social dotada de tradiciones y demandas propias, tarea que supone una elaboración intelectual específica, aunque su punto de partida –no podría ser de otro modo– sea un diagnóstico histórico general. El análisis, en este caso, permítaseme señalarlo al pasar, tuvo entre sus impulsores a Ernesto Laclaú, que luego de aportar positivamente al debate optó por extraer las conclusiones oportunistas que mucho más tarde exhibiría en sus vínculos con el nacionalismo burgués, ya lejos del PSIN y ligado a Oxford. Con dolores de parto, el duro debate incorporó la noción de que el desarrollo partidario no podía verse como el mero producto de la propaganda general; requería crear “mediaciones tácticas”, en las cuales partíamos de “una realidad inmediata”, cuyo tratamiento crítico-práctico nos permitía impulsar un proceso de elaboración que recorría el camino entre “la experiencia vital ” y “la visión general”. La creativa aplicación de estas nociones, bajo la dirección de Spilimbergo, permitió que, en poco más de tres años, luego de una sucesión de triunfos espectaculares, la militancia PSIN-AUN, decuplicándose numéricamente, ganara la conducción nacional de FUA y fuese sin duda la fuerza universitaria más homogénea y extendida de todo el país.

Sin esa acumulación previa de fuerzas, adiestrada además en las movilizaciones de masas, nadie hubiera concebido como una empresa posible construir el FIP.

Notas:

1) La suma de afiliados en todo el país alcanzaba más de setenta mil miembros nominales y la militancia fipista, a su vez, reunía más de un millar de cuadros, cuyas voces se oían desde la puna jujeña hasta el extremo sur, en Tierra del Fuego.

2) Como aportes al tratamiento más extenso que prometemos, pueden consultarse: “De la crisis del FIP a la fundación del PIN”, por Jorge Enea Spilimbergo y “La Izquierda Nacional y el discurso de los quebrados”, del autor de esta nota.

3) No constituye un dato menor, demostrativo de la atención con que Perón seguía los datos relevantes de la política nacional, la carta en que saludaba el triunfo de AUN en el Décimo Congreso de FUA, de 1970, cuyo Manifiesto –un documento de gran valor histórico– hacia la reivindicación del 17 de Octubre de 1945, dando expresión al viraje nacional del nuevo estudiantado.

4) Pienso en el trabajo “La Izquierda Nacional y el FIP”, de Norberto Galasso y en el análisis de Roberto Ferrero titulado “La sombra de Ramos. Orígenes y decadencia de la Izquierda Nacional”.

5) El tema de la política de FIP ante las elecciones de marzo de 1973, en las cuales presentó candidatos propios, comprometiéndose a respaldar al peronismo en la segunda vuelta es algo que exige un análisis particular, imposible de abordar en los límites de este artículo. Me limito, por consiguiente, a señalar que considero errónea aquella decisión de carácter táctico, contradictoria con los contenidos de una campaña que inducía a los electores, sin proponérselo, a votar por Cámpora sin rodeos previos.

6) Se trata de hacerlo por segunda vez, en realidad: en un texto de circulación interna, hace más de cincuenta años, el cro. Spilimbergo ilustraba al partido recién fundado sobre estos problemas, que el enunciaba bajo el título de “Algunas precisiones sobre la táctica”. No he podido encontrar copia de ese breve gran ensayo del compañero que más se distinguió, dentro de los dirigentes de la Izquierda Nacional, por sus cualidades de constructor.

7) Contra la “leyenda negra” y su corroboración por el stalinismo, incapaz de sustraerse a una visión manipuladora de las energías sociales, la experiencia democrática de los soviets fue reveladora de un hecho central: no existía contradicción entre el centralismo democrático de la fórmula leninista del partido y la “espontaneidad” de las masas. En realidad, operaba entre ambos una relación dialéctica, cumpliendo el partido la función de posibilitar que las masas vencieran las trabas a su irrupción en la toma de decisiones, trabas impuestas por el Estado burgués y las clases dominantes.

8) Una sistematización exhaustiva de las premisas políticas (y político-gremiales) en que se funda el despliegue de “la táctica AUN” salió publicado en “Lucha Obrera” Año V N° 38, del mes de noviembre de 1968, con el título de “Viraje Nacional del Estudiantado” y aunque no tiene firma todos sabíamos reconocer la pluma del cro. Spilimbergo, en ese momento Secretario Universitario de la Mesa Ejecutiva Nacional.

