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POLÍTICA ARGENTINA

DERECHOS HUMANOS Y DEFENSA NACIONAL

 

malvinas

madres de plaza de mayo

Divide y reinarás, dice la sentencia que educa a fuerzas dedicadas a oprimir a una patria y su pueblo. Estos, por el contrario, necesitan unirse para sacudir la opresión, aislando a la minoría poderosa que los sojuzga. En Argentina, el bloque imperialista logró disociar, y peor aún presentar como opuestas, la imprescindible lucha por los Derechos Humanos violados tras el golpe cívico-militar de 1976 y la atención que reclama la Defensa Nacional, tristemente ignorada por los gobiernos democráticos que siguieron al Proceso. De allí deriva el estado de indefensión que el país sufre, mientras se niega hasta la existencia de “hipótesis de conflicto”, con Gran Bretaña ocupando Malvinas y una enorme porción  del mar argentino.

Aun con retraso –en el 2023 cumplimos 40 años de vigencia de una democracia al menos formal– es preciso superar la falsa oposición entre facetas complementarias de la lucha nacional del pueblo argentino: atender los deberes de la soberanía territorial y defender sus recursos es una condición para tener patria y, sin plena vigencia de los derechos democráticos, se estaría poniendo esa misión  en manos de una elite cívica o militar sin base de masas, algo inviable según la experiencia histórica del país: el “nacionalismo” sin pueblo capituló siempre ante el poder imperialista y sus respaldos internos; su enorme poder solo logra ser vencido con la  presencia activa de las mayorías nacionales y el peso decisivo de la clase trabajadora.

No es casual que la experiencia nacional más exitosa y profunda del siglo XX, el ciclo liderado por Perón y el Ejército, sea el fruto de la confluencia entre una generación militar nacionalista y la clase obrera que la salvó del fracaso en las vibrantes jornadas de Octubre de 1945. Y tampoco lo es que de ese encuentro emerjan unidas las tres banderas, la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.

El presidente Alfonsín, Malvinas y los Derechos Humanos

Al comenzar su mandato, mientras sostenía la lucha por los Derechos Humanos, Alfonsín, que había  calificado como “carro atmosférico” la decisión nacional de recuperar Malvinas, presentó las atroces violaciones cometidas por el Proceso como un producto de la mentalidad represora de “los milicos”. De ese modo, omitía denunciar al poder social “detrás del trono”, los núcleos del poder económico concentrado oligárquico-imperialista. Sin embargo, ellos fueron quienes impulsaron el golpe militar del 76: estableciendo, al consumarlo, con Martínez de Hoz a la cabeza, la orientación de su política; indicando, entre otras cosas, lo que debía hacerse con la militancia obrera más fiel a sus bases, más insobornable, los núcleos empresarios dieron contenido al poder militar.

Es verdad que los mandos habían sido predispuestos a seguir ese dictado ¿no eran las enseñanzas de sus maestros en la lucha contra “la subversión”, sus  colegas de Francia y EEUU? ¿no era ese el modo de defender al Occidente “democrático” contra la amenaza comunista? A las empresas imperialistas y las patronales, en general, poco les importaba que en “la limpieza” se hiciera un distingo entre el caso, extraño, de un obrero que formara parte de organizaciones armadas y las comisiones internas o los delegados gremiales que solo respondían al mandato de su base. Su meta era incrementar la cuota de explotación y esa era para los chupasangres toda la cuestión.

¿Cabe pensar que Alfonsín ignoraba esa realidad [1]? De ningún modo. Ocurría, sí, que según su visión era posible tener “democracia” sin liberación nacional, gozar en fin de una democracia colonial. Si en algún momento apostó a defender el interés nacional contra el imperialismo mundial y sus socios locales, su posición ideológica lo llevaba a enfrentar a las fuerzas que podían en ese trance apoyarlo, como la clase obrera y una facción militar nacionalizada por Malvinas. Ambas podían sumarse a una empresa nacional auténtica: al haber padecido el régimen oligárquico –los trabajadores– o atravesar un conflicto con el sistema de ideas sostenido por el Proceso, como era el caso de los Combatientes  de Malvinas. Pero en vez  de buscar respaldo en esas fuerzas, Alfonsín no hizo más que agraviarlas. Así las cosas, amagó con resistir al FMI, pero, impotente, dejó caer al ministro Grinspun y capituló enseguida en toda la línea. Su fuerza inicial, a partir de allí, se iría desvaneciendo, hasta el ataque final de los núcleos del poder económico concentrado y el abandono anticipado del poder político, solo y desprestigiado, incluso ante sus bases pequeñoburguesas.

De tal manera, se impuso la continuidad con el ciclo anterior, en desmedro de la ruptura, limitando su logro a la mera defensa de lo formal democrático, sin contenido emancipador. En ese contexto,  con el FMI imponiendo sus dictados desembozadamente a un gobierno domesticado, los Derechos Humanos se habían transformado, para Alfonsín, en el único factor apto para preservar una cuota de prestigio, la fama de inquebrantable. En ese tema, bastaba con pregonar la condena de “los milicos”, a los cuales Occidente también quería castigar, como a esclavo insolente ¡Nada más redituable, creía Alfonsín, que ignorar el nexo entre Videla y el amo oligárquico-imperialista, mientras se favorecía el  empeño por clausurar la experiencia vital de Malvinas, su rol en el desarrollo de una visión nacional en las Fuerzas Armadas!

Curiosamente, para Alfonsín y los suyos las Fuerzas Armadas eran en bloque doblemente culpables y merecedoras de sanción: 1) por haber reprimido a su propio pueblo en nombre “de Occidente” y 2) por haber agredido a los países que lo lideran, con “la aventura Malvinas”. Defender la soberanía sobre las Islas, para ese enfoque, era sin más reivindicar “a los milicos”. El antagonismo interno en las Fuerzas Armadas, entre la facción proimperialista que condenó a Galtieri por enfrentar a Gran Bretaña y EEUU, no por los errores de concepción sobre el conflicto y la conducción de la guerra, por una parte y, por la otra, las tendencias malvineras que reivindicaban el combate y pretendían extraer de aquella experiencia ideas claras sobre la relación argentina con los centros imperialistas y los aliados posibles, era ignorada conscientemente [2], para demonizarlos a todos y trazar el signo igual entre unos y otros. Y aunque esa postura y la política consiguiente lo hizo caer en contradicciones irremediables, con las célebres leyes de Punto Final y Obediencia Debida, destruyendo su autoridad y el prestigio de su gobierno, es evidente que esos pasos en falso respondían a la matriz ideológica que lo guiaba: instaurar ”la democracia” en un orden colonial. En ese marco, era previsible que los autores intelectuales y los intereses de clase que dieron impulso a los crímenes del Proceso fuesen absueltos –peor, invisibilizados, liberados incluso de la condena  moral del pueblo argentino– ya que “los civiles” (un eufemismo para enmascaran a “los dueños del país”) eran sólo víctimas o, a lo sumo, pecaban por ignorar los crímenes del Proceso y embanderar el automóvil con la inocente creencia de que los argentinos éramos “derechos y humanos”.

El daño infligido a su propio gobierno fue, sin embargo, menos trascendente que el causado a la lucha por sancionar la violación de los Derechos Humanos y por impulsar en las Fuerzas Armadas y el pueblo argentino una comprensión acabada de la íntima relación entre los crímenes del Proceso, la destrucción industrial provocada en su ciclo, mientras crecía una impagable deuda externa, y la derrota en Malvinas. ¿No fueron acaso las mismas fuerzas internacionales e internas las dueñas del poder y las beneficiarias de la decadencia e indefensión del país? EEUU, Gran Bretaña, la OTAN y el FMI ¿no habían dado muestras, en todas y cada una de esas desdichas, de ser los inspiradores de las políticas sostenidas? La experiencia acumulada ¿no probaba, acaso, que lo ocurrido en Malvinas era la crítica más acabada y rotunda de las premisas que guiaron a Videla y las cúpulas puestas al servicio del Occidente imperialista y las minorías lideradas por Martínez de Hoz? Era hora de asimilar la lección, desbaratar el intento de ocultar la trama que unía esos hechos, las diversas facetas del drama nacional. El actor fallido, por darle nombre, eran Alfonsín y una UCR ya entonces anacrónica, aunque parezca juvenil y claramente progresiva comparada con la que dirigen, hoy, los secuaces de Macri. El final melancólico de esa experiencia, con el precipitado abandono del poder político, nos pone ante la pérdida de una gran ocasión de encauzar a la nación, darle un rumbo nuevo.

Néstor Kirchner y el retorno de lo nacional

Antes de la llegada de Néstor Kirchner, los poderes democráticos continuaron la política impuesta al país por Martínez de Hoz; con Menem, el remate de la estructura estatal y la destrucción del aparato productivo nacional fue profundizada, para demoler los avances que identificaban al peronismo con la independencia económica y la justicia social. Con el presidente patagónico, después de la crisis del 2001, vimos un viraje en sentido nacional, aunque es obvio decir que “la década ganaba” no alcanzó a revertir el enorme retroceso que habíamos sufrido. Pero no es ese el tema de esta nota.

El ciclo kirchnerista es reconocido, con justicia, por levantar las banderas y llevar adelante decididas   acciones en Derechos Humanos, con el reconocimiento y apoyo de los Organismos representativos. Al mismo tiempo, se insinúa, con la designación de Bendini, sus declaraciones y gestos, la decisión de  reivindicar a figuras emblemáticas del nacionalismo militar, como Mosconi, Savio, Baldrich y, como es obvio, el General Perón. Aunque algunas usinas del mundo “progresista” quisieron distorsionar el sentido del acto, es claro que esas declaraciones del General elegido por Kirchner, concuerdan con la naturalidad con la cual bajó el cuadro de Videla, respondiendo al pedido del presidente de la nación. A nuestro juicio, se trata de datos que abonan nuestra tesis: una visión nacional de los problemas del país (aún limitada, como fue el caso de la gestión kirchnerista) lograba avanzar en ambos frentes sin contradicción, reconciliando la lucha por los Derechos Humanos con la responsabilidad de atender a la Defensa Nacional, al menos discursivamente; también se altera, aunque limitadamente, la actitud oficial respecto a Malvinas y los ex Combatientes.

No obstante, las gestiones del kirchnerismo siguieron ignorando el estado de deterioro del equipo y la infraestructura que conforman la base del poder militar y su política militar no podía contrarrestar con el solo poder de su retórica nacional, que ponderamos, el peso ideológico del bando oligárquico y los efectos adversos provocados por la presencia, en el seno del kirchnerismo, del antimilitarismo abstracto y pequeñoburgués que divide los campos con criterios “de sastrería”, según dijo una vez Alfredo Terzaga. Aún en las condiciones de estrechez presupuestaria que afligen al país, mantener el equipamiento militar en condiciones y sostener la operatividad de nuestras Fuerzas, responde por una parte a necesidades objetivas y es al mismo tiempo una condición política para reconstruir los vínculos y dotar de sentido al poder militar, largamente abandonado, como lo atestiguó el drama de ARA San Juan, con pérdidas irreparables. Lamentablemente, vemos inconsecuencias en ese sentido. Desde los oficialismos kirchneristas, mientras se podían celebrar avances significativos en la defensa  diplomática de la soberanía sobre Malvinas y en reparar el daño a los ex Combatientes, se observaba la persistencia, con acciones provenientes del mismo campo, de las prácticas desmalvinizadoras, con la ideología que sustenta a “Iluminados por el fuego”.

El país precisa rehacer el vínculo entre las Fuerzas Armadas y las grandes mayorías, convocándolas a impulsar un programa nacional. Pero hacerse cargo de esa empresa exige una coherencia que no encuentra sujeto, hasta hoy. Los derechos democráticos del pueblo argentino y la tarea de defender la soberanía territorial, lejos de oponerse, integran necesariamente un programa liberador. Coronar la lucha por los Derechos Humanos exige llevar al banquillo de los acusados, aunque sea después de 40 años, a figuras como Blaquier, síntesis y símbolo del poder oligárquico que impulsó el derribo del gobierno constitucional de Isabel Perón, en 1976 y masacró a los trabajadores, para desarticular sus luchas y explotarlos más. Atender las exigencias de la Defensa Nacional, en condiciones en las cuales las Islas Malvinas y el mar circundante están en poder de Gran Bretaña, aun padeciendo las penurias  presupuestarias actuales, es hacer lo mínimo necesario para mantener operativas a nuestras Fuerzas Armadas y, al mismo tiempo, dar pasos firmes para rehacer los vínculos y otorgar sentido a la acción militar, tan abandonada como lo mostró la tragedia del ARA San Juan.

Córdoba, 30 de abril de 2022

[1]  No hay dudas sobre la participación de los radicales en la consumación del golpe militar del 76. Para el doctor Balbín, Videla era “un general democrático” y, en consonancia con su criterio, la UCR obtuvo la prórroga de los mandatos de una gran porción de los intendentes electos antes del golpe. Y aunque Alfonsín defendió a presos de la dictadura cívico-militar, su preocupación, tras la derrota de Malvinas, era que esa experiencia pudiera dar curso a la aparición de una tendencia militar “nasserista”. Evidentemente, el rival “progresista” de Balbín, si de él dependía, prefería que las Fuerzas Armadas fuesen colonizadas por el poder occidental.

[2] Su famoso discurso de Semana Santa prueba que Alfonsín registraba la existencia de los héroes de Malvinas y la negación discursiva de esa presencia cumplía la función de sostener la política que hemos descripto.

LOS ORÍGENES DE LA DERROTA DEL 12 DE SETIEMBRE: ¿QUÉ HACER AHORA?

Derrotados

Interpretar la derrota sufrida en las PASO es menos sencillo de lo que pretende aquel que se limita a ver “el factor económico”. Por nuestra parte, creemos que el malhumor que hizo perder votos al FdT tiene un origen multicausal. La pérdida de empleos, la reducción del ingreso, la parálisis de millares de emprendimientos diversos, en fin, la suma de problemas que sufrieron aquellos que no tienen un ingreso fijo, por graves que sean, deben ser integrados en un marco referencial para comprender las razones que llevaron al electorado a castigar al gobierno y favorecer directa o indirectamente a los opositores. Es obvio que pudo hacerse más, para mitigar las penurias relacionadas con el dinero. Sin embargo, los datos señalan que el gobierno de Alberto Fernández superó a otros de América Latina y el resto del mundo en cuidar el empleo y el ingreso de los actores de la vida económica, con énfasis en la franja más vulnerable. Era posible, se alega hoy, llegar con el IFE algunos meses más. Pero, no es menos cierto que basta con imaginar qué hubiese hecho Macri, estando en el poder, para admitir que el cuadro de premios y castigos que trazan las PASO prueba que la equidad no es un atributo de la historia humana y descifrarla exige una mirada sin prejuicios y no lineal. Algo semejante cabe decir de la política sanitaria vigente, superior al promedio de la mayoría de los países y merecedora de aplausos si se la coteja con los desatinos y la irresponsabilidad macrista. Así las cosas, el examen requiere incorporar datos que otros ignoran para encontrar la racionalidad de un comportamiento electoral que desafía la inteligencia. Mientras no entendamos que sucede, estaremos sumergidos en una confusión abrumadora y desmoralizante.

Ahora bien, si el malestar prevaleciente obedece a razones múltiples y complejas y las carencias que acusan nuestras mayorías no se resuelven sólo “poniendo dinero”, la conclusión es muy inquietante. En primer lugar, porque aun así no existen dudas de que la pobreza es vasta y, habida cuenta de que el FdT no se propone rechazar la deuda con el FMI, los márgenes de maniobra son muy estrechos, de cara a noviembre. Si además hay demandas intangibles, no vemos en los jefes del campo nacional una predisposición a interesarse por ellas. Los “analistas” amigos y los dirigentes más encumbrados del FdT sólo repiten aquella sentencia del General Perón, según la cual “la víscera más sensible del ser humano es el bolsillo”. Parecen ignorar, esos discípulos, que los pueblos alcanzan la condición de sujeto respondiendo a interpelaciones menos pedestres; es por lo menos curioso que, siendo que en nuestro caso somos nacionales, pero no peronistas, tengamos que recordar los discursos de Evita y que Perón supo siempre hablar al corazón del pueblo argentino. Sus seguidores actuales parecen ser sordos a los asuntos del espíritu; su brutal utilitarismo recuerda a esos padres que en lugar de afecto y comprensión dan un billete. El hambre no puede saciarse con afecto, pero ¿cómo no advertir que el ser humano también precisa valorar su vida, trabajar para sostenerse, sentirse digno, no vivir con miedo, creer en la justicia, un entorno de valores y solidaridad social y que en ciertas circunstancias, en pos de ideales, es capaz de sacrificarse y llegar incluso al heroísmo? Los que otorgan “al bolsillo” ese poder determinante exclusivo, que para colmo en la billetera sólo tienen monedas, subestiman a los de abajo, carecen de un alimento que las circunstancias reclaman, pero que las masas apreciarían si la elite es capaz de dar el ejemplo, con actos claros, no solo retórica. Los apóstoles del dinero ¿cómo creen que los libertadores de América llevaron al combate a nuestro pueblo? ¿creen que San Martín utilizaba un power point para explicarle a los pueblos cómo incrementar la demanda agregada?

El reino del desamparo

La noción de desamparo resume, a nuestro juicio, cómo vivieron las grandes masas la experiencia de la pandemia. El desamparo incluye las carencias y temores de índole material, pero abarca otras que son intangibles. Ahora bien, la dificultad mayor para aceptar este enfoque es que adoptarlo conduce a la conclusión de que son débiles, cuando no inexistentes, los lazos que vinculan a las estructuras y la militancia del campo nacional y las fuerzas sociales que constituyen sus bases o, mejor dicho, que son registradas por el peronismo como tales. En ese espectro, uno de los sectores es la clase obrera, cuya representación y activismo no rehízo el vínculo deteriorado por el conflicto entre el último gobierno de CFK y la CGT de Hugo Moyano, agravado por el sostenimiento del Impuesto a las Ganancias. La jerarquía sindical, aunque respalda al gobierno de Alberto Fernández, luce alejada del quehacer político y nada se hace para involucrarla más, por parte de la llamada “rama política”, que la apartó de la conducción del PJ  en tiempos de Alfonsín. La base obrera, todo lo indica, no es ajena a la crisis de la representación; su  identidad peronista, inconmovible durante décadas, tiene hoy mucho de mito. Los marginalizados y excluidos no son políticamente más estables; los resultados electorales no dejan al respecto lugar a dudas. Es de pensar que han retrocedido en conciencia social desde el momento en que emergieron, con los movimientos sociales de la década del 90, enfrentando al neoliberalismo. Al fin y al cabo, en aquel momento su condición obrera era todavía una pérdida reciente, mientras que la marginalidad, hoy, se ha vuelto crónica.  Y el amplio sector de clases medias pobres, semi marginales suburbanos,  oscila también, sin referencias que las protejan contra el influjo mediático. Este estado de cosas, que resumimos brevemente, es clave para entender el cuadro de situación que encontró la pandemia, en los primeros meses del 2020.

Ahora bien, si hay resistencia en el seno del peronismo (también en la UCR) para asumir que vivimos en la crisis de la representación, y se carece siempre de vínculos fluidos con las grandes masas (algo que explica que el FdT advierta en la medianoche del 12 de setiembre el malestar reinante), también es cierto que admitir el fenómeno del desamparo general colocaría al gobierno frente a la necesidad de enfrentar un problema insoluble para el liderazgo burgués del movimiento nacional, a saber: si se quiere superar este momento, además de reactivar la economía y redistribuir el ingreso es necesario levantar un programa capaz de enamorar (verbo manoseado, pero elocuente) al pueblo argentino, llamándolo a movilizarse contra los opresores del país, imponerles el poder de las grandes mayorías, alterar el orden de jerarquías sociales, liberar a la patria y liberarse él mismo del aciago destino que sufre el país desde la caída de Perón en 1955 ¿ O alguien cree posible “enamorarlo” con “proyectos que madurarán en el mediano plazo” y otros espejitos de colores gratos al empresariado, pero que nada le dicen al corazón de las masas? Y no se trata sólo de una cuestión de semántica.

El desamparo, a su vez, no apareció con el covid, al menos en las franjas sumidas en la marginalidad,  cada vez más amplias, que sufren esta situación sin haber perdido, felizmente, la memoria de que el país tuvo épocas mejores. Sin embargo, ni siquiera allí la desprotección es sólo material. Con sólidos argumentos se ha señalado que la inseguridad se sufre en estos ámbitos con particular crudeza. Pero además se carece, en el conjunto social, de continencia espiritual, referencias ideológicas y universos simbólicos que provean identidad y otorguen sentido. No ignoramos que este fenómeno tiene un alcance muy extenso; es anterior a la pandemia, que lo tornó visible en diversos países, sin excluir al primer mundo. Por el contrario, sabemos que esa situación explica que hayan perdido en diversos países casi todos los oficialismos que enfrentaron elecciones después del covid. Y que en ese marco, cuando alguna concordia domina la escena, es transitoria. El presidente argentino, en los primeros meses, fue investido por el público con los atributos del protector; su imagen creció en prestigio y autoridad. Este fenómeno, sin vínculos con lo económico, aunque coincide con la invención del IFE y ATP, que amparaban económicamente a vastos sectores, incluía notoriamente la gestión de la salud, pero también expresaba confianza en el presidente, investido con las cualidades de la moderación y la  sensatez. Al prolongarse en el tiempo y adquirir una creciente gravedad los problemas, el vínculo del poder con las grandes mayorías imponía apelar a recursos movilizadores del ánimo social, a una solidaridad más extensa y sólida, algo que supera al liderazgo y la vertebración del peronismo actual,  tal cual es.

El contexto histórico: una crisis terminal

La armonía inicial se esfumó velozmente. Las desigualdades sociales, en la pandemia, fueron cada vez más visibles. Aislarse en el hogar es muy diferente cuando la casa es amplia, tiene todos los servicios y el dinero alcanza, que si carecemos de todo y estamos hacinados en una pieza. La escuela virtual sin internet no existe, y es un tormento con un celular para cuatro hijitos. Para aquel que goza de una buena jubilación, mientras no se enferme, el drama se reduce a soportar la soledad o limitar sus intercambios al círculo de los convivientes. Para quien depende de un negocio o actividad afectada por las clausuras sanitarias, la zozobra se extiende de lo económico a lo vital: sin su habitual rutina no sabe qué hacer. Si además se trata de  un “adicto” al trabajo, estar en casa es un infierno. Deliberadamente, dejamos para el final el miedo al covid, el contagio propio o de seres queridos, la muerte.

Este cuadro, que es global pero se agrava en nuestros países, y particularmente en la Argentina que nos dejó Macri, sólo estaba cambiando muy imperceptiblemente cuando nos tocó votar y explica, a nuestro juicio, el malhumor generalizado, que la oposición logró canalizar contra el gobierno. No hay un voto a Juntos por el Cambio, sin embargo, y menos aún una irracionalidad patológica del pueblo argentino. Los virajes en su conducta, que han signado las últimas décadas, desconciertan al “analista” que aísla un momento (una instantánea), pero se tornan comprensibles adoptando un enfoque más abarcador, histórico, desprejuiciado. En relación a lo ocurrido el 12 de setiembre, si se quiere entender “la voz del pueblo”, luego de inventariar las causas inmediatas, visibles y cercanas del malhumor público, es preciso integrarlas a un cuadro histórico más abarcador; evitar el riesgo de pasear por las ramas y no ver el árbol. En el pasado próximo y más lejano, hay claves que si se ignoran reducen el análisis a una reunión de lugares comunes y frases de utilería. Las “conclusiones”, aun cuando sirvieran para corregir la acción del actual gobierno –sus límites y contradicciones le impiden adoptar una política de liberación nacional–no son lo nuestro: pese a la voluntad de apoyarlo con firmeza contra el poder  oligárquico, no está en nuestras manos influir sobre su marcha. Podemos, sí, aportar una reflexión al activo militante, que advierte impotente los peligros que enfrentamos.

No vemos, en las cumbres del poder, una voluntad de analizar objetivamente el drama nacional, con miras a superarlo. Encontramos, sí, visiones facciosas. Los datos se eligen para llevar agua al molino propio y se desecha lo demás. Claro que cada intérprete buscará apoyo en el mundo de lo real, para ser convincente. Pero, tampoco basta con ser honrado, si falta un enfoque totalizador concreto. Sin insertarlo en la cadena, cada eslabón es un misterio y, sin perspectiva, el investigador da un cuadro acotado, superficial, impresionista, incapaz de brindar resultados serios, útiles para la acción.

Intentemos hacer otra ruta metodológica, al volver al tema del “malestar económico” y al presunto ajuste que lo habría causado. Desde luego, era posible una mayor “generosidad”, pese al quebranto estatal y los límites implicados por la negociación de la deuda con el FMI. Pero, antes de seguir, cabe  decir que los críticos de la gestión de Guzmán no se atreven a plantear la denuncia de la deuda, como alternativa a la adoptada por el ministro de Economía. Se habla de la estafa consumada por Macri y el Fondo Monetario, pero no se sugiere, dentro del campo del FdT, el desconocimiento de la deuda. Con lo cual el debate se limita al tema de un punto más o un punto menos del déficit fiscal en la ejecución presupuestaria que tuvo lugar antes de las PASO. Nos preguntamos: ¿esa diferencia, por sí sola, hubiese cambiado el ánimo colectivo? No rechazamos la idea de auxiliar más a los afectados por la pandemia y dar más impulso al consumo popular. Pero, en un país quebrado, paralizado por el covid, aunque el auxilio del Estado hubiera podido ser mayor ¿cómo afirmar que se hubiese logrado satisfacer necesidades tan excepcionales? La protesta social ha conmovido a todos los países y casi todos los oficialismos fueron sancionados por la opinión pública, tal como dijimos. Y, si el rechazo al gobierno debe evaluarse como “una respuesta racional” ¿por qué no sancionó la conducta de la oposición, que hundió a la Argentina en un abismo notorio y se ensañó en obstruir la lucha contra la pandemia, con el único fin de atacar al gobierno? No ignoramos, al argumentar de este modo, otros factores, como el papel de la prensa, pero aquellos que absolutizan el poder de los Medios deberían recordar que no pudo evitar en el 2019 la derrota de Macri[1]. Para no pifiar, debe hacerse un enfoque menos sesgado, más fértil. Sin identidad política, el pueblo es permeable a presiones nefastas, que obrarán contra él. En situaciones límites, castigará al primero que la prensa señale como gran culpable de todos los males. No insinuamos que el pueblo argentino es irracional. Tuvo razones para votar así. Pero son complejas. Para identificarlas y hacer un diagnóstico más congruente, diríamos: (1) hay que abandonar el dictamen economicista; admitir la presencia de un malestar difuso, alimentado por los  trastornos de diverso orden que nos impuso la pandemia, que se parece a la guerra; (2) advertir que “la racionalidad” emerge cuando el análisis incorpora un “dato” que omite el autor sólo atento a los hechos relacionados con el dinero. Ese “dato”, que todos los políticos esconden bajo la alfombra, es la crisis de la representación y las identidades ideológicas vigente en el país, que salió a la luz en el 2001 y no está resuelta. En ese contexto, el malestar se canalizó contra un gobierno peronista cuyo vínculo con las masas es muy precario, como se comprobó en las elecciones del 2015 y el 2017, sin omitir las limitaciones del triunfo electoral del 2019. Esa debilidad política estructural impidió que el gobierno dirigiese el malhumor popular contra el poder económico, que en el curso de la epidemia, atendiendo con egoísmo sus intereses de clase, se negó a parar, desprotegió a sus empleados, que el Estado Nacional fue el único en sostener y, como si todo eso fuese poco, elevó los precios que pagan los consumidores y resistió la sanción del Impuesto a los millonarios, demostrando su absoluta falta de solidaridad. Y aquí sí cabe reconocer la debilidad del gobierno, que sancionó el impuesto, pero no castigó a los especuladores y sus cómplices, causantes y beneficiarios del agravamiento de los males que el país sufría. De todos modos, advertir que debe corregirse el rumbo, priorizar las necesidades de los marginalizados por el sistema, los asalariados y el escalón inferior de las clases medias es, sin duda, de buena política y se torna imprescindible para cambiar el humor de las bases electorales. No obstante, también debemos examinar la gestación del actual momento, sus coordenadas históricas, para definir una estrategia y construir los medios aptos para defender el terreno ganado en el 2019 con la derrota de Macri, y librar una lucha capaz de superar los límites programáticos y los modos de estructuración que se advierten hoy en el movimiento nacional, que obstaculizan la lucha por liberar a la patria.

