Publicada el 23 de febrero de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com y (reducido) en el N° 43 de Patria y Pueblo – Marzo de 2013
El rasgo que retrata más acabadamente a De la Sota es la impudicia en el discurso. Esto se vincula, a su vez, con ese desprecio por la inteligencia del público que es habitual en los demagogos de la derecha; algo que se manifiesta, en este caso, como adicción al “circo”, al uso político de la fiesta cuartetera y el choripán gratis. Sería impropio, no obstante, asociar al delasotismo sólo con estas prácticas, repudiables. La mirada atenta ha de recordar que la crítica gorila tachaba a Perón por un hipotético “pan y circo”, que entonces era “el reparto de la riqueza”, “la demagogia” que habría de “corromper al pueblo”. Se impone, por tanto, establecer que no estamos confundiendo las cosas, que no cuestionamos los festivales delasotistas por lo que son en sí mismos, o lo que podrían representar asociados a una política nacional y popular. Hablamos, con toda claridad, de lo que son concretamente, en el esquema propagandístico armado por el gobernador: una “máscara” para tapar, con el auxilio de un género musical y bailable apreciado popularmente, el rostro verdadero de una fuerza que defiende a los núcleos más concentrados del poder económico y la oligarquía agraria, pero desea presentarse como continuidad histórica del peronismo cordobés, preservando electoralmente su base tradicional.
Es natural, esa pretensión. Ese fue, precisamente, el “plusvalor” del menemismo, para el sistema de poder al que sirvió en los 90, llevando adelante aquello que Alfonsín, tras la salida de Grinspun y la capitulación ante el FMI, no podía imponer, sin enfrentar la resistencia del movimiento sindical y de un sector del peronismo, propensos a defender el interés nacional y la justicia distributiva.
Ahora bien, como señalaba Montesquieu, la corrupción se inicia como abandono de los principios. En el caso en cuestión, por ser el fruto de la degeneración histórica de un movimiento popular, el fenómeno delasotista es paradigmático. Carece de adeptos; hace de la militancia un bien transable, una mercancía que nadie regala. Nadie defiende una causa, allí. Todo tiene un precio. No obstante, ya que la política debe encontrar votantes, y alguna justificación relacionada con sus orígenes, se apela a banderas y a símbolos vaciados. Sin evitar, no obstante, que aflore la inautenticidad en la propia figura de su máximo representante, que jamás pudo lograr que sus mensajes parezcan sinceros, pese a los consejos de sus asesores de imagen. Y, lo que es más grave, escapar al juicio de aquellos ciudadanos que pueden advertir la diferencia, no menor, fundamental, que existe entre la conducta de una clase dirigente que quiere perpetuarse y un grupo de salteadores vulgar y corriente: la total irresponsabilidad, en este último caso, por lo que sus actos actuales causarán mañana, la adopción del célebre “después de mí, el diluvio”. Esa fórmula, sustancial en la promesa de una célebre reducción del 30% en los impuestos, que le permitió ganar la gobernación de Córdoba por primera vez, ha logrado ocultar, hasta hoy, cuál es el recurso que permitió su puesta en práctica: el crecimiento exponencial de una deuda provincial que, tarde o temprano, nos llevará al abismo, a una réplica cordobesa de la crisis terminal del 2001.
Lamentablemente, mientras esto no llegue bailaremos cuarteto, sobre el Titanic cordobés. Esto es lo que hoy vemos, potenciado por la voluntad de postularse a la presidencia en el 2015, como proyecto capaz de enterrar el ciclo inaugurado por Néstor Kirchner, en el 2003.
A la izquierda del kirchnerismo o cómo gastar más con el mismo ingreso
Todo lo dicho sirve para entender que De la Sota intente, ahora, situarse a la izquierda del gobierno nacional y lo acuse de usar “recetas monetaristas” y “achicar” los salarios. Sin privarse de cuestionar, como todos los monetaristas, cualquier intento de controlar precios: “El congelamiento de precios no sirve. A esta película ya la vimos y el malo siempre se lleva a la rubia más linda”, dice, sobrador, con su cara de piedra, olvidando que Perón fue cuestionado con ese argumento, al practicar con firmeza y rigor adecuado ese control, en su primer gobierno. La incoherencia es lo de menos, importa lograr dos objetivos opuestos: 1) confundir al movimiento sindical y la clase trabajadora, disipando la sospecha de vastos sectores que perciben al delasotismo como fuerza que responde al poder económico concentrado y los terratenientes, contra el interés de la nación y sus grandes mayorías; negar la objetividad de las dificultades económicas relacionadas con la crisis global, crear la imagen de que Córdoba es una isla feliz, gracias a su gestión y lesionar, en río turbio, la simpatías ganadas por el gobierno nacional, volcando ese apoyo a favor del delasotismo; 2) reafirmar, al mismo tiempo, ante los enemigos del proyecto encabezado por Cristina, que él es el campeón de la oposición neoliberal, aunque por razones de conveniencia “se vista de seda” ¡Qué mejor prueba que hablar mal del control a los formadores de precios, para el sensible oído de los oligopolios y la especulación comercial!
