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LAS EMPRESAS AGROPECUARIAS QUE NECESITA LA ARGENTINA

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Texto para el II Congreso del Pensamiento Nacional Latinoamericano que se realiza en la Universidad Nacional de la Plata y en la Universidad Tecnológica Nacional de la Plata el 29, 30 y 31 de mayo de 2025.

 

El trabajo parte de un caso de “economía circular”, registrado el 31 de julio de 2021, en Agrovoz[1]. Allí, el periodista Favio Ré entrevista a un miembro de una empresa agropecuaria localizada en Serrano, al sudeste de Córdoba y nos anoticia sobre los trabajos de esta firma, cuya excepcionalidad merece una atención particular. Se trata del establecimiento de la familia Longo. En 5000 hectáreas, propias y arrendadas, los Longo siembran principalmente soja y maíz, sin el fin de venderlos, como es usual. Los granos alimentan un feedlot apto para engordar 5000 vacunos y una granja porcina de 1200 madres, que planean ampliar. De modo que, además de usar su cosecha para alimento, deben comprar la producción de otros campos, para agregarles valor. Y esa compra debía incrementarse, según sus planes, tras duplicar las madres de la granja, un momento en el cual tendrían que nutrir a 30.000 cerdos, en permanente rotación. La sustentabilidad del emprendimiento, nos informa Ré, incluye la utilización de los efluentes del feedlot para fertilizar el suelo, dato que contraría nuestra práctica de depender de la compra de fertilizantes, que son producidos por empresas extranjeras y se cotizan en dólares. A eso se añade la incorporación de un biodigestor que produce biogás con los desechos porcinos. Dicho combustible tiene como destino movilizar una turbina que genera energía eléctrica, mientras al final los residuos van también a la fertilización. Por último, el objetivo final es producir biodiesel, a ser consumido por la maquinaria agrícola y una flota de ocho camiones con los que transportan diariamente granos, alimentos y animales. No por capricho el ciclo completo lleva el nombre de economía circular, ya que se busca suprimir lo que serían habitualmente considerados “restos”, devolviendo al suelo con el producto expulsado por la digestión animal las nutrientes que pierde en el proceso de explotación.

Para completar el cuadro antes reseñado, es necesario decir que, mientras explotar una dimensión semejante en la mera producción de granos sólo requiere el concurso de tres o cuatro maquinistas algunos días al año, el establecimiento de los Longo contrata alrededor de 100 trabajadores estables y que, en la entrevista con Ré, Juan Manuel Longo nos cuenta lo siguiente: “Andamos con la lengua afuera, por que hacemos todos los procesos nosotros. Y para las inversiones, deberíamos tener un banco propio. Pero bueno, reinvertimos, no sacamos el dinero afuera del país (el subrayado es de nuestra autoría)”.

El ejemplo expuesto, aunque no lo explicite el periódico AgroVoz, nos da una noción de lo que podría lograr el mentado “campo”, en el país. Un avance posible, subrayamos, ya que exige un manejo hoy inexistente en virtualmente todas las empresas agrarias, como veremos enseguida. Pero que, si se generalizara lo que llamaremos en honor a la firma “el modelo Longo”, permitiría triplicar el valor de la producción y obviamente las exportaciones, resolviendo definitivamente un problema crónico de la economía argentina, la restricción externa, esa que nos condena al estancamiento general. Esa parálisis del crecimiento nacional es lamentada unánimemente, pero se ignora por lo general cuáles sus raíces en la historia y la sociología del mundo rural, aunque se trata de un impedimento que nos cierra el camino, desde hace décadas, al anhelo de ingresar al envidiable club del mundo avanzado, en volumen de producción y renta per cápita. Ese es el enigma que intentaremos descifrar.

