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UNIVERSIDAD Y POLÍTICA NACIONAL

Publicada el 9 de diciembre de 2014 en aurelio-arga.blogspot.com (*) y, sin notas al pie, en Patria y Pueblo  N° 52 – Año 9 diciembre de 2014

En los medios universitarios de Córdoba y en el progresismo local, la renuncia de Carolina Scotto a su cargo de diputada nacional ha producido confusión y desaliento; tanto como el entusiasmo que acompañó a su postulación, que creo la ilusión de que el kirchnerismo local iba a tener un nuevo liderazgo y que la elección presidencial –la candidatura de la ex rectora fue decidida por Cristina, como es sabido–  promovía con la candidata a la intelectualidad y los claustros de la Casa de Trejo, cuya injerencia en la orientación del kirchnerismo cordobés habría de ser, ahora, destacada. Cabe decir, como un comentario marginal, que una visión tan poco realista de cómo funciona la política práctica sólo se comprende al advertir que dicho sector se considera “predestinado” a liderar la sociedad, por la alta opinión que tiene de sí mismo. A su juicio, que Cristina les encomendara la redención de su tropa en la provincia de Córdoba, era tan “esperable” como que Jehová pusiera  sus ojos en Moisés, para llevar a su pueblo más allá del Sinaí (1).

Es obvio que las ilusiones scottistas eran infundadas; pero, se asociaban a la creencia de que uno de los problemas más importantes, en Córdoba, es tener un líder. Desestimaban considerar otras falencias, de orientación táctica. Y, sobre todo, examinar un problema central: que toda la historia del kirchnerismo local es incomprensible sin evaluar la “línea” que definió sus acciones y, para ser más exactos, el modo verticalista de conducción que impuso su visión, desacertada, de lo que debía hacerse en nuestra provincia. Lo que hubiese llevado a reflexionar sobre las implicancias de que la candidatura de Scotto no surgiera de un cambio al respecto, que democratizara el modo de elegir líderes y guiar al movimiento. Nacía parida por la misma fragua, ese método verticalista de conducción usual, que acumuló derrotas. El círculo que respaldaba a la ex rectora, no obstante, en lugar de ver que un gran dedo era el elector (con todas las consecuencias que de allí derivan) eligió  creer que la élite académica habría de gozar de una “libertad de acción” que no se otorga al resto de los mortales, según dichas normas (impuestas por el mismo Perón al peronismo, hace más de 60 años). Un error de óptica, que evoca otros errores análogos, mucho más trágicos, de la década del 70.

Este error de visión, sufrido en carne propia (Carolina se abstuvo de aclarar la cuestión, quizá para evitar daños al movimiento), fue sin duda el motivo de fondo de una renuncia que dejó perplejo al mundo de los amigos de la ex diputada, cuya decisión asombra a los políticos de oficio, duchos en eludir el “que se vayan todos”, acomodarse a los vaivenes de la opinión del público, los guiños del poder, las encuestas de opinión y la presión de las fuerzas que pugnan en el país; ajenos, en fin, al “detalle” de preservar, junto a sus fueros, el derecho a no ser un “mano de yeso”; expertos, sí, en aplaudir a quién sea, si ha ganado elecciones y maneja el poder.

Si esta interpretación es la correcta, como entendemos, la renuncia de Carolina moralmente la honra, aunque asombre su incapacidad para entender, de antemano, reglas de juego que aprecian  más al “soldado” que al que gusta pensar con la cabeza propia; piden incondicionalidad, antes que iniciativa (cuando no se  asciende por representatividad propia, sino a partir del arbitrio del jefe, esto debe juzgarse como “obvio y natural”, dentro del sistema). El caso puntual debe ser juzgado, a nuestro entender, más allá del perfil de la ex rectora, caracterizando al mundo del cual proviene: la intelectualidad pequeño burguesa, habitualmente, si logra descartar una visión progresista con resabios de antiperonismo, se torna proclive a ignorar “los defectos” del nacionalismo burgués, y adornarlo con sus ilusiones, lejos de preservar el sentido crítico. Novata en el “populismo”, “no puede creer” que una figura que lo seduce por encarar con determinación la lucha patriótica –vale el ejemplo de Cristina contra los buitres– pueda al mismo tiempo asfixiar el debate dentro de su  fuerza y rodearse de “aplaudidores”, listos a defender con uñas y dientes un cargo y cerrar la boca, con extrema prudencia, cuando el rey se marea y muestra en pelotas.