Hasta “La Voz del Interior”, que publica el sábado las insólitas declaraciones, advierte lo que constituye una inversión de roles, sin explicar el sentido profundo de la cuestión; para destacar, únicamente, que, en contra de la pauta salarial docente fijada nacionalmente, el gobierno de Córdoba, más “generoso”, ofrece a los docentes el 26% y logrará (presumiblemente) comenzar las clases sin un paro, “ya que los maestros recibirán el aumento más alto del país”. Y, “como si esto fuera poco”, desde el pasillo del colectivo De la Sota promete (o propone), al pasajero incauto, una reducción del IVA a los alimentos del 10% y un hermoso incremento del 50% mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias; medida que llevará “más dinero en la calle para el consumo y así podremos combatir el flagelo de la inflación”, ya que “no se sale con recetas monetaristas como (increíble, el “como”) controlar precios y achicar el salario”. Nunca, en una declaración, “una vidriera” tan de Cambalache: ¿dónde se vio que un monetarista controlara precios? Sí los vimos achicar el salario, desde Martínez de Hoz hasta Cavallo, alguien muy apreciado en la vereda delasotista. ¿Cómo puede decirse que aumentar el consumo sea un modo de combatir la inflación? ¿no será necesario además inversión? Claro, pero De la Sota sabe que prevalecen en la Argentina grandes empresas, formadoras de precios, que basan su especulación en no incrementar la oferta de bienes y no desea señalar esto. ¿Al fin y al cabo, qué importancia tiene hablar con seriedad de algún asunto? Enfermo de electoralismo, quiere quedar bien con “dios y el diablo”, sin respetar la razón y las leyes económicas, que también olvida pensando en el cuarteto. Así, la nave va… Además, no sólo se trata de ser generoso con “la plata ajena”, el presupuesto… de la Nación. Se trata, también, y más seriamente, de practicar una típica política neoliberal: desfinanciar al Estado y endeudarlo, después, con el capital financiero, que “vive” precisamente de “financiar” estados, denunciar el desequilibrio que ellos mismos crearon e imponer “ajustes”, hasta que llegue el caos y estallen los pueblos.
Una referencia necesaria a la política nacional de redistribución del ingreso
Lo señalado, hasta aquí, no implica ignorar, o silenciar de mi parte, la crítica de las determinaciones que el gobierno nacional ha ido adoptando, de un tiempo a esta parte, en lo referente a la demanda de actualización del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias y la política salarial; temas que se vinculan, por otro costado, al modo de relacionarse con el movimiento obrero y la clase trabajadora, que algunos confunden con el conflicto con la CGT presidida por Moyano y, lo que es aún más arbitrario, con la perdida de rumbo que en el caso del camionero se expresa en sus vinculaciones con fuerzas o figuras del campo antinacional, a los que en modo alguno puede tomárselos como aliados lícitos para corregir las “contradicciones internas del movimiento popular”, por reales y serias que éstas sean.
Intentemos poner un poco de claridad en el abordaje de asuntos que contribuyen a oscurecer los extravíos del jefe de la CGT de Azopardo, por un lado, y los juicios del coro de “aplaudidores seriales” que, como ocurre siempre en los procesos de transformación, medra en las alturas de la gestión popular, incapaz de cumplir el rol crítico, imprescindible para procurar que se corrijan errores de la conducción suprema.
En primer lugar, no puede ignorarse que todos los sectores del movimiento sindical y la clase trabajadora, en todas sus manifestaciones, están resistiendo la decisión presidencial en relación a Ganancias y a fijar para las paritarias un tope de aumentos del 20% y que esta circunstancia tiende a socavar el respaldo entusiasta de los asalariados al gobierno, un respaldo que a su vez consideramos imprescindible si se pretende dar continuidad al curso de acción nacido con el triunfo del 2003. Las condiciones impuestas por la rebelión agraria del 2008 y la experiencia histórica general del país prueban que, sin el firme sostén (fundado en la identificación con un gobierno que sienten suyo) de las clases populares y de los sindicatos, en particular, un proyecto popular no puede enfrentar una ofensiva destituyente de la derecha social, el capital extranjero y sus socios nativos. Consecuentemente, lo que pareciera expresar una voluntad del gobierno de poner freno al curso virtuoso de la recomposición del ingreso que caracterizó la década de los gobiernos kirchneristas, debe ser visto como un riesgo, en relación a la meta de sostener la vigencia del curso actual. Pero, podría decirse que atravesamos un momento de crisis global y que esto impone ciertos sacrificios. Esta noción, sin embargo, es insostenible, si el gobierno se niega, al mismo tiempo, a impulsar cambios que obliguen a tributar a la renta financiera y el año termina con bancos que ganan el 37% sobre patrimonio neto y rechaza el proyecto del diputado Recalde, que proponía restablecer el impuesto a la herencia y la distribución de ganancias de las sociedades anónimas, para aliviar con ello el peso creciente sobre los salarios obreros del Impuesto a las Ganancias. Por último, sin que ello implique menospreciar su importancia, estas determinaciones, visualizadas como un viraje tendiente a complacer las expectativas del empresariado por diversos sectores del mundo del trabajo, fueron adoptadas en el marco de un proceso signado por la ruptura de los canales de participación anteriormente establecidos y la impugnación de los métodos de la acción gremial. Es vano ocultar este contexto, que se manifiesta hoy, en el deterioro de las relaciones con la CGT de Caló, con el expediente fácil de “disparar contra Moyano”, cuya ofuscación de “toro herido” ha sido en verdad políticamente funcional al propósito de sus críticos, el mismo coro que antes sobaba al “compañero Moyano”.
