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TRUMP Y LA UTOPIA DE UN “PATRIOTISMO” ANTIHISTÓRICO

trump HOY

Los pensadores nacionales, que ciertos “nacionales” suelen ignorar, repiten hasta el cansancio que los países centrales, mal llamados “serios”, nunca practicaron esas normas abstractas que nuestro tontaje cree sagradas y eternas, sino que actúan según sus intereses. Así, en el caso paradigmático de Gran Bretaña fue por interés defensora del librecambio, tras levantar su industria, pionera, con un duro proteccionismo. EEUU, que lo relevó en el dominio del mercado mundial, fue por décadas un gran campeón del “comercio libre”. Hasta que la deslocalización industrial generó el desquicio que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, para sostener un proteccionismo que dice a las claras “EEUU, primero”, le guste o no al resto del mundo. Ese resto incluye, según es sabido, una buena parte del país del norte. Algo que, sin contradecirnos, denota conflictos en el seno de sus elites.

 En las redes sociales, antes de que lo hiciera Guillermo Moreno, otros peronistas con menos fama  han descubierto en el actual huésped de la Casa Blanca una filiación “peronista”. El ex secretario de Comercio Interior ha llegado a decir: “si volvemos al gobierno” no será preciso, “confrontar con el mundo”. Ya embalado, el fogoso defensor del control de precios del gobierno kirchnerista, que apreciamos por su conducta durante la gestión, dice que a Donald “todavía le falta ser humanista y cristiano” (¿pensará en crear una unidad básica, desde el Salón Oval?).

Si entendemos las cosas de ese modo, Hitler también fue “peronista”, aunque no logró superar la  materia llamada “humanismo” (esta deducción ganaría el aplauso de aquéllos que vieron un Führer en Perón, pero a ella conduce la lógica formal). Estamos asombrados: un peronista duro, como Moreno, coincide, sin advertirlo, con la visión gorila de 1945. Desconoce una distinción que debe ser obvia, para cualquier nacional: el “patriotismo” de Trump, como el de Hitler y Mussolini, es un “patriotismo” de gran potencia.

Dicha categoría, no incorporada a la matriz ideológica que cree posible “un peronismo del primer mundo”, nos habilita (o no) para entender la realidad. Para señalar, por ejemplo –reivindicando al General– la ridiculez de hablar del “imperialismo” argentino, ante la política latinoamericana del primer Perón, según el dislate de ciertos patrioteros sudamericanos, atentos al peligro de que uno de los vecinos pudiera empeñarse en someter a los demás, pero ciegos frente a la presencia del imperialismo mundial, si éste se adornaba con un ropaje “democrático”. Prodigios propios de esa visión colonizada; el mundo al revés, cabeza abajo.

Desde fines del siglo XIX, el mundo soporta una contradicción fundamental, última razón de todos los antagonismos que hemos protagonizado. En uno de los polos de esa oposición están los países  que lograron el pleno desarrollo capitalista y, ceñidos por la estrechez de su mercado nacional, se pelean por el dominio del mercado global; en el otro, donde está la Argentina, países coloniales y semicoloniales, que sufren el saqueo y la opresión imperialista, de parte de los primeros. El primer grupo, liderado hoy por los EEUU, lo conforma una minoría de países “civilizados” que, al decir de Trotsky, les cierran el camino a los que quieren civilizarse, al sustraerles la savia que precisan para crear una economía avanzada. De lo cual surge la conclusión siguiente: el “nacionalismo” de un país imperialista es siempre reaccionario, agresivo, orientado a oprimir a los pueblos débiles y a luchar con sus competidores por el poder global, incluso con las armas, como fue el caso de las guerras mundiales. El nacionalismo, en la periferia, tiene el signo contrario: está dirigido a liberar al país del dominio extranjero, que lo somete y lo esquilma. Es curioso (merece una reflexión) que un peronista lo ignore. De allí su mareo, ante el caso Trump; confunde, como la seudoizquierda de 1945, el patriotismo y la lucha de un país oprimido con el “patriotismo” siempre agresivo de una  potencia imperial. El nacionalismo de  Perón, y tantas fuerzas del mundo oprimido, es progresivo, liberador, busca espontáneamente la alianza de otros pueblos, es democrático y popular, ajeno al racismo y al “patrioterismo” excluyente y demagógico, típico en los que quieren movilizar el dolor de los desesperados de “su” país contra los demás pueblos (los obreros blancos empobrecidos, contra los migrantes, también pobres, del mundo periférico), disipando el peligro de que unos y otros aprendan a direccionar su justificado rencor, contra la clase de los Trump que, como puede verse en la Bolsa de Nueva York, siempre gana fortunas con Obama o Trump, mientras el hombre del común apenas “elige” entre la silla eléctrica o el gas letal.