ALGUNOS EQUÍVOCOS SOBRE LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA

Publicado en la revista “POLITICA” Año 9 N° 14 – Junio de 2014

 En la década del 60, sin entender su originalidad y carácter irrepetible, aparecieron entre  nosotros, a todo lo largo de la América Latina, los admiradores ciegos de la Revolución Cubana, buscando en nuestros cerros una Sierra Maestra, Seguir leyendo ALGUNOS EQUÍVOCOS SOBRE LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA

EL DELITO, SEGÚN MASSA

Publicado el 16 de abril de 2014 en aurelio-arga.blogspot.com,  en  el periódico Patria y Pueblo y reproducido por diversos sitios internet.

¿Cómo reaccionarían Massa y los medios que lo publicitan diariamente si, frente a la tardanza judicial en condenar a Clarín y a La Nación por los aberrantes delitos cometidos bajo el amparo de la dictadura militar oligárquica para apropiarse ilegalmente de Papel Prensa,

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EL INDIO PATORUZÚ Y LA ARGENTINA UBÉRRIMA

Publicada el 7 de febrero de 2014 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

 Fuera del círculo de los estudiosos de la historieta, sólo un “adulto mayor” puede recordar un tiempo en el cual los cuadernos de Dante Quinterno eran esperados por niños y adultos, en toda la Argentina. Pero sus historietas se venden, aún hoy, tras casi siete décadas de producción ininterrumpida. Y la figura de Isidoro es presentada Seguir leyendo EL INDIO PATORUZÚ Y LA ARGENTINA UBÉRRIMA

FERROCARRILES: PARA SALIR DEL DESASTRE, UNA VEZ MÁS, EL ESTADO

  Publicada  el 6 de diciembre de 2013, en el semanario “Electrum”, órgano del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba  –  N°  1262

Finalmente, el tema ferroviario parece encaminarse hacia la dirección correcta. Es quizás, más que otros casos, un ejemplo que exhibe tanto los límites como la capacidad del kirchnerismo de asumir finalmente la necesidad de poner Seguir leyendo FERROCARRILES: PARA SALIR DEL DESASTRE, UNA VEZ MÁS, EL ESTADO

LA IZQUIERDA NACIONAL Y EL DISCURSO DE LOS QUEBRADOS

Publicada el 4 de diciembre de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

Reporteado en “Tiempo Argentino”, el 13 de noviembre de 2013, el actual funcionario kirchnerista (también lo fue de Carlos Menem y en un remoto ayer integró las filas de la Izquierda Nacional) Víctor Ramos, no a título individual sino en nombre de Seguir leyendo LA IZQUIERDA NACIONAL Y EL DISCURSO DE LOS QUEBRADOS

LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO Y EL PARTIDO NEOLIBERAL CORDOBÉS

Publicada en Patria y Pueblo – Año 9 – N° 47 – Noviembre 2013

 En Marcos Juárez, provincia de Córdoba, las primeras figuras de las cinco listas más votadas en las PASO expusieron su posición sobre distintos temas, dando prioridad, por las características de la zona, al tema agrario. Como era de suponer, Schiaretti, Aguad, Baldassi y Ruitort Seguir leyendo LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO Y EL PARTIDO NEOLIBERAL CORDOBÉS

LA SAGA DE LOS MITRE

Publicada el 18 de octubre de 2013 en el semanario “Electrum”, el órgano del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba,  N°1255

La reciente reivindicación, por parte de “La Nación”, de la mal llamada “Revolución Libertadora” es un motivo para hacer la recapitulación de la trayectoria de una familia, cuyos privilegios de casta quedaron fijados por una vieja expresión de raigambre criolla: “hijo´e Mitre”. Seguir leyendo LA SAGA DE LOS MITRE

LA ESPUMA Y EL FONDO

Publicada el 4 de setiembre de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com y en el periódico Patria y Pueblo Año 9 N° 46

El sistema mediático nos introduce permanentemente en discusiones banales, para crear espuma y que se pierdan de vista los grandes problemas que deben enfrentarse o, dicho de otro modo, Seguir leyendo LA ESPUMA Y EL FONDO

EL IMPUESTO A LAS GANANCIAS Y LAS DESVENTURAS DEL APLAUDIDOR

Publicada en el diario “Comercio y Justicia” el 02 de setiembre de 2013

El martes 27 de agosto, por la tarde, la presidente anunció la suba del piso para pagar Ganancias que, hasta  los niños lo saben, era un reclamo unánime de todos los sectores del movimiento obrero, desde Seguir leyendo EL IMPUESTO A LAS GANANCIAS Y LAS DESVENTURAS DEL APLAUDIDOR