Ahora bien, ¿Existe verdaderamente una decisión de renunciar a la meta formulada más de una vez de volver a una distribución más igualitaria del ingreso? Creemos, con el ánimo de rectificarnos, si la realidad muestra que es un error de apreciación nuestra, que de algún modo el gobierno ha optado por favorecer el desarrollo, tal como lo entiende, de lo que la propia Cristina ha denominado “un capitalismo serio”; que definiríamos, desde nuestra óptica, como una especie de pariente desarrollista del capitalismo nacional que preconizaba el General Perón, cuya principal virtud, con relación al modelo hoy promovido, deriva del rol que se asignaba al Estado, como impulsor decisivo del desarrollo económico, ajeno a la vicios especulativos y cortoplacistas, que son inevitables si nos ponemos en manos del capital privado, como quedó probado con la experiencia de Repsol. Una perspectiva, aquella, digámoslo con claridad, delimitando nuestra posición de aquella que busca confundir la cuestión con apelaciones a “era otro tiempo”, mucho más enérgica en el impulso transformador y, consecuentemente, más receptiva de la necesidad de respaldarse tácticamente en la movilización de las masas y en estimular su entusiasmo e identificación activa.
Conclusión
Desarrollar más todo lo relativo a la situación nacional excede los límites de una nota pensada para formular reflexiones sobre la demagogia delasotista, que busca explotar la decepción episódica de los asalariados del país creada por los errores de la política oficial antes señalados. El silencio o la torpeza de los referentes k, a la hora de desbaratar la maniobra del gobernador y la complicidad manifiesta de una parte de las direcciones sindicales cordobesas con el delasotismo, deja en las manos de los militantes de a pie, entre los cuales me encuentro, el desarrollo de una defensa de la política general del gobierno que preside la compañera Cristina, que para ser eficaz no debe seguir la “línea” habitual de los ya mentados “aplaudidores seriales”, sino asumir la tarea de sostener el debate de las contradicciones internas del campo popular.
En tal sentido, nos cabe señalar la falacia delasotista, que al ofrecer aumentos un poco mayores a la pauta no escrita pero sí operada por los funcionarios nacionales busca diferenciarse del gobierno nacional como “más sensible a las necesidades de los trabajadores”, ocultando –una vez más– que el secreto de la “generosidad” es la disposición completamente irresponsable de proseguir ahondando el endeudamiento provincial, para no cobrar impuestos a los ricos y satisfacer los anhelos del capital financiero. La inconsistencia del discurso, ya que De la Sota considera que se puede “engañar a muchos, durante mucho tiempo”, sin recordar la sentencia del General Perón en sentido contrario, no es un problema, para él. Nos cabe, por tanto, contribuir a la lucha por desenmascararlo y derrotarlo, con una política que supere las ambigüedades y la atomización reinante en el kirchnerismo cordobés, en las próximas elecciones del mes de octubre. El artífice de la transformación de lo que fue por décadas la fuerza mayoritaria del pueblo de Córdoba y su clase trabajadora en una expresión de los intereses minoritarios de los grandes terratenientes de la pampa gringa y los grupos de poder locales y extranjeros, debe quedar reducido a lo que esas minorías sumarían electoralmente si se las privara del aporte de las grandes mayorías de nuestra provincia, carentes de una representación provincial genuina, desde los lejanos tiempos del gobierno popular de Obregón Cano y Atilio López.
¿Qué recompensa podrían obtener los trabajadores de Córdoba, si secundaran hoy los planes del gobernador, que son el motivo de todas sus maniobras? El mismo premio que obtuvieron oportunamente los empleados y obreros del Banco de Córdoba y EPEC, muchos de los cuales lo ayudaron a triunfar frente a Ramón Mestre, después de escuchar en diálogo directo que no pensaba privatizar nada.
La hora de la verdad debe llegar a nuestra provincia, desbaratando definitivamente el sueño neomenemista que el gobernador cordobés nos impone a los cordobeses y quiere imponer a toda la nación.