¿HAY OTRO MODO DE BAÑARSE EN EL RÍO?

¿Era posible obrar de otro modo, para franquear los límites de la política universitaria e intervenir en la política, a secas? Creemos que sí, desde luego. Una corriente con representatividad sectorial –en este caso, un sector de la comunidad universitaria– puede plantearse ese objetivo y contribuir al fortalecimiento del campo popular de un modo autónomo, sin buscar una cooptación que le ate las manos y le exija incondicionalidad, si está dispuesta a construir desde abajo una corriente de opinión y una fuerza política que proyecte a los suyos (una comunidad parcial) en el plano general, propósito que, para efectivizarse, debe incluir al menos dos elementos, que la constituyan como representación nacional, popular y democrática de su comunidad específica, en lugar de buscar que el poder político le otorgue el rol de representarlo ante ella, invirtiendo los términos, como correa de trasmisión de la cúpula hacia las bases. Esos dos elementos son:

  1. la lucha por desarrollar en su ámbito de pertenencia (los claustros, en este caso) la conciencia de que las aspiraciones del sector no podrán encontrar una satisfacción perdurable disociados de la lucha general del pueblo argentino contra las minorías oligárquicas y el imperialismo mundial; las universidades de un país satelizado y saqueado serán sin excepción universidades coloniales, e imitarán exteriormente a las modernas universidades del mundo avanzado, sin incorporar aquello que les da sustancia. Por el contrario, ignorar la lucha por la independencia nacional y el desarrollo autocentrado, sin apostar a salvarse junto a las grandes mayorías del país, sólo puede traer, como fruto, universidades mediocres, alejadas de su misión, sólo ocupadas en producir profesionales de incierto destino, pobres en la tarea de investigación científica, esterilizadas por el academicismo y el cientificismo abstractos, culturalmente sometidas al rol de adoptar las modas estadounidenses y europeas, sin originalidad y sentido crítico, obedientes al canon “civilización y barbarie” que nos dejó como paradigma el dominio cultural mitrosarmientino (2);
  2. aportar a la colectividad, sin elitismos, superado el autismo y la soberbia necia que se ganó el repudio simbolizado en el grito “alpargatas, sí; libros, no” –el que condena vicios, ha de empezar por casa–, una conceptualización de las realidades y dilemas del mundo actual y, particularmente, de los temas que preocupan a los países de la patria latinoamericana, donde es notoria la imperiosa necesidad de una actualización doctrinaria capaz de orientarnos, en las rutas sinuosas del siglo XXI. Promover la confluencia con las fuerzas y sectores que necesitan democratizar (para reconstruirlo) el movimiento campo popular y empoderar a las masas en la toma de decisiones y la definición del proyecto de país que, dentro del marco común latinoamericano, debemos construir, con la noción de que es necesario y posible crear un movimiento nacional vasto e interiormente cohesionado, si el objetivo es sacudirnos el sometimiento semicolonial y construir las universidades que requiere esa empresa.

DEMOCRACIA POLITICA, REFORMISMO Y LIBERACIÓN NACIONAL

La perspectiva de proyectarse hacia la nación a partir de un diagnóstico de lo que ha caracterizado en las últimas décadas a nuestras universidades, creando los cuadros necesarios para impulsar una renovación de su quehacer y objetivos, apostando al despliegue de un Proyecto Nacional (¿no es la Universidad, acaso, uno de los ámbitos que deben debatir los contenidos de ese proyecto?), nos remite a la gesta reformista del 18, su vocación latinoamericana, su voluntad de unir a estudiantes y obreros, sus ansias libertarias y contenidos emancipatorios, que daban sustento a sus propuestas  formales. La Autonomía y el Cogobierno no eran fines, sino medios, para la generación que alzó  aquellas banderas. El “reformismo” liberal las hizo un fetiche…y una reposera, más adelante.