La Argentina logró valiosos avances en manejo del ciclo de siembra y cosecha en las últimas décadas, es verdad. La mejora en semillas y las nuevas tecnologías mejoraron notoriamente el rendimiento por hectárea en el litoral fértil y permitieron además ampliar el área explotable a regiones ajenas al núcleo pampeano. El incremento de la producción, enorme, se mide en millones de toneladas de granos. Es un nuevo piso histórico del PBI rural, tan significativo para el presente y el futuro del país, que toda observación crítica al “modelo”, para ser atendible, debería eludir cualquier tentación de insinuar el regreso al paradigma anterior, que podría representar la pérdida de más de la mitad de la producción actual y un insoportable déficit del comercio exterior, ruinoso para el país. Pero tan certera como esa conclusión, es que el avance de las últimas décadas en volúmenes de cosecha y en los ingresos del sector no logró alterar la ética rentística que domina al agro, desde los años del modelo agroexportador clásico, cuando la Argentina del Centenario se envanecía de ser “el granero del mundo”. La continuidad del atraso se manifiesta en la excepcionalidad de los productores que encaran la economía circular, un modo óptimo de añadir valor. Sus escasísimos adeptos, pese a la promesa de un incremento fenomenal de las ganancias que garantiza esa opción, no tiene por tanto base en las tasas de utilidad respectiva de cada una de las elecciones posibles, sino que se explica por razones sociales. Esta aserción, para evitar el riesgo de que pudiera juzgarse como expresión de un apriorismo ideológico vacío, exige el apoyo de una argumentación consistente, que intentamos a continuación.

En primer término, diremos que no existe una resistencia genérica a la innovación tecnológica, como suele ocurrir en las sociedades primitivas aferradas a la tradición y renuentes a lo nuevo. Si así fuese, si la conducta usual de rechazar la opción de agregar valor al grano naciera de una suerte de barbarie cultural, no se hubiesen admitido la siembra directa, los fertilizantes y fitosanitarios, que casi todos los productores incorporaron rápidamente. Adoptar esos avances, ese es el secreto, a nuestro juicio, no exigía alterar un modo de vida cuasi rentístico –admitido por el carácter ocasional del esfuerzo que impone un ciclo que concluye al vender el grano al acopiador– para asumir el propio del empresario industrial, que trabaja todos los días. El “modelo Longo” –su vocero lo expresa– supone abandonar los hábitos parasitarios, ese gasto de energías más limitado y sencillo, como es usual en nuestros “hombres de campo”, distantes del modelo de la burguesía industrial que impulsó el nacimiento del capitalismo moderno. En consecuencia, como ya pasó en el modelo clásico agroexportador, la incorporación del avance tecnológico global, con aportes locales como la siembra directa, apunta sólo a incrementar la renta, rechazando emplear el trabajo humano como fuente de riqueza, según el modelo burgués usual. Aquí, contrariamente a lo que ocurre en los países avanzados, con una elevada productividad rural, se apuesta sólo a que “produzca” la tierra y se rechaza asumir “el trajín empresario”, rechazado como un modo de “complicarse la vida”, contra la chance de disfrutar de un ingreso fácil. De allí la abulia ante otros logros científico-tecnológicos, que “el modelo Longo” suma a su hacer, como la producción industrial de diversas carnes, combustibles, electricidad y fertilizantes, según hemos visto, donde además de incrementar la cuantía y diversidad del producto, se busca y se logra reducir costos.

Ahora bien, como revelaba ya el análisis del modelo agrario tradicional del país, con eje en el núcleo del litoral pampeano, el parasitismo rural fue responsable del atraso global del país, por el derroche resultante de consumir la renta agraria, que era excepcional por la mayor fertilidad relativa del suelo pampeano. Sin reinvertirla y obtener, con un mayor empleo de fuerza de trabajo, la productividad que exhibían otros países, como Australia, Canadá y Nueva Zelandia, era imposible emular a dichos países, que con ese manejo triplicaban la cantidad de vacas por hectárea y desarrollaban toda la cadena de producción, sin ceder al capital extranjero (los frigoríficos, ingleses y norteamericanos) lo mejor del negocio, industrializar la carne, para consumo local y para exportarla a Europa, como era nuestro caso. En la Argentina, el terrateniente ausente era la norma, pero aún el arrendatario, una víctima del primero, compartía con su opresor el modelo del “granero”, con la afición al librecambio y el status semicolonial que resultaba de la subordinación al imperialismo británico. Este modo de producción, con la ética correspondiente, que cabe caracterizar como capitalista, pero no burguesa, por su rechazo a impulsar la productividad del trabajo, admitía sólo la modernización necesaria para adecuarse al mercado inglés, instrumentando sólo la fertilidad natural del área pampeana. Persiste, actualmente, como conducta habitual en nuestros productores, sea cual sea la escala de su negocio.