ACTUALIDAD DEL SOCIALISMO Y DE LA IZQUIERDA NACIONAL

Publicada el 18 de mayo de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

 Los contrastes y las deserciones caracterizaron el final del siglo pasado, para el campo revolucionario. En ese cuadro, sin duda, el “sorpresivo” derrumbe del socialismo “real” provocó un trauma no superado (1), que opera contra la reivindicación del proyecto social definido por el marxismo como necesario para superar el orden actual, que, para no usar un doble rasero, debiéramos denominar el capitalismo “real”, cuyas lacras y perversión, al ser cotejadas con las promesas de sus gurúes, hacen que éstas suenen tan falsas como un discurso moral en boca de los pedófilos. Pero esta conjunción de caos social, guerras espantables, desastre ambiental y amenazas de extinción de la especie humana, si bien actualiza la disyuntiva expuesta por Rosa Luxemburgo de “socialismo o barbarie”, no alcanza para probar la viabilidad del primero. De lo cual se concluye que no podemos negarnos a reconocer la posibilidad de que la aventura humana pueda terminar en un mundo de horror, indigno de ser vivido. Y, por fin, que impedir tal cosa debería ser el norte de nuestras luchas, que se libran, hoy, en la teoría y la práctica y en el escenario de todos, nuestro planeta.

Asumir el problema en los términos antedichos, implica reconocer que debemos generar en el plano conceptual un balance crítico de las experiencias revolucionarias, y relanzar el programa de la transformación social en todas las áreas o resignar la esperanza, con la claridad de aquél que no quiere esperar peras del olmo. No hay ninguna razón para ser elusivos, ante las experiencias fallidas del siglo XX. Examinarlas, no obstante, no será posible sin superar la minusvalía de aquél que se cree sorprendido en falta y argumenta tartamudeando…¡ante los falsos profetas del “fin de la historia”! Esa postura, en la que nos arrinconaron los neoliberales en la década del 90, puede comprenderse, como postraumática, pero resulta impropia tras la crisis económica desatada con las subprimes y los síntomas de un deterioro estructural del sistema. Los fracasos propios, por darles un nombre, de la centuria pasada, si bien exigen un serio replanteo de ciertos aspectos de la teoría revolucionaria, no pueden servir, honestamente tratados, para ocultar los síntomas de la enfermedad senil que aflige a los centros del poder global; un estado de cosas que no se resolverá en base al aporte del mundo periférico, dentro del marco del sistema vigente (2). Sin temor a errar, puede decirse que el orden capitalista enfrenta contradicciones que le impiden restablecer el “Estado de Bienestar”, que tranquilizaba a sus pueblos, lo exhibía orgullosamente como el modelo a seguir por el resto del mundo, en la periferia del sistema, y fascinaba a las poblaciones –no hambrientas, pero alejadas del confort y los lujos del primer mundo– que vegetaban en los grisáceos  “socialismos” del Este, celosamente vigilados por la burocracia soviética. Y señalar, además, con toda la voz, que si bien la deriva y ruina final de estos regímenes y de la propia URSS exige de nuestra parte –retomando a Trotsky y otros críticos posteriores– un análisis serio de los obstáculos que se oponen al propósito de avanzar hacia la economía socialista y la sociedad sin clases, partiendo de las condiciones concretas de cada caso y especialmente de las que son habituales en la periferia,  con un atraso cultural y técnico singularmente gravoso, dicha necesidad de enriquecer la teoría no aporta “pruebas” contra la doctrina marxista, a menos que, caprichosamente, se pretenda identificar el capital intelectual aportado por Marx, Lenin y los bolcheviques –ignorando estudios que contradicen  esa pretensión– con la degeneración stalinista y sus monstruosas performances. Vista así la cuestión, en sentido general, deberíamos considerar que no estamos peor que aquellos partidarios de la democracia republicana que después del hundimiento de la Revolución Francesa vieron la restauración del orden monárquico y debieron reunir la fortaleza de espíritu necesaria para afrontar el retroceso y solamente después del agotamiento final del antiguo régimen obtener la comprobación de que no habían perseguido quimeras y que “la realidad clamaba por encontrar sus ideas”.

 El pantano socialdemócrata y los “socialistas” europeos del mundo semicolonial

 No es casual que al final sin gloria del “socialismo real” lo acompañara la desaparición de los matices de progresividad que con relación a la derecha distinguían habitualmente a la socialdemocracia europea y la identificaban como autora del “Estado de Bienestar”. Al fin y al cabo, esa socialdemocracia, completamente putrefacta desde los comienzos de la primera guerra interimperialista, se había constituido, a partir de allí, en un firme instrumento del imperialismo mundial, expresando la complicidad del proletariado del primer mundo con la explotación del mundo colonial y semicolonial, de cuyo saqueo la capa superior de los obreros europeos era sin duda un beneficiario menor, por una parte, mientras respondía, por otra, a la necesidad (y posibilidad) del imperialismo mundial de  cerrar filas, hacia el interior del primer mundo, en su lucha global contra la expansión, en apariencia irrefrenable, del socialismo y los regímenes nacionalistas de la periferia.