Precisamente, si algo caracterizó a “la Universidad de la democracia” posterior al 83, en perfecta consonancia con el alfonsinismo reinante, fue la ilusión de que era posible, sin liberación nacional, brindar a los universitarios un futuro digno de ser vivido.  O para ser más exactos, creer que ahora, con  Autonomía y  Cogobierno, llegaba el turno de gozar de una Reforma ya satisfecha, fuera cual fuese la suerte del país. La ilusión, como sabemos, tuvo el mismo fin que aquella creencia de que con la democracia “se cura, se educa y se come”. No obstante, ese reformismo de bajas calorías, característico del 83, estaba dispuesto a resignar “utopías” y darse por conforme con la “libertad” de administrar la pobreza y mediocridad de las casas de estudio –y a subsanar la falta de fondos, dictada por el poder económico dominante, admitiendo injerencias y recursos provenientes de los centros imperialistas– e ignorar, simultáneamente, la tragedia del país. En ese marco, es explicable que la única movilización de masas de todo el ciclo que culmina con la crisis del 2001, en marzo del mismo año, fuese motivada por el anuncio de López Murphy de una reducción presupuestaria, que afectaba la gratuidad de los estudios universitarios  e implicaba un “ajuste” mayor al habitual, para esa época. Ni siquiera el éxodo de científicos y técnicos y la proliferación del fenómeno, muy común, del “ingeniero-taximetrista”, sacó de su apatía a una comunidad resignada,  que designaba en los rectorados a figuras complacientes con el statu quo, sin chistar. Rebeldes había, es obvio, y deberá entenderse que estamos hablando de las tendencias prevalecientes, sin cometer el pecado de injuriar a los luchadores.

LA PERSPECTIVA ACTUAL

Si aquélla fue, esquemáticamente planteada, la realidad anterior al viraje nacional que inauguró la llegada de Néstor Kirchner al poder, podría decirse que la década iniciada en el 2003 no modificó la inclinación dominante de las últimas décadas de vida universitaria, del vivir centrada (y cerrada)  sobre sí misma o, como mucho, plegarse a la orientación que gobierna el Estado, tanto si se trata del neoliberalismo como de una gestión nacional y popular.

En parte, al menos, podría decirse que si esto ocurre es porque la Universidad, lo quiera o no, está determinada por los rasgos generales y las coyunturas del país. Pero, conviene subrayar que dicha pasividad, que caracterizó también los años de Illía, para tornarse en rebeldía ante el golpe militar de 1966, pareciera traducir una actitud mediocre de permanecer apática ante el desastre nacional a condición de que la dejen vegetar en paz. Las gestiones kirchneristas, no obstante, han sacudido esa atonía, hasta cierto punto, y al parecer vivimos un momento de transición, caracterizado por la reafirmación de reivindicaciones de gratuidad y democratización del ingreso, aliento a la extensión y búsqueda de asociación en proyectos públicos y emprendimientos de valor estratégico para el país y relativo “contagio” del clima latinoamericano, que genera ilusiones de insertar el quehacer de nuestras universidades en un proyecto –no explícito, sino insinuado vagamente– de desarrollo nacional.

Por inercia superestructural, no es extraño que pese a todo sobreviva el predominio, dentro del movimiento estudiantil, de Franja Morada, evidenciando el retraso de la conciencia colectiva, que le disputan, hoy, una variedad dispersa de tendencias nacionales, vinculadas, o no, a las diversas corrientes juveniles del kirchnerismo, como una prolongación estudiantil de las mismas. Como en otros campos de la realidad actual, aquí también la orientación con la cual se intenta construir una fuerza política y, particularmente, como se concibe y se practica la conducción política y la toma de decisiones en el campo popular está definiendo, desde el vamos, en manos de quién (jefatura burguesa o protagonismo popular) estará la conducción de las fuerzas populares y, para decirlo en los términos del realismo más crudo, el éxito o el fracaso en la lucha por construir el movimiento nacional posible y necesario (3), al que debemos confluir con las mayorías universitarias, atraídas por el despliegue de un proyecto de universidad ideológicamente asociada al destino del país y la unidad latinoameracana, moderna y centrada en las tareas de investigación que la empresa exige, democrática y popular; expresión actualizada del Reformismo de 1918 y la voluntad revolucionaria del pueblo profundo del 17 de Octubre de 1945, oportunamente reivindicado por los estudiantes del Cordobazo (4).

