Publicada en “POLÍTICA” – Año 9 – N° 15 – setiembre de 2014
No encuentro un mejor modo de rendir homenaje al cro. Spilimbergo, respondiendo al propósito de esta edición de POLÍTICA, que intentar el análisis de las tareas que implica la construcción del partido. No hay “momento” de la vida partidaria, desde el PSIN a Patria y Pueblo, pasando por el PIN, donde no esté presente un texto destinado a sostener el objetivo de conformar una fuerza marxista revolucionaria de Izquierda Nacional. Obras que aparecían “firmadas” por el partido, se sabía “entre nos” que eran el fruto del genio de Spili, poco interesado en su “lucimiento personal” y extremadamente atento a la necesidad de proveer a la formación de pautas que dieran claridad al trabajo partidario, establecieran rumbos, métodos y criterios de organización. Una muy escueta nómina de esos trabajos debería arrancar con “Clase Obrera y Poder”, la tesis aprobada por el Tercer Congreso del PSIN, maravillosa síntesis de los rasgos centrales de la Argentina semicolonial y de las bases en que se funda la política nacional del socialismo revolucionario. Otro jalón, que no por su “modestia” fue menos “fundacional”, es el trabajo citado aquí, del que no tengo copia, que se publicó con el título “Algunas precisiones sobre la táctica”, para orientar las tareas de inserción inicial. Finalmente, la tesis “De la crisis del FIP a la fundación del PIN”, hoy republicada, establece la delimitación entre la degeneración “ramista” posterior al 77, su abandono de las banderas de la democracia política y su “militarismo” carapintada y los contenidos nacional-democráticos de una política socialista y nacional. Entremedio, y más directamente relacionados con el objeto de mi nota, una infinidad de textos acompañaron el desarrollo de “la táctica AUN” y de la campaña de afiliación que implicó la construcción del FIP en todo el país. Esa obra, por sus fines, anónima, fundamenta nuestra convicción de que si el “primer” Ramos era el más brillante propagandista de las ideas y la visión histórica del revisionismo marxista de la Izquierda Nacional, Spilimbergo fue el gran constructor de su fuerza partidaria.
La tarea de construir un partido socialista de la izquierda nacional tiene hoy un atraso notorio, con respecto a la necesidad de que esa fuerza logre afirmarse y responder a las demandas del tiempo histórico que vive el país y América Latina, demandas ante las cuales el nacionalismo burgués, que conduce hoy la política nacional, evidencia con claridad su incapacidad para obtener algo más que una victoria coyuntural –está comprometida la mera continuidad del proceso abierto a partir del derrumbe neoliberal, por no hablar de su imprescindible profundización– ante el imperialismo mundial, que precisa avasallarnos y descargar sobre la periferia la crisis global. Volveremos sobre la cuestión, pero cabe anticipar que, siendo la transformación que la Argentina exige de carácter nacional-democrático-revolucionario, pero no socialista, llevarla delante de un modo consecuente impone, no obstante, una ideología no comprometida con la defensa de la propiedad, en tanto la propiedad, burguesa, es el fundamento del dominio no burgués, sino oligárquico y rentístico, y por tanto opuesto a la reinversión productiva y la acumulación autocentrada que nuestro desarrollo necesita para escapar al despilfarro, la fuga de capitales y otros destinos no reproductivos.
En los primeros años de la década del 70, después de lograr un desarrollo de fuerzas militantes en el ámbito estudiantil y algún avance en el medio obrero, con la constitución del FIP en todos los distritos electorales del país(1) el desarrollo partidario prometía transformarnos en el ala izquierda del movimiento nacional, no ya en sentido histórico-ideológico, sino materialmente, por arraigo de masas. En ese estado, hoy envidiable, era posible pensar que, en una situación de crisis general se pudiera ganar la influencia necesaria para ser la representación de la clase trabajadora, y hacer de ella –la tan mentada “columna vertebral”– una clase capaz de asumir el liderazgo del movimiento nacional, actualizar su doctrina, liquidar los métodos verticalistas y burocráticos de conducción que asfixian todo protagonismo popular y transforman a los cuadros en obsecuentes receptores de lo que decide una cúpula nacional burguesa (completamente impermeable a las presiones de abajo) que presume ser “la depositaria del saber”, para sustituirla como conducción y conducir a la victoria a un bloque popular fortalecido en su extensión y en su aptitud para liquidar el orden oligárquico. Esa perspectiva, en ese contexto de la historia nacional, no era descabellada: pese al patriotismo del General Perón y a su enorme prestigio y poder de convocatoria, el movimiento fundado en 1945 padecía contradicciones y límites estructurales. Se expresarían dramáticamente con su arribo al poder, en 1973.