En la Europa posterior, desaparecida la URSS y agotado el ciclo de los nacionalismos del tercer mundo –hasta la aparición de Chávez y las experiencias que se desarrollan en América Latina, hoy, nada se oponía al reinado neoliberal– las antiguas concesiones a la clase obrera de las economías centrales se tornan “superfluas”, para los ojos ávidos de la acumulación capitalista, afectada ya por un creciente deterioro de la tasa de ganancia, que impulsa la deslocalización de ramas enteras de la producción industrial hacia el área emergente, en un marco de sobreproducción relativa y crecimiento hipertrofiado de la especulación bursátil y financiera.  En semejante situación, toda la trayectoria anterior de los partidos socialdemócratas hacía prever su agotamiento y capitulación definitivos, ya que en modo alguno era posible pensar que, en un marco de dominio aparentemente incontrastable de la derecha neoliberal, los viéramos virar hacia posiciones progresivas, en un contexto signado por la prolongación –en medio del marasmo, éste es un dato de valor central– de la crisis desatada a fines de los 80 en las formaciones identificadas con una perspectiva de transformación revolucionaria. Sin ese riesgo, el rol socialdemócrata perdía toda razón de ser.

¿Cabe decir algo similar del “socialismo” tradicional, en la Argentina, cuya trayectoria es también una rémora para pronunciar un nombre tantas veces citado en vano? Pienso que no, pero no se crea que por buenas razones. En realidad, su primitiva asociación a la aparición en nuestro seno de un incipiente desarrollo de fuerzas obreras (que expresaban a una clase de obreros inmigrantes) es un rasgo de identidad completamente perdido tras décadas de asociación con corrientes de clase media propensas a secundar las políticas oligárquicas, desde Irigoyen a Perón, y a promover fórmulas que administren sin afectar a los intereses creados, para una gestión incolora, inodora e insípida del aparato estatal, sin la menor inclinación a transformar nada y apegadas a la visión mitrista y sarmientina de una Argentina congelada en épocas anteriores al surgimiento del peronismo (3). De modo que, en relación a nuestras consideraciones, los socialistas de tipo Binner sólo representan un peso muerto, una muestra acabada de lo que no somos, ni queremos señalar cuando hablamos de socialismo. Pero esto no es nuevo, tanto en lo que se refiere a la mendacidad de su “teoría” y sus prácticas políticas, como al fondo de una visión que siempre se ubicó de espaldas al país y sus masas populares, tal cual han sido paridas por la historia.

Para completar el panorama, nuestra “izquierda” marxiana, habituada a copiar la moda y  los temas del marxismo europeo más o menos “académico” –para no mencionar a los núcleos que respondían a la influencia de la URSS, cuya pobreza ideológica era sólo equiparable a la “seguridad” que les proporcionaba el sentirse respaldados por una gran potencia– ha caído presa de una orfandad sin remedio y vive a la deriva, buscando afanosamente un eje sustitutivo, cuando no opta por ignorar olímpicamente los reveses históricos y repetir sin pudor las viejas monsergas, como si nada hubiera pasado en el mundo (4). Esa realidad nos lleva a prever que, si esa pérdida de una “Casa Central” real o simbólica (el último grito del “marxismo” europeo o la URSS, según sea) no impulsa a “las sucursales” a buscar raíces en el propio suelo, no hay razones para esperar que de ellas surjan aportes a la comprensión de las novedades políticas que renovaron la visión y la perspectiva de la revolución en América Latina, en la última década, con propuestas tendientes a vincular las luchas y transformaciones en curso con una estrategia que se asocie a ideas emparentadas con el socialismo (5).

 La Izquierda Nacional y “el último Ramos”

 En nuestro caso, la primera tarea es poner fin a un periodo signado por las defecciones y la crisis de la corriente, dentro de la cual su máximo exponente terminó por renegar de la doctrina marxista, abandonar el socialismo como identidad política y resolver junto a sus seguidores su afiliación al justicialismo, mientras secundaban a Menem en la misión de liquidar la Argentina creada bajo el liderazgo de Perón, aplaudían a Cavallo y su obra privatizadora y rompían, en consecuencia, con el mero nacionalismo, con argumentos que evidenciaban la degradación intelectual y el arribismo del grupo.

