Publicado en la revista “POLITICA” Año 9 N° 14 – Junio de 2014
En la década del 60, sin entender su originalidad y carácter irrepetible, aparecieron entre nosotros, a todo lo largo de la América Latina, los admiradores ciegos de la Revolución Cubana, buscando en nuestros cerros una Sierra Maestra, desde la cual lanzar la fórmula planteada por Ernesto Guevara de instalar un “foco” rural (¡o urbano!) y expandir, desde allí, la “zona liberada”, hasta la victoria final. Esa receta, como es sabido, terminó con la inmolación de su propio autor, en Bolivia, cuya voluntad combatiente, digna de imitar y del eterno reconocimiento, no debería silenciar la crítica de su teoría, que simplificaba hasta el absurdo los complejos problemas de la lucha revolucionaria (1). El mayor defecto de todo el planteo era la subestimación (en algún caso, la absoluta desconsideración) del problema de comprender las condiciones concretas en las cuales se debía desarrollar la acción (2), que, tal como ocurre en los tratamientos médicos (la profesión del Che) no era la misma en un país medianamente industrializado y con predominio sociopolítico de la ciudad moderna, como la Argentina y, para poner un caso claramente opuesto, otro en el cual, como Colombia, las poblaciones rurales tienen una cuantía y una gravitación en el contexto mayor, aunque no supriman, de ninguna manera, la importancia de conquistar las masas urbanas, cuya concentración incluso impulsa a creer que el centro de gravedad de la política revolucionaria son las ciudades, también allí.
En nuestros días, medio siglo después, aunque nadie sugiere su trasplante mecánico a la situación puntual de cada uno de nuestros países, un fenómeno similar de identificación imitativa se manifiesta en relación a la revolución bolivariana y la figura de Chávez, sin que podamos, en su caso, responsabilizarlo de haber sugerido el trasplante de un modelo salvífico universalmente válido, sembrado el error, como ocurrió con aquello del foco y la guerrilla. En el actual caso, si hacemos a un lado la aptitud especial del Comandante desaparecido para seducir al público y particularmente a la juven-tud, la búsqueda de los motivos que explican la moda de imitar a Venezuela nos conduce, a mi entender, al análisis de las fantasías que alimentan la formulación de lo que se ha dado en llamar “el socialismo del siglo XXI” (3), promesa más afín al vuelo y el gusto de la intelectualidad universitaria que el “vulgar” “populismo”, demasia-do prosaico para ese público.
No es lo nuestro defender la mediocridad o los proyectos “sensatos”. Pero sí plantear la necesidad de discriminar con toda crudeza los contenidos reales de cada proyecto y cada desarrollo real en curso, para no comprar ni vender ilusiones, en el mal sentido de dicha palabra. Con el riesgo, mayor, de abandonar las pautas del marxismo revolucionario, como guía para la acción y sustituirlo por las brumas del utopismo inconsistente que ha pregonado el autor del planteo, el alemán Dieterich, un “turista revolucionario” que nos recuerda a un género tan antiguo como la aventura, empeñado en medrar y buscar calor –en sus pagos no saben prender ni una hornalla– en el fogón del gobierno de los pueblos que luchan por cambiar el mundo.
Para un amplio espectro de utopistas quebrados por el derrumbe trágico del “socialismo real” y, particularmente, para una juventud ansiosa por encontrar una perspectiva amplia de transformación social que prometa algo más que un “capitalismo serio”, la propuesta de relanzar la construcción del socialismo –enunciada con premeditación como algo que supera los vicios observables en la versión fracasada– no puede menos que despertar esa ilusión que acompaña a las grandes empresas humanas, como una razón para justificar el esfuerzo y el sacrificio personal que impone el compromiso con cualquier empeño de interés colectivo, sobre todo en el caso de aquellos cuyos frutos no podrán apreciarse en los estrechos límites de una trayectoria personal. No obstante, esa aptitud para nutrir una mística, no debería impedir, si somos responsables, una reflexión seria con relación a la consistencia del planteo en cuestión, ya que no se trata de prorrogar, arteramente, la hora del desencanto y el encuentro con la verdad. Una verdad, hay que decirlo en voz alta, que no pone en duda los méritos enormes de la revolución bolivariana y las ideas y la voluntad de Chávez y sus compañeros, pero busca apreciarlos sin distorsionar su obra y su significado y alcances.
