El texto que sigue se presentó como ponencia en el 1er Congreso del Pensamiento Nacional Latinoamericano, realizado durante los días 8, 9 y 10 de junio de 2023 por la Universidad Nacional de Lanus:
Alfredo Terzaga, gran intelectual riocuartense injusta y lamentablemente poco conocido, fuera de Córdoba, fue una personalidad inusualmente polifacética. En este trabajo, nos apoyamos en uno de sus ensayos históricos, ámbito en el cual se destacó por ser un investigador riguroso, en el seno de la corriente del revisionismo socialista, con absoluta honestidad en el uso de las fuentes y el debate con los adversarios, así como por su rechazo categórico del maniqueísmo. En ese sentido, lejos de levantar figuras marmóreas, de postular un mundo de héroes y villanos en blanco y negro, era un adicto a la expresión de Goethe: “gris es toda teoría, únicamente es verde el árbol de la vida”. Pero, animado de una actitud casi renacentista, además de legarnos trabajos imprescindibles sobre el pasado argentino, Terzaga fue autor de una valiosa Geografía de Córdoba; traductor y crítico reconocido, aun en Europa, de los poetas románticos alemanes y franceses; poeta, él mismo; pintor estimado por expertos y artistas de su provincia y, durante años, profesor de Historia del Arte en la más reconocida institución de Córdoba. Por nada ajeno al compromiso político, la militancia le costó pasar por momentos duros, después del golpe de 1955[i].
La Historia de Roca, de soldado federal a Presidente de la República, el ensayo inconcluso de Alfredo Terzaga, aunque centrada en la trayectoria del gran tucumano, es de lectura obligada para comprender el ciclo de la historia nacional que se inicia en Pavón y concluye con la guerra civil del 80. Ese momento clave, por la súbita muerte del autor, en 1974, no está incluido dentro del magno legado. No obstante, el trabajo nos brinda un examen panorámico y pormenorizado de los sucesos fundamentales del periodo, para definir el contexto en que transcurre la acción de Julio Argentino Roca. Éste, como es sabido, asciende durante el mismo hasta coronar el recorrido que habría de llevarlo a la presidencia de la Nación; para ser, desde allí, el verdadero creador del Estado nacional. No es la nuestra una exageración: las instituciones modernas de la Argentina tuvieron en su gobierno y la hoy maltratada generación del 80 los artífices de un impulso tan poderoso que, con propiedad, puede hablarse de un antes y después de Roca, en todos los sentidos.
Como es obvio, en la carrera del tucumano tuvo un papel enorme la Campaña del Desierto, que dio a su figura un esplendor difícil de comprender hoy, dada la distorsión traída por los embates de los grupos indigenistas. Además de hacer del jefe militar un “chivo expiatorio”, aquéllos no advierten algo fundamental: si pudiera calificarse de “genocidio” su acción, la condena debiera recaer sobre toda la sociedad criolla del siglo XIX, no únicamente sobre quién tuvo éxito en una pugna que era secular y en la cual otros ocasionaron muchas más víctimas[ii]. Más grave es, todavía, ignorar que el territorio patagónico estaba en disputa; que en el mejor de los casos, de postergarse nuestra acción, estaría hoy en manos de Chile. Pero lo apetecían también potencias europeas, como ocurrió con Malvinas y se estaba gestando en la gran isla de Tierra del Fuego. De modo que estamos, en la acción militar llevada en el sur, no, como quieren los indigenistas y otros mitristas “de izquierda”, ante una acción dirigida a ganar tierras para los ganaderos, sino, como lo advirtió Terzaga, frente a un plan fundado en la visión geopolítica del General Roca, que dará más tarde abundantes pruebas de su concepción amplia del espacio nacional, no sólo en su primera presidencia, sino en fechas distantes de aquella, como el momento en el cual, en 1903, en su segundo mandato, casi al final de su vida pública, resuelve crear la Base Naval de las Órcadas del Sur. Una decisión trascedente, ya que éste fue el primer asentamiento mundial estable en la Antártida; región que había sido, hasta allí, sólo visitada por navegantes europeos, con fines científicos. No obstante lo cual, mirando los hechos con una perspectiva geopolítica, sería ingenuo ignorar la típica polivalencia de estas incursiones.