Nuestra producción de soja y maíz, los principales granos, se exportan sin elaborar o con el mínimo procesamiento que implica transformados en harina o aceites, lejos de la consigna de una empresa afín al “modelo Longo”, llamado Las Chilcas[2], de que “al grano hay que sacarlo caminando en cuatro patas”, afirmación que omite explicitar que el establecimiento emprende además una producción de biogás, biodiesel, fertilizantes y electricidad, vendiendo energía a la capital del Departamento de Río Seco.

El modelo contrario, que los entendidos llaman “economía lineal”, por oposición a la circular, es por mucho el prevaleciente y contrasta con lo que hacen otros países, en particular el club de los países avanzados, como España o Dinamarca. Los españoles nutren con producción vegetal a 34 millones de porcinos; Dinamarca, con un territorio menor a la de nuestra provincia de Jujuy, cuenta con un plantel de 13 millones de cerdos, para una población humana 6 millones. La Argentina, en tanto, pese al crecimiento de las últimas décadas, apenas roza esta última cifra. No es extraño, en dicho marco, que Dinamarca sea un gran exportador en ese rubro y que, siendo un país donde el productor agrario es un empresario, como su par urbano, tenga un PBI per cápita de 66.420 euros, mientras nuestro país sólo alcanza la quinta parte, 12.829 de dicha moneda[3]. Y no cabe, para eludir la crítica, recordar que Argentina dio preferencia a las carnes vacunas, ya que en este renglón padecemos un estancamiento virtual del plantel, desde los lejanos años en que un vocero del sector se ufanaba de censar “cuatro vacas por cada argentino”.

¿Cuál es la razón de semejante falencia, en un país cuya clase dominante tradicional se asentaba en la explotación agrícola-ganadera? La respuesta, mal que le pese al sector, es el destino que dan los ruralistas a la renta agraria, que, por el contrario de lo que apunta el vocero de los Longo, eluden la opción de su reinversión productiva y, en el mejor de los casos, destinan las ganancias a comprar inmuebles en centros urbanos o vehículos improductivos y, si tienen un mayor grado de sofisticación social, a la fuga de divisas, los negocios especulativos y el consumo suntuario.

Esa es, desdichadamente, la realidad dominante en el agro argentino. Anticipábamos lo excepcional del “modelo Longo”: información oficiosa de técnicos del INTA, señala que en el país, dentro de un total de 300.000 productores agrarios, que explotan una superficie cercana a las 33 millones de hectáreas con soja, maíz, sorgo y trigo, hay apenas 6 emprendimientos de economía circular. Una de ellas, la antes nombrada Las Chilcas –importa consignarlo, como prueba de que es posible este tipo de emprendimientos fuera del núcleo de máxima fertilidad–, está situada en una zona marginal a la pampa húmeda, próxima a Villa María de Río Seco, en el norte cordobés; población de la cual se provee de residuos y, como señalamos, vende energía eléctrica. Las Chilcas, que también lleva a cabo el ciclo completo enumerado anteriormente, explota allí 11.000 hectáreas. Un dato sugerente, como en la empresa de Serrano, que importa registrar en los exámenes sociológicos de la economía agraria: la propiedad extensa, en estos ejemplos, no está acompañada por la tendencia al usufructo improductivo de renta, una conducta que en ciertos casos siguen algunos pequeños terratenientes, que arriendan su propiedad, sin explotarla. No es este un dato menor y reclama un examen que nos explique el origen del viraje político de la Federación Agraria, en las últimas décadas.

El rol no fiscal de las retenciones a la exportación de granos

Si el “modelo Longo” fuese lo habitual, la rebaja o eliminación de las retenciones a la exportación (de granos) dejaría de ser una demanda rural[4]. Para agregar valor a los granos, las retenciones son, por el contrario, un estímulo, al favorecer la competitividad del industrial agrario radicado en el país, respecto al extranjero. Por esta razón, cabe decir que, con las normas mercantilistas aplicadas para impulsar el desarrollo inglés, el país prohibiría la exportación de commodities, para alentar la tarea de llegar a ser un “supermercado” global, no un “granero”. Sin llegar tan lejos, es necesario al menos situar cuál es nuestra conveniencia, apoyando a los actores que multiplican el valor de la producción agrícola.