Identidades políticas y estructuras de representación

Al desatarse la pandemia, señalamos que el país sería sometido a una prueba mayor, con similitud a las que impone una guerra librada en el propio territorio. En una declaración de Iniciativa Política, se planteaba la propuesta de que el Estado fuese provisto de la facultad de establecer cómo contribuía cada sector de la economía y la sociedad al esfuerzo colectivo, reemplazando el “dejar hacer” propio de “la normalidad” por un estatuto tan excepcional como era la situación que debía enfrentarse. Esa fórmula no fue en absoluto un fruto de la imaginación; sugeríamos, en realidad, lo que hicieron ante las guerras del siglo XX diversas potencias, como la Alemania monárquica en 1914, para estructurar y ordenar el esfuerzo que impone un conflicto bélico, que exige subordinar los intereses particulares a las exigencias de la nación, cuyo destino está en juego. Si consideramos que la pandemia impuso la paralización de casi todas las actividades durante un periodo de duración incierta, se entenderá que no había exageración alguna en aquella proposición.

Para no fracturarse, en esos momentos, la sociedad depende en buena medida de la autoridad que el pueblo reconoce a sus gobernantes, investidos de legitimidad, y de la identificación de la elite con los intereses del país. Así, el desafío, que implica sacrificios, puede enfrentarse sin desmayos.

Como cabe suponer, dicha cohesión es más sólida cuando las mayorías sostienen un ideario nacional y el liderazgo que las encarna. En 1951, después de dos años de sequías que obligaron a la Argentina a comer pan negro (entonces, eso se vivía como una desdicha), el General Perón ganó las elecciones con el 63% de los votos, pese a que la oposición intentó responsabilizarlo de aquel padecimiento. Ningún trabajador, ni una sola obrera de aquellas que sufragaban por primera vez, encontró motivos para votar contra el peronismo y la reelección de su líder fue plebiscitada.

En el presente, domina la escena la crisis de las identidades y representaciones políticas[2]. La UCR, que  fue la expresión de nuestras clases medias democráticas, ha pasado a ser un siervo del PRO, esa fuerza de ocupación extranjera que dirigen Macri y Rodríguez Larreta, que expresa directamente al núcleo de poder económico, adicto a la especulación y fuga de divisas. Y el peronismo, aun siendo capaz de sostener una política defensivamente nacional, con algún arresto más enérgico, como se vio con la estatización de las AFJP, de YPF y Aerolíneas, no levanta un programa de liberación nacional, que lo llevaría a luchar contra los pulpos económicos que engordaron en el Proceso, el ciclo menemista y el gobierno de Macri, a costa de la destrucción del Estado que edificó el General Perón.

En otras condiciones, con los partidos populares actuando como expresión de nuestras mayorías, es de suponer que el pueblo argentino no habría sufrido la orfandad que padeció durante la pandemia, y hasta cabe creer que aquellas fuerzas que protagonizaron el abrazo de Perón y Balbín, con el covid    amenazando al pueblo argentino, no hubieran estado en veredas opuestas, con la UCR obrando cual peón del PRO, clara expresión del bloque oligárquico. Pero el sistema político, incluido el peronismo,   es una cáscara desprendida del ser vivo, que se dirige al elector– las personas no cuentan, sino como votantes– por medio de la televisión, sin tener militantes que convivan con las masas, con la única y limitada excepción de aquellos ligados al “territorio”, en el universo de los excluidos.

De tal modo, no hay una circulación sanguínea entre el gobierno popular que supimos conquistar y los ciudadanos de a pie. En consecuencia, el FdT sólo se entera del malhumor popular en la medianoche del 12 de setiembre, cuando todos esperan, incluida la oposición, un resultado distinto. Por nuestra parte, sin haberlo previsto, con algunos sondeos en la clase trabajadora, estábamos preocupados. La razón consiste en que venimos advirtiendo que es imposible reconstruir el movimiento nacional sin actualizarlo doctrinariamente y establecer modos de liderazgo y estructuración capaces de impulsar un amplio debate de los problemas nacionales y un claro protagonismo de las masas populares. Y tal cuestión, acuciante ya, no es asumida por las actuales jefaturas.

La conducción verticalista, venimos diciendo[3], despolitiza a las fuerzas del campo popular, de diverso modo. En primer lugar, establece vías de selección “al revés” de los cuadros militantes: en el marco de la verticalidad, un liderazgo individual que carece de contrapesos premia o castiga, situación en la cual la militancia no debe prestigiarse abajo, en la base del movimiento, sino arriba, ante el jefe. En lugar de una estructura piramidal que crece eligiendo los líderes naturales del pueblo, surge una burocracia desligada del mismo, que representa al jefe frente a las masas, ese “gigante invertebrado”, que mencionaba Cooke. En ese marco, el debate de ideas, la tarea de encontrar la mejor respuesta a cada momento, la función de auscultar cuál es el ánimo y los deseos de la base, mueren desplazados por la espera pasiva de que “bajen línea”. La figura  del invertebrado se hace así literal. El lugar del análisis lo ocupa el intercambio de las sentencias de Perón, Evita, Néstor o Cristina. Eso rinde, para aquel o aquella que quiere ascender en la carrera política; nadie cometerá el error, al observar esa anomalía, de advertirle al rey que está desnudo. Finalmente, como un alcahuete suele ser un traidor potencial, los ideales ocupan poco lugar, en su universo. Ese género de personajes nunca fortalecerá al movimiento nacional, dentro del cual es un peso muerto.

Aunque se trata de un problema mucho más general y amplio, las PASO mostraron las proporciones del problema, que impide reconstruir las fuerzas nacionales y, en lo inmediato, obstruye la necesaria capilaridad entre el liderazgo popular y los sectores que lo sustentan. Esto se agrava, a su vez, con la marginación sufrida por el movimiento obrero que tuvo lugar, según dijimos, en la década del 80, al imponerse en el peronismo “la rama política” que impulso “la renovación”, sancionando su tesis de que la derrota ante Alfonsín en 1983 sugería “blanquear” la imagen del movimiento, al que habían desprestigiado los “cabecitas negras”. Dichas circunstancias, que parecían superarse en los primeros años del ciclo kirchnerista, fueron acentuadas después por la ruptura del gobierno de CFK con la CGT de Hugo Moyano y otras acciones lesivas para los trabajadores[4], entre las que sobresale la imposición del Impuesto a “las Ganancias” del asalariado, que obraron a favor del triunfo de Macri.

Conclusiones

Nuestra mayor esperanza, frente a las elecciones del 14 de noviembre, se funda en creer que el voto popular quiso señalar al actual gobierno su fuerte disgusto con una gestión que no supo amparar, en múltiples sentidos, a nuestras mayorías, en las condiciones dramáticas creadas por la pandemia. Esta suposición se apoya en la premisa, ampliamente aceptada, de que no hubo un voto a favor de Juntos por el Cambio u otras fuerzas de la oposición actual. En realidad, pensamos que obró una mezcla de protesta dirigida al gobierno con un rechazo indiscriminado a la política; siendo de vieja data, con la crisis del coronavirus éste creció exponencialmente, mientras la sociedad enfrentaba una catástrofe sin precedentes, en un momento de la historia signado por la ausencia de los recursos espirituales que nos sirvieron de refugio y contención en otros tiempos.

Ese cuadro, generado por la pandemia, que alimentó fantasías de cambios civilizatorios[5], desafía al análisis; no es posible aún saber hasta dónde determinará cambios, en un orden global que era frágil y de incierto futuro antes del covid. En esas condiciones, se cuentan con los dedos los gobiernos y las naciones que superaron la prueba sin mostrar grietas. En nuestro caso, nos atrevemos a decir que el gobierno del país no será condenado por el juicio histórico, cuando el análisis comparado coteje su desempeño en relación al resto. Pero esa presunción no implica ignorar que fue incapaz de advertir la magnitud del drama y de brindarle a nuestro pueblo una contención espiritual. Su diagnóstico del origen del malhumor público, luego de las PASO, seguido de la fórmula de “poner dinero en los bolsillos”, es desafortunadamente pobre. Un diagnóstico errado, con la medicina consiguiente, torna dudoso el éxito de la empresa de recuperar la confianza de las mayorías populares. De todos modos, hay varias razones para pensar que todo puede pasar. La oposición, al envalentonarse con su victoria, ha resuelto apostar a un discurso anti obrero, que fideliza sus bases electorales gorilas, pero podría generar una reacción defensiva en la clase trabajadora y el movimiento sindical. Por nuestra parte, vamos a impulsar su lucha y apostar a que la llamada “columna vertebral” recupere la iniciativa, y adquiera la centralidad que necesita hoy el movimiento nacional, si queremos revitalizarlo y proveerlo de un programa capaz de liberar a la patria.

Sea cual fuere el resultado coyuntural, fieles a nuestro pueblo y a la defensa de la patria, analizamos para entender y compartir los resultados; en las buenas y las malas debe preservarse la unidad de las fuerzas del campo nacional, distinguiendo con claridad al enemigo principal. Ningún patriota sentirá haber faltado a sus deberes con la nación y las grandes mayorías si pelea por vencer electoralmente al PRO y el poder económico. Al mismo tiempo ¿cómo ignorar las falencias actuales del movimiento nacional y la necesidad de reconstruirlo doctrinaria y estructuralmente? Lo coyuntural y el futuro no pueden escindirse, sin traicionar nuestra causa. Para emprender la lucha por liberar a la patria hoy colonizada, la clase obrera, los sectores empobrecidos de nuestras clases medias, los excluidos, y los patriotas que, sea cuál sea su profesión u oficio, sufren de ver a la nación arrodillada por una elite vil cuyo único Dios es el dinero, deben probar, en esta coyuntura, que saben quién es el enemigo y sus cómplices. Sin el don de identificarlos, sin la sensibilidad de advertir donde está la Nación y cómo honrarla, nada más importante podrá construirse.

Córdoba, 06 de octubre de 2021

[1] Ver http://aurelioarganaraz.com/ideologia-y-politica/los-gurues-los-medios-las-identidades-politicas-y-la-autocritica-del-movimiento-popular/

[2] El dominio del capital especulativo ha generado una destrucción del sistema de partidos en muchos países y la crisis de la representación no es un problema sólo argentino. Una de las manifestaciones de esa dilución de las identidades ideológicas es que las hegemonías son muy precarias. Pero hay excepciones, para probar que el fenómeno puede superarse si un movimiento logra “enamorar al pueblo”. En Bolivia la apatía no afecta al MAS; en durísimas condiciones, el pueblo venezolano sostiene a su gobierno. A favor, o en contra, en estos casos, el pueblo se identifica con fuerzas que lo expresan. Eso no impide que los jefes populares puedan errar en distintos momentos, pero las mayorías exhiben una conducta más fiel hacia ellos, otorgándoles márgenes de tolerancia imprescindibles para enfrentar las situaciones complejas. Ahora bien, omitir el dato de que estas fidelidades –pensar en Perón– son la respuesta a políticas que apostaron a transformar de raíz las condiciones de vida de las grandes masas, sin limitarse a encarar reformas menores es omitir lo principal del asunto, para hablar después, como vimos ahora en algunos casos, de un “pueblo desagradecido”.

[3] Ver http://aurelioarganaraz.com/politica-argentina/la-conduccion-vertical-despues-de-peron/

[4] Gorojovsky http://www.formacionpoliticapyp.com/2021/08/la-clase-trabajadora-el-gobierno-y-las-elecciones-de-2013/

[5] Ver http://aurelioarganaraz.com/economia-y-sociedad/hacia-donde-vamos-la-aldea-global-despues-de-la-pandemia/

ALBERTO FERNÁNDEZ Y NUESTRA LUCHA POR LIBERAR A LA PATRIA

AF

Cuando terminó de constituirse el Frente de Todos, lanzada ya la candidatura presidencial de Alberto Fernández e incorporado Massa, con algunos compañeros de militancia celebrábamos que, faltando el amor en un campo nacional tan amorfo, la feliz decisión de Cristina Fernández hubiese permitido que a nuestros dirigentes los uniera el espanto. Era imprescindible terminar con la banda de salteadores que lideraba Macri, expulsar a esa suerte de fuerza de ocupación, que habría de condenarnos, en cuatro años más, a ser un país definitivamente inviable. En esas condiciones, era clara la necesidad –lo dijimos en esos términos, sin embellecer las cosas y con toda honestidad– de no objetar, desde nuestro lado, el empeño puesto en sumar a Massa, con la condición de darle un rol subordinado, ya que sabemos que es un amigo de la embajada de EEUU. Esta posición, que hubiésemos rechazado en otro contexto, se justificaba –entendíamos  entonces y no advertimos razones para cambiar de opinión– por la debilidad del bloque propio y el grado de dislocación de las fuerzas populares, afectadas por la zigzagueante trayectoria del sector mayoritario del movimiento nacional en las últimas décadas, que, si bien nos dio, luego del 2001, a Néstor y Cristina, también fue responsable de la década menemista. Y, en el primer caso, aunque siempre juzgamos al ciclo kirchnerista como lo mejor que tuvimos después de la muerte del General Perón, no es posible ignorar que el triunfo de Macri, en el 2015, y varias de  las rupturas habidas en el campo nacional, no fueron causados por un rayo que cayó del cielo, sino la evidencia de los límites y contradicciones de su cúpula superior.

En realidad, la razón de fondo de que Cristina Kirchner subestimara las consecuencias que sus decisiones más desdichadas iban a tener[1] –debilitar de varios modos las bases electorales y la sustentación política del Frente para la Victoria– se relaciona directamente con un fenómeno que el sistema de partidos, no sólo el peronismo, tiende a negar. Nos referimos a la crisis de la representación política. Ésta mostró el rostro en la crisis del 2001 (“que se vayan todos”) y no fue superada, al menos hasta hoy[2]. Los partidos tradicionales, incluido el peronismo, prefieren mirar para otro lado antes que buscar los motivos por los cuales la identificación de sus bases ha perdido vigor, por decirlo suavemente[3]. El kirchnerismo, en particular, creía ser el heredero del peronismo, en cuanto a concitar el grado de adhesión de la clase obrera que había tenido el General Perón; al menos, ése que aseguraba el voto de los trabajadores, en una elección. No era así. La creencia era parte del triunfalismo reinante, en ese ámbito, hasta el 2015[4], y quizás explica la falta de conciencia de que no había margen para acumular desatinos. En las actuales circunstancias, el dato es crucial. Los posibles desaciertos de cualquiera de los integrantes del Frente de Todos y obviamente del gobierno mismo, pueden ser fatales. En nuestro caso, lo que vale para todos los que apoyamos al presidente desde la izquierda, por así decir, es necesario  recordar siempre esa lección, que la historia reitera[5]: atacar a un gobierno nacional-popular al que acosa la oligarquía –somos partidarios de ejercer la crítica sin ignorar ese dato central, que dicta una posición de “apoyo independiente”– sólo favorece al bando imperialista. Ese patrón de conducta sólo debe modificarse si los trabajadores y el pueblo tienen una clara voluntad de avanzar (con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes). En ese caso, es claro, nuestro deber es acompañar a las mayorías, impulsar su lucha con inteligencia y firmeza. Pero  no es ésa la situación, hoy. En el actual momento, atacar al gobierno sólo puede beneficiar al  enemigo, tal como ocurrió en el 2015 con ciertas reticencias a respaldar a Scioli.

Los hechos hablan: el triunfo popular en las elecciones presidenciales de 2019 tuvo un alcance menor al deseado. Siendo ése el punto de partida de la situación actual y habiendo conservado pese a nuestra unidad el bloque oligárquico un apoyo del 40%, tiene un poder parlamentario suficiente para trabar al gobierno; conserva, es obvio, el poder económico, comunicacional y, en el presente, una buena cuota de poder judicial. En consecuencia, éste es un gobierno débil, política e institucionalmente. Como si todo esto fuese poco, a la insoportable herencia de un vertiginoso endeudamiento, y destrucción del aparato productivo y el nivel de consumo de las mayorías nacionales, se añadió la pandemia del coronavirus, con sus exigencias sanitarias y proyección fatal sobre la actividad económica, que estaba en recesión antes de la emergencia del covid-19. En suma, se trata de un cuadro extremadamente difícil de enfrentar, teniendo en cuenta, además, la clara disposición de los núcleos de poder económico concentrado de forzar al gobierno a una capitulación o, si éste se resistiera, a impedir su consolidación y provocar su fracaso. A nuestro entender, esa conducta destituyente es casi unánime en el núcleo del poder económico concentrado, contrariando la voluntad de generar acuerdos que ha sido enunciada como modalidad del gobierno por parte del presidente.

El desarrollo del enojo y sus sinrazones

Los rasgos que impone al desarrollo de la acción y al tratamiento de los problemas el liderazgo compartido que evidentemente impera dentro del Frente, aunque se preserve la facultad de ser quien decide para la figura presidencial, parecen desagradar a sectores de la militancia que esperaban ver menos cabildeos. Esta circunstancia, en el marco de limitaciones a la expresión  política, de la ansiedad y los temores que acompañan a una situación inédita de nuestras vidas, parece alimentar la desazón y el enojo en sectores minoritarios, pero activos y conversadores, de la opinión pública nacional y popular. Sólo de ese modo podemos entender que, luego de votar por Alberto Fernández, alguien pueda caer en la cuenta de que el actual presidente es un moderado, algo que siempre supimos sobre su personalidad política[6]. Puede que alguno, en el cuarto oscuro, creyera que iba ser, esta vez sí, un chirolita de Cristina Kirchner. En ese caso, se comprende la decepción, aunque no la compartimos. Hasta hoy, sólo vemos diferencias de estilo. Es claro que, en nuestro caso, nunca hicimos propio el delirio aquél según el cual alguna vez estuvimos en “la revolución kirchnerista”. Pero seamos serios: todos supimos que el actual presidente fue candidato para posibilitar el frente y tener chances de ganarle a Macri. Se intentó incorporar incluso a Lavagna, Urtubey y Schiaretti, dando un lugar al peronismo neoliberal.

Nada tiene de sorprendente, siendo así, que el presidente actual no sea un revolucionario, un género que además casi ha desaparecido dentro del peronismo, después de Perón.

Lo decidió Cristina; fue un acierto y un acto patriótico, pero también un reconocimiento de sus  errores previos, que se remontan a la ruptura con la CGT de Hugo Moyano y lo que siguió más tarde. Fue asumir, en los hechos, las responsabilidades propias en la derrota ante Massa, en el 2013, los goles en contra que facilitaron el triunfo fatal de Cambiemos, en el 2015 y su propio fracaso, en los comicios del 2017, en territorio bonaerense. La realidad le impuso no encabezar   la fórmula y elegir un moderado para presidirla. Más aún, precisó sumar al Frente Renovador y al mismo Massa. Dijimos que se intentó incluir a Lavagna. Y no estaba mal, era necesario.

Al recordar esto –aquella rectificación, ampliando las bases de sustentación política hacia todo el espectro de los adversarios de Macri, que permitió el triunfo del 2019– no hacemos cuestión de lo que ayer aplaudimos: respondemos al imperativo de preservar la memoria. “Con Unidad se van, con programa no vuelven”, decía un volante de Patria y Pueblo; al llamar a votar por el Frente de Todos, Iniciativa Política avalaba la incorporación de Massa al Frente, con la única condición de que fuese una pieza más, subordinada, del tablero; decíamos, sin disimulos, que si ése era el precio de triunfar sobre Macri, había que incluir “a un amigo de la embajada de EEUU”. Fuimos claros, ¿no sabían todo esto los que ahora se sorprenden de “la moderación” o “la búsqueda de consensos”, que acaban de descubrir como rasgos de personalidad de Alberto Fernández? ¿Acaso su conducta, después de constituirse el Frente de Todos, no mejoró mucho  lo que habíamos visto, luego del conflicto con la Mesa de Enlace?

Es más, salvo los jóvenes, por razones de edad, ¿cuántos de los protagonistas de “la década ganada” resistirían el  examen de su conducta en los 90? ¿cuántos de los que luego aplaudían al kirchnerismo habían votado a Fernando de la Rúa, diciendo que era mejor que Duhalde? Por nuestra parte, tenemos el honor de no haber caído en esas inconductas y valoramos habernos enfrentado al riojano y haber votado en blanco (ni Duhalde, ni de la Rúa). Pero después de la crisis del 2001, era realista reconocer que había que “barajar y dar de nuevo”, para juzgar a los dirigentes en función de la conducta que cada cual asumía tras el viraje nacional que impuso el caos, fielmente interpretado por Néstor Kirchner.

Un baño de realidad

Hasta ahora, el balance del ciclo de Alberto Fernández, tal como señala Alfredo Zaiat[7], muestra su apuesta a crear consensos; huye de la subordinación o el enfrentamiento, en la relación con el stablishment. Al mismo tiempo, como dice también ese economista, el poder económico no está dispuesto a ceder nada; no negocia y, agregamos nosotros, pone en función la fuerza de que dispone para subordinar al gobierno o llevarlo al fracaso, a cualquier precio. Definir ese marco como “empate hegemónico” sirve para graficar un estado de cosas. Pero no define la evolución y los resultados que provisoriamente arroja el conflicto, ni señala los temas en torno a los cuales se desarrolla la pelea, para que podamos juzgar lo hasta aquí logrado. Procuremos hacer un resumen serio: 1) el gobierno ha triunfado en la negociación de la deuda externa con los acreedores privados, contra la presión y maniobras que los centros de poder extranjeros e internos llevaron a cabo para ponerlo contra la pared durante la operación y, concluida con éxito esa disputa, cabe prever un resultado similar –hasta hoy fracasan las maniobras enemigas en contra el país– respecto al forcejeo con el FMI; 2) el mismo balance cabe hacer con respecto a las presiones destinadas a provocar una devaluación, con una finalidad especulativa y política, ya que iba a hundirnos, económica y electoralmente. En esa lucha, no menor, también se advierte una defensa exitosa del interés nacional, imposible de subestimar si se considera la debilidad que le impuso “la herencia” y las dificultades adicionales que trajo la pandemia, en un cuadro complejo del comercio exterior, sin acompañamiento de los miembros del Mercosur; 3) paralelamente, no pueden registrarse como defección, hacia la base social o como signo de irresolución y/o impericia en la lucha por afianzar su poder, las decisiones tomadas para enfrentar la pandemia (incluyendo el conjunto de las acciones económicas, cuyo fin fue respaldar a los trabajadores, los excluidos y las empresas, para amortiguar los efectos del paro forzoso). No por azar los medios hegemónicos, junto a la oposición feroz de Juntos por el Cambio, buscan a cualquier precio desprestigiar al gobierno, “muera la gente que tenga que morir”; 4) pese a las fastidiosas idas y vueltas, igual conclusión cabe sacar sobre la creación del impuesto a las grandes fortunas; 5) de modo indudable, en un marco de recesión y vacas flacas, el gobierno defendió a los sectores vulnerables, afectando los intereses de las franjas pudientes: congeló los alquileres, suspendió los desalojos; congeló tarifas en los servicios públicos (las concesionarias hablan de atrasos del 35%), estableció el carácter de servicios públicos de las prestaciones de internet; ha devuelto la paritaria nacional de los docentes, dejó abiertas todas las demás; impuso la doble indemnización por despido, pese a las quejas de todas las patronales, contuvo la suba de la desocupación con las ATP y a los sectores más desprotegidos con el IFE, hizo que los jubilados con ingresos bajos obtuvieran aumentos superiores a la inflación y el resto perdiera un 4% y logró (en medio de la catástrofe económico-social que se heredó del ciclo macrista éste es un dato mayor, de gran importancia para la recuperación del consumo) que los salarios perdieran respecto de la inflación mucho menos que en el resto de América latina.

Al mismo tiempo, hay un dato clave, en el orden de lo político, imposible de soslayar a la hora de trazar nuestra posición ante el gobierno: el poder económico concentrado, sus medios de prensa, sus jueces cómplices y la derecha oligárquica, no descansan un minuto en la lucha por obstruir su gestión y afianzamiento. Pujan para impedir que las elecciones próximas fracturen o debiliten a la oposición y, ampliando el poder del Frente de todos, liberen al gobierno de la extorsión constante –imponiéndole  zigzagueos que hieren la confianza y afectan su prestigio ¿Cómo negar el significado de esas conductas? ¿no sabemos que si el actual gobierno hubiese traicionado el mandato popular y no defendiese el interés general y las potestades del Estado, los medios hegemónicos llenarían hoy de elogios al presidente, como hicieron con Menem? ¿no calibramos el odio y la agresividad que exhiben sus escribas, las centrales del stablishment y la oposición? Sólo un ultraizquierdista no ve esas cosas; si se trata de militantes del campo nacional, es de esperar que la ansiedad y el enojo ante las marchas y repliegues que impone la realidad al gobierno, que asume sus límites, deben canalizarse hacia una acción política que fortalezca al campo nacional-popular, sin hacer como el perro que se muerde la cola.

Algunas variantes de “fuego amigo”

Sin embargo, en cierta militancia, en lugar de ganar terreno el deseo de alterar las relaciones de fuerza, generando acciones aptas para ganar a los sectores indecisos y aislar al núcleo duro que sigue a Macri, crece el malhumor contra nuestro gobierno, al  que se juzga indeciso frente al poder económico, llegando a plantear su supuesta capitulación. Como a nuestro entender se trata sólo de ciertas franjas, no del grueso de aquéllos que votaron por el Frente de Todos, es importante identificar a ese universo de “enojados” y analizar sus argumentos.

El primer grupo que vamos a mencionar está representado por ex funcionarios; aspiraban a un cargo en esta gestión y no los llamaron. No tienen empacho, ahora, en prestarse a los medios del poder hegemónico, cuestionar aspectos de la actual gestión, descalificando a sus ministros y a determinadas medidas. Por obvias razones, no son ellos el sector que nos interesa invitar a una reflexión. La lógica del arribista no es parte del debate.

Nos interesan, sí, muchos compatriotas honestamente afligidos por la suerte del país, que sin duda desean ver triunfar al gobierno que han votado. Quieren que se revierta el daño causado por el ciclo de Macri y se siga un camino nacional y popular, apto para conquistar soberanía nacional y justicia social. En esa franja, creemos identificar tres variantes fundamentales, cuya actitud crítica no obedece a las mismas razones, por las diferencias ideológicas que los separan y por el grado de compromiso previamente adquirido con tendencias políticas cristalizadas por su filiación, sus referencias conceptuales y su perspectiva actual. Aunque como es de esperar, existan entrecruzamientos y casos “híbridos”, nuestra esquematización es imprescindible para hacer de nuestro examen un aporte al debate sobre las preocupaciones que compartimos, que giran alrededor del destino nacional, en este momento de la vida histórica.