El trabajo de Terzaga establece con claridad una valoración del alcance de la famosa Campaña, que pretende ser hoy una causa criminal: “Lo que Roca y el Ejército hicieron en la campaña de 1879, más que trasladar al Río Negro la frontera interior, como lo prescribía la letra de la ley 947 y algunos antiguos proyectos coloniales, fue en realidad suprimir esa frontera y dar con ello una continuidad real al espacio geográfico nacional, haciendo que el país creciera hacia adentro, e imprimiendo un profundo viraje a los supuestos geopolíticos en que hasta entonces se había inspirado el Estado argentino en materia de espacio y de soberanía, si es que puede hablarse de ´un Estado Nacional´ que mereciera tal nombre, antes de haberse dado al país su capital y de haberse creado estructuras e instituciones que funcionaran a escala precisamente nacional”[iii].
¿Cuáles habían sido, antes de Roca, “los supuestos geopolíticos en que se había inspirado” cada uno de nuestros gobiernos, “en materia de espacio y de soberanía”? Siendo un asunto de enorme significación, Terzaga aborda, con serenidad, pero firmeza, asuntos maltratados por la historia mitrista y su contracara simétrica, la escrita por los rosistas. En el primer caso, ocultando el rol de los grupos rivadavianos que expresan los intereses de la burguesía comercial, situada en el Puerto, en la segregación del Paraguay, en librarse del Uruguay artiguista y de Montevideo, el puerto rival, y la decisión de dejar “en libertad para disponer de su suerte” a las provincias del Alto Perú. Esto último, recuerda Terzaga, fue un “desprendimiento” que Bolívar calificó como “inaudito”. Todo lo cual, cabe reiterar, buscó achicar nuestro espacio nacional, para asegurar el dominio del espacio restante por el puerto único, sólo interesado en monopolizar el intercambio entre la Europa industrial y “el país del cuero”; según la imagen debida a Sarmiento. El sanjuanino, por su parte, como es sabido, es autor de una frase que lo condena en el punto, el insólito juicio de que el mal argentino era la extensión (ya reducida por la acción unitaria). En el segundo, el que evalúa a Juan Manuel de Rosas, Terzaga cuestiona incluso a Jauretche –amigo suyo, al que reconoce sus aportes de Ejército y Política, pese a lo cual debate con él– al considerar “contradictoria” con la propia tesis jauretcheana la afirmación de que el Restaurador habría tenido “una política de patria grande”, que para nada es visible en el jefe “federal” de los hacendados bonaerenses, al que de ningún modo puede adjudicársele una intención real de rehacer el espacio perdido del Virreynato, pese a su defensa de la soberanía nacional. Por último, es clara la diferencia entre la visión que guió la campaña contra los indios emprendida por Rosas y la que presidió Roca, que jamás hubiera pensado en buscar el auxilio de Chile, favoreciendo su expansionismo de rival geopolítico. En ese punto, pocas dudas caben de que Rosas se interesaba, casi exclusivamente, por apartar al indio de las haciendas del sur bonaerense, sin ningún propósito de extender la mirada hacia la incorporación del territorio patagónico a la soberanía argentina, del mismo modo que jamás nos imaginó como un país interesado en el dominio del mar.
Nuestro autor es claro en mostrarnos la magnitud del giro geopolítico que implica la concreción de las conquistas territoriales obtenidas por Roca. Hasta allí, las contiendas argentinas se sitúan en torno a tres regiones diferenciadas: “Buenos Aires con su provincia; el Litoral y el Interior”[iv]. “La incorporación de Pampa y Patagonia (parecida de hecho a una anexión, aunque la palabra resulte fuerte) –señala Terzaga– agregó al país el doble de espacio del que había poseído; alteró el viejo juego triangular de las unidades regionales; puso en vigencia una concepción geopolítica fundada en el gran espacio; ensanchó al país; las provincias interiores ganaron territorios nuevos, y aunque no pudo poblar adecuadamente los espacios australes (para ello hubiera necesitado de tanta población como la del país entero), echó sí las bases para el surgimiento de un nuevo Estado que ya no fuera –como no lo fue– la expresión del predominio de una de las tres unidades clásicas, sino de la Nación en su conjunto.”