La Venezuela chavista lucha, principalmente, como lo han señalado sus propios jefes, por superar la condena de la monoproducción petrolera, buscando canalizar los ingresos del sector –tradicional-mente sostenían a una minoría social parasitaria y antinacional de cierta amplitud, engreída por su frecuentación a Miami y Disneylan-dia, con una ética de consumo suntuario despilfarrador– hacia nuevas metas de diversificación productiva y desarrollo social, en términos que emparentan al proceso bolivariano con lo que llevó a cabo, en la Argentina, el peronismo clásico del primer periodo, donde el rol del Estado, ocupando el sitio de una burguesía nacional con sentido estratégico (4), tiene a su cargo la tarea ciclópea de modernizar el país y extender al conjunto de las ramas de la economía los avances de la modernidad, que se circunscriben, en un país monoproductor, al área de la producción que el imperialismo mundial les ha reservado dentro del esquema de la división internacional del trabajo (5). No pretendemos negar, con esta caracterización, la peculiaridad del chavismo, ni lo que podría nombrarse como una filiación ideológica audaz y progresiva, que lo distingue claramente del primer peronismo, impregnando por las ideas del nacionalismo católico de raíz oligárquica, que pretendía contrarrestar, en su seno, la fuerte presencia del proletariado industrial; este sector, una clase obrera fuerte y politizada es algo que no existe, como factor de poder, con un potencial reclamo eficaz de transformación socialista, en el caso de la patria de Bolívar y Chávez. Y, como se ha señalado, ya, la reivindicación de Marx y de Lenin, por parte del Comandante, tiende a plantear la necesidad de superar una visión burguesa del problema nacional, dando a las tareas de la liberación definitiva y la unidad latinoamericana prioridad sobre los fueros, “sagrados”, de la propiedad privada (6).
Dos asuntos más, en los límites de esta nota, merecen apuntarse, para marcar diferencias entre el Comandante Chávez y cierto “chavismo” no venezolano. En primer término, la claridad del primero para distinguir quién es “el enemigo principal”. En la Argentina, es sabido, abundan los “admiradores de Venezuela y el ALBA” que se las arreglan para reivindicar a Chávez, Evo y Correa, mientras atacan simultáneamente a los gobiernos que surgieron después de la crisis del 2001, con la irrupción del kirchnerismo, actitud a la que se añade que miran hacia otro lado cuando un líder bolivariano dice inspirarse en el General Perón. Y, ya que aparece, con esta mención, la presencia militar en nuestras luchas populares, hay que decir que estos “chavistas” omiten ver al Ejército venezola-no como actor decisivo en la Venezuela revolucionaria. Silenciando un hecho que, sin embargo, explica por qué en 1995, frente a la primera visita de Chávez a la Argentina, dichos “chavistas” veían en él un “milico golpista” y juzgaban su levantamiento contra la pútrida partidocracia venezolana como una versión en clave caribeña del alzamiento carapintada contra el presidente Alfonsín.
Notas:
(1) En 1962, para responder a las tesis de Ernesto Guevara desde el punto de vista del marxismo revolucionario, aparece en la revista “Izquierda Nacional” una nota de Jorge A. Ramos: “Los peligros del empirismo en la revolución latinoamericana”. Ese trabajo fue reeditado en la revista POLÍTICA Nº 2, en diciembre de 2006.
(2) Un ejemplo extremo, en ese sentido, puede encontrarse en la entrevista que la revista LA INTEMPERIE le hace a uno de los participantes del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), que a mediados de la década de los 60 lleva adelante un aventura disparatada, en la provincia de Salta. El texto forma parte del libro “No matar”, que recoge la polémica entre varios autores y Oscar del Barco, desatada por los comentarios de este autor sobre “la violencia revolucionaria”. El reporteado había sido Héctor Jouvé y confieso que me llamó poderosamente la atención el hecho de que 50 años después este ex-guerrillero no mostrara el menor indicio de preocuparse por comprender los patrones elementales que deben regir la lucha revolucionaria, exhibiendo un primitivismo intelectual atroz.
(3) El autor de la fórmula del “socialismo del siglo XXI” es Heinz Dieterich Steffan. En este momento, el texto completo donde desarrolla su planteo puede leerse en google. El intelectual fue amigo y asesor de Chávez, que hizo suyo el término y le dio difusión. No conocemos un replanteo crítico del asunto, por parte de los venezolanos, tras la ruptura de Dieterich con el líder bolivariano. En términos de propuesta de construcción social, la de Dieterich es similar, aunque él lo niegue, a las ideaciones de lo que Marx y Engels llamaron el socialismo utópico, en referencia a las propuestas de Saint Simón, Owen y Fourier, que consideraban que la comprensión por parte de los hombres de lo que debía ser la sociedad nueva era suficiente para impulsarlos a construirla. El intelectual alemán reitera, además, una posición según la cual el sujeto de cambio se construye idealmente, fuera del escenario de la lucha de clases.
(4) Obviamente, ya que carecemos de una burguesía semejante. La frase “el Estado es la única burguesía estratégicamente nacional”, en la Argentina, fue empleada en “Análisis de Coyuntura” N° 1, un texto de la Juventud Sindical.
(5) Por una parte, más del 90% de los ingresos por exportación de Venezuela provienen de la explotación petrolera; por otra, en el resto de la economía se trata de remontar una situación de atraso generalizado, con bajísima productividad del trabajo. En alimentos, y no por carecer de superficie aptas para el cultivo, la dependencia de las importaciones es dramática para el país.
(6) Para la comprensión del vínculo entre las frecuentes menciones al marxismo y a los bolcheviques, por parte de Chávez y sus compa-ñeros, se recomienda la lectura del texto “Hugo Chávez, la burgue-sía nacional y el partido bolchevique”, de Néstor Gorojovsky, que se publica en la revista POLÍTICA n° 6, de abril de 2008.