La primera tendencia que vamos a mencionar –dentro del campo de aquéllos con los cuales es de nuestro interés desarrollar un debate– la conforman compañeros que proponen “retornar a las fuentes del primer peronismo”, recrear el IAPI o alguna institución que permita a la Nación una injerencia directa en el comercio exterior, reconstituir la flota mercante estatal, y apostar, en general, el Estado empresario. En el plano ideológico, una vertiente interna al sector invoca a Perón y acompaña el planteo con denuncias que aluden a la “desviación socialdemócrata”, que explicaría el eco que encuentra hoy, en el seno del gobierno, la pequeño-burguesía que, identificada con el “progresismo”, se hizo kirchnerista, sin digerir al peronismo de viejo cuño y sin dejar de aborrecer al General Perón[8]. El problema de los “ultraperonistas” (llamémoslos así, ya que se trata de doctrinarios abstractos que nada dicen del peronismo real) es que omiten decir qué medios usarán para ganar hegemonía e imponer su programa; en suma, cómo evitarán que lo suyo sea algo más que pura nostalgia. Esa carencia de proyecto, que los condena a la impotencia, tiene a su vez dos manifestaciones: 1) el impulso a expulsar a los sectores “progresistas”, sin reparar que se puede debatir con ellos pero apreciar su viraje al campo nacional, que fortalece nuestro bloque. No es aceptable pensar que es mejor arrojarlos al bloque oligárquico, para preservar una “pureza” que huele a secta; 2) Este peligro se acentúa cuando el desdén a la lucha por construir sólidas mayorías se suma una falsa asociación entre el nacionalismo en lo económico y “la fe católica”: Esa asociación, caprichosa y falsa, de la ligadura indisociable entre una política patriótica y el catolicismo tradicionalista se usa para rechazar las demandas del “progresismo” y las feministas (se aborrece el IVE, las píldoras anticonceptivas, la igualdad de género y el matrimonio igualitario), que serían opuestos a los cánones de “la nación católica”. En este punto, podría decirse, sin exageración alguna, que antes que en el peronismo abrevan en las fuentes del “nacionalismo” sin pueblo de 1943, que ya era senil en aquel año y es hoy una pieza de museo[9]. Adoptarlo como ideología nos transformaría en secta.

En otro momento, hemos dejado en claro que defender el derecho al divorcio, al aborto legal y las demás reivindicaciones del feminismo, en nuestro caso, no modifica la defensa de la unidad nacional para liberar a la Argentina, con todos los patriotas, sean o no creyentes. No quebrar el campo nacional es prioritario: la contradicción mayor es patria o colonia, sin atender credos y respetándolos a todos. Con esa conducta, como patrón, es lícito exigir a los fieles religiosos la misma actitud: bloquear toda maniobra que busque enfrentarnos, usando para ese fin algunas contradicciones secundarias de carácter ideológico y religioso. No pueden ser “más papistas que Francisco”.

No es posible estimar el peso de la corriente señalada, pero creemos que –entre las minorías críticas[10]a la actual gestión– el sector más ruidoso y más tenaz, ya que “los ansiosos” son multitud (debo ese término a un amigo), está formado por compañeros y compañeras que aún son fieles a Cristina Fernández, a quién le atribuyen una “voluntad  transformadora” que no resiste el menor análisis. Tal vez psicológicamente están “contenidos” por esa figura maternal-fuerte. Añoran su estilo; las exposiciones “magistrales”, que provocaban su admiración, por las mismas razones que no conmovían a las gentes del pueblo llano, como pasaba con las arengas vívidas pero sencillas de Perón y Evita, que sus abuelos universitarios rechazaban por “su demagogia”. No atienden razones, cuando se les sugiere analizar las consecuencias ruinosas del liderazgo verticalista; lo suyo es hablar de “profundizar”, a la ligera y sin precisión, la gestión de gobierno. En resumidas cuentas, aplaudían todo en el gobierno de “la Jefa”; pasar por alto, incluso aplaudir, hasta los peores errores, como la ruptura con la CGT de Hugo Moyano y la obcecación de mantener el Impuesto a “las Ganancias” de la clase obrera, o el rechazo al proyecto de modificar la Ley de Entidades Financieras[11]. Los más cultivados, lectores de Forster y de Laclau, atribuían la postergación de medidas de fondo a “las relaciones de fuerzas”, que según sus observaciones “gramscianas” desaconsejaban dar un paso en falso.

Esta cuestión, esgrimida en momentos de éxito electoral y mayorías parlamentarias, es hoy curiosamente ignorada, precisamente en momentos de suma debilidad. El único problema que impide avanzar, coinciden en declamar, imperiosos, tanto Navarro como Hebe de Bonafini (que se hacen eco de una impaciencia muy extendida, en las tribus k), es el carácter de Alberto Fernández, que “a todo el mundo quiere decir que sí”. En ese clima impaciente e irreflexivo, es natural que apareciera un provocador ansioso de hacerse fama, denigrando al presidente, del que ha compuesto una imagen vestida con las líneas cruzadas de la bandera inglesa[12].

Ahora bien, dejando al costado tonterías y excentricidades, nada tenemos contra el ejercicio de la crítica, aun en el caso de aquéllos que fueron aplaudidores acríticos de Cristina Kirchner.  Menos aun contra planteos dirigidos a recuperar soberanía nacional, imponer sanciones al poder económico concentrado, defender con firmeza el interés general de los argentinos, su alimentación, su salud y sus reivindicaciones, la vigencia de la justicia y, particularmente, todo lo relacionado con reparar los daños del ciclo anterior, sin olvidar la necesidad de transformar al país hasta el punto necesario para garantizar que el macrismo no vuelva nunca más. No está demás que recordemos nuestra pertenencia a la Izquierda Nacional, que se ha caracterizado por señalar que la caída del General Perón en 1955 se debió, en última instancia, a que no se expropiaron las grandes estancias de la pampa húmeda y el poder oligárquico estaba intacto, aunque se los hubiera privado, durante un periodo, del poder estatal. En el caso del kirchnerismo, señalamos los límites fundamentales de su planteo, reñido con la necesidad del Estado empresario, y en ese sentido lamentamos su adscripción a las fórmulas desarrollistas, la razón por la cual, en la larga década que pudo gobernar demoró siete años en estatizar YPF y necesitó comprobar que los delincuentes españoles estaban vaciándola para recuperar Aerolíneas, mientras otras empresas privatizadas por Menem seguían en manos de los bandidos del capital privado. Como el lector advierte, no podríamos objetar a la tentativa de impulsar una política de recuperación que, por el contrario, siempre hemos postulado, como camino necesario para liberar a la patria.

¿Qué cuestionamos a los críticos de Alberto Fernández y, particularmente, al enfoque que plantea el progresismo de “izquierda”?

En primer lugar, el desconocimiento de que lo fundamental es fortalecer el campo nacional, lo que implica advertir que el gobierno actual fue y sigue siendo lo que hemos construido, frente a la tentativa del stablishment de imponer un segundo gobierno de Macri u otro personero del bloque oligárquico. En consecuencia, toda nuestra acción –el pronombre “nuestra” designa aquí a lo que cabe llamar la izquierda del Frente de Todos, en sentido amplio– debe orientarse en función de ampliar las bases de sustentación del campo nacional y la unidad del bloque, sin pretender quebrarlo o desalentar el respaldo a la actual gestión, desacreditándola mientras la necesitamos, como debiera ser claro si se advierte que su relevo, en el momento actual, daría el poder al bloque oligárquico. Eso no excluye una posición crítica, que es necesaria para dejar en claro que nuestro programa responde mejor a las exigencias de la realidad, si estamos en lucha por liberar a la patria. Pero esta tarea requiere de nuestra parte, si queremos conquistar al pueblo argentino, demostrar que sabemos defender cada palmo de terreno ganado, ampliar el apoyo al bloque nacional, para aislar al enemigo, despojarlo de un respaldo que en las elecciones presidenciales fue muy considerable, evidenciando lamentablemente el éxito logrado en la  batalla cultural por el bloque oligárquico, lo que constituye una prueba de las limitaciones y las incoherencias que nuestro liderazgo ha tenido, sin las cuáles –cuesta asumirlo, pero deben hacerlo todos los patriotas– Macri no habría triunfado y no conservaría su base actual.

En segundo lugar, cuestionamos la frivolidad de una buena parte de la campaña que pretende desacreditar al presidente, cotejando su “moderación” con la supuesta “combatividad” del ciclo kirchnerista. Esta presunción no resiste el menor análisis, si se recuerda que se demoró cinco años antes de estatizar los fondos jubilatorios y nueve para expropiar el 51% de las acciones de YPF, las mayores medidas de ese periodo. Hemos sostenido siempre que “la década ganada” fue lo mejor que tuvo el país, después de la muerte del General Perón. Pero no es menos cierto que el actual gobierno está frente a una situación más difícil que aquélla, después del daño causado por Macri, la emergencia de la pandemia y la hostilidad de la oposición, mucho más feroz que la que tuvo Néstor; que a eso se añade un poder parlamentario débil, lo  que requiere, para superarse, un contundente triunfo en las próximas elecciones.

En una palabra: no debe sustituirse la reflexión y el cálculo político en un momento tan difícil por la impulsividad y los arranques típicos del “progresismo”, que es incapaz de mirarse en el espejo y recorrer autocríticamente su propia historia, siempre guiado por las impresiones y el deseo, reiterando un infantilismo ya senil. Hebe de Bonafini no trepida en hablar del “presidente del sí”, con la misma liviandad con que festejó públicamente el acto terrorista contra las Torres Gemelas. Guillermo Moreno habla en TN de la “desviación socialdemócrata”, pocos días antes de tratar a Menem de “gran compañero”. La inimputable Sandra Russo también tira al blanco contra Alberto Fernández, sin dejar de enorgullecerse de su alfonsinismo juvenil y sin haber revisado su estúpida teoría de que el kirchnerismo era “la superación del peronismo”[13]. Y así, cunden los dispuestos a desacreditar al presidente, sin que se les ocurra pensar quién será el beneficiario de sus “pasajes al acto”. Todos ofician “la interpretación de Cristina”, como si la actual presidente, cuando habla o calla, pudiera ser una mala interprete de su propia voluntad y posición táctica.

 Ahora bien, si ignoramos los datos de la actual la coyuntura, destacando entre ellos el nivel de conciencia y el estado de ánimo de las grandes mayorías (que sólo nos dieron en las últimas elecciones una  exigua mayoría); si hacemos caso omiso de cuáles son sus preocupaciones del momento; si nos parece inútil sopesar la fuerza y cohesión del campo propio, por un lado, y el  bloque oligárquico, por otro; si nos desentendemos del tema de si  existe o no una jefatura y un movimiento capaz de brindar al país (seriamente, es obvio) una alternativa superadora a la que ofrece, hoy, el Frente de Todos; si para librar una lucha por la emancipación nacional no  es necesario, previamente, haber ganado a la mayoría del país; en una palabra, si ignoramos el estado en que está hoy el movimiento nacional y sólo miramos nuestros deseos y nuestra ansiedad –su sagrada persona, alfa y omega de la (in) conducta típica del pequeño burgués provisto de “cultura política”– sigamos practicando “el tiro al pichón”, pase lo que pase. Dicho de un modo más amable, si el único elemento que tomamos en cuenta es si un reclamo “es justo”, dado que “la razón” sería nuestra hay que sostenerlo, sin más. Para un apóstol, siempre el dilema se plantea así, aunque lleve al martirio. Pero ésas no son las reglas de la política, en general; no lo son, menos aún, para una política revolucionaria. Para esta última, el mismo problema ha de tener una respuesta si se plantea en el curso de un alza de masas y otra distinta cuando el contexto en que aparece es “normal” o predomina la parálisis en el campo popular[14]. Si los trabajadores y el pueblo estuviesen en la calle buscando ahondar en un sentido antioligárquico y antiimperialista la gestión que preside Alberto Fernández, no daríamos la misma respuesta que en el momento actual, signado por la débil identidad política de las mayorías populares, la confusión y las conductas hasta cierto punto suicidas que hemos visto en estos años en ciertas franjas no privilegiadas del pueblo argentino. Todo lo cual, lejos de ser un fenómeno del momento, lleva más de dos décadas[15] y conforma un cuadro sin el cual la derrota del  2015 no podría haberse consumado.

El problema de la Hidrovía   

Uno de los temas que más se ha usado para cuestionar al gobierno es su presunta resistencia a recuperar el manejo estatal de la hidrovía. No subestimamos la importancia de la cuestión. Sin embargo, creemos que presentar la nacionalización de las tareas de dragado y los peajes como un cambio clave en el comercio exterior y la restauración de la soberanía, sería plantear con imprecisión el asunto, como ha señalado Juan Carlos Smith, titular del sindicato de dragado y balizamiento. En primer lugar, la ausencia estatal no se limita a este aspecto, subordinado, de un problema mayor, que incluye la privatización del sistema de puertos y la falta de pesajes de la carga naviera, que no se hace. Por otra parte, el río es el medio por el cual sangra la riqueza nacional, pero ¿quiénes son los autores del delito? Las cerealeras, pulpos que monopolizan el comercio de granos, tras la desaparición del IAPI. Alguien podría decir “por algo se empieza”, pero no vemos un planteo claro, sino un reclamo fundamentalista confuso, con mezquindades de “patrioterismo” hacia países hermanos –Uruguay y Paraguay. Al mismo tiempo, se oculta o  ignora que la pérdida de soberanía y el saqueo del país tiene otros capítulos más importantes, a saber: rigen aún dos leyes impuestas por Martínez de Hoz, con el Proceso, nunca modificadas en el ciclo democrático posterior al 83: de Inversiones Extranjeras y de Entidades Financieras. En ese marco, agravado en los 90, el comercio minorista pasó a manos del capital extranjero (Carrefour, Disco, Walmart, Easy, etc.) y fueron transferidas grandes empresas originalmente argentinas. Los ferrocarriles, la Flota Mercante del Estado, los Astilleros, el complejo industrial que conformó el IAME y en 1954 tenía un plantel de diez mil empleados, fabricando aviones, tractores, automóviles y motocicletas diseñados aquí; ENTEL, la producción y distribución de energía eléctrica, Agua y Energía, entre otros bienes, fueron destruidos, o privatizados, en la larga noche que comenzó en setiembre de 1955. En el curso de la decadencia se verifica una sucesión de dolorosos cambios del universo económico-social argentino. Entre otras cosas, fue diezmada la industria y la clase trabajadora; se redujo la influencia del movimiento obrero en nuestra política; creció, de un modo jamás visto, la marginalidad social; se empobrecieron las clases medias; los comerciantes del país fueron arrinconados en las orillas del sistema; se hizo crónica la pobreza y apareció la indigencia en crecientes franjas de población y, demostrando que los “de adentro” no siempre perdían, un núcleo minoritario acaparó la riqueza; la fuga de capitales se tornó crónica, mientras los economistas del poder se esforzaban en convencernos que falta un clima que favorezca su arraigo y debemos reducir nuestra apetencia desmedida, para crear un ambiente  “que impulse la inversión”.

Por tanto, la ausencia estatal en el manejo de la Hidrovía –debemos recuperarla, sin alimentar mitos– es “sólo” un capítulo del drama mayor, la desaparición del Estado como actor de peso en el comercio exterior; tal como pasa en la megaminería, con normas que permiten que los pulpos internacionales se limiten a declarar qué exportan. No negamos, desde luego, el avance que representaría controlar lo que envían fuera del país, pero el problema de fondo es el sistema. Algo similar cabe decir del mecanismo usado por las automotrices, que fugan divisas en el intercambio intrafirma, usando el recurso de subfacturar lo que exportan a sus centrales y sobrefacturar lo que reciben de ellas, mientras el Estado mira para otro lado.

Nuestra perspectiva

Es inconcebible, lo entiendan o no las elites “de izquierda” (un “ultra” k, lo asuma o no, razona igual que Nicolás del Caño), llevar una lucha por la liberación nacional sin ganar antes al pueblo argentino, que votó mayoritariamente por Cambiemos, en el 2017, y rectificó ese voto, de un modo parcial, en el 2019. Es nuestra presunción, basada en la experiencia de los últimos años, que el peronismo actual puede llevar a cabo una política nacional, pero es poco probable que se proponga hacer una política de liberación nacional. Esa perspectiva lo supera claramente: no está en el horizonte de su aparato político y sus cuadros de conducción; tampoco la espera hoy nuestro pueblo, que está sumido en la pérdida de identidad política y una amarga desesperanza, que apenas cede cuando se trata de sostener el poder adquisitivo del salario y proteger conquistas de vieja data. Para salir del marasmo es necesario reconstruir el movimiento nacional, algo que  implica actualizarlo doctrinariamente y democratizar su vida, para dar cauce al protagonismo popular y enviar al museo los modos verticalistas de conducción política. Es inconcebible, sin un avance en tal sentido, crear las condiciones necesarias para superar los límites y derrotas que ha sufrido el frente nacional y el pueblo argentino en las últimas décadas.

Ese horizonte, claro está, no puede alcanzarse sin una transición, cuyo punto de partida, como es de suponer, pasa por la defensa del nivel alcanzado, por endeble que sea. Retroceder, en este momento –si en las próximas elecciones no se modifica la relación de fuerzas establecida en los comicios del 2019, ese mantenimiento del statu quo será paralizante; será el prólogo de un paso atrás y la derrota del gobierno– no sólo afectará el futuro político de Alberto Fernández, sino la suerte del movimiento popular. Al contrario, la consolidación del triunfo electoral, obtener un firme respaldo político y una clara  mayoría parlamentaria, impulsará la orientación nacional-popular del gobierno, fortaleciendo también su ala izquierda, mal que le pese al ultraizquierdismo. Y, lo que obviamente es más importante, creará expectativas en el pueblo argentino y la clase trabajadora. Si, como es posible, el triunfo electoral está acompañado de una recuperación de la actividad económica, la ocupación, y los salarios, las grandes mayorías podrán plantearse objetivos más ambiciosos que la conservación del empleo y la subsistencia diaria.

Alguien podría objetar este planteo, diciendo que una estabilización semejante no impulsará la radicalización de las masas, sino su conformismo. Se trata, como la experiencia prueba –vimos a un ministro del General Onganía sorprenderse de que el Cordobazo tuviese como impulsores a “los obreros mejor pagados del país”– de un argumento falaz. Pero cabe aclarar que, aunque fuese correcto, ningún patriota puede desear que su pueblo sufra, para que “la letra con sangre entre”. Por otra parte, es nuestra la convicción de que el mayor déficit, en claridad política, no está abajo, sino arriba; antes que en el pueblo, en la militancia y sus conductores. Es preciso admitir nuestro retraso y luchar desde ya para construir una fuerza esclarecida y disciplinada, con cuadros capaces de facilitar canales de expresión a las mayorías, fragmentadas hoy, en el yunque de “la grieta”, que favorece únicamente a las minorías antinacionales. La tarea es unir al pueblo argentino, expresar a todo sector oprimido, a los trabajadores y excluidos, las clases medias pobres, los pequeños productores y comerciantes arrinconados por el capital extranjero, que los usa como peones y les arrebata el mercado, los técnicos y científicos, todos los que padecen la opresión imperialista que coloniza al país– disolver las contradicciones en el seno del pueblo, que son secundarias y usadas para dividirnos, fortalecer la unidad, aislar al enemigo y disputar la hegemonía al poder oligárquico. Estas consideraciones, por alejadas que parezcan en vista de la actual coyuntura argentina, nos brindan las claves para establecer la conducta que debemos seguir en este momento, si queremos fortalecer al campo nacional, y,  dentro del mismo, a las tendencias interesadas en profundizar el cauce abierto en octubre del 2019, con la derrota de Macri. En esa batalla se forjarán las condiciones y se fogueará una militancia que,  ideológica y políticamente formada, será capaz de combinar la audacia con el realismo crudo, revertir el retroceso que sufre el país desde la caída de Perón en 1955 y tomar en sus manos la lucha por liberar a la patria definitivamente. No es posible saber de antemano cómo llevaremos a la sala de cirugía a la Argentina oligárquica, pero sí afirmar que los impulsivos y ansiosos nunca serán el personal apto para dirigir una operación tan delicada y riesgosa para el destino colectivo.

Córdoba, 18 de febrero de 2021

[1] No podemos analizar aquí cada uno de los errores y dislates suicidas que se fueron acumulando desde el conflicto con la Mesa de Enlace, caso en el cual no se advirtió la necesidad de tratar de distinto modo  al pequeño y mediano productor, respecto a las retenciones, para aislar al núcleo oligárquico y privarlo de una base de masas, hasta el fatal paso que significó romper con la CGT de Hugo Moyano y (quizá para castigar a la clase obrera), sostener con obcecación el Impuesto a las Ganancias al salario, que terminó dando a Macri votos obreros en el 2015. El juicio y las advertencias sobre las consecuencias que podrían tener esas decisiones, que hicimos oportunamente, puede consultarse en el sitio aurelioarganaraz.com: “El conflicto gobierno-CGT y el rol político de la clase obrera” (2012), “El Impuesto a las Ganancias y las desventuras del aplaudidor” (2013)  y “Los orígenes de la grieta” (2019).

[2]Nuestra visión del asunto puede verse en “Los orígenes de la grieta” (2019) y “Los gurúes, los medios, las identidades políticas y la autocrítica del movimiento popular” (2017).

[3] Cierta militancia prefiere adjudicarla al rechazo hacia “la política” fomentada por la prensa oligárquica y la derecha. Es cómodo olvidar que desde 1983 hasta las crisis del 2001, los antiguos partidos populares traicionaban el mandato popular para obedecer las órdenes del FMI y el poder imperialista.

[4] Podría decirse que sobrevivió a las derrotas del 2009 y el 2013, desoyendo esos mensajes.

[5]Luego de la muerte del General Parón, al hacer del gobierno de Isabel Martínez “el enemigo principal”, las organizaciones armadas de la izquierda peronista y la ultraizquierda cipaya, que no podían derribarla y  tomar el poder, facilitaron la tarea del gorilismo entreguista y terrorista de las FFAA, unificándolas “en la lucha antisubversiva”, con lo cual actuaron como parteras de Videla.

[6] A nuestro modo de ver, si hemos visto algo distinto a lo que era de esperar, vistos sus antecedentes, es que “la mano de seda” a que suelen referirse algunos observadores no está reñida con cierta firmeza, en la defensa de sus ideas, tan moderadas como afines a lo que ya hemos visto en la “década ganada”.

[7] En Página 12 Alfredo Zaiat cita la declaración de CFK al anunciar la fórmula presidencial elegida por ella misma, donde explica sus razones. Dada la relación con el debate, la transcribimos con un subrayado de lo que viene a cuento: “Esta fórmula que proponemos estoy convencida que es la que mejor expresa lo que en este momento en la Argentina se necesita para convocar a los más amplios sectores sociales y políticos y económicos también, no solo para ganar una elección, sino para gobernar“. En una palabra, la vicepresidente también quería buscar “consensos”, eludir “la grieta”.

[8] El peronismo se caracteriza por no zanjar jamás sus conflictos internos, que se prolongan en el tiempo y acumulan sin resolverse. Un caso muy notorio y grave, en ese sentido, se refiere a los enfrentamientos entre “ortodoxos” y Montoneros de la década del 70, que prologaron la caída de Isabel Perón y el arribo del Proceso. Recientemente, para objetar la presencia de un hombre de Massa, Meoni, en la secretaría de Transporte, un usuario de facebook reiteró la denuncia montonera a Perón, “qué pasa, General, que está lleno de gorilas el gobierno popular”. Este ex (¿?) montonero k no aprendió nada en medio siglo.

[9] El nacionalismo oligárquico no superó la prueba de 1955, cuando el conflicto entre Perón y la Iglesia los llevó a militar en la “revolución libertadora”. Ese “nacionalismo”, católico preconciliar, tras reconciliarse y retomar su función ideológica retardataria dentro del peronismo, ha eludido siempre el análisis de las raíces histórico-sociales del conflicto con la Iglesia de 1955, como la suerte del clericalismo sin pueblo de 1943. En realidad, lo nacional tiene en ellos un lugar adjetivo, subordinado al clericalismo. No advierten, o se desinteresan, por esa razón, de las consecuencias políticas y electorales que su obcecación sectaria ocasionaría de imponerse a las fuerzas nacionales, favoreciendo a la oligarquía.

[10] No usamos el término “minorías” para descalificar a nadie: tenemos la impresión de que las grandes masas, por un lado, y el aparato político del peronismo, por el otro, no comparte esas preocupaciones.

[11]Ninguno de los que atacan por “tibio y conciliador” al actual presidente levantó la voz por la falta de voluntad de los gobiernos kirchneristas para modificar la Ley de Inversiones Extranjeras, clave de bóveda del régimen establecido por Martínez de Hoz, durante el Proceso.

[12] En la década del 60, Milciades Peña llegó a la conclusión de que Perón había sido “un agente inglés”. Su imitador actual es más vulgar y menos imaginativo que aquel precursor.

[13] Evidentemente, para Sandra Russo el estilo enérgico de CFK vale más que el IAPI, la nacionalización de los ferrocarriles, la elevación social de la clase obrera y los derechos políticos y laborales de la mujer.

[14] En mi experiencia personal puedo registrar un caso en el movimiento estudiantil cordobés. En las vísperas del Cordobazo, la movilización universitaria transformó en inservibles (y en una rémora) los centros de estudiantes e impuso formas de democracia directa, con Cuerpos de Delegados (modo de los Soviet de la Revolución Rusa)  que recibían mandato de las asambleas de curso. Pasada la euforia, los ultraizquierdistas transformaron estas organizaciones en una farsa, al instrumentar formalmente cuerpos ya vaciados: los estudiantes habían vuelto “a la normalidad”, al interiorizar los límites que tenía el movimiento y los ultras “dirigían” un tren fantasmal, al que le imponían las consignas más disparatadas. Había, pues, que reconstruir lo Centros, con sus direcciones elegidas para periodos de un año, las representaciones indirectas de la democracia burguesa.

[15] Prevalece entre la militancia y mucho más en los aparatos de los partidos, un rechazo a reconocer que la crisis de la representatividad (“que se vayan todos”) no fue superada, hasta hoy.

EL CORDOBAZO, A CINCUENTA Y UN AÑOS [i]

Cordobazo foto clásica

¡Arriba los de abajo! ¡Gloria al heroico pueblo de Córdoba!

Así titulaba la primera página de LUCHA OBRERA, el periódico del PSIN (Partido Socialista de la Izquierda Nacional), celebrando la sublevación obrera y popular que hería de muerte al gobierno oligárquico del General Onganía, el 29 de Mayo de 1969. La mejor manera de trasmitir una imagen de la magnitud de aquella gesta, a mi juicio, es decir que quienes protagonizamos el levantamiento sólo pudimos ver escenas parciales, sin adquirir en el mismo día una dimensión plena del movimiento de masas. Podría decirse que en una ciudad de radio extenso hubo Cordobazo en todo el éjido urbano y cada uno de nosotros sólo vivió una parte de suceso. Salí de mi trabajo, en una oficina céntrica, para sumarme a la lucha, a las once de la mañana, fui uno entre miles en el centro de la ciudad (una 60 manzanas), estuve en muchas docenas de fogatas, marché con estudiantes y trabajadores del Estado y al final del día, con otros compañeros, cuando entraba a la ciudad la represión militar –las fuerzas policiales se retiraron vencidas al mediodía y la ciudad quedó en manos del pueblo –nos dieron refugio en un lujoso departamento de la zona céntrica, en el cual pasamos toda la noche, con gente que nunca habíamos visto y cuya condición social de clase media acomodada no le impedía actuar así, ya que nos dio asilo sabiendo perfectamente que veníamos de las calles, que las tropas estaban procurando controlar y  que nos refugiaban porque corríamos peligro.

