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ACTUALIDAD DEL SOCIALISMO Y DE LA IZQUIERDA NACIONAL

Publicada el 18 de mayo de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

 Los contrastes y las deserciones caracterizaron el final del siglo pasado, para el campo revolucionario. En ese cuadro, sin duda, el “sorpresivo” derrumbe del socialismo “real” provocó un trauma no superado (1), que opera contra la reivindicación del proyecto social definido por el marxismo como necesario para superar el orden actual, que, para no usar un doble rasero, debiéramos denominar el capitalismo “real”, cuyas lacras y perversión, al ser cotejadas con las promesas de sus gurúes, hacen que éstas suenen tan falsas como un discurso moral en boca de los pedófilos. Pero esta conjunción de caos social, guerras espantables, desastre ambiental y amenazas de extinción de la especie humana, si bien actualiza la disyuntiva expuesta por Rosa Luxemburgo de “socialismo o barbarie”, no alcanza para probar la viabilidad del primero. De lo cual se concluye que no podemos negarnos a reconocer la posibilidad de que la aventura humana pueda terminar en un mundo de horror, indigno de ser vivido. Y, por fin, que impedir tal cosa debería ser el norte de nuestras luchas, que se libran, hoy, en la teoría y la práctica y en el escenario de todos, nuestro planeta.

Asumir el problema en los términos antedichos, implica reconocer que debemos generar en el plano conceptual un balance crítico de las experiencias revolucionarias, y relanzar el programa de la transformación social en todas las áreas o resignar la esperanza, con la claridad de aquél que no quiere esperar peras del olmo. No hay ninguna razón para ser elusivos, ante las experiencias fallidas del siglo XX. Examinarlas, no obstante, no será posible sin superar la minusvalía de aquél que se cree sorprendido en falta y argumenta tartamudeando…¡ante los falsos profetas del “fin de la historia”! Esa postura, en la que nos arrinconaron los neoliberales en la década del 90, puede comprenderse, como postraumática, pero resulta impropia tras la crisis económica desatada con las subprimes y los síntomas de un deterioro estructural del sistema. Los fracasos propios, por darles un nombre, de la centuria pasada, si bien exigen un serio replanteo de ciertos aspectos de la teoría revolucionaria, no pueden servir, honestamente tratados, para ocultar los síntomas de la enfermedad senil que aflige a los centros del poder global; un estado de cosas que no se resolverá en base al aporte del mundo periférico, dentro del marco del sistema vigente (2). Sin temor a errar, puede decirse que el orden capitalista enfrenta contradicciones que le impiden restablecer el “Estado de Bienestar”, que tranquilizaba a sus pueblos, lo exhibía orgullosamente como el modelo a seguir por el resto del mundo, en la periferia del sistema, y fascinaba a las poblaciones –no hambrientas, pero alejadas del confort y los lujos del primer mundo– que vegetaban en los grisáceos  “socialismos” del Este, celosamente vigilados por la burocracia soviética. Y señalar, además, con toda la voz, que si bien la deriva y ruina final de estos regímenes y de la propia URSS exige de nuestra parte –retomando a Trotsky y otros críticos posteriores– un análisis serio de los obstáculos que se oponen al propósito de avanzar hacia la economía socialista y la sociedad sin clases, partiendo de las condiciones concretas de cada caso y especialmente de las que son habituales en la periferia,  con un atraso cultural y técnico singularmente gravoso, dicha necesidad de enriquecer la teoría no aporta “pruebas” contra la doctrina marxista, a menos que, caprichosamente, se pretenda identificar el capital intelectual aportado por Marx, Lenin y los bolcheviques –ignorando estudios que contradicen  esa pretensión– con la degeneración stalinista y sus monstruosas performances. Vista así la cuestión, en sentido general, deberíamos considerar que no estamos peor que aquellos partidarios de la democracia republicana que después del hundimiento de la Revolución Francesa vieron la restauración del orden monárquico y debieron reunir la fortaleza de espíritu necesaria para afrontar el retroceso y solamente después del agotamiento final del antiguo régimen obtener la comprobación de que no habían perseguido quimeras y que “la realidad clamaba por encontrar sus ideas”.