Estas reflexiones de Alfredo Terzaga están confirmadas, como hemos anticipado más arriba, por toda la conducta posterior de Roca. Dado que la crónica de nuestro autor concluye con los prolegómenos de las batallas del 80, debemos hacerla por nuestra cuenta, aunque reconociendo la paternidad del hombre de Río Cuarto, del que hemos dicho en otro lugar “que nos asombraba en la juventud por su prodigioso conocimiento del siglo XIX argentino, del que hablaba como si fuese un testigo ocular[v].”
La Marina de Guerra y la conquista de Ushuaia
En relación al tema de “argentinizar” a Ushuaia, remitimos a los textos de Hugo Alberto Santos, cuyos aportes son concluyentes[vi]. El autor, que retoma la huella de Alfredo Terzaga, nos relata el arribo a la bahía de Ushuaia, en 1884, de la División Expedicionaria al Atlántico del Sud, al mando del comodoro Augusto Lasserre, obviamente enviado por el gobierno de Roca, que da comienzo a la ocupación argentina. Encuentra allí una Misión anglicana y en el mástil izada la bandera inglesa. No hay dudas de que se trataba de una avanzada colonial, que anticipa la toma de posesión británica. Los misioneros, mientras catequizan a los indígenas, imponen el inglés y están en contacto con el mundo exterior a través de Las Malvinas, a las cuales naturalmente nombran como Falkland Islands. Lasserre toma posesión del lugar, iza nuestra bandera y afirma definitivamente la soberanía nacional, inaugurando una subprefectura.
Apuntemos, como una digresión, que un mes después de la llegada de Lasserre a Ushuaia, en el otro extremo del país, el 17 de noviembre, el también marino Valentín Feilberg fundaba en Formosa la ciudad de Clorinda, como fruto de la toma de posesión nacional en esa región, hasta entonces sólo formalmente argentina. No es casual que en ambos casos veamos plasmada esta visión amplia del territorio nacional que caracterizaba a Roca, en que venimos insistiendo[vii].
Estos hechos tan significativos para el futuro nacional, con el nuevo rol adjudicado a la Marina de Guerra, desmienten categóricamente la aserción de que la Campaña de Roca en la Patagonia obedecía al afán por acaparar leguas de tierra de los hacendados bonaerenses. Esta visión, como ya dijimos, es correcta para señalar la Campaña de Rosas, en 1833, pero es inadecuada respecto al tucumano. Una evidencia más, en tal sentido, es la siguiente: Roca desecha la visión del mar (o su carencia) adoptada por Sarmiento, cuyos objetivos se limitaban a controlar los ríos y hace de la Marina una institución enteramente nueva, con la misión de responder a la noción que ha lanzado en su mensaje de abril de 1879, antes de iniciar la “Campaña del Desierto”. Dice Roca, cuando está comenzando ese gran viraje, que habría de transformarlo en figura nacional, ante oyentes que son “de tierra adentro”: “La República Argentina debe ser en breve tiempo una nación esencialmente marítima, pues sus mayores intereses se hallan vinculados en el porvenir a la población de sus costas y a la habilitación de sus puertos para el comercio universal”. Nada hay de casual en que fuese él mismo, en su segunda presidencia, quien crearía el Ministerio de Marina, para independizar y jerarquizar esa institución.
Roca, las Islas Malvinas y el Atlántico Sur
¡Cuánto desconocimiento existe hoy, a 41 años de la guerra de Malvinas, del dato significativo de que durante un gobierno del General Roca, en 1884, la Argentina volvió a reclamar por sus derechos a Gran Bretaña! Habían pasado 35 años de silencio, desde el reclamo efectuado por Manuel Moreno, el ministro de Rosas, en 1849. A modo de digresión, cabe añadir que todavía actualmente la defensa de la soberanía argentina en las irredentas islas usa como fundamentos el alegato elaborado por Francisco J. Ortiz, el canciller roquista y que ése fue el punto de partida de una política que ha sido, desde entonces, una constante en nuestra acción diplomática.