Sólo en los días siguientes supimos que hasta en los barrios más distantes hubo pueblada. Y vimos que en las avenidas por las cuales ingresaría el Ejército, pintadas anónimas (obreros, estudiantes, simples vecinos, sin intencionalidad partidista) plasmaban el llamado habitual en las sublevaciones históricas de todos los pueblos:

¡Soldados, Hermanos Nuestros, NO TIREN!

Eso fue el Cordobazo. En los días previos, gigantescas asambleas obreras y estudiantiles muestran una caldera que acumula presión. Aparecen formas de democracia directa en el ámbito estudiantil y transforman momentáneamente en formas perimidas a los Centros Estudiantiles, los órganos de la habitual democracia representativa. Ahora los cursos deliberan todos los días, eligen delegados y éstos se estructuran como Cuerpos de Delegados, guiados por mandato directo de la base. Es la política el tema de todos. Pero esta situación, fruto de un largo proceso, en parte silencioso hasta para los más enterados, no debe engañarnos, si se trata de capitalizar, con mirada actual, aquella experiencia.

Valga lo anterior para el tema de “la espontaneidad”, esgrimido hoy por sectas ultraizquierdistas que pretenden ignorar que el paro activo fue convocado por una decisión unánime del Plenario de Secretarios Generales de la CGT; es decir, por la famosa “burocracia”. En aquel momento, con ese pretexto, la ultra invitó a “ir a los barrios”, ya que al centro de la ciudad llamaban “los burócratas”. Nunca reconocerían la gran pifiaba, ni aprenderán nada. En otro sentido, no obstante –la mirada dialéctica es así– cabe hablar, en sentido marxista, de acción espontánea: no hubo una conducción revolucionaria; nadie pensó, con la ciudad tomada, en ocupar sin más la Casa de Gobierno, ese símbolo del poder. Dada esa situación, la Izquierda Nacional caracterizó al Cordobazo, luego de ser protagonista de sus hechos[ii], como pre-insurreccional. Era eso, ni más ni menos.

El Onganiato, es claro, había creado el marco necesario para el gran estallido, al extender hacia las clases medias, en particular, al estudiantado, la proscripción impuesta en 1955 al peronismo y los trabajadores, mientras piloteaba un proceso de concentración y extranjerización de la economía argentina, que estaba lejos, de todos modos, de tener los alcances que adquirió más tarde, desde 1976 hasta la terrible crisis del 2001, abarcando a gobiernos civiles y militares. Era suficiente, en la circunstancia aquélla, para promover un modo de “alianza plebeya”, no reiterado posteriormente. En cierto sentido, si obviamos el Proceso, podría decirse que los neoliberales posteriores, incluido   Menem, tuvieron “la astucia” de adormecer a la Universidad –y obviamente a los estudiantes–, al respetar las banderas formales de la Reforma –la Autonomía Universitaria– como tributo pagado a su desentendimiento ante los dramas del país y a su propio destino en el lamentable cuadro de la decadencia de la Argentina.

Muchos sobrevivientes de la experiencia setentista, por lo menos en Córdoba, suelen preguntarse cómo es posible que el pueblo del Cordobazo sea el mismo que luego pudo votar a Macri, a la UCR o Schiaretti. Quizás este último sea una clave, al recordar que fue protagonista del suceso. Es que algunos somos todavía fieles al sentimiento patriótico y a la lucha por liberar a nuestra patria. El quebranto de otros refleja y sostiene la impotencia popular de nuestra época. Es necesario ante todo recuperar la palabra, es decir, la teoría revolucionaria. Lo exigen nuestros pueblos, que ante  la decadencia sistémica no podrán evadir las exigencias del destino. Y el país sólo tendrá fortuna si logramos reconstruir, con los recursos actuales y en estas condiciones, ese poderoso bloque de clases populares que se manifestó en Mayo de 1969. Sin ese frente nacional, popular, democrático y revolucionario, proyectado a la lucha por la unidad latinoamericana, no habrá porvenir para los argentinos y su tierra.

NOTAS:

[i] Con ínfimas modificaciones el texto reproduce el que se publicó en el n° 66 del periódico Patria y Pueblo, en mayo de 2019. Es obvio que al título se le añadió un año más.

[ii]  Sería odioso y estúpido sobreestimar el papel de la Izquierda Nacional en el Cordobazo. Con esta salvedad, hago notar tres datos significativos: 1) El único dirigente político –los demás eran líderes sindicales –que fue detenido, un día después del 29 de Mayo, por las fuerzas militares, fue Víctor Hugo Saiz, Secretario General del Comité Zonal Córdoba del PSIN, al que se liberó luego de algunos días; 2) En la foto más conocida del gran acontecimiento, que recorrió el mundo como portada del Almanaque Mundial, en la que algunos manifestantes hacen huir a la policía montada, sobresalen las figuras de Mario Di Rienzo, Raúl Lagos, “el Petizo” García y “Chicho” Castello, militantes del PSIN; 3) La consigna coreada por el Cordobazo fue lanzada por nuestro partido en un volante tipo “mariposa” y decía: “¡luche, luche, luche/no deje de luchar/por un gobierno obrero/obrero y popular!” No es poco.

LA IZQUIERDA NACIONAL, EL PARTIDO SANMAURENTIANO Y LA BATALLA DE AYACUCHO

San Martín para niñosDe tanto en tanto, en los últimos años, alguien me preguntaba quién es Fernando Maurente. Yo me limitaba a decir: un día se fue de Patria y Pueblo –Socialistas de la Izquierda Nacional– sin objetar la línea política y/o la acción práctica, ni decir ni mu, para fundar lo que él llama Socialismo Sanmartiniano de la Izquierda Nacional. Antes de lanzarse, estuvo en Córdoba. Se limitó a plantear que la invocación a San Martín –prenda de unidad para los latinoamericanos,  símbolo de patriotismo– resolvía el problema de “llegar al pueblo y liderar la lucha por liberar al país”, ante quienes, por ignorar sus propósitos, le aceptaron un café en el Hotel Argentino. Se fue a Buenos Aires, sin reclutar ni un soldado, pero sin la menor duda sobre la potencia de su idea, planeando otro viaje que lo llevara a Mendoza y al cruce de los Andes, para llevarlo a las cimas de la batalla de Ayacucho.

Contra mi voluntad, me veo obligado a ocuparme del maurentismo. Maurente, sin duda, tiene  el derecho a pregonar lo suyo, aunque a quiénes militamos en la Izquierda Nacional nos aflige el uso de nuestra identidad y vivamos sus actos añorando prácticas de las viejas familias, que solían ocultar en el cuarto patio a un familiar nacido “con cola de cerdo”, para usar el símbolo de García Márquez, que puede avergonzarnos delante de las visitas. Adoptábamos, pese a todo, un silencio resignado. Pero Fernandito, como solía decirle el compañero Spilimbergo, últimamente ha dejado de atender su empresita con el propio esfuerzo, para parasitar a otros, entre los cuales me cuento. Sí. Sin pedirme permiso, y sin nombrar al autor, el 17 de marzo sube mi ensayo “El General Roca. Historia y prejuicio”, sin ponerle título, ni como digo autor (¡sí mi dedicatoria a Alfredo Terzaga, que mis amigos íntimos han comentado!, absolutamente personal) en su portal “Fernando Maurente Producciones”. Pero esta picardía no es la primera, aunque la vez anterior no fui la víctima: unos días antes publicó una nota de Gustavo Batistoni, también integrante de Patria y Pueblo –en ese caso pidiendo autorización al autor, pero no al periódico que la había editado. Y sin mencionar la filiación de Gustavo, aparentemente con la intención de que el lector creyese que era  un soldado del batallón maurentiano  y dando a entender que había sido escrito “para” el portal de Fernandito, siendo que  lo tomaba de otro medio, Redacción Rosario.

Los partidos revolucionarios, al proponer fines tan ambiciosos ¡transformar el mundo! suelen convocar, entre quienes se suman convocados precisamente por su estrategia revolucionaria –que si son gente seria analizan minuciosamente para no dar un paso en falso– a personajes proclives a la ensoñación y el delirio; para un megalómano, la visión de asaltar el Palacio de Invierno, mientras las masas cantan La Marsellesa de los Obreros, es una imagen irresistible…  al alcance de la mano. Si además la hazaña puede ser pensada como algo que depende de encontrar “una fórmula” que resuelve todo –en este caso, la invocación a San Martín, en otros el ejemplo del Che Guevara– el sueño puede adquirir una potencia orgásmica, que el aprendiz de profeta vivencia con fiebre. Es una situación difícil de resolver, sobre todo en fuerzas que luchan por crecer en la sociedad hostil, incrédula, desorientada y desmoralizada de nuestro tiempo, aunque la experiencia nos enseña a eludir el “apoyo” de este género de personajes, que suelen desnudar la nula consistencia de su estructura psíquica con la insalvable dificultad para el trabajo colectivo, la disciplina que exige toda labor seria y la subordinación del impulso y el lucimiento personal al objetivo común, un esfuerzo que los supera. Nuestra tarea, por otra parte, se caracteriza –como suele decir un buen artista, si se trata de hacer algo significativo– porque la cuota de sudor supera con creces “el momento de la inspiración”.

¿Una confluencia de Izquierda Nacional?

¿Es posible ver desde otro ángulo esto que hasta aquí parece una gresca entre personas que invocan a la Izquierda Nacional? ¿Algo que interese a todos los que adhieren o simpatizan con  nuestra corriente? Lo anecdótico del asunto seguramente no. Y la (des) honestidad intelectual es un (dis) valor, sin duda, pero no establece diferencias políticas y “pelear” sobre un tema de orden moral –de algún modo hay que caracterizarlo– puede ser fastidioso al entorno que nos rodea, si se trata de eso y nada más. Conscientes del caso, lanzamos una pregunta: ¿Es posible  extraer de todo este asunto algo que importe auténticamente a los militantes y simpatizantes de la Izquierda Nacional?

Creo que sí. El motivo principal por la cual me preguntaban en estos años quién es Maurente,  es su filiación de Izquierda Nacional. Sabiendo que milito en Patria y Pueblo – Socialistas de la Izquierda Nacional, y enterados de que postulamos una confluencia de Izquierda Nacional, era natural pedir explicaciones sobre qué nos separa. Si no queremos construir una secta, si buscamos fortalecer un ala izquierda del movimiento nacional (rechazando la posibilidad de diluir nuestro programa para “amontonarnos” sin principios, cabe añadir) ¿cuál sería la razón para estar separados?

Ahora bien: ¿me permiten decir que nunca supimos qué motivos tuvo Maurente para romper y fundar su “socialismo sanmartiniano”? Nadie lo echó de Patria y Pueblo. Ignoramos si saben por qué se fue sus nuevos interlocutores. Nunca dijo frente a nosotros una palabra al respecto (¿ignora que el silencio es también “un programa”?) ¿o se trataba solamente de armar un grupo de “seguidores de Maurente”? Si las bases de su disidencia no se formulan, y no está claro qué lo separa de nuestra línea  ¿soy un “malpensado” al afirmar que inventó el “Partido Sanmaurentiano… de la Izquierda Nacional”?

Un revolucionario no rompe con el partido en el cual milita sin librar una lucha para denunciar su posible desviación ideológica, pugnar por que modifique su orientación táctica, señalar los  errores que atentan contra los fines estratégicos de la organización y, si fracasa en su empeño, y debe construir una nueva organización, ganar para lo suyo a los mejores militantes. Sólo si está muy desmoralizado, puede irse en silencio a su casa. Pero, ¿marcharse así, como fue en este caso, sin decir ni mu, para formar algo más adecuado a una “expectativa individual”?

Es “un programa”, sin duda. Pero ajeno por completo a la política revolucionaria.

Por otra parte, nunca le objetamos que creara cursos de historia nacional y teoría política, no gratuitos, para ganarse la vida. Nuestra simple opinión es que una actividad de esa naturaleza no hacía daño y podía complementar nuestra labor propagandística. Pero, difundir la fantasía de que invocar a San Martín y postular un Profeta puede eludir la lucha por construir un partido, es muy distinto. Aunque no sea explícita, esa es una diferencia insalvable. Ante todo, no es lo nuestro vender abalorios. La Izquierda Nacional ha tenido avances y retrocesos en su prolongada historia y ha padecido diversas defecciones. Pero quienes permanecemos fieles a su estrategia nunca hemos apostado a una figura providencial, llámese como se llame, sino a crear un sistema de cuadros, sostener lo nacional desde el socialismo revolucionario y luchar por representar a la clase obrera, impulsando su liderazgo en el movimiento nacional.

Córdoba, 06 de mayo de 2020

LA “IZQUIERDA” IMPERIALISTA, LAS ELECCIONES Y EL FMI

LAGARDE Y MACRI

El PO, primero y después el FIT han rechazado la consigna de ¡Fuera, Macri!, que había propuesto el fundador del PO, Jorge Altamira. En la misma línea de Scioli y Macri “son lo mismo, votamos en blanco”, dicen ahora que gane Macri o Fernández “sigue el FMI”. Lo que significa que insisten en apoyar en los hechos al neoliberalismo. Para eso, y para cosechar diputados –Altamira dice que les interesa más que hacer la revolución – piden en las PASO y en octubre el voto a sus listas, incluidos sus candidatos presidenciales, que van a restar los votos necesarios para vencer al enemigo del pueblo argentino. Si hubiese balotaje, los argumentos que plantean indican que volverán a votar en blanco, como en el 2015.

Saben, nadie lo ignora y estúpidos no son, que el FIT no puede ganarle a Macri ¿ignoran que los EEUU y el FMI quieren su reelección? A tal punto –es un escándalo y el periodismo oligárquico lo reconoce hoy– que Christine Lagarde, por presión de Trump, autorizó usar los dólares girados por el FMI para congelar su precio y ayudar al triunfo electoral del presidente ¿Trump y el FMI saben  menos que Nicolás del Caño, Pitrola y Cía. sobre cómo cuidar el interés imperialista? Si el triunfo del Frente de Todos les diera “lo mismo” que la reelección de Macri ¿porqué está todo el poder de los centros financieros y sus medios de prensa empeñados en que Alberto pierda las elecciones?

A una secta “trotskista” que opinaba igual en la política china (decía que había que luchar contra el Japón y contra “los burgueses” chinos al mismo tiempo, sin unirse para enfrentar la ocupación del país por el ejército japonés) Trotsky le señaló que en una semicolonia, como era China, y es la Argentina, debe defenderse el interés nacional contra el imperialismo mundial. Y, como es sabido, apoyó en Méjico al General Cárdenas, una suerte de Perón azteca. No hay dudas de que atacaría indignado, hoy, la negativa del FIT de unirse a Maduro, contra la amenaza militar de intervención norteamericana, que Macri secunda. Esas premisas no han variado, aunque hoy el saqueo use especialmente la especulación financiera. Los años de Macri, de todos modos, muestran que también siguen usando “la apertura al mundo”, para destruir nuestra  industria, reducirnos al rol de productores primarios y reservar para sí la producción de mercancías más elaboradas.

El “argumento” del FIT es que ningún candidato declara la ruptura con el FMI. Sin declamaciones altisonantes, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no cedió ante los fondos buitres. Y con obvios intereses Paul Singer fue uno de los que puso dinero en la campaña de Macri. Los buitres, por lo visto, no pensaban que Scioli y Macri “eran lo mismo”. Claro, no eran “marxistas” de maceta como los jefes del FIT.

Trump y Paul Singer son más “científicos” que estos “trotskistas”. El divisionismo ultraizquierdista les sirve en los hechos a Singer y Trump, aunque el FIT quiera confundir a los argentinos y prometa (a lo Macri) una ilusoria “revolución”. Gritan lo más, sin hacer lo mínimo. Son charlatanes. Hay que votar desde la izquierda por Alberto Fernández; ignorar a la “izquierda” que ignora al país, y lo da  en bandeja a Macri, EEUU y el imperialismo mundial. Parecen no entender que desaparecerán las industrias y la clase obrera, si triunfan los oligarcas.  Y sin industrias y sin obreros se debilitarán las fuerzas que pueden sostener una estrategia socialista ¿o será que apuestan a la única “izquierda” que tuvo en su tiempo la Argentina agroexportadora, que también combatía a Irigoyen, primero y a Perón, después? Es para pensarlo: porque si la sensibilidad no les sirve para unirse al pueblo que quiere dejar de sufrir ya, la teoría marxista debería dictarles esta conclusión: si gana Macri, gana el imperialismo.

Una posición coherente de izquierda impone votar a F-F, no fracturar el campo popular y ayudar al campo financiero internacional a saquear la Argentina: sólo derrotándolo es posible abrir vías para un protagonismo de los de abajo, principales interesados y garantes del consecuente proyecto de transformación revolucionaria que necesita el país y América Latina.

Córdoba, 31 de julio de 2019

LOS ORÍGENES DE “LA GRIETA”

La respuesta al desafío electoral, por parte de Cristina Fernández de Kirchner fue, mientras el gobierno de Macri apostaba a profundizar “la grieta” y explotarla a su favor, presentar al país, y al universo peronista, la fórmula de candidatos Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner. Desbarataba, así, varias de las maniobras que Macri y su banda estaban desplegando para obstruir la unidad y la suerte electoral de las fuerzas nacionales, entre las cuales nunca se descartó la posibilidad de reiterar, en la Argentina, el tortuoso trámite del Lava Jato brasileño, poniendo en prisión a la ex presidente. Aún así, el tema de “la grieta” sigue presente, siendo la referencia obligada de los partidos, los mensajes electorales y la perspectiva que, triunfante en las elecciones –si, como esperamos, esa es nuestra fortuna– debe trazarse el gobierno popular, en la lucha por ampliar sus bases de sustentación y rescatar al país del abismo en que lo sumergió el actual gobierno. Si pretendemos, como es obvio, que no vuelvan, debe elaborarse un programa que nos libere definitivamente. En ese marco, examinar los orígenes  y “la lógica” de “la grieta” es, a mi juicio, contribuir al esclarecimiento de los grandes problemas y las tareas que aguardan a las fuerzas patrióticas.

LOS ORÍGENES DE “LA GRIETA”

Racionalidad e irracionalidad en la actualidad argentina

LA GRIETA

 

El principal interesado en superar “la grieta” es obviamente el campo popular y, por lo tanto, el beneficio de preservarla es un afán del campo oligárquico. Construirla y renovarla fue (sigue siendo hoy) una tarea del sistema de medios monopólicos, con el Grupo Clarín, el diario creado por el General Mitre y los cuscos menores trotando detrás. Fue una victoria suya, en la última década, envenenar a un sector importante del público. El viejo recurso de la moral pública, por falaz que sea, en boca de los autores de ese gran latrocinio que fue Papel Prensa, de evasiones de impuestos largamente millonarias, y un largo etcétera, siempre ha sido útil para poner bajo sospecha a los gobiernos populares, que disgustan al orden social dominante, cuyos titulares no resistirían el menor examen, pero pueden fungir como censores éticos, por ser también los dueños del sistema mediático. De todos modos, no sólo explotan ese filón. Saben captar todas las debilidades del liderazgo popular, y usarlas contra él. Y manejan a la perfección, si nosotros lo permitimos, las contradicciones que existen en el seno de las mayorías, para aplicarnos la consigna “divide et impera”. La medida de su éxito, suele decirse, es “que los pobres voten lo que los ricos quieren”. En nuestro caso, esa es nuestra desdicha, “la grieta” no responde a un choque de intereses necesariamente opuestos. Si fuera así, a un costado de la grieta estarían los especuladores, las grandes empresas de capital extranjero, los terratenientes pampeanos y muy pocos más, una ínfima minoría, constituida por los sectores verdaderamente beneficiados por el orden oligárquico. Y en el costado opuesto, las mayorías populares, cuyos intereses son coincidentes con la custodia del interés general y la defensa de la patria, tanto en sentido económico como respecto a ubicarnos en el contexto global. No siendo así, “la grieta” deviene del triunfo oligárquico sobre las grandes mayorías, perturbadas por la influencia ideológica del bloque imperialista, que ha sabido aprovechar los errores tácticos del campo popular y, sobre todo, sus incoherencias y límites para explotar a su favor las “contradicciones en el seno del pueblo”, aislando a su enemigo de una parte de sus bases potenciales. Intentaremos analizar este asunto, con el fin de señalar cómo debería superarse el problema, beneficiando a nuestra causa, que es la causa del pueblo argentino.

Entender la grieta, al mismo tiempo, nos da las claves del drama nacional y la perspectiva para saber cómo construir una mayoría amplia y sólida. En el presente, las debilidades políticas e ideológicas del campo nacional hacen que la misión de “superar” “la grieta” esté a cargo del gobierno de Macri (involuntariamente, al dañar al país y sumergir a la población en situaciones desesperantes); éste podría unir en defensa propia a las clases populares, para impedir que siga destruyendo el país. Si esto ocurre, o no, lo dirán los hechos. Pero, más allá del presente, hay razones estratégicas para cerrar “la grieta” e impedir que se reconstituya: ampliar la base de nuestras fuerzas, darles una solidez que hoy no tienen. Debe saberse que lograr esto es decisivo: Es imposible transformar la Argentina sin el respaldo y el protagonismo de las grandes mayorías. Si echamos a Macri con fuerzas precarias, sin fortaleza propia y sin emprender un proceso de liberación nacional, sólo habrá intervalos de gobierno popular, entre devastadores ciclos de poder oligárquico. Es la lección de las últimas décadas, lo que nos afecta aún y amenaza con hacer de la Argentina un país inviable.

En los flancos de “la grieta”, las cargas emocionales –intentaremos explicar qué motivos han hecho que sea así– obstruyen la reflexión (1). Y surge la creencia, falsa a nuestro juicio, de que nada pueden hacer las personas, para extinguir odios que son recíprocos; que se superen estaría “en manos de la historia”. Ésta mostrará a los necios cuán errados están, si esos necios tienen cura, creen los de un bando respecto a sus oponentes. En este marco, “el otro”, para redimirse, debe sufrir, como San Pablo, una Conversión.

Esta grieta ¿es la de siempre?

Más de uno (2) ha dicho que en la Argentina siempre existió la “grieta”. Algo de razón hay, en esa tesis. Pero la verdad, piensa Lenin, es siempre concreta. Decir que “la grieta” es la “eterna” antinomia entre el Puerto y el Interior, radicales y conservadores, peronistas  y gorilas, es un modo de salir del tema… sin haber entrado. Pero no analizarlo, considerarlo “insuperable” fatalidad histórica, es predicar la impotencia (frente al destino, nadie la talla, dice el tango). Y en la práctica, es colaborar con quienes explotan lo que Mao llamaba “las contradicciones en el seno del pueblo”. Por otra parte, es eximir de culpas al liderazgo del campo nacional-popular, que, como veremos,  le facilitó las cosas al poder oligárquico, actor principal en trastocar los términos del debate público y fomentar discordias en el seno de nuestro pueblo (3).

El desliz más frecuente, en las miradas fatalistas, es señalar una supuesta invariante: una parte del pueblo argentino –nuestras clases medias– no tiene remedio. Dice una canción, que evoca  a Jauretche, ignorando su optimismo, base insoslayable de la batalla cultural: “cuando muere  el zonzo viejo/queda la zonza preñada”. No estamos de acuerdo. Seguimos “preñados”, eso sí, de la endeblez ideológica y las contradicciones y límites del nacionalismo burgués. Procuraremos demostrarlo, reconstruyendo los sucesos del pasado próximo, con fría objetividad (4).

En primer lugar, “la grieta” actual –esto no ocurría en las ocasiones que se citan al afirmar que es “más de lo mismo”– nace en un cuadro de crisis de la identidad y representación  políticas, que no existía en otras fracturas. En los tiempos de Irigoyen, durante el gobierno de Perón y al caer el mismo, por dar ejemplos que son clásicos, nadie quería “que se vayan todos”. Y esto establece una gran diferencia y nos da un signo de nuestra época. El desplazamiento electoral hacia Cambiemos, en el curso del 2015, que daría lugar al triunfo de Macri, es un episodio inscripto en el cuadro de esa crisis. Nunca vimos, pese a la existencia de un “núcleo duro” en el macrismo, una identidad positiva; mucho menos una comunidad de ideas, como era el caso de las clases medias que cantaron vivas a “la revolución libertadora”. La clientela de Cambiemos se define por oposición, como anti k (5). Un cuadro alejado a la Argentina poblada por fuertes partidos, anterior a la crisis del 2001. Luego de ella, el desplazamiento electoral es lo habitual; nadie tiene “la vaca atada”. Las “sorpresas” anteriores del ciclo democrático –la mayor fue el triunfo de Alfonsín en 1983, que acabó con décadas de imbatibilidad del peronismo– sólo exhibían un trastorno puntual, aunque importante, de una parte de los electores con su representación tradicional. Pero las identidades políticas, el  “capital fijo” de nuestras fuerzas populares, no estaba en crisis. El peronismo, fracasado Alfonsín, y renovado en parte, recuperó el crédito. Y aunque “la renovación” liquidó la cuota de poder sindical sobre el PJ, la clase obrera siguió identificada con la fuerza fundada por el General Perón (6). Algo similar  podría decirse de las bases del radicalismo, en las cuales, como se sabe, hay un predominio de la pequeña burguesía. Aunque en ambas fuerzas esto sea negado, diversas pruebas evidencian que el grito ¡que se vayan todos! expresa la aparición de un disloque, no superado hoy, en las relaciones entre los partidos y sus respectivas bases sociales. Este disloque pudo resolverse al emerger el kirchnerismo, pero los hechos demostraron que esa meta era excesiva, dados los límites de esa corriente. Y no cabe ignorarlo al plantear el balance del periodo y un diagnóstico que explique “la grieta”, que debe entenderse como un síntoma del momento histórico, sin apresurar conclusiones. Nos detengamos en un punto: aunque la observación pueda ser acertada, poco se gana al indicar que “la grieta” obedece a la “antipolítica”, obra de “los medios”. Los medios la alimentan, es claro. Pero: ¿cuánto hay en la “antipolítica” de prejuicios y zonceras, de mala prensa, y cuánto de rechazo justificado a los partidos, dada su responsabilidad en los padecimientos del país y el desencanto colectivo, desde 1983 hasta hoy?

Sea cual sea el juicio que tengamos sobre las fracciones sociales que se enfrentaron en 1955, o aun en las elecciones ganadas por Alfonsín, sus identidades política eran firmes, y hasta podría decirse que enarboladas como tradición. Nada parecido ocurre hoy con los bandos –no hablo de la elite, sino de las masas– que constituyen “la grieta”. Pero, al hacer un examen  más preciso del tema, esa no es la única diferencia del actual parte aguas con las fracturas políticas del pasado, que lo precedieron.