Dinamarca es importador de granos, que salen del país transformados en carne, productos lácteos, o procesados ya para el consumo humano. Francia, por su parte, es el sexto exportador de productos agrarios del mundo, tras EEUU, Países Bajos, Alemania, Brasil y China. China, el principal destino de nuestra soja, alimenta cerdos con el grano argentino, por nuestra renuncia a producirlos aquí, pese al empeño puesto por el gigante asiático de crear en la Argentina gigantescas granjas porcinas, que transformarían soja y maíz en carnes y expandirían el modelo de economía circular. Los franceses, en cambio, contabilizan ventas que en sus tres cuartas partes son productos agrarios ya procesados. Consecuentemente, su industria agrícola es el mayor demandante de mano de obra industrial, con una suma de 400 mil empleados y la mayor producción mundial de vinos, un producto agrícola que añade valor al cultivo de uvas. Hemos citado a España, como productor de cerdos. Pero cabe añadir que en gran medida los españoles valorizan más la carne como jamón, algo que implica multiplicar el valor original del cerdo. Pero algo similar hace Vietnam, país emergente que usa los granos que le vende Argentina para alimentar sus ganados y aves de corral. Entretanto, nosotros, bajo el poder de la elite interesada en sostener la dependencia semicolonial, apenas procuramos ampliar la venta de productos primarios, con minería y extracción de petróleo y gas, sin alterar el modelo impuesto bajo el dominio inglés en el siglo XIX –el peronismo clásico intentó cambiarlo, pero no fue capaz de consumar el propósito– de la Argentina exportadora de carnes, granos y lana sucia[5].

Empresarios y rentistas en el agro argentino

Necesitamos empresarios, no rentistas. La primera tarea del Estado argentino debiera ser estimular, contra viento y marea, el modelo industrial agrícola-ganadero que da lugar a esta reflexión. Toda la experiencia histórica indica, contra ese objetivo, que modificar una conducta social ya transformada en hábito, aunque se muestre como aliciente un firme incremento de la obtención de ganancias, es algo que exige una lucha durísima, para no fracasar. Obviamente, es imposible siquiera planteárselo con un Estado débil; dotado de poder, con firme apoyo de las mayorías, debe además ser conducido con claridad y firmeza, durante un ciclo de acción prolongada. La magnitud del problema se advierte al recordar que el núcleo oligárquico de la provincia de Buenos Aires, la clase dominante tradicional del país, ha impuesto su ideología y aun su modelo de clase parasitaria a todo el sector, explotando, como fundamento natural, la fertilidad  excepcional del suelo pampeano, que durante décadas dotó de competitividad a la explotación agraria, con escasa inversión en mejoras y sin exigirle apostar a la productividad del trabajo, dada la posesión del humus pampeano. La burguesía agraria, hasta la llegada del peronismo representada ante todo por los arrendatarios, de origen inmigratorio, cuyo trabajo esforzado no arrojó como fruto el desplazamiento del eje hacia otro modelo, los viejos y nuevos dueños de las tierras explotables (que se han extendido, con los avances tecnológicos de las últimas décadas) no exhibe diferencias con la ética rentística de los antiguos enfiteutas, aunque en lugar de Europa prefiera a Miami como meca turística y exhibición de status. Con el ausentismo que distinguió al clásico terrateniente pampeano, aun en el caso de los que no optaron por arrendar el campo y disfrutar de la molicie en un centro urbano, nuestro “productor”, por regla general, no vive en el campo.