Del mismo modo corresponde entender la conducta de Roca cuando, un año antes de finalizar su segunda presidencia, decide comprar, “casi a libro cerrado” –dice un autor–, el observatorio meteorológico construido por el naturalista escocés William S. Bruce en las Órcadas del Sur. Este deseaba transferirlo a la Argentina, por su cercanía a la Antártida y frente al interés que mostraba nuestro país por el continente helado[viii]. No era ésta una afirmación gratuita. En todos los tiempos, Roca impulsó nuestra presencia en el extremo sur. La Campaña del Desierto tuvo su correlato en la acción de la Escuadra sobre las costas patagónicas. Más tarde, en 1883, antes del arribo de Lasserre a Ushuaia, con la idea de instalar allí una penitenciaría; un proyecto que inicialmente se concibió con la intención de brindar a los penados un lugar en el cuál pudieran residir en compañía de sus familias y reinsertarse económica y socialmente. Por último, antes de tomar la oferta de Bruce, ya se había incursionado en la Isla de los Estados y otras próximas, siempre en procura de levantar en ellas un observatorio meteorológico y del campo magnético. Curiosamente, estas cuestiones estuvieron en la jurisdicción, hasta mediar la década del 30, del Ministerio de Agricultura, del cual dependían los observatorios meteorológicos y sólo a partir de 1952 pasaron a depender de la Marina nacional.
La geopolítica de un país moderno, diversificado y autónomo
Esta visión del espacio nacional, opuesta en realidad, como indicó Terzaga, a la que predominó antes de 1879, implica un proyecto de país distinto, lejos del que apostaba a constituirse hasta entonces, como un apéndice agropecuario de Europa. Lo insinúa ya el mensaje de Roca, más arriba transcripto, sobre el futuro marítimo. Lo corroboran, además, múltiples datos. Pero estos datos son casi ignorados, por la leyenda negra que acompaña al roquismo y sus bases de apoyo, tanto como a la gran “generación del 80”, en realidad compuesta por argentinos que provenían de varios momentos del pasado nacional.
Terzaga aporta, en tal sentido, datos muy significativos acerca de la incorporación, en distinto grado, pero con una constancia suficiente para señalarlo como un fenómeno, de la vieja guardia del federalismo provinciano, que había luchado contra la política mitrista, antes y después de Pavón y repasa sus nombres, prolijamente. Por razones de brevedad, sólo destacamos a figuras centrales de un amplio espectro, como Juan Saá y Carlos Juan Rodríguez, de San Luis[ix]; José Hernández y Francisco Fernández, secretarios ambos del entrerriano López Jordán[x]; Manuel Olascoaga, mendocino[xi]; Simón de Iriondo, gobernador santafesino también federal, es, dice Terzaga, “un puntal” de la Liga de Gobernadores impulsada desde Córdoba por Juárez Celman. Podríamos nombrar a muchos más. Además, se suman al roquismo corrientes autonomistas de todas las provincias, en las cuales militan aquéllos que apoyaron a Sarmiento y Avellaneda, en sus pugnas con la burguesía comercial porteña. Ambos presidentes, como es sabido, han sido impulsados por un nuevo actor, el Ejército de línea. Roca, obviamente, es parte del mismo y se consolida como su jefe tras la Campaña del Desierto. La Liga de Gobernadores, impulsada por Juárez Celman, pero en la cual encontramos federales y autonomistas, es también asimismo una hechura del interior, que tuvo ya una actitud casi unívoca en el enfrentamiento militar de 1874, contra la sublevación de Mitre. Por último, sin ser por esto menos importante, están en el roquismo casi todas las figuras importantes de la época de la Confederación, entre los cuales se destaca la presencia de Alberdi, para dar al conjunto una identidad antagónica a las fuerzas de la oligarquía porteña, asesina de gauchos, genocida del Paraguay y, lo que más interesa al objeto de nuestro análisis, partidaria de una política de integración al mercado mundial en un rol subordinado al Imperio Británico. Nada hay de casual en que apoye a Roca Carlos Pellegrini y los proteccionistas de la industria, con su conocida expresión de que debíamos producir algo más que pasto.