El valor de los aportes del “primer” Ramos, que vive en sus libros de historia y política, y el liderazgo que ejerció sobre el PSIN y el FIP durante muchos años, no pueden  llevar a la militancia marxista de la Izquierda Nacional a una conducta que omita la clarificación y condena de su capitulación final, sin riesgo de complicar su futuro político, que debe salvarse, para servir al país y a la clase trabajadora, cuya representación, como actora consecuente del movimiento nacional, es la razón de ser  del socialismo revolucionario, en la Argentina.

Tanto en el plano de la formulación de los problemas de la revolución latinoamericana como en la construcción de un partido destinado a servirla, la Izquierda Nacional logró en la Argentina desarrollos significativos, sobre los cuales debe encararse un examen pormenorizado, que permita dar cuenta de su expansión, durante un largo período, y su posterior crisis y declinación, que impone hacer un balance crítico, si se quiere rehacer una fuerza cuyos aportes teóricos y prácticos fueron una promesa a fines de los 60, en el ciclo signado por los rebeliones populares que culminaron en el Córdobazo y la tuvieron como protagonista en las primeras filas del alzamiento popular.

Vivimos, hoy, un novedoso ascenso de las fuerzas continentales que intentan coronar, en las condiciones del siglo XXI, los proyectos emancipatorios encarnados inicialmente por Bolivar y Monteagudo, levantando consignas que los marxistas nacionales tuvimos el mérito de sostener durante décadas, ante la incredulidad general. Y al mismo tiempo, lo que resulta extraño, las fuerzas que encarnaban esas teorías están divididas entre una facción que ha derivado hacia el nacionalismo burgués y usa como un oropel el capital intelectual legado por Ramos –legítimamente, su mayor obra ha merecido el elogio del Comandante Chávez– y el sector que sostiene en pie las banderas que dieron identidad y estructuraron a la corriente como partido socialista de la izquierda nacional, dispuesto a integrar con independencia crítica y organizativa el movimiento nacional de liberación y luchar, en su seno, para imponer en su dirección a la clase obrera, como el sector más firme y consecuente en la defensa de la patria y el interés general del pueblo argentino.

Ahora bien, si esta cuestión fuese un asunto importante sólo para aquéllos que persisten en sostener esa tradición intelectual, no tendría significación fuera de las capillas. Pero, no es ésta nuestra convicción. Creemos, por el contrario, que es relevante plantearlo, como tema significativo para el porvenir de las experiencias en curso. Estos procesos, de distinto modo y en diverso grado, exhiben debilidades y contradicciones que, si no lograran superarse a tiempo, obrarán negativamente en la lucha por la emancipación  de América Latina. Y, en tal sentido, no es vano hablar de la necesidad impostergable de rehacer y desarrollar fuerzas nutridas con el marxismo latinoamericano de la Izquierda Nacional, dispuestas a impulsar sin ningún reparo la profundización revolucionaria de las políticas nacionales, populares y democráticas que han despertado la esperanza de nuestros pueblos sumergidos; que tienen, además, el mérito de constituir un llamado de atención para los pueblos castigados de otros países, quienes buscan en nuestro sur un modelo contrario al orden  neoliberal que devasta el planeta. Esas políticas, dada la naturaleza de la transformación que requieren los países semicoloniales, tienen un carácter no socialista. Algo que implica llevar a cabo, en el mundo de la periferia, los procesos de acumulación efectuados por el viejo mundo y los EEUU en el curso de las revoluciones burguesas clásicas. Pese a lo cual, ya que vivimos en una era caracterizada, globalmente, por el agotamiento y la senilidad del sistema capitalista  y el cumplimiento de nuestros fines hace necesario que no se respete la propiedad imperialista en diversas áreas de nuestras economías, es preciso contar con expresiones políticas cuya filiación socialista las libere de propensiones a considerar que la propiedad es más importante que el bienestar de los pueblos y su valor importa más que la patria.

En el sentido antedicho, reiteramos, la Izquierda Nacional ha de dar por finalizada su crisis interna, dentro de la cual la desvirtuación operada por la mutación  de Ramos y su deriva menemista adquieren un peso imposible de soslayar.  Es necesario no escamotear el tema, de una buena vez.

Veamos un ejemplo, a nuestro juicio, claro: hace poco, una polémica entre viejos compañeros del ciclo ascendente de la Izquierda Nacional, pecaba por sacar el cuerpo a la jeringa. Uno de ellos decía que “Ramos y Perón nos enseñaron a levantar banderas nacionales, populares y latinoamericanas”. Su contendiente, en cambio, le cues-tionaba no hablar de “banderas socialistas”, “ignorando” que Ramos se diferenciaba de Perón por no ser, solamente, un líder nacionalista. Curiosamente, ambos omitían hablar de los virajes antes señalados. En ese sentido, parecían coincidir en la hipótesis de que Ramos “hay uno solo”, no dos. Sin embargo, la verdad es precisamente lo contrario, lo que nos lleva a pensar que “ambos tenían razón”, a su manera. Esa conclusión, tan paradójica, obedece, a nuestro entender, a que omitían hablar de la verdad fáctica: Ramos renegó, en su última etapa, de su adscripción al marxismo; en cierto momento del mismo periodo, dio un segundo paso, rompiendo además con el mero nacionalismo, para apoyar el gobierno  de Carlos Menem, aplaudir a Cavallo, lisa y llanamente, y resolver la incorporación de sus fieles al peronismo.