En el presente trabajo queremos abordar el proceso de construcción que antecede al momento de la creación del FIP antes enunciado, sin interesarnos por la cuestión del retroceso posterior, que será abordado en un análisis posterior (2). Nuestro interés dista de ser académico: creemos que los desafíos candentes de la actualidad, entre los cuales se destaca –como en aquéllos tiempos, pero en otro contexto– la lucha por reconstruir los instrumentos políticos que aseguren el triunfo de las fuerzas populares y tornen irreversible la liberación nacional, aconsejan incorporar a la conciencia militante los datos de una experiencia que pudo transformar, en pocos años, a un círculo reducido de intelectuales revolucionarios en lo que hemos resumido como una acumulación de fuerzas de alcance nacional, capaz de merecer la atención de Perón, que consideró adecuado para sus fines electorales la realización del acuerdo que lo hizo también nuestro candidato a presidente, en las elecciones de setiembre de 1973 (3). No escapará al lector atento que un hecho tan significativo jamás podría ser casual.
Ahora bien, los textos en los cuales se intenta dar cuenta del tema de los orígenes y la historia de la corriente (4) no explican adecuadamente cómo fue posible que, en el marco del retroceso de la dictadura militar inaugurada por Onganía en 1966, frente a la decisión del Ejército de convocar a elecciones, un partido fundado en 1962 que apenas tenía al caer Illía unos cincuenta miembros en todo el país hubiese ganado la fuerza necesaria para llevar a cabo una tarea de afiliación masiva y una acción política que le dio presencia en todo el país, aunque la suerte electoral se mostrara en desacuerdo con las expectativas previas, dada la polarización favorable a Cámpora (5). Al parecer, la interpretación del fenómeno del crecimiento del PSIN y la multiplicación de sus filas sería vista como el fruto “natural” de una coyuntura política que favorecía la nacionalización de la pequeña burguesía y (en términos más acotados) la radicalización política de la clase obrera, cursos durante los cuáles loa propaganda de las ideas de la Izquierda Nacional encontraba una receptividad antes inexistente. A nuestro juicio, esta es una verdad a medias, que ignora el valor de una reorientación en la acción partidaria cuyo sentido y naturaleza es fundamental entender, no sólo por motivos de “interpretación histórica”, sino por razones de interés práctico, que exigen la conceptualización de los problemas propios de la acción política, cuando se trata de avanzar desde el momento de los enunciados programáticos generales y la difusión de ideas, en base a los cuales pudieron formarse “los círculos iniciales”, a los siguientes pasos de la construcción del partido.
ALGUNAS PRECISIONES SOBRE LA TÁCTICA
De la jerga clásica de la teoría marxista es necesario rescatar(6) algunos conceptos, imprescindibles para guiar la actividad práctica, a la que debe aplicarse una reflexión tan importante como la que se dedica a “la teoría” o al análisis de “la realidad”, si se pretende evitar los vicios del empirismo, que imagina “la práctica” como lo opuesto a “pensar”. Hasta donde llegan mis conocimientos, fue Plejanov, el introductor del marxismo en Rusia y maestro de Lenin, el autor de un desarrollo que intenta definir (y esquematizar, para su uso) los recursos propios de la acción política y su relación con los objetivos que persigue la organización, en cada momento de la lucha revolucionaria. En tal sentido, la propaganda, entendida como llegar con muchas ideas a unos pocos, es el arma usada casi con exclusividad en los momentos iniciales de la constitución de los “círculos”, que son ante todo ámbitos de debate, y forman el “embrión” del sistema partidario. Su opuesto, la agitación, una o pocas ideas destinadas a movilizar a un sector entero o a grandes masas, es el predilecto de las amplias campañas por medio de las cuales un partido ya construido busca generar experiencias colectivas que afiancen su prestigio y/o logren alterar a favor del pueblo las relaciones de fuerza y la conciencia política de los trabajadores y sus aliados. En todo momento, como es de suponer, los frutos del trabajo deben medirse en términos de reclutamiento, ya que fortalecer el desarrollo de la organización y su presencia en todos los ámbitos de la sociedad es una medida de su prestigio y poder, enriquecen los vínculos con los sectores que la nutren y le facilitan la tarea de orientarse a partir de un pleno contacto con los estados de ánimo y las corrientes espontáneas de las bases sociales que procura encauzar, posibilitando la manifestación de sus fuerzas revolucionarias (7).