¿Alguna vez vimos a Perón o a Irigoyen incitar al racismo, en general y a echar del país inmigrantes latinoamericanos, en particular? No, eso es propio del “patriota” Trump. Y el cipayo Macri, ansioso por ocultar sus políticas antiobreras humillando a los bolivianos y expulsándolos del país.

 No ignoramos las “gradaciones del mal”, como el horror de los genocidios. Llamamos a distinguir, sólo, fenómenos que son esencialmente opuestos, en la época signada por el imperialismo global. Tampoco inventamos; usamos el legado del pensamiento revolucionario, que nos enseñó a ver la igualdad esencial entre los imperios “democráticos” y los imperios fascistas, en los días confusos de la segunda guerra. No es mejor ni peor el “patriota” Trump que el “patriota” Churchill,  aunque la equiparación subleve al súbdito sudamericano de la reina Isabel, que cierra los ojos frente a los crímenes perpetrados en el mundo colonial, si el criminal vive en Londres o París. La colonización cultural, en nuestro caso y el fetichismo “democrático”, en el primer mundo, puede encontrar en la política  norteamericana “razones” que justifiquen el apoyo a Clinton, ignorando sus carcajadas ante el linchamiento de Kadafi, el martirio de Siria, el belicismo sin fin del insólito Premio Nobel de la Paz y el riesgo de proseguir ese derrotero…

¿Hace falta ser un socialista revolucionario de la Izquierda Nacional para entender el antagonismo entre los países centrales, imperialistas y la periferia colonial y semicolonial? ¿Hace falta, para ver en el peronismo el nacionalismo de un país que aún no logró su independencia real y batalló para lograrlo con el General Perón, y el “nacionalismo” norteamericano, en cualquier variante? ¿No es suficiente con ser peronista? ¿Puede creerse que Trump es “nacional” y Obama gobernó contra los EEUU? Sería insensata esta proposición, pero está implícita en el elogio de Trump. Moreno, según dijimos, opina que con Trump podríamos gobernar “sin confrontar con el mundo”¿Imagina que es  un aliado? Es injusto y descabellado especular con el “eje” que sumaría a Trump, Putin y Francisco (Washington-Moscú-Roma). Es claro que Moreno admira al Papa, no pretende mezclar la Biblia y el calefón, pero…

Las primeras acciones del presidente Trump

Nuestra opinión sobre el presidente de los EEUU se confirma en sus actos: (1) por su agresividad hacia Méjico; humilla a su pueblo y amenaza con lesionar impunemente su producción, arrojando al ex “socio” como un limón exprimido; (2) satisfacer a los críticos del ObamaCare, los buitres de la salud, partidarios obvios del “libre mercado” y la indiferencia estatal; (3) el cierre selectivo de las fronteras del país, contra todos los migrantes del mundo periférico; (4) eliminar el castellano en el sitio web de la Casa Blanca; (5) desafiar a China, sin prevenir el riesgo del enfrentamiento nuclear; (6) prometer rebajas de impuestos al stablishment, provocando el jolgorio de Wall Street. Y sólo se trata de las primeras muestras.

Ante el racismo descarado de su campaña, en general y particularmente en lo que afecta a Méjico, los argentinos debemos repudiarlo con energía, sin olvidar que Macri comparte con Trump el odio y la discriminación contra los indios y criollos. Nótese que Perón hizo lo contrario, como patriota latinoamericano. Sólo después de condenar a Trump –que agita demagógicamente los prejuicios racistas del “blanco pobre”, transformado en paria por el capital yanqui que mudó la industria por  reducir el salario– y las acciones que ratifican las peores promesas que hizo en su campaña, sin omitir que busca transferir a la periferia la crisis terminal del capitalismo senil, sólo después de sentar esa posición, decimos, es lícito hablar, sin ser carroñeros, sobre el “favor” que Trump nos podría hacer, si la tragedia de Méjico impone a su elite un viraje latinoamericanista de orientación política, que lo devuelva al redil de la Patria Grande.

El huevo de la serpiente

La emergencia de Trump, es claro, refleja (y quizás alimente) un conflicto interior al stablishment norteamericano. Puede suponerse, por experiencias anteriores, que esa situación facilite las cosas a la lucha popular en América Latina. Aunque así fuera, no es un motivo para morigerar el rechazo y la repugnancia que nos provoca. Por otra parte, es saludable asumir que el retroceso sufrido, con particular énfasis en Argentina y Brasil, obedece más a los límites y extravíos de nuestros propios liderazgos que al poder de agresión de la potencia estadounidense. Eludir el examen, autocrítico, en base a la ilusión de que Trump y las desdichas de EEUU y la Unión Europea vengan en nuestro auxilio, sólo puede servir para adormecer a la militancia y estimular la búsqueda de “soluciones” mágicas.