En las elecciones del 2015 los electores mostraron una escisión curiosa, que fue transversal a las clases sociales. El triunfo de Macri sólo se explica al sumar los votos, previsibles, del mundo agrario y las clases medias altas, con los que obtuvo entre la población marginalizada y, lo que es aún más llamativo, en sectores obreros (7), que, en menor medida, aún lo votaron en el 2017. Esa realidad ¿no ponen en aprietos al “análisis” que criticamos, rutinario y abstracto?  Al mismo tiempo, para complicar las cosas, “la grieta” es más honda que en ningún sector en el variado mundo de las clases medias, que nutre, simultáneamente, el más ardiente amor y más feroces odios a  Cristina Kirchner. Estamos hablando de fenómenos emocionales, en los que se condensa –dicen los psicoanalistas que esto es lo propio de un síntoma– todo el contenido oculto de “la grieta”. La militancia kirchnerista, por esa razón, no puede adoptar una actitud racional con respecto al problema: “el otro” deja de ser “la patria”; es, al votar a Cambiemos, sinónimo de estupidez, un suicida vocacional, el orate que ignora dónde debe estar. Está condenado, es irrecuperable: no tiene sentido, o no es posible, comprender “sus razones” y hacer algo que pueda ganarlo. Esto adquiere una gran significación práctica, ya que el kirchnerismo tiene, en la pequeña burguesía progresista –que hizo de él una identidad, en un contexto de irresolución de la crisis de las identidades y la representación– su “núcleo duro”, aunque su mayor base esté situada, hoy, en el conurbano bonaerense, entre los trabajadores más postergados de ramas no calificadas y la gran masa de seres precarizados por la destrucción de la Argentina industrial. Sectores entre los cuales, no obstante, si algo vive es el peronismo, y sus métodos tradicionales de acción política, acomodados al marco de fragmentación política y social.

El huevo de “la grieta”   

Si nos planteamos establecer los orígenes de “la grieta” encontramos un hecho que merece el examen: antes de que apareciera, tuvimos un momento de relativa concordia dentro del seno de las mayorías nacionales ¿por qué no incluir ese momento, al examinar qué rompió el idilio, si éste, como creemos, existió en el contexto de una gran catástrofe?

Ocurrió en la crisis del 2001. El pueblo se unió, en torno al grito ¡que se vayan todos! Al mismo tiempo, se esbozaba un viraje de signo nacional (8). Una confluencia espontánea, que se levantaba contra la ruindad del sistema político –obediente a los dictados del FMI y sordo a las demandas de la patria y el pueblo– daba estado público a la crisis de la representación, con una consigna que sólo podía abrir una oportunidad, pero no gestarla (9). Uno de los méritos de Néstor Kirchner fue interpretar ese estado de ánimo; dar señales de sensibilidad al reclamo y crear, con ello, una expectativa moderada, pero cierta. Su gobierno tuvo, dada esa situación, un respaldo amplio, con cuotas que llegaban al 70%, y aún más. Hubo, sí, un indicio claro de cuáles serían los procedimientos usados para “renovar la política”, y construir el poder que no tenía, por su “debilidad de origen”. En los comicios del 2005, enfrentando a Duhalde, Néstor le  arrebató el dominio del peronismo bonaerense, tomándolo tal cual era, sin promover un debate y la emergencia de nuevos cuadros. El proceso, por desinteligencias con el ministro, significó también la eyección de Lavagna. Esa medida que causó desagrado en el empresariado nacional  parecía obedecer, antes que a una voluntad de promover cambios contrarios a la moderación del economista –nada cambió con Felisa Micelli– al vínculo suyo con el anterior presidente, al cual se acusaba de “relaciones con el narcotráfico”. Y aunque estas maniobras crearon recelos en una porción de la opinión pública, no alcanzaron a crear “grietas”. Pero el camino elegido para “construir poder”, apostando más a sumar individualidades y aparatos que a plantear un programa y una lucha  ideológica, habría de traer amargas sorpresas (10). En ese momento, sin embargo, las fisuras no eran realmente serias, ya que el disgusto se refería a las formas, sin que hubiese aún intereses en juego. En definitiva, “la grieta” apareció, creando tensiones por primera vez, con la célebre circular 125, cuya primera versión, desafortunada, fue incapaz de distinguir entre los pequeños y medianos productores, por un lado, y los pools de siembra y la oligarquía terrateniente, por el otro. Ese punto –un error mayúsculo en la visión del mapa social agrario– suele escamotearse con declamaciones antioligárquicas (11), pero esto lleva no sólo al error, sino a ignorar que el General Perón separó con clarividencia los intereses de los chacareros, a quienes ganó, congelando los arrendamientos; los obreros rurales, que tuvieron  el beneficio del Estatuto del Peón; y los grandes terratenientes, a los que impuso su ley. Esta resistencia a extraer enseñanzas luego de un error, que no ha sabido reconocerse –el liderazgo vertical se apoya en el mito de la infalibilidad del jefe–, extravía la reflexión, generando una postura que desalienta la lucha. Se dice: si los rurales “resistieron la suba de las retenciones” no cabe  pensar en metas más ambiciosas, que vayan a fondo contra el parasitismo oligárquico y pongan la renta al servicio del país. De intentarlo, nos echarían. Esa conclusión es infundada, como veremos, y transforma en ilusoria la lucha por construir “un país en serio”. En relación al conflicto por la 125, es obvio que, si se hubiese dividido –lo que además es justo, para un enfoque tributario progresivo, que grava más al que más tiene– a los contribuyentes por su escala y favorecido a los pequeños y medianos productores, la rebeldía oligárquica no hubiese contado con una base de masas, ni en el campo, ni menos aún en los centros urbanos, como ocurrió. En consecuencia, la fórmula no es ceder ante la oligarquía, sino privarla de aliados. A nuestro juicio, debe hacerse todo lo posible por ligar al proyecto nacional y popular al sector rural mediano y pequeño y, particularmente, a los que están interesados en la industrialización rural, para agregar valor a la producción primaria. Las transformaciones estratégicamente más importantes pueden contar con estos respaldos en el universo agrario.

Avances, extravíos, desaciertos discursivos y conformación de la grieta 

Es notable, en ese sentido, advertir que las medidas más audaces que se registraron a lo largo de las gestiones kirchneristas no dividieron al pueblo argentino. Por el contrario, lo mostraron unido y en claro respaldo al interés nacional. Debemos recordarlo. Es esclarecedor, en alto grado, para el asunto que nos ocupa. Además, lo es atendiendo a un problema mayor: indica qué temas deben tener prioridad en un programa de liberación nacional que definitivamente acabe con nuestra decadencia. Finalmente, para desechar referencias mal calibradas acerca del tema de “la relación de fuerzas”. Como es obvio, esa relación debe sopesarse en cada lucha, pero no es menos cierto que es una construcción que se afianza al avanzar en el cumplimiento de las demandas sentidas del pueblo, no un factor estático, ajeno a la voluntad de ampliar las  bases sociales de apoyo. Para lograr todo esto, simultáneamente, eso sí, debe brindarse un mensaje nítido de que buscamos interpretar fielmente sus intereses.

Como batalla con el poder de las finanzas globales, ninguna acción del ciclo anterior fue tan  audaz como la primera renegociación de la deuda externa, llevada adelante por el gobierno de Néstor Kirchner (y, por extraño que hoy pueda parecer, Lavagna, como ministro y negociador).  Siendo que se trataba de una defensa del país, en franca pugna con los intereses imperialistas, no puede subestimarse esa batalla y la naturaleza de los campos que estaban en pugna. Pero,  al no herir al stablisment local (algún fondo buitre de dinero local fue afectado, pero era ínfimo su peso social y capacidad de presión), dado que enfrentar al imperialismo era visto por todos como una  cuestión de vida o muerte, el gobierno argentino obtuvo un respaldo muy amplio, mientras el club neoliberal prometía el apocalipsis, sin convencer a nadie. Aun las retenciones, hasta el 2008, no privaron al kirchnerismo en el área rural de apoyo electoral en las elecciones parlamentarias del 2005 y en las presidenciales del 2007. Esa performance tan exitosa fue, tal vez, una razón, pero no la fundamental, de la gigantesca torpeza que hizo del conflicto por la 125 el primer episodio generador de “la grieta”, por un error mayúsculo de incompetencia, o un desconocimiento del mapa político-social agrario, como dijimos ¿No era más razonable, por razones políticas de “construcción de poder”, ganar o neutralizar a los pequeños productores, sumando al debate sobre lo que había que hacer a su entidad representativa, la Federación Agraria Argentina (12)? ¿Por qué desechar de antemano la posibilidad de ir contra el poder  oligárquico con el apoyo de la FAA, haciendo concesiones al sector que representa? La ínfima minoría que hubiésemos atacado no habría logrado construir “una grieta”. Aunque tiene poder y sabe usarlo, el bloque dominante sólo puede ganar si el campo popular le brinda ocasión y argumentos para azuzar “contradicciones en el seno del pueblo”.

Ahora bien, por importante que sea en el ciclo k, la falta de una visión concreta y matizada del mapa social agrario –no cabe pensar que subestimara la necesidad de tener bases en un sector tan amplio de la sociedad argentina– que explica el (mal) manejo de aquel conflicto, no fue, por desgracia, una excepción. Es obvio que “el campo”, por sí solo, no hubiera podido dar a “la grieta” la magnitud que alcanzó, aun cediéndole las clases medias. Pero, antes de tratar otros puntos, dentro de lo que vemos como la suma de factores que explican el fenómeno, hay que aclarar dos importantes asuntos: 1) traicionaría nuestro propósito –contribuir a la superación  de límites que debilitan al campo popular– estimular la creencia de que basta con actuar con “la inteligencia necesaria” para evitar errores. Esos “errores” tienen historia. Sólo se entienden como frutos derivados de la naturaleza de clase del movimiento peronista, que impone límites al movimiento nacional; 2) Sin examinar las últimas décadas (es un tema tabú la crisis interna que precedió al golpe de 1976 y la explicación de las causas por las cuales el peronismo apoyó a Menem en la década del 90) y actualizar doctrinariamente al movimiento nacional, algo que exige un amplio debate de los problemas argentinos, no es posible liberar al país y se repetirán las caídas de 1955, 1976, 1989 y 2015. Es erróneo achacar al kirchnerismo su responsabilidad en la creación de “la grieta” sin inscribir esa aportación negativa en un proceso político mayor, que arranca con la caída del gobierno de Perón, en 1955. Ese será el próximo paso, antes de hablar de otros aspectos del desencuentro que vivimos y la furia que domina a los bandos en pugna.

Un país golpeado y desencantado

El impulso a tratar esta cuestión, permítasenos decirlo, proviene de un supuesto: “la grieta”, anticipamos la conclusión, es la expresión de una sociedad sufriente, cuyos integrantes desconocemos lo que nos ha llevado a la tragedia actual y cómo salir de una larga agonía. Somos un pueblo que arrastra desilusiones acumuladas durante décadas. Estas vivencias, que nos unifican en la desdicha, justifican la retrospección que expondremos ahora, para recobrar experiencias que, por no estar elaboradas racionalmente, adquieren el contenido  emocional visible en la llamada “grieta”.

El país ve frustradas sus ilusiones políticas desde la caída de Perón, en 1955. La “revolución libertadora”, pese a castigar a los partidarios del General, fue una gran decepción para las clases medias, que atribuían “al tirano” todos los males.  Al fin íbamos a “recuperar la normalidad de la Argentina inglesa”. Sometidas al poder ideológico oligárquico, les resultaba imposible ver que el fin de la semicolonia próspera fue señalado por la crisis de 1930, que sepultó también al radicalismo clásico. Su segunda ilusión, tres años después (Frondizi), acabó en el descrédito  rápidamente. Su patético fin inició un ciclo de gobiernos militares, con el intervalo sin brillo del gobierno de Illia, cuyo gran desafío era impedir la vuelta de Perón y apelar a un programa ya agotado con Irigoyen. Onganía lo derribó, pero no logró consumar sus planes; sólo supo agravar la concentración del poder económico y unir al país en contra suya. Volvió Perón. Las multitudes grandiosas que lo recibieron y despidieron habían enmudecido en 1976, cuando Videla ocupó, sin resistencia alguna, la Casa Rosada. Los jóvenes de entonces ¿para eso pusimos el alma y el cuerpo en los alzamientos épicos que culminaron en el Cordobazo? ¿Para eso los trabajadores habían peleado por el retorno de Perón, que fue años un sueño inalcanzable? Ese final de derrota tuvo consecuencias que nunca el país pudo superar. Martínez de Hoz destruyó el tejido de la Argentina industrial y su brazo militar lo secundó desde los centros de la tortura y la muerte. Concluida la pesadilla, tras el paréntesis heroico pero al final amargo de la guerra de Malvinas, volvimos a la democracia, con grandes ilusiones. Pero, Alfonsín, Menem, de la Rua ¿cabe dudar sobre cuál fue en el espíritu de las mayorías el impacto de todos esos fiascos abrumadores? Si bien es cierto que hay países que han sufrido mayores desgracias, la salud del país sugiere que no podemos seguir así, sin terminar siendo un país inviable. Y un juicio objetivo indica que el kirchnerismo, en una situación signada por la pérdida de las expectativas surgidas con el siglo, también ha sido una fuente de frustración, si consideramos que los avances reales de su gestión fueron, al fin y al cabo, fácilmente revertidos por el gobierno oligárquico que con pena pero sin gloria lo derrotó en las elecciones del 2015, valiéndose de su ineptitud para ligar a su destino a la clase trabajadora y las grandes mayorías.

El conflicto gobierno-CGT, el Impuesto a las Ganancias y la incubación de la derrota

En otro trabajo, al producirse la ruptura entre el gobierno de Cristina Kirchner y la CGT dirigida por Hugo Moyano, decíamos (13) que el “error” iba a generar una seria debilidad al frente nacional, sin eximir de responsabilidades a la jefatura sindical en que esto ocurriera, a pesar de considerar que su reclamo de un papel político protagónico era legítimo, y se fundaba además en las reglas fijadas  por el General Perón. Pero no previmos, en el primer momento, que el gobierno profundizaría su desdén hacia el valor del apoyo obrero –ignorando que dentro de la clase obrera es claro el liderazgo de los gremios más fuertes, que por serlo tienen un mejor salario– con el injusto y (políticamente) suicida Impuesto a las Ganancias ¡la oposición gorila, gracias al gobierno, pudo enemistarlo con el sector social que siempre ha defendido con mayor firmeza la causa nacional! Mientras un coro de “economistas amigos” subestimaban el asunto con torpeza argumental, las prevenciones provenientes de nuestro lado caían en saco roto. De un modo patético, lo vimos desesperar a Daniel Scioli, con las manos atadas por la conducción verticalista del campo popular. Desde luego, nada más alejado de nuestro punto de vista, pese a lo señalado, a justificar el desempeño de los dirigentes sindicales que facilitaron la llegada de Macri al poder.

En nuestro tema puntual, la gestación de “la grieta”, el Impuesto a las Ganancias tuvo un papel imposible de subestimar: por primera vez, en la historia argentina, sectores obreros votaron al candidato del bloque oligárquico. Se condensaban, en este raro fenómeno, una motivación de carácter coyuntural (la ruptura entre el movimiento sindical y CFK, por un lado, y el rechazo al Impuesto a las Ganancias, por el otro, con los líderes sindicales ofuscados y carentes de mirada  política) con la expresión, en el seno de la clase, de la crisis de las identidades partidarias de las masas, que afecta también a “la columna vertebral”, cuya relación con el peronismo tiene una cuota de peso inercial, aunque esa circunstancia no se asuma o pretendan ignorarla la mayoría de los jefes del sindicalismo peronista. Sea dicho al pasar, pese a tratarse de algo fundamental, una renovación político-generacional del movimiento obrero pudo verificarse en ese periodo y se frustró, por una combinación de extravíos internos del campo nacional (14). El reencuentro actual de Hugo Moyano en el seno del espacio articulado para enfrentar al gobierno de Macri, por saludable que sea, no implica un cambio en tal sentido: más que una claridad estratégica y programática, que no existe, ha sido el espanto el motor de la unidad, que es frágil.

Algunas precisiones sobre la manera de buscar la superación de “la grieta”

El contenido autocrítico –somos partícipes del frente nacional, no reflexionamos sobre asuntos distantes a nuestra tarea, aunque no seamos hoy su conducción– de esta reflexión debería ser útil para no reiterar ciertas conductas. En primer lugar, es necesario cuestionar la suposición de que la aparición de “la grieta” sea leída como necesidad de renunciar a la toma de medidas más profundas, sin las cuales es imposible pensar en un programa de liberación nacional, sin el cual el país seguirá a los tumbos. Como hemos dicho, la experiencia del kirchnerismo prueba que las medidas más consistentes con esa perspectiva no contribuyeron a la pérdida del poder y no alimentaron grietas en las  mayorías (renegociación de la deuda externa, YPF, rescate del sistema de las AFJP, Aerolíneas Argentinas). No se debe, eso sí es central, permitir que el poder oligárquico-imperialista pueda hacerse de una base de masas, creando nosotros terreno para que nazcan contradicciones con sectores potencialmente aliados al bloque nacional. Pero eso depende, sobre todo, de claridad respecto del universo social y los puntos de conflicto entre las clases sociales y sus sectores internos, como fue el caso del mundo agrario, que la hechura desafortunada de la Circular 125 logró soldar, en lugar de aislar a los grupos minoritarios, que eran, al mismo tiempo, los principales productores y contribuyentes del sector. Es necesario, al mismo tiempo, no irritar a un enemigo que no podamos vencer en todos los terrenos, como ocurrió con la puesta en práctica de la Ley de Medios (15). En este punto, es imprescindible la autocrítica del manejo del Poder Judicial y los Servicios de Inteligencia. En el primer caso, no es posible que el poder oligárquico, lúcido en tal sentido, se asegure siempre una Justicia adicta y el poder popular, en cambio, juegue tontamente a “la autonomía de los poderes” (15). Sobre el segundo tema, fue un serio error dejarlos en mano de agentes no confiables, permitiendo su infiltración por la CIA y el Mossad. No puede concebirse un poder nacional serio, despojándose de esos auxiliares del poder. Desde luego, más allá de las fallas humanas, es nuestra impresión que esos deslices están relacionados con la debilidad o la ausencia de una real perspectiva de liberación nacional, que era, en el fondo, la falencia de base del “proyecto” que sustentó toda la gestión llevada adelante por Néstor y Cristina. Hemos dicho, más de una vez, que después de la muerte del General Perón sus gobiernos fueron lo mejor que logró construir el país y esto merece el mayor reconocimiento. Sin embargo, traicionaríamos nuestra posición y perspectiva propias si ignoráramos sus límites y dejásemos de señalar que la emancipación nacional es una tarea aún inconclusa, que exige un programa de liberación integral, que reasuma y profundice la perspectiva latinoamericana que apareció con el siglo.

Córdoba, 18 de junio de 2019

Notas:

(1) Nunca está de más insistir sobre la necesidad de analizar con frialdad, reservando la pasión para darle alimento a la responsabilidad de luchar por liberar a la patria. Invertir las cosas logra que prevalezcan nuestros prejuicios y que la acción carezca de buen combustible.

(2) A – Hemos visto tratar el tema por Le Monde Diplomatique, con varios autores, cuyos enfoques no me liberaron de la tarea de pensarlo. B – Puede leerse en google una vieja nota de Fernando Iglesias, muestra de los prejuicios y pretensiones petiteras del intelectual predilecto de Elisa Carrió. C – De todos modos, la mención a los que sostienen que “grieta hubo siempre” hace referencia a interlocutores del autor, muy dotados de sentido crítico, que formularon esa  espontáneamente, mostrando involuntariamente que podemos ser víctimas de una rutina, por la costumbre de pensar analógicamente.

(3) La relación inversamente proporcional entre las debilidades del campo popular y el poder de los medios ha sido tratada por el autor en “Los gurúes, los medios, las identidades políticas y la autocrítica del movimiento popular”  http://aurelioarganaraz.com/ideologia-y-politica/los-gurues-los-medios-las-identidades-politicas-y-la-autocritica-del-movimiento-popular/

(4) Una extraordinaria nota de Jorge Abelardo Ramos apunta al corazón de este problema, que está relacionado con la endeblez ideológica que ha caracterizado a los movimientos nacionales de la Argentina. Ver: “La ideología socialista en la revolución nacional”, publicado en la revista Izquierda Nacional N° 4 – Octubre de 1963 http://www.formacionpoliticapyp.com/2014/04/la-ideologia-socialista-en-la-revolucion-nacional/

(5) Es suficiente, para tener una dimensión al respecto, pensar en el entusiasmo –¿quién, entre los votantes de Macri, arriesgaría la vida como Comando civil, para defender su causa, si puede hablarse de semejante cosa?– de las muchedumbres que festejaron la “revolución libertadora” y compararlo con la pasividad del apoyo a Macri, que ni el día de su asunción a la presidencia del país fue acompañado por sus propios votantes, cuyas emociones se despertaban sólo por oposición, como fruto del rechazo a Cristina Fernández de Kirchner.

(6) Esa identificación está en cuestión. Estamos en un punto en el cual suena falso hablar de “la clase obrera peronista”, tanto como decir exactamente lo contrario. El sector más dinámico de la juventud obrera, que en los primeros años del ciclo k se organizó en las filas de la Juventud Sindical –si nos atenemos a cómo se definían sus integrantes en los debates, y las redes– no se autodenominaba muchas veces como peronista, sino como nacional o nacional popular, y cabe decir que aparentaba estar buscando una identidad.

(7) Esta realidad, fuertemente motorizada por el conflicto del gobierno de CFK con la CGT de Hugo Moyano y la persistencia en aplicar el Impuesto a las Ganancias a los asalariados no debe negarse, ya que agravará el problema. Y no se trata sólo de dinero. Los trabajadores –no puede subestimárselos, en este ni otros asuntos– saben perfectamente que la matriz tributaria actual es regresiva y les impone a los de abajo una carga desproporcionada  respecto a los aportes de las clases pudientes. En los círculos obreros se tenía una clara noción respecto a la excepcional eximición impositiva de la que gozaban la renta financiera y los operaciones de bolsa.

(8) Es extraño advertir como se descalifica, desde una postura pretendidamente popular, estas expresiones de rechazo al sistema de partidos, atribuyéndolas al apoliticismo reaccionario, o la llamada “antipolítica” que difunden los medios, sin reparar en lo principal: lo que los partidos o sus dirigentes hicieron, desde 1983 en adelante, para desacreditarse como representantes del pueblo argentino. En términos generales el contenido concreto del rechazo a la política debe juzgarse bajo esa luz, no en nombre de la defensa de “la política en general”, sin definir qué les brinda ésta a los ciudadanos. Si “la política” sirve al interés extranjero y da beneficios sólo a los que la practican y al poder económico, no se comprende por qué debería apreciarla el hombre de a pie.

(9) La muchedumbre anónima no puede gestar una representación. Esto, que Lenin señalaba a la clase obrera, es una verdad para lo que Marx definía como “los miembros activos de la clase, o de cada clase”, distinguiéndolos de sus “representantes”, en el campo de las ideas, la política y la cultura, etc. Libradas a su espontaneidad, las multitudes sólo pueden terminar con algunas de estas representaciones, pero no crearlas. Esa es la tarea de sus “intérpretes”, que están a su vez obligados a interpelar a su base potencial y obtener su respaldo, para que la pretensión de representarla no sea vana. La lógica que funda este tipo de relaciones fue analizada por Marx y Engels en “La ideología alemana”.

(10) El célebre caso de Cleto Cobos no fue el único, lamentablemente. La lógica que preside las fallas reiteradas (Massa, Lousteau, etc.) se funda en el modo de conducción vertical, que priva al jefe de la posibilidad de acudir a figuras que aprecien el pensamiento crítico y precisen creer en lo que están haciendo, sin someterse servilmente. Perón, después de elegir colaboradores obsecuentes, maldecía de estar rodeado de alcahuetes y chupamedias, como si ellos hubieran caído del cielo. Lo cual no debe verse como un asunto sicológico, sino como producto derivado de las contradicciones de clase del movimiento nacional y de los expedientes usados por el nacionalismo burgués para arbitrar entre intereses que son opuestos.

(11) Como es sabido, los militantes de la Izquierda Nacional respaldamos con firmeza a Cristina Fernández de Kirchner y su gobierno, en ese conflicto, donde el carácter de los contendientes no podía ser más claro. No era ese el momento de señalar errores, sino de unir fuerzas contra la amenaza oligárquica. Pasado el momento, capitalizar la experiencia requiere su examen.

(12) No desconocemos los cambios experimentados en el mundo rural en las últimas décadas. Pese a ellos, creemos, no desaparecieron sus contradicciones internas, entre las que interesan particularmente las que dividen a la oligarquía y los pools de siembra de la pequeño burguesía agraria, por un lado; y, por otro, las que oponen el interés del sector atado a la exportación de granos de quienes apuestan a incorporarles valor e industrializar la ruralidad.

(13) Un tratamiento del tema, en la nota del autor “El conflicto gobierno-CGT y el rol político de la clase obrera” http://aurelioarganaraz.com/politica-argentina/el-conflicto-gobierno-cgt-y-el-rol-politico-de-la-clase-obrera-2/

(14) Ibidem.

(15) En los gobiernos clásicos del General Perón el país importaba el papel para diarios y el IAPI monopolizaba su ingreso y reparto. En consecuencia, esta herramienta servía para poner freno a la prensa oligárquica. Por otra parte, nunca se adoptó la perniciosa creencia de que una tarea del liderazgo popular era “crear” (o elegir) quién era el enemigo. Perón fue expeditivo en el asunto: expropió “La Prensa” y la hizo el diario de la CGT, sin nada parecido a la cháchara inútil de “¡Clarín miente!”. Había que silenciarlo, efectivamente. En ese punto, en lugar de tener un modo dictatorial, como se dijo, el kirchnerismo cayó en “debilidades” democratistas, que sirven para alimentar la subversión oligárquica, que se reclama “víctima”, sin ser aniquilada, tal como lo exige implantar un proceso auténticamente democrático en el tema Medios. Los antecedentes delictuosos del apoderamiento de Papel Prensa por parte de Clarín y La Nación no fueron utilizados por el gobierno popular para intervenir la empresa, estatizarla y controlar la provisión de papel desde el Estado, impidiendo la asfixia y extorsión que sus ilegales dueños hacen contra la inmensa mayoría de los diarios y periódicos independientes.

SOBRE UN LIBRO DE ITAÍ HAGMAN Y ULISES BOSIA

Itai HagmanAcabo de leer “La izquierda y el nacionalismo popular ¿un divorcio inevitable?”, un libro de Itai Hagman y Ulises Bosia, publicado a fines del 2017. Confirma mi opinión  con respecto a la corriente que ellos lideran: es una buena novedad de estos años (1). La obra reúne varios ensayos, escritos  antes y después del triunfo de Macri, en los cuales se expone su visión de problemas implicados en la lucha por transformar al país desde una perspectiva de “izquierda popular”; término con el que se deslindan de la ultraizquierda y la izquierda tradicional, buscando interactuar con el “nacionalismo popular”. Este último fenómeno, al que ven hoy encarnado en el kirchnerismo, no es juzgado como un “obstáculo a remover”, sino como “el piso a partir del cual puede darse un proceso de cuestionamiento al orden social vigente, si se consigue generar las condiciones para su radicalización”.