 El pantano socialdemócrata y los “socialistas” europeos del mundo semicolonial

 No es casual que al final sin gloria del “socialismo real” lo acompañara la desaparición de los matices de progresividad que con relación a la derecha distinguían habitualmente a la socialdemocracia europea y la identificaban como autora del “Estado de Bienestar”. Al fin y al cabo, esa socialdemocracia, completamente putrefacta desde los comienzos de la primera guerra interimperialista, se había constituido, a partir de allí, en un firme instrumento del imperialismo mundial, expresando la complicidad del proletariado del primer mundo con la explotación del mundo colonial y semicolonial, de cuyo saqueo la capa superior de los obreros europeos era sin duda un beneficiario menor, por una parte, mientras respondía, por otra, a la necesidad (y posibilidad) del imperialismo mundial de  cerrar filas, hacia el interior del primer mundo, en su lucha global contra la expansión, en apariencia irrefrenable, del socialismo y los regímenes nacionalistas de la periferia.

En la Europa posterior, desaparecida la URSS y agotado el ciclo de los nacionalismos del tercer mundo –hasta la aparición de Chávez y las experiencias que se desarrollan en América Latina, hoy, nada se oponía al reinado neoliberal– las antiguas concesiones a la clase obrera de las economías centrales se tornan “superfluas”, para los ojos ávidos de la acumulación capitalista, afectada ya por un creciente deterioro de la tasa de ganancia, que impulsa la deslocalización de ramas enteras de la producción industrial hacia el área emergente, en un marco de sobreproducción relativa y crecimiento hipertrofiado de la especulación bursátil y financiera.  En semejante situación, toda la trayectoria anterior de los partidos socialdemócratas hacía prever su agotamiento y capitulación definitivos, ya que en modo alguno era posible pensar que, en un marco de dominio aparentemente incontrastable de la derecha neoliberal, los viéramos virar hacia posiciones progresivas, en un contexto signado por la prolongación –en medio del marasmo, éste es un dato de valor central– de la crisis desatada a fines de los 80 en las formaciones identificadas con una perspectiva de transformación revolucionaria. Sin ese riesgo, el rol socialdemócrata perdía toda razón de ser.

¿Cabe decir algo similar del “socialismo” tradicional, en la Argentina, cuya trayectoria es también una rémora para pronunciar un nombre tantas veces citado en vano? Pienso que no, pero no se crea que por buenas razones. En realidad, su primitiva asociación a la aparición en nuestro seno de un incipiente desarrollo de fuerzas obreras (que expresaban a una clase de obreros inmigrantes) es un rasgo de identidad completamente perdido tras décadas de asociación con corrientes de clase media propensas a secundar las políticas oligárquicas, desde Irigoyen a Perón, y a promover fórmulas que administren sin afectar a los intereses creados, para una gestión incolora, inodora e insípida del aparato estatal, sin la menor inclinación a transformar nada y apegadas a la visión mitrista y sarmientina de una Argentina congelada en épocas anteriores al surgimiento del peronismo (3). De modo que, en relación a nuestras consideraciones, los socialistas de tipo Binner sólo representan un peso muerto, una muestra acabada de lo que no somos, ni queremos señalar cuando hablamos de socialismo. Pero esto no es nuevo, tanto en lo que se refiere a la mendacidad de su “teoría” y sus prácticas políticas, como al fondo de una visión que siempre se ubicó de espaldas al país y sus masas populares, tal cual han sido paridas por la historia.

Para completar el panorama, nuestra “izquierda” marxiana, habituada a copiar la moda y  los temas del marxismo europeo más o menos “académico” –para no mencionar a los núcleos que respondían a la influencia de la URSS, cuya pobreza ideológica era sólo equiparable a la “seguridad” que les proporcionaba el sentirse respaldados por una gran potencia– ha caído presa de una orfandad sin remedio y vive a la deriva, buscando afanosamente un eje sustitutivo, cuando no opta por ignorar olímpicamente los reveses históricos y repetir sin pudor las viejas monsergas, como si nada hubiera pasado en el mundo (4). Esa realidad nos lleva a prever que, si esa pérdida de una “Casa Central” real o simbólica (el último grito del “marxismo” europeo o la URSS, según sea) no impulsa a “las sucursales” a buscar raíces en el propio suelo, no hay razones para esperar que de ellas surjan aportes a la comprensión de las novedades políticas que renovaron la visión y la perspectiva de la revolución en América Latina, en la última década, con propuestas tendientes a vincular las luchas y transformaciones en curso con una estrategia que se asocie a ideas emparentadas con el socialismo (5).

 La Izquierda Nacional y “el último Ramos”

 En nuestro caso, la primera tarea es poner fin a un periodo signado por las defecciones y la crisis de la corriente, dentro de la cual su máximo exponente terminó por renegar de la doctrina marxista, abandonar el socialismo como identidad política y resolver junto a sus seguidores su afiliación al justicialismo, mientras secundaban a Menem en la misión de liquidar la Argentina creada bajo el liderazgo de Perón, aplaudían a Cavallo y su obra privatizadora y rompían, en consecuencia, con el mero nacionalismo, con argumentos que evidenciaban la degradación intelectual y el arribismo del grupo.

