Luis-Juez

BARRILETE SIN COLA

Publicada en el diario “Comercio y Justicia” el 04 de octubre de 2010

 En diversos ámbitos ha llamado la atención la postura adoptada por Luis Juez ante las medidas que anunció Cristina Kirchner en relación a Papel Prensa. Junto a otros indicios, como el apoyo tardío al uso de las reservas del BCRA para cancelar deuda externa, la actitud sugiere que el senador cordobés desea reconciliarse con Néstor Kirchner y, si atendemos al rumor, alienta la posibilidad de acordar con los K una estrategia compartida en las elecciones de 2011, que afiance sus chances de ganar en Córdoba y ofrezca a cambio su apoyo al candidato presidencial kirchnerista.

¿Es razonable hacer estas especulaciones? ¿No ha ido Juez demasia-do lejos en su ruptura con los K? ¿Un “retorno a la transversalidad” no lo sometería al riesgo de un desprestigio mayúsculo, que deterio-re sus chances en lugar de mejorarlas? Y, como no se trata sólo de Juez ¿qué cabe pensar de la presunta insinuación sobre la posibili-dad del pacto, formulada por Kirchner al senador cordobés, para explorar una alternativa quizás menos traumática y más “lógica” (si el discurso juecista se acomoda otra vez a las exigencias de una alianza) que el pacto contra natura con De la Sota y los suyos, que ratifican constantemente su credo neoliberal?

El actual senador debería aportar un giro en el discurso, claro está,  lo que implica un riesgo de cara al electorado. Pero no hace falta gran perspicacia para saber que la audacia y cierta inescrupulosidad son atributos que Juez posee. Por otra parte, su historia lo lleva a subestimar el juicio del pueblo llano o, lo que es igual, a olvidar la sentencia que afirma la imposibilidad de engañar a muchos por mucho tiempo. Es razonable suponer que, atendiendo al hecho de que su foja de antecedentes no le impidió ganar, con amplísima mayoría, las elecciones municipales del 2003 y dirigir una fuerza que peleó mano a mano las elecciones provinciales del 2007, el ex inten-dente carece de razones para pensar que los electores van a exigirle una prueba de coherencia si, como insinúan las encuestas, el kirch-nerismo recupera su capacidad de convocatoria y él ha logrado aco-modarse al viraje.

No es nuestro caso. Opinamos que, aun si ignorásemos el oportunis-mo electoral, la mutación discursiva constante que caracteriza a Juez excluye la hipótesis de una maduración seria y sugiere la ima-gen del barrilete sin cola, al que sería imprudente confiar el manejo del Estado Provincial.

Pretendemos neutralizar, en lo posible, nuestra subjetividad. Por tal motivo, vamos a repasar la historia reciente, para visualizar a Juez en el contexto que lo produjo e intentar un diagnóstico que, objetivamente, explique el sentido de sus conductas y la coyuntura actual, que lo ha situado, creemos, en un difícil trance de su carrera política.

 Emergencia del descontento e invención de un liderazgo

 Entre los “analistas”, para no hablar de los viejos partidos, nadie recuerda o desea recordar las elecciones de octubre de 2001, que expresaron, con baja concurrencia y mayoría de votos en blanco y anulados, una franca ruptura de las grandes masas con el sistema político. Era un anticipo. Sólo faltaba que se desatara la crisis para transformar en revuelta el descontento general, que emergió en las movilizaciones de diciembre, con el miserable fin del gobierno de De la Rua y el famoso grito “¡que se vayan todos!”.

En ese contexto, dos años más tarde, la crítica situación creada por la gestión de Kammerath en la capital de Córdoba, con la virtual desaparición del transporte de pasajeros y la recolección de la basura, el auge del remis trucho, el quebranto de la Municipalidad mientras pagaba contratos millonarios a asesores de imagen, desencadenaba un furor popular revocatorio, que contrastaba con la especulación de los partidos mayoritarios, preocupados exclusiva-mente en calcular qué conducta les convenía adoptar para ganar votos en las elecciones de octubre del 2003.