Pero hay más. Aunque no avance Terzaga a formular sobre el tema una conclusión general, en su libro encontramos, un poco al pasar, cabos o indicios muy valiosos sobre quiénes constituían en el interior del país las bases sociales, minúsculas, pero poderosas, del partido que representó los intereses del comercio del puerto de Buenos Aires, el núcleo librecambista. Son los grandes comerciantes de la capital cordobesa, cuyos intereses los asocian a la intermediación comercial centralizada en el Puerto. Se trata de pistas necesarias para identificar, en el interior del país, las bases sociales del mitrismo, algo aún poco estudiado (por otra fuente, conocemos el caso del comercio de Gualeguaychú, puntal mitrista en Entre Ríos). Por último, sólo una seria miopía llevaría a subestimar la significación de que se sumen a Roca, según dijimos, contra Mitre, los que han luchado por imponer tarifas proteccionistas en la década del 70, tras durísimos debates. Esta política, además de expresar al sector industrialista surgido en Buenos Aires, encuentra en las provincias diversos partidarios: las provincias cuyanas, con sus vinos y licores; las norteñas, con el azúcar; Córdoba y otras, con la molinería de granos, canteras, cementos, cales y minería. Apuntemos, en tal sentido, que el país importaba azúcar y vinos en una medida inimaginable, hoy, mientras el comercio inglés y los importadores porteños sostenían fuertes campañas para desprestigiar toda la producción nacional: todo producto que podía sustituir a los vinos y licores importados era calificado “de inferior calidad”; los petróleos de Mendoza y Salta, que podían sustituir al carbón inglés, no merecían un juicio mejor; el cemento y las cales de Córdoba, que se habían utilizado para levantar obras en la época de la Colonia, resistentes después de varios siglos, eran “flojas” frente a su equivalente inglés[xii]; el azúcar salido de los ingenios norteños, “sólo soportable para el paladar no educado” y no se equiparaba al traído desde el Caribe por los franceses.
Apuntamos a señalar, identificando las fuerzas que concurrían al roquismo, que eran ellas las bases sociales de una política nacional, que se apoyaba, entre otras cosas, en la visión del espacio nacional aportada por el roquismo; fuerzas que se oponían, cada cual desde su lugar, a la consolidación de la penetración extranjera, dispuesta a destruir lo que aún restaba de las industrias artesanales de antigua raigambre. Entre otras cuestiones, Terzaga señala la oposición inglesa a prolongar el tendido ferroviario hacia el norte, una iniciativa que debió solventarse con otros recursos, entre los cuales menciona la financiación dada por el recién fundado Banco Provincial de Córdoba. Se sabe que, si la pretensión británica finalmente fracasaba, como en este caso, los ingleses apelarían, tras adquirir el ferrocarril, a usar las tarifas como medio para desalentar o impedir la competencia argentina contra todos los productos que ellos pretendían vender, como ocurrió en el caso de la explotación petrolera.
Esa perspectiva nacional, que caracteriza a las fuerzas que se agruparon alrededor del liderazgo de Roca, el mayor árbitro de la política argentina durante un cuarto de siglo, es, según creemos, el fundamento de su visión del espacio nacional, y estaba viva aún en su segunda presidencia, aunque las elites del autonomismo tendían a integrarse a la oligarquía tradicional, enriquecida y confiada en el porvenir del país, tras el vertiginoso desarrollo de la producción agropecuaria. Ese desarrollo adormecía al país, silenciando las voces de los más lúcidos exponentes de esa elite, como Emilio Civit y Osvaldo Magnasco, críticos del papel de los ferrocarriles ingleses, que preferían poner en manos del Estado. En las vísperas del Centenario de la Revolución de Mayo, dominaba el clima un ilimitado optimismo, mientras diversos observadores, omitiendo considerar la clara distancia entre el progreso unilateral de la Argentina y el desarrollo general estadounidense, nos adjudicaban el nombre de “los yanquis del sur”, como un elogio.