No hay pues un Ramos, sino al menos dos, el último de los cuales niega por completo lo que caracterizaba al primero, el marxista revolucionario, cuya obra y conducta nos llevó a reconocerlo como el más capaz de resumir y personificar los puntos de vista que habían elaborado los socialistas revolucionarios de la Izquierda Nacional. Ese primer Ramos, sea cual fuere el impacto emocional que produzca el suceso, había desaparecido de la política nacional, mucho antes de su final físico, en 1994 (6).

Aquéllos que elegimos sostener, hoy, las “viejas” ideas del socialismo revolucionario de la Izquierda Nacional no podemos dar la espalda a los hechos, por fieros que sean. Es lo nuestro dar cuenta de los fracasos y deserciones, enriquecer nuestros planteos a partir de la reflexión sobre la crisis global y el porvenir humano, con particular énfasis en el área  latinoamericana y las luchas actuales por la emancipación continental. En las tareas que nos exige la construcción de ese futuro debe estar la mirada, para nosotros, los marxistas revolucionarios de la Izquierda Nacional ¡que los que nada nuevo tienen que decir opten por mitificar su pasado militante, oculten la defección y el abandono de los principios! Por nuestra parte, al tiempo que rescatamos al “primer” Ramos, sepultamos sin honor a la porción ominosa del pasado común, para rehacer, con energía renovada, las fuerzas socialistas, patrióticas y revolucionarias dispuestas a sostener, en el contexto actual de la lucha por emancipar a la Patria Grande un programa nacional, popular y democrático, con la consecuencia y audacia propias de una formación que no considera a la propiedad burguesa más digna de atención que el interés general, y más importante que la patria misma (7).

 (*) Dicho blog fue eliminado por gmail, al bloquear la dirección virtual del titular del mismo, sin previo aviso.

 Notas:

1) Si bien es cierto que la burocratización de la URSS y su deriva stalinista fue juzgada por Trotsky, tempranamente, como una circunstancia que podía llevar a la restauración del capitalismo, las condiciones posteriores a la finalización de la Segunda Guerra, con la expansión del “socialismo” y el triunfo de diversos movimientos nacional-populares, en el mundo colonial y semicolonial llevaron a los militantes revolucionarios, sin negar en teoría aquellas profecías, a suponer que prevalecería, al fin, una variante considerada también por el genial autor de “La revolución traicionada”, que suponía posible que una “revolución política” lograra regenerar el poder soviético, desplazando a la burocracia y el régimen policial que aseguraba su dominio, reinstalando en el país de Octubre formas perdidas de democracia revolucionaria, que pusieran fin al anquilosamiento cultural y la funesta persecución del pensamiento crítico, que junto a la inepcia de la “planificación” al uso eran las peores taras del sistema. Se recomienda, con relación a la caída de la URSS, ver los aportes de Boris Kagarlitsky, marxista ruso encarcelado por la burocracia, en: “Los intelectuales y el estado soviético”, de la Ed. Prometeo y “La desintegración del monolito”, de Ed. Colihue.

2) Es inconsistente el planteo que pretende que la superación de la crisis económica de los países centrales se lograría aplicando, en su seno, las políticas impulsadas en algunos países de América Latina después del caos que sufrieron por acatar el Consenso de Washington, habida cuenta de sus notorios éxitos, que parecieran relacionar-se con el retorno a visiones centradas en la producción y redistribu-ción del ingreso y el relativo rechazo de las fórmulas que privilegian la especulación financiera. Los límites de la nota no permiten abordar con amplitud el problema, pero en términos generales cabe señalar que el mundo periférico es, justamente, un área que sufre, más que del capitalismo, de su insuficiente desarrollo y de las  distor-siones creadas por el capital extranjero y, dada esa situación, puede lograr aún ciertos grados de avance, sin superar el capitalismo. En el centro del sistema no ocurre lo mismo. Precisamente por eso tuvo lugar la hipertrofia financiera, un fenómeno derivado de una crisis de sobreproducción global y de caída general de la tasa de ganancia, que también explica la deslocalización industrial hacia las economías emergentes, todo lo cual no alcanza para resolver las contradicciones del sistema, que son insalvables.