Un enfoque posible para examinar a Patria Grande –nombre de esta “izquierda popular”, en estos días– parte de señalar que su gestación siguió, en cierto modo, un curso inverso al que dio nacimiento a la Izquierda Nacional, en otro tiempo. Ésta surgió, en los primeros años de la década del 40 del siglo pasado, después de “argentinizar” los postulados expuestos en las tesis de Lenin sobre “los pueblos de Oriente” (la política marxista en los países oprimidos)  y asimilar planteos sobre las cuestiones estratégicas de la revolución latinoamericana que aportó Trotsky, desde Méjico, mientras apoyaba al gobierno del General Cárdenas (2). Al hacer suyas esas lecciones, la primera generación de Izquierda Nacional pudo señalar al peronismo naciente como una manifestación de nacionalismo popular, saludar como gesta al 17 de Octubre y hasta decir que las masas que entonces coreaban “Viva Perón” eran las mismas que antes gritaban “Viva Irigoyen”, exponiendo la continuidad de los movimientos nacionales (3). Luego, durante una década (4), en un contexto poco receptivo para puntos de vista tan heterodoxos, sus integrantes se refugiaron en el estudio del país, lejos de las demandas de la lucha práctica (5). Estas circunstancias, que sólo al final del ciclo peronista abrieron cierto cauce de acción política, son, por lo tanto, opuestas a las que enfrentaron los compañeros que militan actualmente en Patria Grande, que desarrollaron fuerzas mientras buscaban “la teoría” que iba a guiar su acción política. Esa oposición en el modo de crecer y posicionarse entre ambos grupos es significativa, por razones que se verán.

Bases de la génesis de “la izquierda popular”

La corriente de “izquierda popular” que los autores expresan, por el contrario, surge más bien, como ellos mismos lo dicen, en un periodo de “orfandad teórica” posterior a la caída del “socialismo real”. Surgieron entonces planteos utópicos de “transformar lo pequeño”, que desdeñaban la lucha por el poder político; una era de repliegue, que hace decir a los autores del libro que “el proyecto de una izquierda popular nace con una gran orfandad” y que, asumiéndolo, “la tarea de construir un árbol genealógico que le dé sentido y hondura histórica se vuelve una cuestión de primer orden” (6). Una cuestión de primer orden, cabe añadir, complicada por el choque entre la mencionada “orfandad” y las demandas propias de la lucha práctica en la que están comprometidos núcleos militantes que se orientan sin contar con sólidas referencias, impactados por la emergencia de virajes en la realidad que no se habían previsto y amenazaban dispersarlos, como ocurrió con el “autonomismo”, al menos con las variantes incapaces de evolucionar. Los hechos, como dicen los autores,  “dejan en orsai” al que es sorprendido, aunque se trate de acontecimientos favorables al pueblo y las perspectivas de una izquierda bien orientada. Y eso sucedió, los compañeros lo confiesan, con la emergencia del chavismo, particularmente. Que me permitan decir, en este punto –no hay una pizca de vanidad en recordarlo; hay interés en trasmitir el valor de contar con ciertas visiones– que recibimos a Hugo Chávez en 1995, en el local de Patria y Pueblo, cuando toda la “izquierda” veía en él a “un militar golpista”. Lo hicimos por carecer del prejuicio “antimilitarista”, que ignora, aún hoy, una de las claves del ciclo bolivariano: el  nacionalismo militar, que fue y sigue siendo un componente de la revolución venezolana, como lo fue en tiempos del coronel Perón, en la Argentina.

Ahora bien, es precisamente la referida “orfandad” lo que agiganta el mérito de responder,  con un viraje, como hicieron los compañeros, a la emergencia del ciclo latinoamericanista que inauguró Chávez y prosiguieron luego Lula, Evo, Kirchner y Correa, en los inicios del siglo. Con núcleos militantes, sobre todo estudiantiles, debieron emprender una ruptura crítica con los primeros amores, que Ulises Bosia narra en las notas (I) Ajuste de cuentas final con el autonomismo y (II) El Frepaso, la Izquierda Unida y la hipótesis autonomista. Debates de cara a nuestro presente.

En este punto, casi podría decir que cedo la palabra al compañero Ulises, que reseña una evolución donde las novedades históricas parecen haber contado más, en el viraje de la corriente, que las armas provistas por el capital intelectual con el cual arrancaron, más o menos al empezar el siglo. De allí que, según mi opinión, la mayor cualidad de nuestros autores y la corriente en que militan fue la capacidad de ser permeables a las corrientes reales de la política popular;  revisar creencias y, en tal caso, como dice Itai, “equivocarse con el pueblo”, mientras asimilaban las lecciones que la historia latinoamericana de este tiempo nos está brindando, sin resistirse a dejar una piel envejecida. La flexibilidad es una condición tan importante para la política revolucionaria –para ser receptivos a los giros de la realidad, en lugar de cerrarse y persistir en el error, al modo de las sectas– como lo es, para impedir que esa cualidad degenere en oportunismo, la firmeza de ideas y el esfuerzo por asimilar las lecciones históricas y la tradición teórica del marxismo revolucionario.

¿Sería lícito, en este momento, añadiendo el dato de que se trata de una evolución que, como dijimos, afecta a tendencias originariamente estudiantiles, señalar el fenómeno como prueba de una “nacionalización” de las clases medias, en su vertiente universitaria, bajo el calor del chavismo y las vertientes latinoamericanistas del siglo XXI? Entiendo que sí, siempre que lo hagamos sin la carga despectiva que le añaden las sectas a “clases medias” o “pequeñoburgués”, y sin ignorar el esfuerzo intelectual que lo acompaña, para  alimentar visiones que ayuden a crear una confluencia de fuerzas de Izquierda Nacional o Popular, o como queramos llamarnos, siempre y cuando nos guie el propósito de establecer claramente lo que debemos ser y necesita hacerse para liberar la patria y resolver simultáneamente la “cuestión social”.

Con ese ánimo, valorando además que los propios compañeros de Patria Grande llevaron  adelante un debate sobre los matices y diferencias tácticas que conviven dentro de su organización, quiero exponer a la consideración de nuestros activos y del campo nacional y popular en general, mi punto de vista sobre algunas cuestiones tratadas o mencionadas en la obra que podríamos transformar en ejes de un debate amplio y plural, decisivo para la lucha. Es posible constituir ámbitos interagrupacionales con dicho propósito, punto de partida para objetivos más amplios:

1) La “orfandad generacional” (uso una expresión de Itaí y Ulises) tiene como marco lo que suele llamarse “la crisis de la teoría revolucionaria”, que se hizo notoria luego de la caída del “socialismo real”. Pero, salvo una mención al español Podemos, que dejo al costado, los compañeros hablan de América Latina, de latinoamericanos del siglo XX, como Mariátegui, Mella y el Che Guevara, a los cuales añaden una larga nómina de intelectuales influyentes sobre la militancia setentista, a los que suponen aptos para formar el “árbol genealógico” de “la izquierda popular”. Para lograr esto, opino que se precisa un “trabajo de clasificación”, sin sustituir la determinación del ADN por una suerte de paternidad en bloque; o tratándose de teorías, doctrinas y experiencias, por la “compra a granel”, sin examen crítico, del legado que dejaron las fuerzas y figuras que actuaron entonces. Una galería de prohombres, mal o bien seleccionados, sólo sirve para crear “mística”, sin esclarecer a nadie y desechando el consejo de Simón Bolívar de que “el arte de vencer se aprende en las derrotas”. Deben examinarse fríamente los fracasos, los errores teóricos y de cálculo que los acompañaron, las contradicciones internas del movimiento popular, sus límites conceptuales; en fin, las lecciones de la experiencia. Solo así se obtiene el alimento necesario. Es, además, el mejor homenaje que cabe hacer a los latinoamericanos que, desde las luchas por la independencia, dejaron su vida por liberar a la patria. Itaí y Ulises dicen que no se trata de repetir “viejos esquemas”. Justamente por eso es necesario profundizar en la crítica, para adquirir consistencia, incluso para saber qué se desecha y qué se reitera, en términos actualizados. Un valor “eterno” es la coherencia, que nos provee de autoridad moral y política. Quiero dar un ejemplo en ese sentido: si la disputa actual, como es el caso, exige cuestionar el antiperonismo de ciertas ”izquierdas”; valorizar como aliado al nacionalismo popular; afirmar con Lenin que la táctica es “golpear juntos y marchar separados” con las fuerzas que lo expresan y sostener con firmeza la noción marxista de que el protagonismo popular  “es indispensable para transformar la realidad”, ¿no es contradictorio ignorar el antiperonismo que caracterizó al ERP? ¿por qué juzgar con otra vara ese dislate de raíz gorila que hoy criticamos, como un vicio del FIT? ¿qué motivos existen para suponer que el acercamiento entre los Montoneros y el ERP era indicador de “un proceso de maduración y reflexión política más profunda”? Ambos grupos –como la ultraizquierda hace hoy, le hacían el juego a la derecha– habían socavado, como si fuese el enemigo, al primer gobierno votado libremente (con el 62% de los votos), tras 18 años de proscripción y fraude. ¿Defendemos o no, como valor permanente, la soberanía popular, sin pisotearla cuando los resultados nos desagradan?

2) Lo anterior conduce a un tema central: el peronismo y los intelectuales de izquierda de aquel periodo. Los compañeros citan a Cooke y Hernández Arregui (peronistas de izquierda) y a Portantiero, Murmis, Arico, Silvio Frondizi (fieles o provenientes de la izquierda antiperonista) como modelos del abordaje marxista del fenómeno, algo que resulta difícil de comprender. El “peronismo de izquierda” sólo ha servido para oscurecer el problema del peronismo a secas, inspirando los extravíos del periodo setentista. Seducido por el impacto de la revolución cubana, en una carta dirigida a Perón, Cooke le sugiere hacer del peronismo “un partido obrero”, ignorando que tal propuesta significaba destruir el movimiento nacional (frente de clases nacionales) y sustituirlo por una secta de aventureros eclécticos. Ya que constituir un partido de clase capaz de liderar a las fuerzas nacionales implica ganar a los obreros reales y, para lograrlo, perfilar una fuerza socialista revolucionaria que pruebe en los hechos la superioridad ideológica, programática y práctica, mientras “golpea junto al bloque nacional, marchando por separado”. Hernández Arregui, por su parte, que sintetiza su confusión en el conocido absurdo: “soy peronista porque soy marxista”, muestra su perplejidad frente a la ruptura con Perón por parte de Montoneros y convalida, en general, las posiciones “entristas”, ignorando la lógica de la conducción vertical que hace de Perón el inapelable jefe burgués del campo popular. Silvio Frondizi, por su lado, postula neutralidad en 1945, envuelto en las brumas de un “marxismo” abstracto. Portantiero y Murmis, por último, a mitad de camino entre la sociología norteamericana y un “marxismo” escolar, contribuyen poco a disolver los prejuicios de la izquierda cipaya (el PS y el PC) tradicional, imantados más bien por la revolución cubana que, contrariando a los compañeros, no ayudó a comprender el peronismo, sino a cuestionar sectariamente sus límites.

 Ahora bien, ¿cuál sería el sentido de actualizar el debate de aquellos tiempos, en este momento? La necesidad, respondo, de precisar la interpretación del fenómeno peronista, cuya comprensión sigue siendo crucial. En segundo lugar, para formar a la militancia en la doctrina marxista en relación a un tema básico, que es la crítica del “izquierdismo infantil”, esa “enfermedad” criticada por Lenin, tan perniciosa como el oportunismo usual. Se trata de dos tendencias simétricas, representativas ambas de una inmadurez general. La “teoría del foco”, una de las manifestaciones del extremismo infantil, sólo ha cedido bajo el peso de las desastres suicidas que impulsó, sin excluir el del Che, en su aventura boliviana de fines de los sesenta.

3) El celo teórico caracterizó a Lenin toda su vida y es un valor siempre estimado por el marxismo revolucionario. No es su fin “mostrar el listado de nuestros aciertos”, el vicio criticado con razón por Itaí. Nada más opuesto al marxismo vivo (la verdad es siempre concreta, decía Lenin) que el dogmatismo, la esclerosis. Pero tan dañinos como éstos son el eclecticismo y la frivolidad intelectual, ya que se trata de “guiar la acción”; tarea para la cual el bisturí electrónico es superior al cuchillo, para no hablar del hacha de silex. Siempre es buena la sensibilidad frente a los síntomas que provienen del mundo externo, no olvidar que “gris es la teoría y sólo es verde el árbol de la vida”. Pero, se ha dicho, con razón, que para usar las alas es necesaria la columna vertebral. La “crisis de la teoría” ha generado, antes que una reflexión más exigente y profunda, las vaguedades postmarxistas inútiles y dañinas, que nos retornan a  tiempos anteriores a Marx, tachadas por los maestros como “socialismo utópico”. Esa curandería ocupa el lugar que deberían tener temas ignorados por la intelectualidad “izquierdista” de moda, como la desintegración de la URSS y demás         países del “socialismo real”; el viraje chino hacia fórmulas que recuerdan a la NEP rusa; los ensayos cubanos que buscan utilizar los mecanismos de mercado; temas  centrales para la construcción del socialismo. La insolvencia teórica o la liviandad postmodernista, si no se superan, nos llevarían a una encerrona, aun en el caso de que tomemos el poder. Pero es peor y más inmediato el problema que tenemos: sin teoría revolucionaria, sin diagnósticos precisos, nunca lograremos comprender a tiempo los síntomas que anticipan un desarrollo próximo o un cambio de tendencias que precisamos advertir, antes que nadie, para que tenga sentido, y no incurramos en una pedantería, el asumir el rol de “vanguardia revolucionaria” (categoría que, si se analizan las cosas con profundidad y perspectiva, es imprescindible conservar, a la manera bolchevique, lejos de la idiotez y soberbia de los “trotskistas”).

4) Las exigencias inmediatas, está claro, conspiran contra la dedicación a los temas de fondo, algo por lo cual los dirigentes de Patria Grande corren con desventaja, al comparar su situación con aquélla que rodeó a la generación fundadora de nuestra Izquierda Nacional, en el siglo pasado. De modo que, sin achacar una negligencia, es preciso decir, como amigos, que no se ve, en los planteos, una caracterización de la estructura económico-social agraria, en un país donde el asunto es decisivo, teórica y políticamente. Si juzgo por el libro, sus autores no ven en el mundo rural un sector que pueda contribuir a la construcción de un sujeto político popular, con la sola excepción de “los campesinos e indígenas” desplazados por la expansión de la frontera agropecuaria. Si así fuera, creo que la causa revolucionaria en el país no tendría ninguna posibilidad, estaría perdida. El sector aludido es ínfimo, y marginal, tanto si lo medimos por su peso social como por su aporte al producto general del agro. No existiría, según las observaciones a que tenemos acceso, ninguna fuerza social de peso dentro del sector que pueda respaldar una política antioligárquica. Al parecer, los compañeros creen que el productor pequeño y mediano (únicamente) tiene intereses comunes con el sector concentrado, sin visualizar contradicciones que puedan desatar antagonismos en el agro. Nuestro punto de vista es muy otro, pero si así fuese, repito, sería imposible llevar adelante la transformación del sector e incluso sostenerse en el poder del Estado, perdurablemente. No es raro así que el libro carezca de una crítica al enfoque con el cual se lanzó la primera versión de la famosa Circular 125. Esta, al no distinguir entre el pequeño y mediano productor y los grupos concentrados, arrojó en brazos de la Sociedad Rural a la FAA y permitió que la revuelta tuviera una singular base de masas rural y urbana, que la miopía del kirchnerismo no supo prever.

5) Algo he dicho, más arriba, del nacionalismo militar que sostenía a Chávez, que a su vez era él mismo un militar. Ese dato no puede meterse debajo de la alfombra para destacar unilateralmente el llamado a construir un impreciso “socialismo del siglo XXI”, consigna sobre la cual di una opinión en otro texto, que no tiene sentido que reitere aquí (7). En esta ocasión, interesa preguntarnos por qué razón la revolución venezolana, que pone en cuestión el viejo prejuicio del “antimilitarismo abstracto”,  tradicional en la “izquierda” latinoamericana, no ha generado un replanteo crítico en el seno de Patria Grande, que no está sola, en este déficit. La sucesión de figuras como Cárdenas en Méjico, Perón en Argentina, Vargas en Brasil, Ibañez en Chile, Velazco Alvarado en Perú, Torres en Bolivia y luego, Chávez, nunca conmovieron a  la izquierda tradicional y el ultraizquierdismo, aun cuando algunos elogian a Chávez y simpatizan con la revolución. Se trata, es claro,  de un tema tabú, decisivo, no obstante, para la lucha revolucionaria, que la repugnancia paralizante sea superada y el tema se trate de un modo objetivo.

6) En ese marco, pero con mayor peso sobre la coyuntura política, es posible señalar la necesidad de ajustar la caracterización del kirchnerismo, cuyos límites advierten los compañeros claramente, como lo prueba un estudio publicado por Itaí antes de la llegada de Macri al poder (8). Por ser así, los defectos que limitan el examen del fenómeno no derivan de una “fascinación”. Se deben, a mi juicio, a una visión del “nacionalismo popular” teñida de “setentismo”, que ignora su carácter burgués y al no nombrarlo tampoco puede incorporarlo al análisis. Al ignorar que precisamente por eso es progresivo, se adopta una dicotomía entre “la derecha” y “la izquierda” que omite el papel de la cuestión nacional y pierde de vista las contradicciones de clase del movimiento nacional tal cual son. De ese modo, queda sin develar el secreto de la oscilación crónica, en el seno del peronismo, entre un extremismo, sólo verbal y su contrario simétrico, la contracara “conservadora”. El “extremismo” arroja fuera del área a esa contracara. Y sin embargo, sin esa “derecha” rechazada no encontraría un sostén externo al que echarle la culpa de todas las tendencias internas del movimiento, que son incapaces de profundizar en serio la lucha nacional-democrática-popular y el programa que la sustenta. De esa manera, de hecho, termina justificando lo que critica por no asumir que para esa profundización es indispensable el protagonismo de las masas (9). Por esto, sin comprar el buzón, el análisis marxista debe desnudar esta “patraña” “de izquierda”, que es efectuada sin mala fe. A pesar de todo, hay en Itaí un análisis exhaustivo de la génesis y desarrollo del proceso nacido en el 2003, punto en el cual sólo reitero la ausencia de crítica al enfoque erróneo por parte del kirchnerismo de las diferencias que habitan el mundo agrario. En cambio, Itaí advierte perfectamente cómo obstruyeron la capacidad de prever lo que iba a pasar con la producción petrolera los límites neo desarrollistas. En suma, falta ahondar el examen del peronismo, sus métodos de conducción y sus tendencias internas (10). Como un síntoma de esa falta y de las influencias de pueden actuar para generarla, me permito citar una apreciación que se lee en el libro, sobre “el giro a la derecha” del General Perón, en 1973. Este típico juicio “setentista” de origen montonero-PC-alfonsinista, es repetido sin crítica. En ese año, el líder peronista aceptó ser candidato a presidente en la boleta del FIP (Frente de Izquierda Popular), llegó al gobierno con el 62% de los votos, lo sostuvo a Gelbard en el Ministerio de economía y envió al parlamento el mejor proyecto de Ley Agraria de la historia del país. Pero la tontería lanzada por el despecho pequeñoburgués de los que quisieron ver en Perón a un socialista no es puesta en duda, medio siglo después (11).

Era aquélla una visión impresionista, superficial, incapaz de resistir un análisis serio del pasado del peronismo y los designios de su jefe ¿no será un error similar creer hoy que el kirchnerismo encarna “el nacionalismo popular del siglo XXI”? ¿por qué no dudar y pensarlo como un fenómeno quizás pasajero? Pese a su decadencia, el peronismo a secas puede sobrevivirlo, imponiéndonos la tarea de saber cómo nos vinculamos a él. Al tratarse un movimiento gastado por la historia, donde pululan postulantes a socios de Macri, se impone distinguir entre lo muerto y lo vivo. Aun así, hay todavía puesta en él, con reservas muy grandes, cierta adhesión de las grandes masas. Y hay figuras como Rodríguez Sáa, que una caracterización torpe, no matizada, encasillará estúpidamente.

No son estos, es obvio, todos los temas que importa discutir.

Pero son algunos de los que deberían motivar un debate fraternal, dentro de la izquierda nacional y popular, apto para enfrentar la intemperie ideológica característica de nuestro tiempo, con el bloque oligárquico destruyendo al país y un marco global que amenaza con sumergirnos en catástrofes sin precedente, no obstante lo cual, o justamente por eso, es cierto que nunca el dilema de Rosa Luxemburgo: ¡Socialismo o barbarie!

Los marxistas de la Izquierda Nacional: ¿parte del problema o parte de la solución?  

He hablado al comienzo del proceso fundacional de nuestra corriente, del apoyo brindado  al peronismo naciente  y de la herencia teórica que apuntaló la posición de la generación pionera de 1945. No sacralizamos nuestra propia historia, no obstante: incluye, como toda historia no transformada en leyenda, límites, disputas menores, errores y defecciones. Sin embargo, cualquier estudio confirma que Ramos, mientras era un revolucionario, realizó aportes que son mucho mayores que los de cualquiera de las figuras que los compañeros mencionan en su libro. En sus obras fundamentales, Revolución y Contrarrevolución en la Argentina e Historia de la Nación Latinoamericana (esta última, recomendada por Chávez a Cristina Kirchner, adquirió una particular fama en ese momento) se tratan integralmente, desde el punto de vista del marxismo revolucionario, los problemas histórico-políticos del país y Latinoamérica, sus fuerzas sociales y políticas y los temas estratégicos de nuestra revolución, incluyendo el estudio de la colonización cultural y el europeísmo reinante, en momentos en los que nadie advertía estos problemas, en el universo de “la izquierda””.

Nuestra militancia –hoy en Patria y Pueblo-Socialistas de la Izquierda Nacional– se nutre en esa tradición, que incluye junto a Ramos a otros autores de gran valor, entre los cuales se destaca Jorge Enea Spilimbergo, que integró nuestra fuerza hasta el fin de su vida, en el 2004. Sin embargo, aplicamos también el pensamiento crítico a nuestra producción, del mismo modo en que señalamos la decadencia y capitulación de Ramos y la fracción que en la década del 90 disolvió su partido y se suma al menemismo (12). Pero, distinguimos entre el niño y el agua sucia.

Sorprende que, buscando antecedentes de una visión de “izquierda popular”, Itaí y Ulises den relevancia a figuras que poco o nada entendieron de qué se trata y nombren al paso a la Izquierda Nacional y a Ramos, que fueron pioneros en comprender la naturaleza del nacionalismo popular. Los archivos dicen que siempre supimos “golpear juntos y marchar separados”. Y es difícil, sin consultarlos, establecer el programa nacional del socialismo  revolucionario en la Argentina. Simultáneamente, compartimos sin mezquindad un capital teórico, sin monopolizarlo: ¿por qué acudir a tuertos y ciegos?

También sorprende y hasta provoca disgusto –pero se trata de construir, no de pelear por  “quién la vio primero”– que en esto de lanzar la “izquierda popular” y darle a la criatura un  “árbol genealógico”, no se mencione al FIP (Frente de Izquierda Popular), que tuvo en el país 72.000 afiliados, personería electoral en todas las provincias, llevó en su boleta la candidatura de Perón en 1973 y logró en la elección 900.000 votos, llamando a votar “por Perón y el socialismo” ¿Por qué omitirlo? Sea dicho al pasar, hasta Silvio Frondizi tuvo un lugar en nuestras listas, como extrapartidario.

Lo que me obliga a plantear, con el riesgo de errar y esperando que se advierta que trato entender, no pelear sin motivo, una hipótesis, que formulo como pregunta: ¿será que  pesa sobre los compañeros una tradición de clase, con el sesgo particular de la tradición intelectual “del mundo académico”? Itaí y Ulises no han nacido en una probeta, provienen del riñón de la Universidad de Buenos Aires. Nadie es ajeno a su tiempo y a su medio. Ni el más pintado, como se dice en criollo. En el ámbito de la UBA –no es distinta la UNC, pese a que algunos suelen creerlo– Portantiero, Murmis, Germani, son exponentes de la “ciencia social” y califican mejor que los “autodidactas” Jauretche y Ramos. No sé qué piensan Ulises e Itaí sobre la colonización cultural, pero convengamos que la Universidad no está enterada de que FORJA tuvo, entre nosotros, un papel semejante al cumplido por la Ilustración en la Europa burguesa: despejar el terreno para la nueva Argentina que iba a desarrollar luego el peronismo. Scalabrini “descubrió” la semicolonia inglesa, perforando las brumas creadas por el sistema, que sólo ha cedido muy poquito. Pero, volviendo a los compañeros ¿o sólo se trata de desconocimiento o conocimiento defectuoso del proceso formativo del “pensamiento nacional” (13)?

¿No conviene hacer, antes que “comprar a granel” un “árbol genealógico” de la “izquierda popular”, un balance crítico prolijo de la trayectoria y los frutos que nos han dejado todos, como saldo? En nuestro caso, lo hemos hecho con Ramos. Pero sería injusto sí, al mismo tiempo, no dijéramos que Aricó terminó su vida –nunca además intentó nada, en términos políticos– rindiendo culto a Raúl Alfonsín, lejos de toda veleidad marxista; que la mayor empresa de Viñas y Portantiero, el MLN (Movimiento de Liberación Nacional), con veloz crecimiento al promediar los 60, era una entidad tan inconsistente que se disolvió antes de cumplir un lustro; que Hernández Arregui asistió mudo al choque del peronismo de izquierda con Perón, sin saber a qué santo encomendar el alma, cómo entender su propia idea de “soy peronista por ser marxista” (14). Cooke se libró de la hora de la verdad por una muerte oportuna, nada más. Es amargo recordarlo, pero es la verdad (15).

La militancia actual no puede correr la misma suerte. Es verdad, como dice Itaí, que nada puede eliminar el riesgo. También es cierto que, en un brete, “es mejor equivocarse con el pueblo” que aferrarse a un dogma. Pero, para reducir las posibilidades de acabar mal, de perder el tiempo, tengamos en cuenta que “sin teoría revolucionaria no puede haber una acción revolucionaria” (Lenin). Debemos evitar toda improvisación. Y lo digo sin excluirnos de ese deber. Por lo que no hemos sabido construir –todos deberíamos asumirlo así– los militantes populares somos “parte del problema”. Debemos ser “parte de la solución”. La teoría marxista, junto al capital intelectual y la experiencia ganada por varias generaciones es un punto de partida irrenunciable, el único material con el cual contamos para cimentar la voluntad política de los cuadros y evitar que la construcción sea endeble y la disuelva el enfrentar un cambio de clima, dejando en la memoria un “amor de estudiantes”, para usar una imagen de Carlos Gardel.

Córdoba, 31 de enero de 2018

Notas:       

1) Esta “bienvenida” fue precedida por algunos diálogos y acercamientos mutuos.  El 24 de marzo de 2016, antes de la marcha habitual en la fecha, invitado por los compañeros de Patria Grande de Córdoba, expuse ante ellos mis puntos de vista. Y en nuestro local de Capital Federal hubo un par de actos que incluyeron expositores de Patria Grande.

2) Las sectas “trotskistas” no deben llevarnos a ignorar a Trotsky, como las aberraciones “marxista-leninistas” del stalinismo no pueden privarnos de las enseñanzas de Lenin.

3) El periódico Frente Obrero analizaba así la movilización del 17 de Octubre a pocos días de aquella jornada, mientras la izquierda cipaya hablaba del nazismo y descalificaba a los obreros que reclamaban la libertad de Perón como  “desclasados con aspecto de murga”.

4) La trayectoria del grupo y el proceso constitutivo de sus ideas puede verse en el libro Tiempo de Profetas, de Martín Rivadero, Editorial Universidad Nacional de Quilmes, 2017.

5) El aislamiento que señalo aquí fue señalado reiteradamente por la Izquierda Nacional y se advierte al recordar que los trabajadores estaban satisfechos con Perón y no querían sustituirlo (La Argentina era una fiesta, dice el historiador radical Félix Luna), y la pequeña burguesía intelectual era hostil a una izquierda que apoyaba al peronismo, aborrecido por ella.