Hemos señalado en otro lugar que el patriciado de las provincias de interior nunca alcanzó esa cohesión social que fue el signo de la elite norteamericana, “una burguesía nacional decidida y clarividente, guiada por los principios recomendados por Hamilton[xiii]”. La orientación impresa al país durante la gestión del General Roca, no obstante, se apartaba claramente de la impulsada por la burguesía comercial porteña y los estancieros bonaerenses, desde Rivadavia a Mitre, sin exceptuar a Rosas. Además, para juzgarla, no pueden omitirse dos hechos: por un lado, el dato de la extraordinaria prosperidad que caracterizó al periodo, que concluyó recién con la crisis de 1930 y que acallaba las voces que alertaban al país contra la unilateralidad del agrarismo; por otro, que el ciclo roquista coincidió con la aparición del imperialismo moderno; fenómeno que trastornaría todos los esquemas por entonces vigentes, en el país y en el mundo, golpeando incluso las perspectivas adoptadas hasta allí por los marxistas más lúcidos.
En lo que a Roca concierne, particularmente, nada mejor que reproducir el siguiente texto, que tomamos de la Historia de los Ferrocarriles Argentinos, de Scalabrini Ortiz y que provienen de su discurso al inaugurar, en mayo de 1885, el tramo que comunica a San Juan con Mendoza, en la gran construcción realizada por el Estado del ferrocarril El Andino, que fue durante varios años administrado por la Nación, hasta su lamentable privatización, en 1909.
Cuenta Scalabrini: “Roca hizo el elogio de las industrias y dijo que había que fomentarlas por los dos medios más eficaces: ferrocarriles y protección aduanera, para evitar la competencia desleal y destructiva de la mercadería extranjera”. Y para trasmitir más certeramente cuáles eran las ideas básicas del General, reproduce un discurso inmediato anterior: “La industria nacional nace apenas –dijo Roca en el discurso inaugural de la Exposición interprovincial, el 9 de abril de 1885– y abandonada a sus solas fuerzas, sin el apoyo eficaz y permanente del Estado, por medio de leyes protectoras, se quedará ahí debatiéndose en inútiles ensayos, sin poder competir con los productos de la industria extranjera que inunda nuestros mercados. La agricultura misma, el cultivo de la tierra, tendrá que estacionarse si no es fomentado por el desarrollo industrial. Valdría más nuestro lino si de las manos del colono que lo recoge pasase a la fábrica para convertir su grano en aceite y su fibra en hilo, ¿Cuánto dinero menos saldría del país en esta sola materia?… ¿Cómo hemos de asegurar el porvenir económico de la República, evitando las perturbaciones consiguientes al exceso de importación sobre la exportación? ¿Qué resorte mágico debemos tocar para despertar a los pueblos del interior y hacer surgir las fábricas, los ingenios, las bodegas colosales en todo el país? Tenemos dos recursos: ferrocarriles fáciles y baratos para que las provincias puedan intercambiar recíprocamente sus productos y protección franca, valiente y constante de la industria nacional…[xiv]”
Lamentablemente, estas nociones, que tan pocas dudas dejan en pie acerca del pensamiento de Roca sobre nuestra economía y su visión integral de los intereses argentinos, no lograron prevalecer entonces y hoy conservan plena vigencia.
Córdoba, 17 de mayo de 2023
NOTAS:
[i] Diversas semblanzas de Alfredo Terzaga pueden leerse en la revista Política N° 17, de marzo de 2020, publicada al cumplirse el centenario de su nacimiento, en calidad de homenaje. Entre ellas, llamamos la atención sobre los siguientes trabajos: Lacolla, Enrique. Terzaga y su tiempo; Ferrero, Roberto. La concepción histórica de Alfredo Terzaga; Torres Roggero, Jorge. Razón de crear, revolución constructiva; Roland, Ernesto. La faceta política de Alfredo Terzaga. Gorojovsky, Néstor M. El ojo argentino en la historia argentina. Revista Política N° 17. Marzo 2020. Publicaciones del Sur. Buenos Aires. Argentina. Por su parte, la Universidad Nacional de Río Cuarto, empeñada en reeditar sus Obras Completas, ha publicado en 2022 el Tomo I, Literatura, que reúne trabajos de crítica literaria.