El valor de los aportes del “primer” Ramos, que vive en sus libros de historia y política, y el liderazgo que ejerció sobre el PSIN y el FIP durante muchos años, no pueden  llevar a la militancia marxista de la Izquierda Nacional a una conducta que omita la clarificación y condena de su capitulación final, sin riesgo de complicar su futuro político, que debe salvarse, para servir al país y a la clase trabajadora, cuya representación, como actora consecuente del movimiento nacional, es la razón de ser  del socialismo revolucionario, en la Argentina.

Tanto en el plano de la formulación de los problemas de la revolución latinoamericana como en la construcción de un partido destinado a servirla, la Izquierda Nacional logró en la Argentina desarrollos significativos, sobre los cuales debe encararse un examen pormenorizado, que permita dar cuenta de su expansión, durante un largo período, y su posterior crisis y declinación, que impone hacer un balance crítico, si se quiere rehacer una fuerza cuyos aportes teóricos y prácticos fueron una promesa a fines de los 60, en el ciclo signado por los rebeliones populares que culminaron en el Córdobazo y la tuvieron como protagonista en las primeras filas del alzamiento popular.

Vivimos, hoy, un novedoso ascenso de las fuerzas continentales que intentan coronar, en las condiciones del siglo XXI, los proyectos emancipatorios encarnados inicialmente por Bolivar y Monteagudo, levantando consignas que los marxistas nacionales tuvimos el mérito de sostener durante décadas, ante la incredulidad general. Y al mismo tiempo, lo que resulta extraño, las fuerzas que encarnaban esas teorías están divididas entre una facción que ha derivado hacia el nacionalismo burgués y usa como un oropel el capital intelectual legado por Ramos –legítimamente, su mayor obra ha merecido el elogio del Comandante Chávez– y el sector que sostiene en pie las banderas que dieron identidad y estructuraron a la corriente como partido socialista de la izquierda nacional, dispuesto a integrar con independencia crítica y organizativa el movimiento nacional de liberación y luchar, en su seno, para imponer en su dirección a la clase obrera, como el sector más firme y consecuente en la defensa de la patria y el interés general del pueblo argentino.

Ahora bien, si esta cuestión fuese un asunto importante sólo para aquéllos que persisten en sostener esa tradición intelectual, no tendría significación fuera de las capillas. Pero, no es ésta nuestra convicción. Creemos, por el contrario, que es relevante plantearlo, como tema significativo para el porvenir de las experiencias en curso. Estos procesos, de distinto modo y en diverso grado, exhiben debilidades y contradicciones que, si no lograran superarse a tiempo, obrarán negativamente en la lucha por la emancipación  de América Latina. Y, en tal sentido, no es vano hablar de la necesidad impostergable de rehacer y desarrollar fuerzas nutridas con el marxismo latinoamericano de la Izquierda Nacional, dispuestas a impulsar sin ningún reparo la profundización revolucionaria de las políticas nacionales, populares y democráticas que han despertado la esperanza de nuestros pueblos sumergidos; que tienen, además, el mérito de constituir un llamado de atención para los pueblos castigados de otros países, quienes buscan en nuestro sur un modelo contrario al orden  neoliberal que devasta el planeta. Esas políticas, dada la naturaleza de la transformación que requieren los países semicoloniales, tienen un carácter no socialista. Algo que implica llevar a cabo, en el mundo de la periferia, los procesos de acumulación efectuados por el viejo mundo y los EEUU en el curso de las revoluciones burguesas clásicas. Pese a lo cual, ya que vivimos en una era caracterizada, globalmente, por el agotamiento y la senilidad del sistema capitalista  y el cumplimiento de nuestros fines hace necesario que no se respete la propiedad imperialista en diversas áreas de nuestras economías, es preciso contar con expresiones políticas cuya filiación socialista las libere de propensiones a considerar que la propiedad es más importante que el bienestar de los pueblos y su valor importa más que la patria.

En el sentido antedicho, reiteramos, la Izquierda Nacional ha de dar por finalizada su crisis interna, dentro de la cual la desvirtuación operada por la mutación  de Ramos y su deriva menemista adquieren un peso imposible de soslayar.  Es necesario no escamotear el tema, de una buena vez.