Trump agravará los sufrimientos latinoamericanos. Millones de compatriotas de la Patria Grande verán afectada su vida diaria. No se trata sólo de Méjico. Argentina, con su escaso comercio con EEUU, no será especialmente dañada. Pero ningún beneficio esperamos de una gestión que ha congelado el ingreso de los limones tucumanos, limitará las visas y, ante todo, afectará a los países que más peso tienen en el intercambio comercial. En otros países, los centroamericanos en primer lugar, donde numerosas familias subsisten con el auxilio de los giros de un familiar que trabaja en yankilandia, las trabas en gestación llevarán la tragedia. Ésa es la verdad cruda, hoy.

Ahora bien, si se espera que esas desgracias vengan en nuestro auxilio, cabe decir que esa ilusión no suele parir los frutos que se esperan. Es verdad que contamos, ahora, con la colaboración de Macri, que garantiza desdichas, aquí; con los padecimientos y la vergüenza que causa al Brasil el infausto Temer. Trump, junto a Macri y Temer, pueden imprimir un curso acelerado a la formación política de nuestros pueblos, es verdad. No sería bueno brindar a cuenta por esas expectativas, sin embargo. El dolor enseña, suele creerse. Pero el dolor se vive también como castigo… y enseña en el caso de que pueda encausarlo una reflexión.

El presidente norteamericano es, en realidad, una suerte de condensación de los peores rasgos del país del norte. Es xenófobo, racista, misógino y brutal, soberbio e inculto. Pero condenarlo sólo para “rescatar” a Obama o a Clinton, en el extremo contrario, algo que vemos ahora en la Argentina, nos recuerda la tara del fetichismo “democrático”, que hizo estragos en la década del 40. Eso es así, pero el campo nacional no puede caer el error simétrico. Si cabe hablar de un Trump “imprevisible”, más vale asociar ese adjetivo con las  razones que nos impiden saber cómo actuará un león asediado, que procura desandar, medio aturdido, el camino que amenazó su reinado en la selva. Es peligroso. Si se acercara a Putin, lo que ponemos en duda, será por atender al principal enemigo, China. Puede ser acertada esta corrección táctica, según el interés norteamericano. Pero sólo los suecos dan un premio Nobel, por algo así. Obama, que lo recibió, parecía dispersarse al lidiar con Rusia y sostener la guerra en demasiados frentes, sin resultado tangible. Estas opciones son un problema para ellos, que debaten cómo sacarnos el jugo. Uno educado y sutil, otro torpe y frontal, apenas distinguen los rasgos externos al magnate rubio y negro mesurado, si los miramos desde aquí.

En otro sentido, más difícil para el examen, pero no por ello menos notorio, Trump refleja, como otras “sorpresas” del mundo central, la crisis sistémica del capitalismo senil. Esta afirmación puede parecer una “frase de barricada”, inconsistente después de la desintegración de la URSS y el viraje chino de las últimas décadas, que se evalúa generalmente como restauración del capitalismo. Es obvio que esta nota no puede examinar esos temas apasionantes. Pero sí decir, sumariamente, que la caída inexorable de la tasa de ganancia es la ley que preside la deslocalización industrial hacia la periferia del sistema, con el gigante asiático como principal receptor de capital productivo. En esas condiciones, sea cual fuere la naturaleza del sistema social que corone la transformación del país de Mao, que fue una semicolonia del imperialismo mundial y amenaza con ingresar al club selecto de los países  avanzados, sus desarrollos generan una crisis de sobreproducción, a escala global, con grados diversos de vaciamiento industrial de los viejos centros, que pueden sufrir una parálisis creciente, sólo limitada por su predominio en el manejo de la especulación financiera y de ciertas áreas tecnológicas de punta, donde sus ventajas actuales son quizás efímeras. Aun cuando se trata de procesos que se sostienen, ante todo, con recursos propios, el papel cumplido, en los avances del Asia (China, India, Corea) por los EEUU –empeñados otrora en acorralar a la URSS– y  el capital imperialista, que busca eludir la crisis del sistema con las célebres deslocalizaciones, ha herido, a la larga, y entre otros, a los centros productivos norteamericanos.  Y no es todo: dadas las dificultades que acarrea la sustitución de trabajo humano por sistemas automatizados, puede preverse que el  ingreso de China, en actor gigante, al grupo exclusivo de las economías avanzadas nos aproximará, sin duda, a los límites del sistema social vigente, aun en el caso de que la elite que sucedió a Mao Tse-tung quisiera perpetuar la propiedad privada. Todo lo cual, a más de un siglo y medio del Manifiesto Comunista, evoca la imagen del aprendiz de brujo, liberando fuerzas que no controla y pueden llevarlo vaya a saberse adónde.

En ese marco, el “imprevisible” Trump quiere hallar un atajo para marchar hacia atrás y “rehacer la grandeza” norteamericana perdida. De allí el riesgo que representa su gobierno, empeñado en plasmar esa utopía reaccionaria. Con mirada crítica, deberíamos advertir que el magnate lidera, en el país del norte, una tentativa tan antihistórica como la que encarna Macri.

Córdoba, 03 de febrero de 2017