LA GESTA LATINOAMERICANA EN SU MÚSICA

Las gestas latinoamericanas han dejado testimonios, en la música de los pueblos. He querido reunir aquí algunos ejemplos, entre muchos que me conmueven por su belleza y significación particular. Son el fruto, en más de un caso, de creaciones populares que toman como base la música de canciones muchos más antiguas, a las cuales se les incorpora una letra nueva, lo que asegura su perpetuación, al renovar los motivos. Yo las he disfrutado, y quiero compartirlas: me conmueven y las frecuento, como un modo de visitar el escenario de luchas que, anticipando las nuestras, buscaron un destino común latinoamericano. Hoy, recordarlas, aporta a la tarea de ganar esa “autonomía espiritual” que anhelaba la Reforma Universitaria del 18.
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La Cucaracha, por Inti Illimani. El general Victoriano Huerta, aborrecido por los revolucionarios, parecía una cucaracha cuando vestía un frac y era incapaz de privarse del coñac y la marihuana, sus dos adicciones, más la guerra, y la traición; títulos suficientes, para ser el protagonista del odio y el desprecio de los soldados campesinos. La música de la canción provenía a su vez del folclore español, donde tuvo muchas letras, una de las cuales alude a las guerras entre la España medieval y los moros.

El autor del tema es Patricio Mans y la versión de Aquelarre es a mi juicio de una particular belleza. Manuel Xavier Rodríguez y Erdoíza es una figura legendaria de las luchas por la Independencia, en las que actuó junto a O’Higgins y San Martín, en una compleja relación con ambos. Lo reivindican también los versos de Neruda, en “Canto General”.

 

El Cielo de los Tupamaros, de Osiris Rodriguez Castillos, estuvo en la nómina de canciones prohibidas, en Argentina y Uruguay, pero el autor la compuso antes de que se fundara el grupo Tupamaros, y la letra se refiere al movimiento de 1811 y el Grito de Asencio, es decir, a la lucha contra los godos. El nombre “tupamaros” servía a los realistas de Uruguay para descalificar a los patriotas y remitía a la sublevación de Tupac Amaru. De allí lo tomaron los guerrilleros del 70. 

 

La defensa de Paysandú, heroico episodio de la guerra sostenida por el partido blanco uruguayo (aliado al federalismo democrático argentino) contra la facción de los colorados (apoyados por Mitre y el Brasil) inspira la canción del maestro y folclorista Rubén Lena, popularizada por Los Olimareños. 

 

El Cielito Federal, en la criollísima versión de Don Atilio Reynoso, es, como lo saben muchos argentinos cultos (salvo los “finos” del Je suis Charlie Hebdo a Buenos Aires), llora la muerte del General Dorrego, y condena el crimen cometido por Lavalle y los unitarios porteños. Es una pieza del folclore tradicional, que acompaña como un latido al narrador del Romance por la muerte de Juan Lavalle, de Sábato y Falú .

 

Hasta Siempre. Sobran las palabras; bella versión de Oscar Chávez, con el Ché en vivo. Quizás la canción épica más cantada y sentida por los latinoamericanos de nuestra generación.

La revolución de Aparicio Saravia, en 1904, sacude al Uruguay. Es una rara epopeya, magistralmente contada por Manuel Gálvez, en su biografía del caudillo. La canción lamenta su desaparición y llora por la orfandad del pueblo oriental.

 

Carlos Fonseca, maestro y guerrillero de la Revolución Sandinista, enseña a sus alumnos “a matar, a leer y a escribir”, según la imagen de Luis Enrique Mejía Godoy, sutil cantautor de la patria de Darío. 

 

Martín Castro, el más conocido y quizás el máximo exponente de los payadores anarquistas, canta su “Guitarra Roja”. En el video pueden verse celebres figuras del anarquismo local y extranjero.

 

Con música de Carlos Guastavino, y letra de Guiche Aizemberg. Esta evocación del trágico fin del caudillo entrerriano Pancho Ramírez es interpretada por Eduardo Falú.

 

Era difícil que un cantor popular pudiera sustraerse a un tema social de la significación del que aborda este tango. El “Santa Cruz” tenía la amarga tarea de trasladar a la prisión de Ushuaia a los anarquistas, y otros presos políticos de la época.

 

Una de “Siete Leguas”, por el dueto Los Dorados de Villa.

 

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