En ese marco, la acción estatal es imprescindible para lograr la expansión del “modelo Longo”, que incremente la producción y el empleo en el agro. No hay un solo camino, para lograrlo. Cabe pensar, por ejemplo, en iniciativas semejantes al proyecto chino de crear 20 mega-granjas porcinas, que fue desechado por una mezcla de indolencia gubernamental y de ineptitud para enfrentar los prejuicios esgrimidos por grupos ambientalistas, curiosamente confluentes con la resistencia más sorda de los sectores asociados a la exportación de commodities, que resisten la opción de industrializar lo rural.  Esa opción estaría disponible, si se superan aquellas insólitas objeciones, que lo frenaron, contra las opiniones favorables de los técnicos del INTA. Si ese género de proyectos estuviese protagonizado, como es el caso de los 6 establecimientos que fueron aludidos, por empresarios argentinos, cabe pensar en los estímulos diversos que se han usado para alentar desarrollos prioritarios para el país.       Finalmente –aunque debamos enfrentar la histeria libreempresista– nada impediría que el Estado nacional obre como empresario, con esa perspectiva.  El centro operativo de una empresa que elige la “economía circular” –el grano puede comprarse, tal como lo hace una empresa avícola– requiere sólo una extensión mínima de tierras fiscales, a las que pueden añadirse otras, adquiridas cerca de las urbes, con la seguridad de recuperar rápidamente la inversión. Y el Estado cuenta, de antemano, con la enorme experiencia técnica y administrativa del personal del INTA, a quienes se entregaría la gestión de estas nuevas empresas públicas.

Finalmente, cabe añadir que el mantenimiento de las retenciones a las exportaciones de granos es, por todo lo antedicho, una prioridad económica, antes que un mero recurso tributario. El proyecto de hacer del país –demagógicamente enunciado por el gobierno de Mauricio Macri, sin establecer una sola medida que lo apuntalara el gobierno de Mauricio Macri– “el supermercado del mundo” empieza por desalentar toda exportación de “lana sucia” y darnos la oportunidad de vender textiles, como sugería en su época Carlos Pellegrini, un exponente de la Generación del 80, tan exaltada como mal entendida, hoy.

Córdoba, 29 de abril de 2025

[1] La Voz del Interior (1 de diciembre de 2021). Con los granos y la carne, los Longo le dan rosca a la economía circular. https://www.lavoz.com.ar/agro/actualidad/con-los-granos-y-la-carne-los-longo-le-dan-rosca-a-la-economia-circular/

[2] Un titular de la empresa Las Chilcas, que también practica la economía circular, brinda la información que se utiliza aquí. Entrevistado por Nicolás Razzetti, responde al periódico Bichos del Campo. La entrevista se puede consultar en ese medio, publicada el 9 de agosto de 2022. El título, Al grano hay que sacarlo en cuatro patas, omite anticipar la amplia explotación de todos los recursos. Ver: https://bichosdecampo.com/al-grano-hay-que-sacarlo-en-cuatro-patas-resume-mario-aguilar-benitez-sobre-el-milagro-circular-de-las-chilcas-donde-se-aprovechan-todos-los-residuos-de-ese-proceso/

[3] Estadísticas publicadas para 2024 por Expansión/Datosmacro.com (Consultado 25 de abril de 2025).  PIB – Producto Interior Bruto.  https://datosmacro.expansion.com/pib/

[4] No es el tema del presente trabajo examinar las correlaciones entre los datos estructurales y las posiciones de los ruralista en temas puntuales y en la política nacional. Pero, cabe decir que debería estudiarse el caso de Córdoba, una provincia que se distingue por su primarización acusada, también caracterizado por su fervoroso rechazo a la vigencia de las retenciones y a toda iniciativa que apunte la necesidad de industrializar la ruralidad. Ver:  La Voz del Interior (06.06.2021). Granos: agregado de valor, el vaso medio vacío del agro en Córdoba.

https://www.lavoz.com.ar/agro/agricultura/granos-agregado-de-valor-el-vaso-medio-vacio-del-agro-en-cordoba/

[5] Durante la crisis de los productores ovinos, en la década del 70 del siglo XIX, cuando los ganaderos apoyaban circunstancialmente el planteo proteccionista, Carlos Pellegrini denunció el absurdo de exportar lana sucia a Gran Bretaña, sin procesamiento alguno, para comprarles a los ingleses la producción fabril elaborada con esa   materia prima. Con las obvias variantes, exportar otros productos del suelo, sin agregar valor, no altera aquel modelo de bajísima productividad general. Giberti, Horacio, Historia Económica de la ganadería argentina, Solar/Hachette, 3ra Edición.