3) Basta con recordar las alianzas del “socialismo” con los demócratas progresistas, la Alianza delaruista y las recientes manifestaciones de Binner respecto a optar a favor de Capriles en Venezuela y a no descartar, si “la salvación de la república” lo exigiera, el frente con Macri, para llegar a la conclusión de que la posibilidad de encontrar en el “viejo y glorioso” partido juanbejustista una visión asociada a la necesidad de transformar la Argentina en sentido progresivo es igual a cero.

4) Un caso particularmente patético es el que brindan algunos “trotskistas”, que en su desmesurado optimismo de secta fundamentalista creyeron ver, en los sucesos de la URSS, una “revolución antiburocrática”, antes de admitir la restauración del capitalismo y llamarse a silencio sobre los orígenes del contraste, para volver al hábito de preconizar levantamientos “urbi et orbi”, sin autocrítica ni pudor.

5) En realidad, con la excepción de las sectas ultraizquierdistas, que siguen fieles al hábito de repudiar las formaciones nacionales y populares latinoamericanas, so pretexto de “lucha antiburguesa”, la izquierda antes satelizada por la URSS (del mismo modo que cierta tropa que sigue las huellas del “último” Ramos) opta por transitar el camino de colocarse bajo la sombra de las experiencias populares que gobiernan hoy en latinoamérica, desde posturas oportunistas de seguidismo a sus direcciones nacional-burguesas, sin el menor interés por aportar al análisis de los procesos en curso y a su profundización revolucionaria, ya que cumplir esa tarea es incompatible con la práctica del arribismo y la renuncia completa a preservar los fueros del pensamiento crítico. Respecto al chavismo y sus alusiones a Marx y Lenin, me remito al análisis de Néstor Gorojovsky, en “Política” N° 6, “Hugo Chávez, la burguesía nacional y el partido bolchevique”.

6) Roberto Ferrero, intentando explicar la crisis sufrida por la Izquierda Nacional, habla en un escrito del “líder desertor”, evocando a Liniers. En la medida en que Liniers sorprende con su viraje, al parecer súbito, me parece más adecuado hacer un paralelo con la involución de Urquiza, y sus acuerdos postreros con Mitre y Sarmiento. El final menemista, en el caso de Ramos, está precedido por un largo periodo de destrucción de las fuerzas anteriormente creadas –a partir de políticas de las que se ha renegado, para reemplazarlas por una oscilación entre impulsos al oportunismo, conductas sectarias y oposición (caprichosa y aventurera) entre las banderas nacionales y las reivindicaciones democráticas, que lo llevan a flirtear, por ejemplo, con los “carapintadas”, en sus conspiraciones contra Alfonsín. Esta conducta tiene su correlato en la aplicación interna de un autoritarismo soberbio que consuma la liquidación de toda disidencia apelando al uso de “tribunales de disciplina” y la descalificación arbitraria de los “caídos en desgracia”. En dicho sentido, fue paradigmática la expulsión masiva de la militancia de Santa Fe y el litoral, bajo cargos de “oportunismo hacia el peronismo”, esgrimidos unos meses antes de la decisión ramista de disolver su partido e incorporarse al PJ. No cabe, a mi entender, que por “razones de estado” nos neguemos a calificar y poner en conocimiento del público estas malignidades, para cerrar un ciclo y disponernos a fortalecer los retoños sanos de un árbol dañado.

7) La defensa consecuente de las posiciones originales de la Izquierda Nacional, a partir del momento en que Ramos y sus seguidores las abandonan y transforman en un decorado del nacionalismo burgués (o peor, aún, del apoyo a Menem), fue asumida por los cuadros del PSIN y del FIP que se negaron a secundarlos en la liquidación del movimiento. Entre estos últimos, cabe mencionar especialmente al compañero Jorge Enea Spilimbergo.

EL RUINOSO PROYECTO DE PRIVATIZAR TAMSE

Publicada el 11 de abril de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

Al peor momento de toda la historia del transporte urbano de la ciudad de Córdoba, lo vivimos en la catastrófica gestión de Germán Kammerath, un protegido de Menem y el actual gobernador de nuestra provincia, De la Sota. El servicio venía en picada ya, es cierto, por la mala gestión de Rubén Martí, Seguir leyendo EL RUINOSO PROYECTO DE PRIVATIZAR TAMSE