Veamos un ejemplo, a nuestro juicio, claro: hace poco, una polémica entre viejos compañeros del ciclo ascendente de la Izquierda Nacional, pecaba por sacar el cuerpo a la jeringa. Uno de ellos decía que “Ramos y Perón nos enseñaron a levantar banderas nacionales, populares y latinoamericanas”. Su contendiente, en cambio, le cues-tionaba no hablar de “banderas socialistas”, “ignorando” que Ramos se diferenciaba de Perón por no ser, solamente, un líder nacionalista. Curiosamente, ambos omitían hablar de los virajes antes señalados. En ese sentido, parecían coincidir en la hipótesis de que Ramos “hay uno solo”, no dos. Sin embargo, la verdad es precisamente lo contrario, lo que nos lleva a pensar que “ambos tenían razón”, a su manera. Esa conclusión, tan paradójica, obedece, a nuestro entender, a que omitían hablar de la verdad fáctica: Ramos renegó, en su última etapa, de su adscripción al marxismo; en cierto momento del mismo periodo, dio un segundo paso, rompiendo además con el mero nacionalismo, para apoyar el gobierno  de Carlos Menem, aplaudir a Cavallo, lisa y llanamente, y resolver la incorporación de sus fieles al peronismo.

No hay pues un Ramos, sino al menos dos, el último de los cuales niega por completo lo que caracterizaba al primero, el marxista revolucionario, cuya obra y conducta nos llevó a reconocerlo como el más capaz de resumir y personificar los puntos de vista que habían elaborado los socialistas revolucionarios de la Izquierda Nacional. Ese primer Ramos, sea cual fuere el impacto emocional que produzca el suceso, había desaparecido de la política nacional, mucho antes de su final físico, en 1994 (6).

Aquéllos que elegimos sostener, hoy, las “viejas” ideas del socialismo revolucionario de la Izquierda Nacional no podemos dar la espalda a los hechos, por fieros que sean. Es lo nuestro dar cuenta de los fracasos y deserciones, enriquecer nuestros planteos a partir de la reflexión sobre la crisis global y el porvenir humano, con particular énfasis en el área  latinoamericana y las luchas actuales por la emancipación continental. En las tareas que nos exige la construcción de ese futuro debe estar la mirada, para nosotros, los marxistas revolucionarios de la Izquierda Nacional ¡que los que nada nuevo tienen que decir opten por mitificar su pasado militante, oculten la defección y el abandono de los principios! Por nuestra parte, al tiempo que rescatamos al “primer” Ramos, sepultamos sin honor a la porción ominosa del pasado común, para rehacer, con energía renovada, las fuerzas socialistas, patrióticas y revolucionarias dispuestas a sostener, en el contexto actual de la lucha por emancipar a la Patria Grande un programa nacional, popular y democrático, con la consecuencia y audacia propias de una formación que no considera a la propiedad burguesa más digna de atención que el interés general, y más importante que la patria misma (7).

 (*) Dicho blog fue eliminado por gmail, al bloquear la dirección virtual del titular del mismo, sin previo aviso.

 Notas:

1) Si bien es cierto que la burocratización de la URSS y su deriva stalinista fue juzgada por Trotsky, tempranamente, como una circunstancia que podía llevar a la restauración del capitalismo, las condiciones posteriores a la finalización de la Segunda Guerra, con la expansión del “socialismo” y el triunfo de diversos movimientos nacional-populares, en el mundo colonial y semicolonial llevaron a los militantes revolucionarios, sin negar en teoría aquellas profecías, a suponer que prevalecería, al fin, una variante considerada también por el genial autor de “La revolución traicionada”, que suponía posible que una “revolución política” lograra regenerar el poder soviético, desplazando a la burocracia y el régimen policial que aseguraba su dominio, reinstalando en el país de Octubre formas perdidas de democracia revolucionaria, que pusieran fin al anquilosamiento cultural y la funesta persecución del pensamiento crítico, que junto a la inepcia de la “planificación” al uso eran las peores taras del sistema. Se recomienda, con relación a la caída de la URSS, ver los aportes de Boris Kagarlitsky, marxista ruso encarcelado por la burocracia, en: “Los intelectuales y el estado soviético”, de la Ed. Prometeo y “La desintegración del monolito”, de Ed. Colihue.

