Se publicó en el diario “Comercio y Justicia” el 8 de marzo de 2012.
Al hablar del conflicto con YPF el vicepresidente ha declarado, dando cuenta de su visión general del tema: “el problema no es si YPF es privada o no”, sino “si tiene sentido nacional”. Si los gobiernos kirchneristas no hubieran defendido el interés nacional y Amado Boudou no integrara un equipo que ha denunciado a la petrolera y amenaza con imponerle “el peso de la ley”, podríamos dedicarnos a tomarle el pelo y decir que nos hace recordar a Pugliese, el ministro de economía que “les habló con el corazón” a los formadores de precios y se sorprendió de que los pulpos “le contestaran con el bolsillo” y desataran la hiperinflación. Pero no, hoy tenemos un gobierno distinto, que carece de las inconsistencias que caracterizaban al de Alfonsín y lo llevaron a traicionar sus promesas electorales. Está firme una política de reindustrialización y se apuesta a un destino común latinoamericano. En ese marco, creemos que se trata de buscar una explicación –sin justificar a nadie– de la debilidad conceptual que se hace patente en la cúpula k cada vez que aborda el tema del rol asignado en la economía a las empresas privadas y cómo debe responder el Estado, cuando se torna notorio que el interés general no tiene un lugar en la lógica del capital, en general; con mayor razón si hablamos del capital internacional. Naturalmente, compartimos el juicio del General Perón (“mejor que decir es hacer”) y está para nosotros en primer plano la voluntad del gobierno de sancionar el incumplimiento del grupo Repsol.
Con la salvedad expuesta, la frase de Boudou da para el asombro: ¿cómo pedir que una petrolera española opere en la Argentina “con sentido nacional”? Ya en el siglo XVIII era sabido: el capital actúa por puro egoísmo. Luego, (es irracional “dejarlo de lado”), sería ilusorio hacer el planteo… hasta en España. En Europa, todos los días lo vemos en las diarios, estos pulpos flagelan a toda la población con implacables ajustes, para maximizar sus ganancias. Si los políticos dudan, ellos no trepidan en pisotear la democracia e imponer la sobrevida de un capitalismo senil. Sólo el Estado, si el gobierno responde al interés de los electores, frena el saqueo que los técnicos llaman “restablecer la competitividad”, para que no se confundan “los negocios honestos” con un asalto vulgar a mano armada.
Si es así, el gobierno nacional tiene dos opciones: o “duerme con el enemigo”, y lo vigila sin tregua, sabiendo que su presión logrará sólo algunas concesiones y promesas, que se incumplirán cuando el cuchillo se aleje de la panza; o se hace cargo del sentido antinacional de la privatización menemista y recupera para el Estado la exploración, explotación, refinamiento y distribución del petróleo; un elemento clave para la producción nacional, que debe proveerse a precios basados en el costo argentino, sin complacer las maniobras de la especulación bursátil y del negocio global de las corporaciones del rubro. Esta alternativa, la única seria, requiere volver a la empresa pública, mejorándola con un acuerdo de los países del cono sur que impulse la creación, propuesta por Venezuela, de una petrolera estatal latinoamericana.
Ahora bien, volviendo al problema de las formulaciones doctrinarias, cabe decir que no es la primera vez que el kirchnerismo muestra “debilidades” en la teoría, en estas mismas cuestiones. Más de una vez Néstor y Cristina plantearon que la Argentina, que en tiempos de Perón había requerido del “estado empresario”, no lo precisaba ahora, ya que existe hoy una “burguesía nacional”. Y en más de una ocasión, quizás para salvar la discordancia notoria entre esa teoría y la vida real, hemos visto nombrar a empresas extranjeras (el caso de Techint es el más notorio, pero no el único) como si fuesen parte de nuestro empresariado, o no tuviera importancia su condición extranjera y alcance global. En concordancia con estas imprecisiones de concepto, Cristina elogia a un “capitalismo normal”, un pariente desarrollista del capitalismo nacional que impulsaba Perón (para no hablar de la “tercera posición”, que se delimitaba del capitalismo, a secas).