6) La izquierda y el nacionalismo popular, Itai Hagman y Ulises Bosia, pág. 20, Colihue.

7) Ver, en este sitio o en la  revista POLÍTICA, n° 14, junio 2014, Algunos equívocos sobre la revolución bolivariana.

8) Ver La Argentina kirchnerista en tres etapas, una mirada crítica desde la Izquierda Popular, de Itaí Hagman, Cuadernos de Cambio 1, 2014.

9) Sobre la interacción entre la Izquierda Nacional, en sentido amplio y el nacionalismo burgués, mis puntos de vista, en este sitio, en la nota Izquierda Nacional y nacionalismo burgués ante la necesidad de reconstruir el movimiento nacional y liberar definitivamente a la patria.

10) Un análisis clásico de la cuestión en Las tendencias internas del peronismo, de Jorge Enea Spilimbergo. http://www.formacionpoliticapyp.com/2014/05/las-tendencias-internas-del-peronismo/

11) La generación setentista (más apropiado es decir el pueblo argentino) no logró “poner en cuestión el poder dominante”, como cree Itaí, sino vencer a la dictadura oligárquica, y obligarla a llamar a unas elecciones condicionadas, con Perón proscripto. La proscripción cayó en el gobierno de Cámpora: los nuevos comicios, con Perón candidato, fueron libres. Durante el ciclo militar, el nivel más alto alcanzado por la lucha popular, el Cordobazo, debe calificarse como “pre insurreccional”, ya que no pretendía tomar el poder. A media mañana, con la policía derrotada, dueños de la ciudad, hubiéramos podido –soy cordobés y protagonista del hecho– tomar sin problemas la Casa de Gobierno. No lo hicimos; nadie lo propuso.  Esto en cuando a movilización de masas. Los grupos armados, que nunca se articularon con el movimiento popular –eran lo opuesto, por su “elitismo de redentores”– sólo lograron dar a la represión “argumentos” para ensañarse sobre las organizaciones de masas. Jamás estuvieron “cerca” del poder, ni antes ni después de atacar al gobierno que había elegido el pueblo argentino, en 1973.

12) El deslinde de posiciones con Ramos y los suyos puede leerse en De la crisis del FIP al Partido de la Izquierda Nacional (http://www.formacionpoliticapyp.com/2014/08/de-la-crisis-del-fip-al-partido-de-la-izquierda-nacional/) y, entre otros, en La izquierda Nacional y el discurso de los quebrados, en este mismo sitio.

13) En el gobierno de CFK no era claro ese concepto. De allí la designación de Ricardo Forster, un filósofo progresista, pero que nunca representó al “pensamiento nacional”, en la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional”, y de O’Donnell, un mitrista, además de menemista, en el Instituto del Revisionismo Histórico Manuel Dorrego.

14) Hernández Arregui no es el creador que Itaí supone, sino un autor que añade lo suyo a la visión elaborada por la Izquierda Nacional, en la cual se apoya para realizar aportes,  en su mayoría buenos (eligiendo, en cambio, identificar su “marxismo” con un movimiento nacional burgués). Imperialismo y cultura y La formación de la conciencia nacional tienen varios años de atraso respecto a Crisis y Resurrección de la literatura argentina, publicada por Ramos en 1954 y el resto de la obra publicada por Indoamérica, donde varios autores, antes de 1955, muestran a una Izquierda Nacional ya madura; en el libro de Ramos citado se expone la crítica de la colonización cultural, sentando la base de las obras posteriores, como lo reconoce honestamente Arturo Jauretche. En 1957, cuando Hernández Arregui habla de una “izquierda nacional” nacida después de 1955, Spilimbergo le dice “la criatura ya tiene muchos años de vida y ha nacido junto con el peronismo”. Un estudio sólido de la relación entre él y la Izquierda Nacional, en la tesis inédita de Ernesto Roland Marxismo y liberación nacional: un acercamiento a la obra de Juan José Hernández Arregui.

15) En el afán de llevar “socialismo” al  peronismo, sin lucha por superarlo dialécticamente  Cooke negaba la naturaleza del mismo, que jamás se propuso abolir el capitalismo, sino establecer un capitalismo nacional. Esa era su progresividad, precisamente: cuestionar la satelización de la Argentina agraria al imperialismo mundial. La confusión lleva a Cooke, un luchador, a decir que el peronismo era “el hecho maldito del país burgués”. En realidad era “lo burgués” (progresivo, aunque limitado) antioligárquico. El deseo de radicar a Perón en Cuba fue otra muestra del mismo error. Seguirlo en la sugestión, por parte de Perón, hubiera puesto en crisis esa pluralidad social e ideológica del peronismo (que no es “un defecto”), manifestación de que se trata de un movimiento nacional burgués.

Liliana Olivero o la rueda “izquierda” del automóvil macrista

liliana olivero

Liliana Olivero estuvo anoche, junto a Pablo Carro, en el programa de Canal 10 que se emite con el nombre de 5 noches. Aunque envejeció repitiendo las mismas cosas –su gorilismo supera al de Lilita Carrió, que adquirió fama antes de mostrar la hilacha amagando con defender el interés patriótico– y por eso ha perdido capacidad de sorprender, Liliana logra perfeccionarse con los años,  de una manera asombrosa.

En el 2008, en la Plaza de los Ingleses, de Capital Federal, la Sociedad Rural la vio entre los suyos, peleando con “los campesinos” contra el gobierno de los Kirchner. Hasta el Partido Obrero se lo reprochó, luego, por haber optado, en un “conflicto entre burgueses” por una de “sus alas”. El Sr. Altamira prefiere no hacer distingos entre “las clases patronales”, para solapar su empecinamiento en apoyar al imperialismo contra “la burguesía nacional”, disimulando un poco a cuál de los bandos prefiere favorecer. Pero volvamos a Liliana. Varios años antes, en el 2003, le dijo a Pepe Gaita, viejo militante del Partido Comunista, que en la segunda vuelta votaría en blanco, ya que Menem y Kirchner “eran lo mismo”, una creencia que anoche ratificó frente a Carro, al hablar sobre las elecciones del 2015: “no había diferencias” entre Scioli y Macri. Es curiosa esa insensibilidad ante la experiencia vital de nuestras grandes mayorías, que sufren las consecuencias de una gran derrota.

Anoche, como en toda la campaña, antes y después de las PASO, la candidata del FIT mostró que para ellos “el enemigo principal” es el kirchnerismo, por el contrario de lo que creen los argentinos que los votan por ser “de izquierda”, y los imaginan honestos. Fiel a su guión, se apuró a decir que iban a votar por el desafuero a De Vido, sin la menor mención a la manipulación electoralista de ese tema y de “la lucha contra la corrupción”, por parte de Macri. Al parecer, “la justicia burguesa” es insospechable, e independiente del gobierno, cuando procesa a los k. Por último, sin detenerse ante la injuria, mintió que “los kirchneristas” “votan en el parlamento las leyes de Macri”.

Esa inconducta merece, en consecuencia, que subamos al pie la carta de Trotsky, que habla a las claras sobre esos presuntos “trotskistas”. En estos días se cumplirán 100 años de la Revolución Rusa. Difundir la carta del gran revolucionario es por tanto un modo de reivindicar su figura y rendir homenaje al Octubre ruso que defendió como jefe del Ejército Rojo contra el imperialismo mundial. Pero es también el modo de impedir que la joven generación militante asocie su nombre con esta claque “izquierdista” del poder oligárquico que se encarna en Cambiemos.

Córdoba, 18 de octubre de 2017

     http://www.formacionpoliticapyp.com/2016/03/carta-de-trotsky-a-las-izquierdas-seudo-trotskistas/

EL GOBIERNO DE MACRI Y LA DEFENSA DE LA PATRIA Y EL PUEBLO ARGENTINO

Franco-y-Mauricio-Macri

Esta nota no salió, en su momento, por tener como destino el debate interno del colectivo en que milito. Allí cumplió ya con su objeto. En el presente, creo, ayuda a reflexionar sobre lo que está pasando y ocurrirá en el país, en el próximo periodo. Termine de escribirla el 30 de abril del 2016. El análisis de la coyuntura, terreno en el cual sigue reinando mucha confusión, creo que justifica su publicación. La situación ha madurado, ya, pero no desmiente el diagnóstico y las previsiones, que fueron confirmados. El lector juzgará. Por mi parte, si alienta debates en las filas de la militancia vale la pena darla a conocer. Ahí va:

Si los motivos principales de la derrota de Scioli no hubiera que buscarlos dentro del campo de las fuerzas nacionales, para observar desde otro prisma la tragedia nacional se podría decir que Sanz y los radicales, pugnando por detener la ruina de la UCR, fueron los parteros de una rara criatura: un gobierno oligárquico, que habla de “diálogo” con un garrote en la mano: si el interlocutor afloja, el garrote se deja para otra ocasión; si en lugar de ceder, busca defender su opinión en las calles, las palabras sobran, hay policía brava.

Parece arbitrario, o faccioso, llamar oligárquico a un presidente elegido por la mitad más uno del pueblo argentino. Pero no lo hacemos por vicios de intolerancia, por ignorar que nació del voto universal[1]. Y los principios nos impiden descalificar a las mayorías, cuando son adversas, ya que no es posible construir sin ellas una fuerza capaz de transformar al país. Intentamos, sencillamente, diagnosticar con rigurosidad el marco en que nos toca defender a la patria, desde el pueblo, sin sectarismos, con las banderas compartidas por todos los patriotas; las contradicciones de la coyuntura deben señalarse antes de que nos sorprendan; es ineludible la tarea de conceptualizar los problemas –para orientarnos– de un tiempo de desafíos, con sabor a intemperie. Ese es el propósito del texto actual, que invita al debate.

Opinamos: la naturaleza de clase, el plan de gobierno que busca desarrollar y la ideología que sustenta al gobierno actual son oligárquicos. La conciencia, sobre ese asunto, es fundamental. Permite prever: la gran mayoría de los que votaron a Macri van a padecer sus medidas, que sólo benefician al capital extranjero y los núcleos del poder económico concentrado. Ya se advierten los primeros síntomas, en tal sentido: el matrimonio (sin amor) de Macri y “sus” votantes está condenado a tornarse discordia, pese a las maniobras y complicidades varias, el decidido apoyo de la gran prensa, la deserción de porciones del campo opositor. Saberlo, para eso lo señalamos, permite organizar la contraofensiva, desde ya: más temprano que tarde, con dolor, con bronca, el país se unirá y movilizará masivamente contra la entrega y el hambre; esto dará base política, y eventualmente electoral, a quienes promuevan el fin de una “grieta” que fue real: concurrieron a formarla las limitaciones y rasgos estrechos del kirchnerismo y la propaganda venal de los medios de prensa, lo que dividió a la Argentina en dos mitades.

Este desencuentro se disipará y nuestro pueblo, en el marco de la agresión que sufrirán sus mayorías, va a recuperar la unidad nacional, contra las minorías que nos explotan y condenan desde hace ya 200 años. De la voluntad y la pericia que pongamos en la tarea depende la reconstrucción del movimiento nacional. Y, si luchamos para superar la fatalidad argentina del “eterno retorno” de las fuerzas del atraso, liberaremos al país de una vez para siempre. Apartando, como a estorbos, simultáneamente, a quienes antepongan el interés personal o de facción a la causa patriótica del pueblo argentino. En ese marco –actualidad pura y futuro inmediato– la tarea es aunar lo nacional y lo democrático, los ideales y las reivindicaciones de todos los atropellados por el Virrey Macri y sus gerentes, meros sirvientes de los EEUU y el imperialismo mundial.

Sus tropelías contra lo democrático, que burlan las promesas de diálogo y pluralismo, fueron claras, desde el vamos: pisotear las leyes vigentes en el país; nombrar a dedo jueces de la Corte Suprema de Justicia, que debe ser, como ya vimos en la década menemista, una escribanía; destituir por decreto las autoridades del AFSCA y devolver a los monopolios el goce “legal” del imperio levantado con el apoyo del terror; eliminar medios y periodistas díscolos; disparar contra niños que celebraban el carnaval, para apurar la llegada de un reino de “la alegría”; una retórica oficial que exacerba la violencia vengativa y revanchista de sus partidarios más exaltados, al punto de llevarlos a protagonizar hechos de armas que, en algunos casos (como el de los disparos a un festejo de Nuevo Encuentro en Capital Federal o los ya reiterados atropellamientos por autos desbocados de la Policía Bonaerense) pudieron costar, o de hecho costaron, vidas humanas.

Por graves que sean estos hechos, como lo son, debemos mirarlos como la manifestación, en el área institucional y cultural, de una acción cuyo rumbo central está dado por las medidas económicas, cuyo sentido de clase es inocultable: una brutal transferencia de ingresos de los trabajadores y el pueblo hacia los núcleos oligárquicos y las empresas extranjeras, con un efecto fatal, ya visible, sobre el consumo y la producción industrial, que llevará al cierre de muchas empresas, al deterioro salarial y al avance de la desocupación. Para probarlo, ¿hace falta algo más que la disonancia entre la “generosidad” hacia las mineras de capital extranjero y la mísera modificación del Impuesto a las Ganancias, que perjudica a más de 100 mil jubilados[2]? Allí está, con ribetes impúdicos, esa contradicción de origen en la que insistimos: ¡Una disposición a regalar dinero a “los dueños del país” sólo puede satisfacer a unos pocos miles, pero Macri logró que lo votaran más de 12 millones, esa “mitad más uno” que la perfidia de la prensa imperialista y los extravíos de la conducción del campo nacional volcaron a favor del candidato neoliberal!

Y como si esa burla a sus propios votantes y la desesperación colectiva en que sumergirá al pueblo no fuese, sin otro añadido, una catástrofe social, será además –es imprescindible tenerlo en claro–padecer en vano, ya que se trata no de “aportar” a un crecimiento futuro sino únicamente de financiar una descomunal fuga de divisas por parte del poder económico concentrado, que no va a reinvertir lo saqueado en el suelo nacional, sino fuera de él. Es que no estamos ante la conducta “normal” de una clase dominante, que explota al trabajo pero quiere construir un dominio perdurable. El país enfrenta algo diferente: un vulgar atraco, por obra de una banda de saqueadores ocasionales, en el marco global de un capitalismo depredador y senil.

Necesaria autocrítica del campo nacional

Ahora bien, ese previsible descrédito del macrismo, fruto del sentido antipopular de sus políticas, y la réplica popular que sobrevendrá, que pueden anticiparse, sirven para orientar nuestra política, no para suponer que el fracaso de Macri es la garantía de un “retorno al poder”, como alguno cree o pretende que supongamos.

Se ha citado al General Perón, sugiriendo que la tarea es “sentarnos a ver pasar el cadáver del enemigo”. Esa ilusión no resiste el análisis; el propio Perón, después de pronunciar ese fallido pronóstico, en 1955, desde Paraguay, permaneció exiliado, sin recuperar el poder ¡durante 18 años! y volvió al país siendo un anciano venerable, donde murió al poco tiempo para dejarnos en manos de un astrólogo y su viuda.

Esto sólo sirve para “bajar los brazos”, sin decirnos cómo defender a la patria. Sobre todo, sin preguntarnos (¡prohibido pensar, parecen indicarnos!) por qué se perdieron las elecciones, qué errores propios (mejor, qué limites y contradicciones del campo popular y sus jefes) nos llevaron a la derrota, o qué criterios extraños a la tradición del peronismo llevaron a la expulsión de sectores históricamente ligados al movimiento nacional. Y, esencialmente, por qué razones (esta vez, con fidelidad a uno de los mayores defectos del movimiento fundado por Perón) se impuso al movimiento una conducción verticalista que daba a la militancia un papel pasivo, sin ningún rol en la toma de decisiones y el insustituible debate de los grandes problemas.

Objetivamente, lo de “esperar que Macri fracase” es desalentar la búsqueda de ideas y acciones aptas para modificar una relación de fuerzas hoy desfavorable; en segundo lugar, es una invitación a la fanfarronería y la autocomplacencia. En tercer lugar, y esencialmente, ahoga el natural impulso a realizar el examen crítico de lo actuado por el campo popular, para obtener un balance práctico de la experiencia. Buscar ese balance es una necesaria y sana reacción ante la derrota. Sin cumplir ese deber nuestro, intransferible, a Macri le daríamos, según estos sabios, la misión de avivar a golpes a “los bobos”, “desagradecidos hacia Cristina”, que lo votaron.

Desde luego, la postura en cuestión tiene más de una variante: en el caso de muchos militantes “de a pie” es quizá un modo de buscar consuelo, algo parecido a una compensación. Pero en boca de dirigentes, escamotea la responsabilidad de la conducción en el triunfo oligárquico, (ascender a los aplaudidores, rechazar la política tradicional del peronismo en relación al rol de la clase trabajadora y el movimiento sindical, etc.)

Y obtura, fundamentalmente, todo debate sobre el fundamento último de que se recurra al mencionado método de conducción verticalista: la decisión de no emprender una batalla a fondo para transformar el país, la poca profundidad de los ataques al estáblishment. Si la realidad es “la única verdad”, la verdad fue la decisión de no abrir canales a la iniciativa popular y reducir el rol de la militancia al de un espectador impotente. Contradiciendo el proclamado “empoderamiento” de las masas, se privó a la militancia y a las fuerzas sociales que sostenían al gobierno de un lugar en la toma de decisiones, la elección de sus líderes y de los candidatos electorales.

Todo esto tendría una importancia sólo formal (el elitismo no es nuestro modelo, no obstante lo cual nos importan más los contenidos políticos), si no fuese que, en los hechos, y ante la crisis de representación que estalló después de la década del 90, la negativa a democratizar las fuerzas populares impedía reconstruir el Movimiento Nacional, como lo hemos dicho en diversas oportunidades.

Era imprescindible vencer aplastantemente en la primera vuelta (Patria y Pueblo no habla con el “diario del lunes”: lo vinimos planteando desde antes de esa instancia electoral). Esto no sucedió, y ante la inminente catástrofe, la militancia, como se sabe, se movilizó rumbo al balotaje heroica y espontáneamente, aunque sin conducción. Estuvo cerca de torcer el final, pero era tarde: tras una larga campaña de “fuego amigo” contra el candidato del campo propio, no fue posible reparar el daño causado por los errores y (¿por qué ocultarlo, siendo la mezquindad un factor político de peso, en esta ocasión?) el empeño en impedir un cambio en la jefatura del campo nacional, que distorsionó sectariamente la confección de las listas de candidatos en todos los niveles y ámbitos del país, pese a las pruebas que en más de una elección, en algunas provincias, mostraban el rechazo a las fórmulas impuestas por la Casa Rosada.

Distritos hubo en los cuales, en esos momentos, dirigentes vinculados a la Presidencia llegaban a admitir en privado (y se les traslucía en público) que preferían enfrentar en la Rosada a Macri, “siendo tan reaccionario, recuperar el poder sería pan comido” y no a Scioli, al cual no pocos pintaban como una quinta columna oligárquica (ser “pejotista”, según su óptica, era un pecado imperdonable) dentro del Movimiento Nacional. Reiteraban así, a escala del país entero, el error que llevó a Néstor Kirchner a partir el frente electoral en la Capital Federal en el 2007, enfrentando a un “confiable” Filmus con un “oscuro” Télerman. Esa jugada buscaba, en último análisis, “crear” un adversario de “centro-derecha” manejable: si Filmus era derrotado, el resultado encerraría en la Capital Federal –de donde no se creía que pudiera salir- al gorilismo más acendrado y brutal. Macri llegó así al poder, pero quedó lejos -como puede comprobarse hoy, cuando ya es muy tarde- de quedar encerrado en la CABA.

La unidad popular contra el poder oligárquico

Volvamos ahora al presente y al futuro. Ignorar la discordia entre el plan macrista y sus votantes nos recuerda aquello de “es peor que un crimen, es un error”. Esa discordia es “la piedra filosofal” para las fuerzas populares, a la hora de formular planteos y propuestas que aíslen al enemigo, nos ganen el apoyo de los trabajadores y excluidos, nos devuelvan el favor de las clases medias y los pequeños empresarios; en suma, en el momento de reconstruir el campo nacional-democrático-popular, que está de pie, pero no tiene una organicidad eficiente y –recordar que por décadas el peronismo fue electoralmente imbatible, razón por la cual se le impedía votar– debería agrupar mayorías que son potencialmente más amplias de lo que pudimos ver en el mejor momento del ciclo anterior. Contamos, por esa razón, con todas las posibilidades de triunfar en la lucha, si se enfrenta con claridad la resistencia al saqueo del país, la destrucción de avances en la distribución del ingreso, el retroceso en la escala de la industrialización autocentrada, la creciente reunificación con los países de América Latina, la apertura a opciones diversas a las del imperialismo en el plano internacional, el atropello a la -de por sí condescendiente con los poderosos- institucionalidad heredada, la afectación de derechos sociales, culturales y democráticos del pueblo, en una palabra, el plan de subordinarnos al imperialismo mundial.

La “minoría intensa” que apoyó firmemente y despidió a Cristina en la Plaza de Mayo permite caracterizar al fenómeno kirchnerista como representativo de nuestra clase media progresista, en un “momento” de su viraje hacia posiciones nacionales[3]. Ese numeroso sector rechaza desde el vamos la restauración conservadora, aunque luce confundido con respecto a las razones que nos llevaron al retroceso actual.

Pero el impacto de la derrota no lo desintegró. Ha nutrido las movilizaciones, tan legítimas como necesarias, que cuestionaron la supresión ilegal de la Ley de Medios, los insólitos nombramientos a dedo en la Corte Suprema, los despidos arbitrarios y los atropellos que señalan a los apóstoles del “diálogo”, “la revolución de la alegría” y la “pobreza cero” , entre los que se destaca la detención de Milagros Sala. Con la movilización de los estatales, fue la vanguardia en las primeras batallas de una lucha que sumará numerosos actores, próximamente.

Para potenciarse y confluir con el torrente popular que derrotará al neoliberalismo, debe, sin embargo, imponerse una reflexión con relación al pasado inmediato y ahondar su comprensión de las exigencias que impone la concreción del sueño de emancipación latinoamericana, que vimos desarrollarse, desde el triunfo de Chávez en la patria de Bolívar, en adelante. Sólo así podrá comprender –ciñéndonos al caso de la experiencia argentina– esa derrota anunciada que significó, para el campo popular, el conflicto del gobierno de Cristina Kirchner con el movimiento obrero y la CGT, un punto trágico de inflexión, en la construcción de poder que se intentó a partir del 2003.

Sin aquel paso, a partir del cual maduró la fragmentación de las fuerzas propias que explica el despliegue demagógico de Massa y las derrotas electorales del 2013 y el 2015, no lamentaríamos hoy una derrota causada por “goles en contra”, si se nos permite el término. Por omisión, o respondiendo a sus prejuicios contra el sindicalismo peronista, el progresismo kirchnerista fue incapaz de anticipar las consecuencias del desacierto de la ex presidente, que privarían a su gobierno de un apoyo decisivo, como se verificó en los comicios antes mencionados. Es obvio, por otro lado, que la desdichada involución de los líderes sindicales del sector de Hugo Moyano y la vacilante y desteñida actuación del movimiento obrero, desde el 2011 en adelante, no es atribuible a Cristina Kirchner, y revela más bien la nulidad de la jefatura sindical para asumir, en el terreno de lo político, la defensa de los trabajadores, de la manera en que lo hicieron en otros momentos de la historia nacional.

¿Cómo podría explicarse, de lo contrario, la complicidad con Massa, un político “bien visto” por la embajada yanqui, que no casualmente es “una opción” a Macri, además de un cómplice del plan entreguista? Y, de un modo más general, ¿cómo, sino, explicar la propensión a canjear la modificación de las escalas del Impuesto a las Ganancias por el apoyo o la pasividad ante el arreglo con los buitres? Esta es una medida central del plan entreguista y sólo desdicha puede traer a los asalariados.

No obstante, la realidad también se impondrá aquí, y, tal como lo indican los indicios actuales, los reflejos defensivos de la clase trabajadora obrarán a favor de la unidad sindical y la lucha contra el gobierno, creando las bases para que todo el sector derive hacia una confluencia de las grandes mayorías. Lo mismo ocurrió en tiempos de Onganía: poderosas movilizaciones sepultaron el programa de aquella dictadura y dieron preeminencia a las tendencias combativas. De ese modo, generaron las condiciones que hicieron inevitable la restauración plena de la soberanía popular argentina, que culminaría con el retorno del exiliado Juan Perón al país. Pero precisamente por eso no solo hundieron al “colaboracionismo” sindical –que basaba su estrategia en la aparente imposibilidad de sacar al General Perón del exilio- sino también (esto es tema seguramente de otro debate, que por supuesto no podemos dar ahora) superaron los límites de la -por muchos otros motivos- tan respetada y admirable experiencia de la CGT de los Argentinos, que tampoco se planteaba ese objetivo como el eje de su accionar.

La crisis que aguarda al frente neoliberal macrista

El plan de Macri, al responder a la visión y el interés imperialista-oligárquico, no logrará evitar, aun contando con la plena complicidad de los medios de prensa, la respuesta defensiva de las mayorías de la población, que lo sumirá en la crisis y la descomposición final. Con un poder precario, producto de los extravíos y límites de nuestro propio campo, no pudo tener mayorías parlamentarias propias y, es obvio, tampoco goza del poder discrecional de un gobierno de facto. Esto tiene dos consecuencias, a saber: primera, necesita cómplices, además de mantener su unidad interna, algo que hoy parece sencillo, pero no lo será cuando la crisis política toque sus puertas; y en segundo lugar, cuando las papas quemen, sobrevivirá pisoteando la Constitución y las leyes, y apelando a la represión, tal como ocurrió en el gobierno de De la Rúa, antes del helicóptero. No sería imposible que en ese camino intente “innovar metodológicamente”, con las picanas eléctricas portátiles (“pistolas Taser”, que ya importó), las bandas de barrabravas armados, la aparición permanente de francotiradores y todo tipo de provocadores no siempre encuadrados, etc. Pero la receta general no podrá ser demasiado distinta.[4]

En consecuencia, con la pequeña burguesía que hoy lo respalda ya distanciada, terminará colisionando con sus tradiciones políticas democráticas; como se vio, vale señalarlo, en las protestas (aun la farsa tiene un fondo de verdad) de los radicales ¡y de Carrió! ante la designación inicial “a dedo” de los supremos para la Corte y en otros episodios más recientes. Si a esa fuente de potenciales conflictos se añaden los efectos de una política económica que quiere privilegiar la tasa de ganancia de las empresas imperialistas y los agronegocios, es posible prever, cuando las brumas se disipen, una furia creciente del pueblo argentino, que, reiteramos, posibilitará recuperar “la unidad nacional”, ausente en el gobierno de Cristina Kirchner… pero para enfrentar a Macri y el gabinete de la Ceocracia.

Esa realidad que, insistimos, se irá configurando, será el marco de una acción militante que debe apostar el reagrupamiento de las mayorías del país en base a lo que dictan sus intereses reales: y no (como propuso en su momento el diputado Carlos Kunkel) que dedicarnos a escrachar a los votantes de Macri, lo que implica confrontar con la mitad del país. Debemos explorar todos los caminos que permitan rehacer la unidad del pueblo y enfrentar el saqueo del país, el aumento previsible de la represión policial y el inevitable deslizamiento hacia métodos antidemocráticos de gobierno. No hace falta ser adivino para saber esto: no pueden convivir en paz el zorro y las gallinas. Lo verán, pronto, los votantes de Macri; al menos, la mayoría de ellos. Y la principal “ayuda”, para que así ocurra y se disipen las ensoñaciones del 22 de noviembre, vendrá del gobierno y la avaricia sin límites de los núcleos oligárquicos y los centros especulativos y financieros del mundo imperialista.