PRECIOS, SALARIOS Y LA REDISTRIBUCIÓN EN DEBATE

Publicada en el diario “Comercio y Justicia” el 18 de marzo de 2013

 El pedido de la CGT oficialista de que se sostenga durante un año el acuerdo de congelar los precios pactado por dos meses entre el gobierno y los supermercados, al exigir para viabilizarse Seguir leyendo PRECIOS, SALARIOS Y LA REDISTRIBUCIÓN EN DEBATE

CLAUDIO LOZANO Y (FERNANDO DE LA) BINNER

Publicado el 08 de marzo de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

La palabra deposición tiene en la lengua un doble significado, ya que puede nombrar tanto a una declaración como a la expulsión de excrementos. En el caso de Binner y sus dichos sobre Chávez y sus simpatías hacia Capriles, Seguir leyendo CLAUDIO LOZANO Y (FERNANDO DE LA) BINNER

DISCURSO Y VERDAD EN LA PRÁCTICA DELASOTISTA

Publicada el 23 de febrero de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com y (reducido) en el N° 43 de Patria y Pueblo – Marzo de 2013

El rasgo que retrata más acabadamente a De la Sota es la impudicia en el discurso. Esto se vincula, a su vez, con ese desprecio por la inteligencia del público que es habitual en los demagogos de la derecha; algo que se manifiesta, en este caso, Seguir leyendo DISCURSO Y VERDAD EN LA PRÁCTICA DELASOTISTA

EL CONFLICTO GOBIERNO-CGT Y EL ROL POLITICO DE LA CLASE OBRERA

Editado en aurelio-arga.blogspot.com, en diciembre de 2012 (1).

Mientras redactaba esta nota, se desencadenaron los saqueos y las denuncias cruzadas entre el gobierno y los sindicatos, oscureciendo más el panorama nacional. No obstante, voy a dejar afuera el tema. Definido mi asunto, el objetivo de analizar, a partir del acto del 19 de diciembre, los cursos de acción que debería adoptar el movimiento obrero, no preciso considerar Seguir leyendo EL CONFLICTO GOBIERNO-CGT Y EL ROL POLITICO DE LA CLASE OBRERA

COLONIZACIÓN CULTURAL Y MÚSICA EN LATINOAMERICA

Publicada en el diario “Comercio y Justicia” el 22 de octubre de 2012

 La designación de César Isella, por parte del gobierno argentino, como “Embajador de la Música Latinoamericana” con rango de subsecretario de la Nación, es un gran suceso en nuestra historia musical, por su valor simbólico. Y, como instrumento de un cambio, podría serlo la creación Seguir leyendo COLONIZACIÓN CULTURAL Y MÚSICA EN LATINOAMERICA

LUIS FARIAS Y EL PARTIDO ÚNICO NEOLIBERAL CORDOBES

Publicada el 08 de setiembre de 2012 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

El ex ministro de agricultura de Angeloz ha vuelto a los diarios, al menos en Córdoba: prófugo de la Justicia Federal de Villa María, en la megacausa por evasión impositiva en la comercialización de granos, Seguir leyendo LUIS FARIAS Y EL PARTIDO ÚNICO NEOLIBERAL CORDOBES

DEMOCRACIA POLÍTICA, GOLPES DE ESTADO Y “CLIMA DESTITUYENTE”

Se publicó en aurelio-arga.blogspot.com el 25 de agosto de 2012 (*)

En la editorial de agosto de “Le Monde diplomatique”,  títulada “Calambres institucionales”, José Natanson aborda el tema de las “nuevas” modalidades del golpismo latinoamericano, desde una óptica que parte de la base Seguir leyendo DEMOCRACIA POLÍTICA, GOLPES DE ESTADO Y “CLIMA DESTITUYENTE”

LA CAJA PROVINCIAL PIDE A GRITOS UNA POLÍTICA NACIONAL Y POPULAR

Publicada el 26 de julio de 2012 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

En lugar de provocar un debate serio, el déficit de la Caja de Jubilaciones de la Provincia ha generado vacuos discursos de Aguad, De la Sota y Juez que, con el coro de legisladores de sus respectivas fuerzas, compiten en demostrar quién es Seguir leyendo LA CAJA PROVINCIAL PIDE A GRITOS UNA POLÍTICA NACIONAL Y POPULAR

LA ESTATIZACION DE YPF Y EL FIN DE LAS INCERTIDUMBRES

Publicada en el diario “Comercio y Justicia” el 17 de abril de 2012 

El 10 de abril, en Comercio y Justicia, apareció una réplica a mi nota “El conflicto de YPF y la desafortunada frase de Boudou”, publicada por ese medio el 8 de marzo del  año en curso. Ayer, el conocido anuncio de Cristina Kirchner Seguir leyendo LA ESTATIZACION DE YPF Y EL FIN DE LAS INCERTIDUMBRES