2) Es inconsistente el planteo que pretende que la superación de la crisis económica de los países centrales se lograría aplicando, en su seno, las políticas impulsadas en algunos países de América Latina después del caos que sufrieron por acatar el Consenso de Washington, habida cuenta de sus notorios éxitos, que parecieran relacionar-se con el retorno a visiones centradas en la producción y redistribu-ción del ingreso y el relativo rechazo de las fórmulas que privilegian la especulación financiera. Los límites de la nota no permiten abordar con amplitud el problema, pero en términos generales cabe señalar que el mundo periférico es, justamente, un área que sufre, más que del capitalismo, de su insuficiente desarrollo y de las  distor-siones creadas por el capital extranjero y, dada esa situación, puede lograr aún ciertos grados de avance, sin superar el capitalismo. En el centro del sistema no ocurre lo mismo. Precisamente por eso tuvo lugar la hipertrofia financiera, un fenómeno derivado de una crisis de sobreproducción global y de caída general de la tasa de ganancia, que también explica la deslocalización industrial hacia las economías emergentes, todo lo cual no alcanza para resolver las contradicciones del sistema, que son insalvables.

3) Basta con recordar las alianzas del “socialismo” con los demócratas progresistas, la Alianza delaruista y las recientes manifestaciones de Binner respecto a optar a favor de Capriles en Venezuela y a no descartar, si “la salvación de la república” lo exigiera, el frente con Macri, para llegar a la conclusión de que la posibilidad de encontrar en el “viejo y glorioso” partido juanbejustista una visión asociada a la necesidad de transformar la Argentina en sentido progresivo es igual a cero.

4) Un caso particularmente patético es el que brindan algunos “trotskistas”, que en su desmesurado optimismo de secta fundamentalista creyeron ver, en los sucesos de la URSS, una “revolución antiburocrática”, antes de admitir la restauración del capitalismo y llamarse a silencio sobre los orígenes del contraste, para volver al hábito de preconizar levantamientos “urbi et orbi”, sin autocrítica ni pudor.

5) En realidad, con la excepción de las sectas ultraizquierdistas, que siguen fieles al hábito de repudiar las formaciones nacionales y populares latinoamericanas, so pretexto de “lucha antiburguesa”, la izquierda antes satelizada por la URSS (del mismo modo que cierta tropa que sigue las huellas del “último” Ramos) opta por transitar el camino de colocarse bajo la sombra de las experiencias populares que gobiernan hoy en latinoamérica, desde posturas oportunistas de seguidismo a sus direcciones nacional-burguesas, sin el menor interés por aportar al análisis de los procesos en curso y a su profundización revolucionaria, ya que cumplir esa tarea es incompatible con la práctica del arribismo y la renuncia completa a preservar los fueros del pensamiento crítico. Respecto al chavismo y sus alusiones a Marx y Lenin, me remito al análisis de Néstor Gorojovsky, en “Política” N° 6, “Hugo Chávez, la burguesía nacional y el partido bolchevique”.

6) Roberto Ferrero, intentando explicar la crisis sufrida por la Izquierda Nacional, habla en un escrito del “líder desertor”, evocando a Liniers. En la medida en que Liniers sorprende con su viraje, al parecer súbito, me parece más adecuado hacer un paralelo con la involución de Urquiza, y sus acuerdos postreros con Mitre y Sarmiento. El final menemista, en el caso de Ramos, está precedido por un largo periodo de destrucción de las fuerzas anteriormente creadas –a partir de políticas de las que se ha renegado, para reemplazarlas por una oscilación entre impulsos al oportunismo, conductas sectarias y oposición (caprichosa y aventurera) entre las banderas nacionales y las reivindicaciones democráticas, que lo llevan a flirtear, por ejemplo, con los “carapintadas”, en sus conspiraciones contra Alfonsín. Esta conducta tiene su correlato en la aplicación interna de un autoritarismo soberbio que consuma la liquidación de toda disidencia apelando al uso de “tribunales de disciplina” y la descalificación arbitraria de los “caídos en desgracia”. En dicho sentido, fue paradigmática la expulsión masiva de la militancia de Santa Fe y el litoral, bajo cargos de “oportunismo hacia el peronismo”, esgrimidos unos meses antes de la decisión ramista de disolver su partido e incorporarse al PJ. No cabe, a mi entender, que por “razones de estado” nos neguemos a calificar y poner en conocimiento del público estas malignidades, para cerrar un ciclo y disponernos a fortalecer los retoños sanos de un árbol dañado.

7) La defensa consecuente de las posiciones originales de la Izquierda Nacional, a partir del momento en que Ramos y sus seguidores las abandonan y transforman en un decorado del nacionalismo burgués (o peor, aún, del apoyo a Menem), fue asumida por los cuadros del PSIN y del FIP que se negaron a secundarlos en la liquidación del movimiento. Entre estos últimos, cabe mencionar especialmente al compañero Jorge Enea Spilimbergo.

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