La aptitud de Juez para captar ese estado lo hizo intendente, con una abrumadora mayoría de votos y, lo que es aun más importante, lo transformó en el líder de una fuerza popular capaz de amenazar al bipartidismo cordobés tradicional, copado por el neoliberalismo y una corrupción terminal. Su arma fue una línea discursiva que denunciaba esa situación, una construcción plural y amplia y la disposición a suplir con militancia popular la abrumadora ventaja de sus adversarios políticos en relación al manejo de “aparatos electorales” y medios económicos. Todo el despliegue de esa parafernalia no fue suficiente para impedir que Unión por Córdoba y la UCR, completamente olvidados de la honrosa tradición del Brigadier San Martín y Amadeo Sabattini, quedaran enterrados bajo un aluvión de votos.

El vacío político, expresión de una ruptura de la “sociedad civil” con los partidos que hasta ayer eran populares, hacía previsible un final semejante. Nadie, en esas condiciones, pretendió cuestionar –desde una perspectiva nacional, democrática y progresista – el curioso proceso que había llevado a una figura menor del reinado delaso-tista, un menemista del montón que secundó a Schiaretti en la Inter-vención a Santiago del Estero, a interesarse súbitamente por la moralidad pública y perder el puesto en el combate contra la corrupción. Era, creemos, una esperable omisión.

Las sociedades, como la naturaleza, “aborrecen” el vacío. Poco interesaban, en las condiciones de entonces, averiguar las motiva-ciones que habían conducido a Juez desde su notoria participación entre los cuadros delasotistas hasta su sobreactuada militancia como Fiscal Anticorrupción comprometido con la transparencia; cualidad cuya ausencia en el partido gobernante nadie podía descubrir repentinamente, con inocencia virginal.

 La confluencia frustrada y el cambio de bando

 En el periodo posterior al ascenso del juecismo era “natural” su confluencia con el kirchnerismo y resultaría arbitrario adjudicar a Juez la responsabilidad exclusiva de que esa posibilidad no se verificara. No intentamos en modo alguno justificar su  viraje a partir del conflicto por la 125; momento desde el cual el ex intendente está en las filas del Grupo A y compite con Aguad en el campeonato de la insolencia de un conservadorismo destituyente (cuya torpeza logró contribuir a la revalorización de la Presidente y su esposo), aunque oscile entre una alianza con Lilita Carrió o la variante de “izquierda” de Pino Solanas y los socialistas de Binner. Pero ese viraje, que obedeció a un cálculo (oportunista: creyó que los sojeros ganaban la guerra, no una batalla) tiene como antecedente una ruptura ante-rior, datada en setiembre del 2007, cuando Juez condena la indife-rencia de los K ante el fraude delasotista, que, a su vez, daba un final lamentable a la célebre teoría “de las dos canastas”. Esa fórmula, con la cual los operadores de Néstor se ilusionaban con embolsar los votos de Schiaretti y Juez, con picardía criolla, ignoraba que en Córdoba se oponían modelos y que la astucia delasotista los dejaría “pegados” –no ante la mirada del ex intendente, sino ante la del pueblo de Córdoba–  a los oscuros manejos de su “ingeniería electo-ral”, con terribles efectos para la candidatura de Cristina.

Pero, es casi una obviedad recordarlo hoy, esa experiencia y la evolución posterior de la política de Juez, que al distanciarse del kirchnerismo abandonó el lugar que lo había identificado en la política provincial con lo nacional y progresista, lo ubicó en el campo de sus adversarios electorales, desdibujado (para elegir un derechista, son más confiables De la Sota y Aguad). Por todas esas razones, que Juez no ignora, repetimos, ¿puede esperarse un nuevo giro, motorizado –como siempre- por el olfato, sutil pero cortopla-cista, de un personaje que hizo su carrera a golpes de timón?

Es imposible determinarlo, por ahora: también depende de lo que Kirchner haga, a favor o en contra. Juez pretende despejar las dudas: aduce que su actitud, cuando respalda una medida del gobierno nacional, no lo sitúa fuera de la oposición, sino alejado de la derecha y, en la provincia, de Aguad y De la Sota (que recuperaron la condi-ción de blanco de sus ataques). Es difícil creerle, ya: la pastorcita de la fábula, al reiterarse en su conducta, logró alimentar la misma incredulidad. Pero, es bueno preguntarse: ¿aun si descartáramos el oportunismo, podríamos confiar en un candidato que carece de convicciones firmes, tan imprevisible como aquél del “Síganme, que no los voy a defraudar”, tan afín al género de De Angelis, Nito Artaza y otros ramplones varios, cuyo paso por la política refleja la crisis de la representación política y los extravíos circunstanciales del pueblo argentino?

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