En condiciones en las cuales el objetivo inmediato es precisamente construir el partido, un exceso impuesto a las tareas de agitación obra como “desperdicio” de las energías disponibles y conduce a dispersar la fuerza presente, sin acrecentarla. La razón es sencilla de entender, no bien se la mira con objetividad y paciencia: en su etapa de construcción, la organización no podría “llegar a las masas”, que están conformadas por millones de personas, a las que nada puede proponerles un núcleo que carece de nexos eficaces con ellas. En la experiencia real, no obstante, estas tareas se alternan y combinan y la acción partidaria las utiliza a todas, simultáneamente: valga el ejemplo de “El Estado y la revolución”, una obra enorme escrita por Lenin meses antes de la insurrección de octubre de 1917, en el marco del predominio de las tareas de agitación tendientes a gestarla, o, como ejemplo modesto de todos los casos en que un núcleo inicial manifiesta su voluntad de crear un partido, el acto de repartir una declaración sobre un tema puntual en una concentración obrera o estudiantil, pese a tener una conciencia clara de que no podrá capitalizar el hecho. Desde luego, es la combinación en el manejo de tales medios lo que determinará el acierto en la aplicación de sus recursos y permitirá que fructifiquen las acciones partidarias o generará el desgaste del capital militante y terminará desmoralizando las propias filas, episódica o definitivamente.
Ahora bien, la acción partidaria se lleva adelante sobre un terreno histórico determinado. No era posible avanzar más allá de la consolidación ideológica, en nuestro caso, en el marco caracterizado por la presencia en el poder del primer peronismo. Para decirlo sumariamente, los trabajadores y la intelectualidad pequeño burguesa –destinatarios privilegiados de la propaganda del marxismo nacional– o estaban satisfechos con las realizaciones y discursos del General Perón o militaban en la oposición “a la segunda tiranía”, bajo la influencia prooligárquica de los radicales alvearizados, del socialismo juanbejustista o del PC de Codovilla y Ghioldi. Un cuadro distinto, más prometedor, se abriría a partir de 1955, con la crisis de esos partidos, las dictaduras oligárquicas y la frustración de los planes “para el retorno de Perón”.
UNA POLÍTICA NACIONAL PARA EL ESTUDIANTADO
A partir de la fundación del PSIN puede seguirse en la prensa partidaria una producción destinada a promover el proceso de nacionalización del estudiantado, que maduraba notoriamente en los primeros años de la década del 60. Las nuevas generaciones, caídos los mitos de la seudoizquierda juanbejustista y codovillista, tendían a confluir con el proletariado real, a revalorizar el significado del 17 de Octubre, retomar las tradiciones latinoamericanistas de la Reforma del 18 y generar una representación político-gremial acorde con su nueva visión del país (lo que implica, obviamente, una nueva visión de sus propios intereses y de su rol en el seno de la comunidad universitaria). A la clarividencia para responder a esa oportunidad y a la consecuencia para instrumentar una línea de acción que nos transformara en la expresión política consumada del nuevo estudiantado se debe atribuir un desarrollo partidario previo al lanzamiento del FIP en el 71, desarrollo aquél sin el cual el salto a la política nacional hubiese resultado completamente impracticable.