[ii] Ver, del autor, El General Roca. Historia y Prejuicio. Publicaciones del Sur. 2020. Buenos Aires. Argentina
[iii] Terzaga, Alfredo. Historia de Roca. Tomo II. A. Peña Lillo Editor SRL. 1976. Buenos Aires. Argentina. Pág. 155. Los subrayados son del autor.
[iv] Ibidem. Pág. 168
[v] Del autor. Ibidem.
[vi] Santos, Hugo Alberto. Historia Crítica de la soberanía argentina en la Tierra del Fuego. Publicaciones del Sur. 2021. Buenos Aires. Argentina. En la obra citada el autor amplía lo que ya había expuesto en Lasserre, Roca y la soberanía en la Patagonia Austral, publicado en Revista Política N° 3. Publicaciones del Sur. Marzo 2007. Buenos Aires. Argentina.
[vii] Puglisi, Alfio A. Roca y la Armada. Boletín del Centro Naval 859. Diciembre 2022 Buenos Aires. Argentina.
[viii] Puglisi, Alfio A. Roca y la Antártida. Boletín del Centro Naval 847. Ene/abril 2018. Buenos Aires. Argentina.
[ix] Carlos Juan Rodríguez y el General Juan Saá (“Lanza Seca”) fueron los jefes de la “Revolución de los colorados”, que se expandió por Cuyo en 1866, contra el gobierno de Mitre y la Guerra del Paraguay. El primero, fotografiado junto a Felipe Varela entonces, fue en 1880 uno de los electores de Roca como presidente, en el Congreso de Belgrano. Fue más tarde legislador nacional en varios periodos y un actor destacado en la sanción de la Ley del Matrimonio Civil, en 1889. En suma, un abogado federal y firme liberal, al que no perdonan los rosistas clericales de su propia provincia. El General Saa, por su parte, era un federal antirrosista, que saludó el triunfo de Roca, luego de ofrecer sus servicios para pelear contra Tejedor, en 1880.
[x] El autor del Martín Fierro, como se sabe, fue denunciante del crimen contra El Chacho y habría de ser el más claro defensor de la transformación de Buenos Aires en Capital Federal, en la legislatura bonaerense. Al mismo tiempo, Terzaga pone en evidencia que todo Entre Ríos era federal y se sumó al roquismo. En esa nómina incluye al político y poeta Olegario Andrade, que antes de ser roquista había sido secretario del presidente Derqui, en el gobierno de Paraná.
[xi] También protagonista de la “Revolución de los Colorados”, se destaca más tarde en la Patagonia central, siendo fundador de Chos Malal, como capital de Neuquén y primer gobernador del Territorio Nacional. Fue un notable geógrafo, autor de la obra Estudio Topográfico de La Pampa y Río Negro, publicada en 1880 y Topografía Andina, publicada en 1892. Compuso además piezas de teatro y poesía, novelas históricas, entre más obras.
[xii] En 1880, en la construcción del dique San Roque, el mayor embalse de América por entonces, los ingenieros Bialet Massé y Cassafoust se atrevieron a usar cemento y cal cordobeses. Al asociarse el desafío a la importación inglesa con el enfrentamiento del gobierno del Dr. Juárez Celman con la Iglesia, enardecida por su laicismo, las fuerzas clericales, apoyadas discretamente, cosa habitual en los ingleses, por los importadores lesionados, inició una campaña según la cual el dique iba a ceder e inundar a Córdoba, con efectos catastróficos. La campaña logró que ambos ingenieros terminaran en prisión. Campañas de desprestigio sufrieron también los vinos cuyanos y el azúcar del norte. Todo lo nuestro era de mala calidad. Todavía en la segunda década del siglo XX, según cuenta José Panettieri, en Aranceles y protección industrial, 1862 – 1930, la Unión Industrial Argentina se lamentaba de que los fabricantes del país debían ponerle a sus productos nombres extranjeros y, si era posible, presentarlos como importados, frente a la opinión prevaleciente en el consumidor argentino de que nuestros productos eran deficientes.
[xiii] Del autor. Ibidem.
[xiv] Scalabrini Ortiz, Raúl. Historia de los ferrocarriles argentinos. Plus Ultra.1964. Buenos Aires. Pág. 272.
BIBLIOGRAFÍA
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