(*) El blog fue eliminado por gmail, al bloquear mi correo, sin aviso ni justificación.

Notas:

1) La atomización, el raquitismo y la carencia de éxitos del kirchnerismo en Córdoba, suele atribuirse a que “la provincia es derechista” o a “ineptitudes de su militancia”, para eximir de culpas al liderazgo nacional. En el primer caso, se desconoce que CFK obtuvo en 2011 un 35% de los votos, ganando los comicios presidenciales; en el segundo, asombra cómo los propios militantes se autodescalifican, de modo masoquista, para “salvar al padre”. Sin embargo, al examinar los hechos es evidente que el estado del kirchnerismo cordobés es el fruto esperable de grandes desaciertos: particularmente, de los pactos con De la Sota, el último de los cuales, en el 2011, lo hizo gobernador, al renunciar el kirchnerismo a la lucha electoral y abstenerse en los comicios provinciales el Frente para la Victoria.

2) Siguiendo a Jauretche, podría decirse que una cosa es Sarmiento y otra los sarmientinos, y que estos últimos son los propensos a imitar simiescamente las modas intelectuales que atraviesan el océano. Respondiendo al reclamo de que en la Universidad se lee a Foucault e ignora a Jauretche y Scalabrini Ortíz, un profesor universitario hablaba de “leer a todos, a Foucault y a Jauretche”. Ese planteo, sin embargo, es solamente un recurso polémico si se advierte que la Universidad ignora a Jauretche y reverencia a Foucault acríticamente, al parecer creyendo que si es francés y famoso “algo muy importante debe aportar”, aunque no les ayude a comprender los fenómenos de su propio barrio. En tal sentido, mal que nos pese, siguen en pie los “virreinatos del espíritu” que denunciaba con pasión la Reforma del 18, con sentido latinoamericanista.

3) Los límites ideológicos, programáticos y metodológicos de la “burguesía nacional”, que al definir su proyecto (crear un “capitalismo en serio” es el objetivo explícitamente definido por los mejores representantes de nuestra burguesía, cuya lucha respaldamos contra el bando oligárquico-imperialista) se confiesa incapacitada para golpear consecuentemente a la propiedad privada del capital extranjero y sus socios internos, cuyos abusos impide, sin desalojarlos definitivamente del poder económico. Para disponer de margen de maniobra, en ese juego de tome y daca, la “burguesía nacional” usa como herramienta el sistema de conducción conocido como verticalidad, impidiendo la democratización del movimiento de masas y sometiendo a sus bases a un rol limitado de apoyo pasivo/movilización sólo “a pedido”. Esto asfixia la iniciativa popular, debilita cuantitativa y cualitativamente el campo nacional, para “tranquilizar” al empresariado, pero en modo alguno es una necesidad o un hecho insalvable, desde el punto de vista de las grandes mayorías, que serán, luego, las que más sufren una contrarrevolución imperialista (1955, 1976, etc).

4) Los “estudiantes del Cordobazo”, a través de AUN (Agrupación Universitaria Nacional) y sus aliados, ganan en el Congreso de 1970 la conducción de la FUA y por primera vez la declaración política de la central de los estudiantes reivindica expresamente el 17 de Octubre de 1945, dando un sentido concreto a la muchas veces declamada en vano consigna de “unidad obrero-estudiantil”. Respecto a la relación entre el proceso de construcción de AUN y la tarea de conformar una “alianza plebeya” de las clases mayoritarias, una reflexión he anticipado en la nota “La Izquierda Nacional y AUN: acerca del tema de la construcción del partido”, que puede leerse en este mismo sitio.

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