Es claro que la Presidente opuso ese “capitalismo normal” (estructurado a partir de la producción de bienes) al capitalismo gobernado por la especulación y las finanzas. En tal sentido, reconoceremos “que hasta en el mal hay gradaciones”. Sin engañarnos, no obstante: la criatura que ataca a todos los pueblos, hoy, es el desarrollo y la etapa senil de una versión anterior que creció con la sangre de cinco siglos y maduró aplastando culturas y pueblos. Sin embargo, la brevedad nos obliga a señalar solamente que la oposición de modelos que la Presidente señala alude, mal o bien, a los dilemas propios de los países centrales, en tanto los nuestros se expresan en la pugna, para nada novedosa, entre la Argentina tullida por el capital imperialista y el parasitismo agrario y otro país que precisa usar sus recursos para alcanzar el desarrollo que aquellos países lograron en el transcurso de los últimos siglos.
El drama argentino de las últimas décadas puede resumirse así: el capitalismo nacional que el primer peronismo intentó crear fue aniquilado por los gobiernos posteriores a 1955 y – como decía Lenin– peor que el capitalismo es la falta de capitalismo, la ausencia de producción y del trabajo asalariado. En nuestro caso específico, la destrucción premeditada del aparato productivo generada por el Proceso y sus herederos “democráticos”. Tras el final catastrófico del 2001 más de un obrero soñaba con volver a ser un explotado, contar con un salario, estar adentro de “la sociedad inclusiva”, tan elogiada después de la hambruna.
Más que el imperio de un “capitalismo normal” (en Argentina, “lo normal” es la condición dependiente y el dominio oligárquico) lo que vemos en el país es el retorno a una política nacional, cuyos dirigentes exhiben cierta debilidad en la doctrina, pero tienen el mérito de haber utilizado una suma de circunstancias para impulsar la producción y el mercado interno, pese a la presencia –se trata claramente de un peso muerto– del capital extranjero, cuyas maniobras de toda índole sustraen al desarrollo una enorme cuota de las riquezas producidas, que se van del país como “ganancias lícitas” o se sustraen delincuencialmente por la evasión impositiva, la adulteración de los precios del intercambio comercial con otros países y la burla a los controles del Estado nacional.
Si una visión correcta de la lógica del capital –más perversa que nunca, dado el predominio global de la especulación financiera– no tuviera influencia al diseñar una perspectiva y tomar decisiones, esta reflexión sería ociosa, ya que la teoría es gris y lo que verdaderamente importa es transformar el mundo real. Pero, un buen tirador tiene la experiencia; es difícil dar en el blanco después de apuntar con un ojo nublado.
El país ha sufrido con la privatización de YPF. Hemos exportado petróleo, con la paralización de la exploración y la amenaza de agotar las reservas conocidas. El que pagábamos acá se encareció con la suba de los precios internacionales, sin bajar cuando la crisis del 2008 generó una caída en todo el planeta. Todos los años cuando había que cosechar faltaba el gasoil (sin sobreprecio), un modo de saquear al productor agrario, que se movilizará luego para defender al régimen que lo “asocia” y le roba, al mismo tiempo. Ante el peligro de agotar los pozos cedidos por la vieja YPF, el Estado dio generosos subsidios a la exploración, que las empresas no querían pagar. Dicho en criollo: los últimos hallazgos, luego de que los medios se hartaron de hablar del agotamiento de las reservas y la falta de “estímulos a la inversión” para las empresas, los pagaron los argentinos. No obstante, Repsol los usó para incrementar el valor de su cotización en bolsa, sin impulsar rápidamente la explotación de los mismos. Es más lucrativo jugar a la timba en Wall Stret o Madrid: si hay que importar, que la Argentina se joda.
Ese fue el origen del conflicto.
Pero se trata sólo de un episodio más. La distorsión en los precios y el desvío de la producción hacia una exportación más lucrativa, fue una constante, junto con la política de secar las cuencas que les entregó el Estado, sin prever nada. En el juego de la perinola, es el todos ponen y yo tomo todo.
Podría decirse que la falta es nuestra, recordando que Menem fue reelecto, tras despreciar las banderas del General Perón. Pero también es cierto que la crisis del 2001 generó un viraje en la opinión mayoritaria y los gobiernos kirchneristas están expresando esa reorientación. El país quiere y debe explotar el petróleo con el sentido nacional que Boudou reclama. Pero para que así sea es necesario recuperar la propiedad de YPF, junto con Aerolíneas una empresa emblemática de la lucha por construir un gran país. Abandonar la ilusión de infundir a Repsol una visión que atienda el interés general es el primer paso en esa dirección.