Estamos, en consecuencia, frente a un hecho central. Si, como creemos, es posible encontrar algo generalizable en el despliegue de lo que se denominó “la táctica AUN” (8) la Izquierda Nacional dio en aquél momento un paso que va de la propaganda general a la lucha por transformarse en una representación de masas, en una parcialidad social dotada de tradiciones y demandas propias, tarea que supone una elaboración intelectual específica, aunque su punto de partida –no podría ser de otro modo– sea un diagnóstico histórico general. El análisis, en este caso, permítaseme señalarlo al pasar, tuvo entre sus impulsores a Ernesto Laclaú, que luego de aportar positivamente al debate optó por extraer las conclusiones oportunistas que mucho más tarde exhibiría en sus vínculos con el nacionalismo burgués, ya lejos del PSIN y ligado a Oxford. Con dolores de parto, el duro debate incorporó la noción de que el desarrollo partidario no podía verse como el mero producto de la propaganda general; requería crear “mediaciones tácticas”, en las cuales partíamos de “una realidad inmediata”, cuyo tratamiento crítico-práctico nos permitía impulsar un proceso de elaboración que recorría el camino entre “la experiencia vital ” y “la visión general”. La creativa aplicación de estas nociones, bajo la dirección de Spilimbergo, permitió que, en poco más de tres años, luego de una sucesión de triunfos espectaculares, la militancia PSIN-AUN, decuplicándose numéricamente, ganara la conducción nacional de FUA y fuese sin duda la fuerza universitaria más homogénea y extendida de todo el país.
Sin esa acumulación previa de fuerzas, adiestrada además en las movilizaciones de masas, nadie hubiera concebido como una empresa posible construir el FIP.
Notas:
1) La suma de afiliados en todo el país alcanzaba más de setenta mil miembros nominales y la militancia fipista, a su vez, reunía más de un millar de cuadros, cuyas voces se oían desde la puna jujeña hasta el extremo sur, en Tierra del Fuego.
2) Como aportes al tratamiento más extenso que prometemos, pueden consultarse: “De la crisis del FIP a la fundación del PIN”, por Jorge Enea Spilimbergo y “La Izquierda Nacional y el discurso de los quebrados”, del autor de esta nota.
3) No constituye un dato menor, demostrativo de la atención con que Perón seguía los datos relevantes de la política nacional, la carta en que saludaba el triunfo de AUN en el Décimo Congreso de FUA, de 1970, cuyo Manifiesto –un documento de gran valor histórico– hacia la reivindicación del 17 de Octubre de 1945, dando expresión al viraje nacional del nuevo estudiantado.
4) Pienso en el trabajo “La Izquierda Nacional y el FIP”, de Norberto Galasso y en el análisis de Roberto Ferrero titulado “La sombra de Ramos. Orígenes y decadencia de la Izquierda Nacional”.
5) El tema de la política de FIP ante las elecciones de marzo de 1973, en las cuales presentó candidatos propios, comprometiéndose a respaldar al peronismo en la segunda vuelta es algo que exige un análisis particular, imposible de abordar en los límites de este artículo. Me limito, por consiguiente, a señalar que considero errónea aquella decisión de carácter táctico, contradictoria con los contenidos de una campaña que inducía a los electores, sin proponérselo, a votar por Cámpora sin rodeos previos.
6) Se trata de hacerlo por segunda vez, en realidad: en un texto de circulación interna, hace más de cincuenta años, el cro. Spilimbergo ilustraba al partido recién fundado sobre estos problemas, que el enunciaba bajo el título de “Algunas precisiones sobre la táctica”. No he podido encontrar copia de ese breve gran ensayo del compañero que más se distinguió, dentro de los dirigentes de la Izquierda Nacional, por sus cualidades de constructor.
7) Contra la “leyenda negra” y su corroboración por el stalinismo, incapaz de sustraerse a una visión manipuladora de las energías sociales, la experiencia democrática de los soviets fue reveladora de un hecho central: no existía contradicción entre el centralismo democrático de la fórmula leninista del partido y la “espontaneidad” de las masas. En realidad, operaba entre ambos una relación dialéctica, cumpliendo el partido la función de posibilitar que las masas vencieran las trabas a su irrupción en la toma de decisiones, trabas impuestas por el Estado burgués y las clases dominantes.
8) Una sistematización exhaustiva de las premisas políticas (y político-gremiales) en que se funda el despliegue de “la táctica AUN” salió publicado en “Lucha Obrera” Año V N° 38, del mes de noviembre de 1968, con el título de “Viraje Nacional del Estudiantado” y aunque no tiene firma todos sabíamos reconocer la pluma del cro. Spilimbergo, en ese momento Secretario Universitario de la Mesa Ejecutiva Nacional.