Para sustentar mejor nuestro pronóstico, va este añadido: una mirada que omita cuál es la lógica de una conducta de clase puede suponer que esos núcleos de poder económico “colaborarán” con “su gobierno”, sofrenando la voracidad antes aludida. Sería erróneo creer tal cosa: lo demostraron los monopolios de la exportación de granos, retaceando la liquidación de divisas prometida, para empujar al dólar más arriba, aun; y los grandes supermercadistas, trasladando sistemáticamente a los precios la devaluación, aun cuando los costos no guarden relación directa con la misma.

No podemos saber si Macri, en particular, creía que con decirle a los integrantes del poder económico que “los conocía” y que este iba a ser un gobierno “de ellos”, ganaría su confianza y le ayudarían a gobernar por “un pacto de caballeros”. No nos extrañaría, dada su estolidez. Lo indudable, en realidad, es que los poderosos sólo responden a la ley de la selva, si el poder del Estado los deja hacer. Por otra parte, los energúmenos que comandan el área económica sólo simulan el deseo de “frenar los precios” y se declaran listos a “tomar medidas”: ¿cuáles? ¡abrir la importación, obligar a los empresarios a “ser razonables”! Eso sí, ¡sin control de precios!

En criollo: o los argentinos (como consumidores) pagan los precios impuestos por la pandilla de monopolios salvajes o (en tanto trabajadores) se aguantan la pérdida de fuentes de trabajo, la ruina industrial y la fiesta de los importadores. Y, sea dicho con claridad, sabiendo que los monopolios en ningún caso sufrirán el daño, pagarán el plato las pequeñas y medianas empresas de capital nacional, incapaces de competir con los países asiáticos y cerrarán, como ya ocurrió con Martínez de Hoz y con Cavallo. La industria textil y del calzado, importantes para el empleo, serán posiblemente las primeras víctimas.

Y en lo que respecta a los verdaderos formadores de precios[5], Funes de Rioja, de COPAL, dijo de entrada que era “imposible” volver a los precios de noviembre y que Precios Cuidados “fue en realidad precios pisados”, algo que se supone es contrario a la “nueva” filosofía económica. Lo que vino a continuación es público y notorio. En términos generales, puede afirmarse sin mayores dudas que vamos a sufrir un retroceso industrial, aumentará la desocupación y el deterioro del ingreso, mientras se abandona la defensa de la economía nacional, se destruyen avances en la investigación y la ciencia y se niegan nuevamente los recursos financieros a la educación y la salud, en beneficio de su privatización. Ya es notorio el sufrimiento social, pese a la acción diversionista de los medios. La baja en la recaudación tributaria muestra la caída en el consumo popular. No aparecen las “inversiones” y el déficit del comercio exterior crece al compás de la “apertura” externa. Y nada cambiará con la contracción de una nueva deuda externa, ya que, dejando a un lado el pago a los buitres, lo que va a financiarse no son obras de infraestructura necesarias, sino el acrecentamiento de la fuga de capitales.

Algunas incógnitas del futuro inmediato

Los mayores interrogantes, en realidad, están en el campo de las fuerzas populares que, aunque fueron parcialmente revitalizadas por la política del kirchnerismo y no han perdido, tras la derrota electoral, su capacidad de movilización, carecen de unidad política y organizativa y no reconocen una jefatura universalmente aceptada y, por lo tanto, eficiente. El macrismo lo sabe, y despliega movimientos tendientes a desarticularlo más aún, y transformar en cómplices de la restauración y la entrega a todos los desmoralizados por la derrota popular.

La acción extorsiva dirigida a obtener el respaldo a la negociación con los buitres, sobre gobernadores e intendentes –era insuficiente el apoyo legislativo de Massa, Urtubey, De la Sota y Cía, para ganar en el Senado– nos retrotrajo al cuadro del parlamento anterior a la crisis del 2001, la “ley Banelco” y otros contubernios típicos de una decadencia sin fin. La manifiesta brutalidad cuasi mafiosa de los métodos empleados no altera este cuadro general, y en todo caso levanta una grave acusación contra aquellos que nos prometían una “transición democrática” entre la “izquierda” y la “derecha”: ¡en un país semicolonial donde la mayoría popular “convive” con una minoría sin patria, una mixtura oligárquico-imperialista!

El internismo sin límites ni contenido programático, con las excepciones del caso; la necesidad de ceder, en nombre de “la unidad”, ante quienes postulan “la defensa de la gobernabilidad”; son signos, todos, que completan un cuadro de pérdida de rumbo y capitulación impúdica ante la restauración neoliberal, que parece reinstalarnos, sin aprender ni olvidar nada, en los tiempos del besamanos a Carlos Menem.

Estos datos coyunturales, sin embargo, deben juzgarse con referencia a lo central: en todos estos años, desde la derrota ante Alfonsín en adelante, nada sustituyó a Perón, en la aptitud para dar al movimiento peronista una orientación nacional y un liderazgo incuestionable. Y, para juzgar en ese punto los doce años de la experiencia kirchnerista, promoviendo una reflexión orientada a la superación de los problemas estratégicos, es necesario ser claros: con vistas a la tarea de construir una conducción efectiva del frente nacional y recuperar sus dotes de fuerza electoral imbatible, el kirchnerismo desaprovechó una oportunidad histórica.

No quiso o no supo confiar en la iniciativa y el protagonismo popular; impuso, sin persuadir, apoyándose en el Estado y su poder de cooptación y coerción, una jefatura verticalista, particularmente rígida; se descartó, por tanto, la posibilidad de librar un amplio debate ideológico-táctico; y en lugar de impulsar el desarrollo de la militancia, la arrinconó en un apoyo acrítico y pasivo, sustituyéndola por un sistema de operadores sumisos que hacían carrera con el “culto al jefe”. Es difícil imaginar que desde el llano (perdido el poder por su mezquindad y sus contradicciones) tenga más suerte en la lucha por estructurar una nueva síntesis de las fuerzas nacionales.

Este pronóstico aproximativo, por otra parte, debe ser evaluado en el marco general de la crisis del peronismo, la que a su vez constituye parte del fenómeno de la crisis de la representación, que estalló en el 2001 y se resumió en el grito “¡que se vayan todos!”.

Las fuerzas tradicionales, incluso el peronismo, quisieron ver ese viraje histórico como un mero episodio. No era así. El bipartidismo clásico de la Argentina desapareció entonces; quizás para siempre. El radicalismo quedó reducido a cenizas; comenzó una lucha por sobrevivir a cualquier precio, que lo llevó esta vez a la Alianza de Macri, que aumentará su descrédito. El peronismo, fracturado en tres fórmulas en la elección que dio inicio al ciclo kirchnerista, cuya fragmentación hoy es inocultable, ha cerrado “su” década con una derrota quizás más profunda que la sufrida en las elecciones de 1983, ante Alfonsín.

Es verdad que, durante doce años, logró dar al país el mejor gobierno que puede recordarse, después de la muerte del General Perón. Pero también es cierto que, reiterando antecedentes ya crónicos del peronismo, ese gobierno lesionó a medias los intereses del estáblishment, pero lo dejó intacto, en su poder económico y su capacidad de fuego, para volver a caer, tal como ocurrió en 1955, 1976, 1983, con la derrota ante Alfonsín, 1989 con la entrega menemista, y esta última vez, derrotado por un payaso del circo imperialista.

Por otra parte, a los fenómenos de fragmentación actual ya referidos (gobernadores, estructuras del PJ, núcleos cristinistas) debe añadirse la dispersión de su fuerza en el movimiento obrero y, con una grave responsabilidad de la “cúpula K”, la acentuación del distanciamiento entre la “rama política” y la rama sindical, que nació en tiempos de la “renovación peronista”, fue revertida bajo Néstor Kirchner, se tornó fatal después de las elecciones del 2011, prometía suturar en un gobierno de Scioli, pero después de la derrota es tan marcada que ambas estructuras (rama política y sindicalismo peronista) obran siguiendo órbitas inconexas, sin atisbos de un plan mínimamente acordado.

 La clase trabajadora y los dirigentes sindicales, frente al gobierno de Macri

El equipo macrista busca ganar a las conducciones sindicales, con la entrega del manejo de fondos correspondientes a las obras sociales, que fueron retaceados por el gobierno anterior, en el marco de su empecinamiento por ignorar el peso del movimiento sindical, entre otras medidas de una cúpula signada por un característico “progresismo” pequeño burgués que terminó casi convirtiéndose en marca de fábrica del kirchnerismo en sus etapas finales.

Ese “progresismo”, como sabemos, suele moralizar sobre las deformaciones burocráticas de los dirigentes sindicales, mientras vacila en enfrentar con igual ímpetu a la sobreestimada “burguesía nacional”, que busca seducir con inútiles concesiones, como si ganar su apoyo, siempre esquivo, mereciera arriesgar el apoyo de los trabajadores, la capacidad de frenar una ofensiva oligárquica, y su peso electoral.

Seamos claros: en las filas de la clase trabajadora estas políticas de la cúpula K alimentaron a Massa, y añadieron también votos a Macri. Aunque estas derivaciones, que no caracterizaron únicamente a una porción de los líderes sindicales –un porcentaje de los asalariados optó por votar esta vez a Macri, algo que requiere una explicación– están señalándonos una pérdida de olfato que evidencia, creemos, cierta dilución momentánea en la identidad política y la aptitud rumbeadora del proletariado nacional, afectado por la acumulación de experiencias frustradas que ha protagonizado en las últimas décadas el movimiento fundado por el General Perón.

También, en términos más generales, revela la actual carencia de un partido o un movimiento nacional capacitados para brindar a la clase trabajadora un canal de acción política… ¡y menos aún de sostener su programa nacional-democrático frente a todos los sectores del campo popular!

No sería sensato, de nuestra parte, dados sus antecedentes, concebir ilusiones sobre la voluntad de los jefes del movimiento sindical de promover por su propia voluntad la resistencia popular a Macri. No obstante, salvo personajes ultracorrompidos y carentes de una base capaz de presionarlos, de la índole de Venegas, las direcciones sindicales no firmaron un cheque en blanco ante el soborno (que en rigor y en el caso de los fondos de las obras sociales consideran con justa razón mera restitución de un derecho pisoteado por el gobierno kirchnerista). La insistencia (cada vez más estentórea) en torno al tema del mínimo no imponible y las escalas del Impuesto a las Ganancias permite confirmarlo.

Ante el deterioro salarial y la destrucción progresiva de fuentes de trabajo, Macri enfrenta una resistencia creciente, con picos de movilización y fortalecimiento paulatino de las corrientes más lúcidas y combativas, e incluso –como puede verse en el caso de los bancarios o en las posiciones que adopta sistemáticamente el diputado (y dirigente sindical de los canillitas) Omar Plaini– de dirigentes veteranos en sindicatos pertenecientes a la CGT Azopardo liderada por Hugo Moyano.

Las conducciones combativas, además, si el liderazgo peronista es incapaz de dar a la Nación los instrumentos necesarios para enfrentar al régimen, procurarán crearlos, al comprobar que el stablishment y los energúmenos que lo sirven quieren someternos a cualquier precio, sin excluir la represión y el derramamiento de sangre. Al comprobar, en definitiva, que si las masas populares no lo impiden, el plan hambreador y de retorno al coloniaje terminará por arrastrarnos a un grado de primarización de la vida económica incompatible con la subsistencia de las mayorías urbanas que pueblan el país.

Consecuentemente, aun sin ignorar las insuficiencias del sindicalismo y la corrupción de porciones de su conducción actual, no incurriremos en el sectarismo ultraizquierdista y su desorbitada visión de los dirigentes sindicales peronistas que expresan, en general, la inmadurez política del conjunto del movimiento y responden a la fórmula de presión-negociación que caracterizó al vandorismo. Carecen obviamente de aptitud para representar en términos políticos a la clase trabajadora, pero no pueden eludir la presión de su base. No ignoran que defender sus reivindicaciones inmediatas es el único modo de perpetuar su poder en los sindicatos, cuya capacidad de acción, a su vez, se verá menguada si el estrago neoliberal hace que cundan la desocupación, la precariedad y las fórmulas de sobrevivencia individual que impone el angustioso “sálvese quien pueda”.

Nuestras tareas: respuesta coyuntural y superación estratégica

El criterio rector, en el marco de la restauración conservadora, es aunar las fuerzas que resisten su plan, impulsando las más variadas expresiones de resistencia. Ante la reedición –por su contenido, aunque sea el producto del voto popular– de la mal llamada “revolución libertadora”, con toda su carga de revanchismo clasista y ciega destrucción de todo lo ganado en el ciclo popular, no puede alegarse que “el fracaso de Macri es el fracaso del país”. Sólo el cinismo –descartamos un grado de estupidez equivalente– puede dictar esa fórmula de supuesta “oposición constructiva”, cuando los hechos nos dicen todo lo contrario: si Macri logra imponer su plan, pierde la patria y sufrirán las grandes mayorías del país. Preguntemos, para despejar dudas: ¿qué podría ganarse reduciendo la capacidad productiva del país y el consumo de la población? ¿qué beneficios nos dará reendeudar a la Argentina, no para expandir su infraestructura y fortaleza, sino para financiar la fuga de divisas y la especulación financiera? ¿qué obtendremos a cambio de transferir ingresos del consumo de la población a las mineras de capital extranjero, la renta oligárquica del parasitismo pampeano, y los núcleos de poder económico concentrado? ¿cuál será el fruto de resignar soberanía ante los EEUU y los decadentes países del centro imperialista? Estos son apenas un par de ejemplos. Engordarán (usamos un símbolo, pero acierta el que lea literalmente) los buitres de todo género, adelgazará el país.

Consecuentemente, desde la Izquierda Nacional, en toda la medida en que seamos capaces, nos proponemos respaldar todas las manifestaciones de la resistencia nacional al despliegue macrista, procurando abreviar la agonía actual. Al mismo tiempo, somos conscientes de que la prolongación del ciclo de decadencia nacional, tanto como la carencia de una solución definitiva a la frustración que arrastra el país desde 1955 pone en entredicho la posibilidad misma de construir un país en el que las nuevas generaciones puedan vivir. Es preciso recrear el Frente Nacional, en cada rincón de la patria y en cada uno de los ámbitos de la pluralidad social cuyos destinos dependen del destino colectivo. Hay que liberar a la Argentina, asociada consistentemente con América Latina.

Debemos luchar, todos los días. Pero nuestras luchas y esfuerzos parciales no llegarán a buen puerto si el movimiento nacional, reconstruido por la iniciativa y el protagonismo de los patriotas, no avanza sobre las fuentes materiales del poder oligárquico: su monopolio de la renta diferencial pampeana, sus vínculos indisociables con el sistema financiero global y ese núcleo que agrupa a las empresas imperialistas y la gran burguesía transnacionalizada de la Argentina, que concentran en muy pocas manos el 70% de la producción material. La lucha por la liberación nacional y la justicia social implica dar los pasos que el peronismo no ha podido, sabido, querido o imaginado dar contra aquellos capítulos del registro de propiedad que santifican el derecho al saqueo del bloque parasitario que gobierna el país desde la caída de Moreno y la Revolución de Mayo.

¡Por las banderas históricas de la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social, que no pueden rendirse ante el altar oligárquico!¡Por un gobierno patriótico y popular!

Córdoba, 30 de abril de 2016

Notas

[1] Contra la necesidad oligárquica de apartar al pueblo del poder político, proscribiendo a las mayorías, hemos defendido siempre el derecho a elegir del pueblo argentino, asumiendo como nuestras las luchas yrigoyenistas por el sufragio libre. Eso no significa, sin embargo, ignorar la existencia de una ideología dominante de matriz oligárquica, que pesa sobre las conciencias y, menos aún, la abierta manipulación a que someten a la opinión pública los medios masivos de comunicación dominantes, relativizando la efectiva “libertad de votar”.

[2] Las “negociaciones” para canjear la modificación del Impuesto a las Ganancias, a favor de los trabajadores, por el apoyo de los sindicatos a la negociación con los buitres, a más de comprometer al movimiento obrero en esa canallada antinacional, implicaron caer en la inconcebible ilusión de que la situación de los trabajadores puede “salvarse”, mientras las políticas neoliberales arruinan al país ¡Qué lejos están en estas horas algunos dirigentes sindicales de las tres banderas del General Perón y sus enseñanzas prácticas!

[3] Hasta el 2011, ese viraje le permitió convivir (incluso “comprender” que Hugo Moyano era un aliado necesario) con el movimiento obrero real, dentro de las filas de los adictos al poder, pero la ruptura de Cristina con el movimiento sindical, que destruía la alianza de las clases mayoritarias fue justificada de inmediato por el “progresismo” seminacional, proclive a tachar por razones “morales” al sindicalismo peronista, en el que encuentra vicios que no percibe en otros líderes gremiales, pequeño burgueses, afines a la visión “progresista” del mundo.

[4] Qué puede esperarse del macrismo más duro si una “moderada progresista” como su aliada Margarita Stolbizer insinuó que a Cristina Fernández de Kirchner le correspondía una inhabilitación especial y vitalicia para ocupar cargos públicos…

[5] Los que, desde que Mauricio Macri es presidente, volvieron a aparecer –tímida pero claramente- como responsables por los “deslizamientos” hasta en los medios concentrados del dúo Clarín-La Nación. Antes, cataratas de información amañada negaban la existencia misma de esos formadores y atribuían toda la responsabilidad por cualquier incremento del índice de precios al gobierno nacional.

LOS RADICALES Y MACRI: UN PASAPORTE HACIA EL ABISMO

Sanz Morales MacriLa nota que publico nace por pedido de la revista POLÍTICA, el órgano teórico de PATRIA y PUEBLO – Socialistas de la Izquierda Nacional. El N° 16 apareció ya, y puedo subir el texto a la página. Ojalá los lectores, antes que un alegato anti-radical, vean en el tratamiento del tema la sugerencia a retomar la tradición irigoyenista olvidada.

La degradación de un partido –el abandono de sus principios, una política reñida con sus orígenes y tradiciones– suele reflejar transformaciones sufridas por su base social, que por diversas causas ha dejado de ser lo que antes era. Pueden haber cambiado las condiciones reales, como ocurrió en  el caso del proletariado europeo: este, adormecido por las mejoras que la plusvalía colonial llevó a las metrópolis, no resistió el desarrollo de tendencias revisionistas en la socialdemocracia, que se hicieron mayoritarias, para tornarse, más tarde, cómplices desembozadas de su propia burguesía y el saqueo colonial, sin que eso originara una crisis de representación. Nada es eterno, no obstante. Erosionadas las bases del Estado de Bienestar, en esta época, la persistencia socialdemócrata en someterse al orden neoliberal afecta claramente, ya, los intereses de sus electores, sin conmover a  la elite vetusta que la dirige. Políticamente, es fundamental distinguir entre ambos momentos, ya que hoy germina en suelo fértil la ruptura entre las bases y su expresión política. Este cuadro, que  puede extenderse al resto del primer mundo, como lo prueba el triunfo de Donald Trump, tiene similitudes con lo que ocurre entre nosotros, pero también diferencias. En la Argentina, no ha sido la gordura, precisamente, la que alentó el conservadurismo que observamos en el sistema político partidario. Consecuentemente, la crisis de representación, que se hizo notoria en el 2001 (“que se vayan todos”), debe encontrar su origen en otros motivos.

En la historia nacional hemos visto, cabe recordarlo, la agonía y fragmentación de fuerzas que, en tanto es posible, habían alcanzado los fines que les dieron origen. Cuando es así, el subsuelo social que les dio sustento tiende a replegarse, aislar a los luchadores, y tolerar que los otros se integren al orden antes cuestionado. En términos generales, esto sucedió primero con el roquismo y, años después, con el radicalismo histórico. Tras recorrer el camino que lo llevó a er, con la jefatura de Irigoyen, un gran movimiento nacional de masas, había logrado el sufragio libre, y alguna mejora en la democratización de la renta. Para los irigoyenistas, el radicalismo era una “Causa” sagrada, y hasta un sinónimo de la nación misma. El examen de su frustración y la alvearización posterior no será reiterado, aquí.  Nos remitimos a textos clásicos de la Izquierda Nacional, que lo han tratado de un modo amplio. Nos basta recordar que la crisis del 30 mostró que su programa estaba agotado, por carecer de un proyecto de industrialización del país. Sin superar el modelo “de los ganados y las mieses”, sin un plan de desarrollo integral, nada ofrecía, ya. Y, tras enterrar física y políticamente a Irigoyen, pasaría a constituirse como la facción popular del orden vigente, con la excepción de FORJA y el sabattinismo cordobés. Las corrientes nacionales no impedirían, empero, ante la emergencia del peronismo, el radicalismo se integrara al frente oligárquico.

Esta identidad antiperonista, sin embargo, no contradecía a su base social. Por el contrario, con la excepción de una minoría que votó por Perón en 1946, las clases medias odiaban al General y a la clase obrera que le daba apoyo. Operaban, alimentando esa conducta, dos fuerzas concurrentes. Por un lado, el influjo político-cultural oligárquico, enajenando a vastos sectores sociales, incluida la “izquierda” del viejo país, satelizada al mitrismo para mirar nuestra historia, alienada a Europa o a la diplomacia soviética. Pero existían, también, razones derivadas de los límites y contradicciones del movimiento fundado por el Coronel Perón, quien puso en manos del nacionalismo oligárquico –el caudillo popular condenaba a “los piantavotos de Felipe II”, pero les cedía espacios en la esfera ideológica– la universidad y la cultura, cancelando la posibilidad de una confluencia entre la clase obrera y la mejor fracción de las clases medias. Más interesado en el desarrollo industrial, en otras franjas renuente a seguir al liberalismo oligárquico, el viraje posible de este sector hacia posiciones nacionales era bloqueado por dos usinas, con terrorismo ideológico: desde la “izquierda” cipaya, al calor de la lucha “antifascista”; desde la orilla opuesta, por el “nacionalismo” católico oligárquico y su convite a reverenciar la Cruz y la Mazorca, que confirmaba el “corporativismo” del tirano Perón, con una “confesión” de sus presuntos fieles. Por todo lo cual no podría hablarse de una relación conflictiva entre los sectores medios y sus representaciones políticas, en ese ciclo, cerrado con el golpe de 1955. Después del mismo, nada iba a ser igual. Disipadas  las creencias –Perón no era el culpable de todos los males– que sostenían el limbo pequeñoburgués, el origen de sus trastornos debía tener otra explicación. El desarrollismo radical de Frondizi, una renovación no agrarista y menos arcaica dentro de ese mundo, pretendió aliarse al capital extranjero y levantar la industria con esa ayuda y sin herir a la oligarquía. La ilusión fue fugaz, pero sería reiterada durante décadas, mientras los partidos de clase media, ineptos para enfrentar las nuevas realidades, empezaban a fracturarse y a generar, ahora sí, una crisis de representación, aun incipiente.

De la inconsistencia alfonsinista a la crisis del 2001  

Esa crisis prometía madurar y de hecho amenazó con sepultar a los aliados del golpe del 55, con el desarrollo de una nacionalización de las clases medias, en el ciclo de alzamientos que culminaron en el Cordobazo. Si el proceso aquél no hubiese abortado, al desatar las contradicciones y batallas sangrientas en el seno del peronismo, los vetustos partidos serían hoy un paleozoico muerto, para entretener arqueólogos. Pero, vinieron a impedirlo la masacre de Ezeiza y el final catastrófico de la presidencia de Isabel. El retroceso consiguiente, dentro y fuera del peronismo, explica el Proceso, y prolongó la vida de los viejos partidos; los dinosaurios tuvieron otra oportunidad. Hace muchos años, en una nota juvenil, dije que las ideas de Raúl Alfonsín no mejoraban el conservadurismo de Balbín; le añadían, sí, el matiz antiperonista que este omitía para mejorar el diálogo con el General Perón (1). El fantasma de Isabel, con los grupos armados y el record de balaceras (Herminio Iglesias servía para evocar ese aquelarre) fue, en las elecciones del 83, un “mar de fondo”, que posibilitó el triunfo de Raúl Alfonsín, transformado en “lo nuevo” por la evocación del horror. Nunca, después de Irigoyen, otro radical enfervorizaba a las clases medias en tal grado. Sabemos cómo acabó esto, que desde nuestras filas fue señalado como promesa democrática “sin liberación nacional”(2). Esta combinación, inepta para responder a las necesidades básicas de un país semicolonial, traduce la ignorancia de esa condición. El resultado fue la defraudación del pueblo y la emergencia de los proyectos que anticiparon al menemismo, formulados por Terragno y otros “modernizadores”. En nuestros días, cuando ciertos radicales, como Moreau, plantean una orientación afín a los orígenes y bases populares de la UCR, alzando la figura y las posiciones del presidente posterior al Proceso, no deberían desconocer que las líneas de ruptura, durante su gobierno, eran contrapesadas por la continuidad, fatídica, con el programa económico de Martínez de Hoz. No lo decimos con ánimo negativo, sino para alentar un replanteo estratégico, que afiance el viraje que intentan concretar.  Vale señalar, en el mismo sentido, que no aludimos a una tarea que deba cumplir el radicalismo en soledad. Creemos, por el contrario, en la necesidad de que todos hagamos, ante la trágica realidad que aflige a la Argentina, un balance crítico de las últimas décadas, creyendo que se trata de una tarea ineludible para construir (o reconstruir) un sujeto político apto para liberar definitivamente a la patria.

Después de Alfonsín, en lugar de abordar esa tarea, el radicalismo retrogradó, abandonando toda inclinación progresiva, hacia una posición más conservadora. Con De la Rúa, decidió perpetuar las  políticas de Cavallo, y terminó confiándole la conducción económica ¿Cómo podría asombrarnos, después de la crisis del 2001, su debacle electoral de 2003? Es obvio por qué padece el descrédito, la fragmentación, la insignificancia electoral, desde entonces. Sin embargo, con pocas excepciones, ya señaladas, no hay replanteos siquiera parciales, sino decadencia. Esta se manifiesta de diversos modos. Por un lado, como subordinación de las políticas en la esfera nacional a las necesidades de los aparatos de cada provincia; por otro, como inclinación a buscar en figuras ajenas un perfil apto para arrastrar votos, y salvar la representación parlamentaria del partido, aunque implique perder el perfil propio y renunciar a la lucha por recuperar prestigio; como vacío ideológico y disposición a orbitar alrededor de otros partidos (desde el “socialista” hasta el PRO), a condición de que brinden la mejor chance posible, en las miserables pugnas por “el reparto de las achuras”. Esos cálculos tan mezquinos y estrechos perpetúan la crisis, aunque aseguren cargos a un voraz aparato, impávido frente al riesgo de muerte partidaria. Seamos justos, no están solos: una crisis de representación política afecta al sistema de nuestros partidos. En el caso que nos ocupa, amenaza con liquidar a un partido centenario. No por azar el último candidato radical a la presidencia, Leopoldo Moreau, sólo cosechó en las elecciones del 2003 un 2,33 % y terminó sexto, lejos de los más votados (dos disidentes de su mismo partido, López Murphy y Carrió, y tres (¡) peronistas, Menem, Rodríguez Saa y Kirchner, que completaban un cuadro de fragmentación inédito).

La alianza Cambiemos

Un nuevo capítulo en la lucha por detener ese curso ruinoso –sin indagar las causas del desquicio partidario, y formular un programa que “vuelva a enamorar” a sus bases sociales, con autocrítica y honestidad– fue poner los ojos en Macri, contra la opción de un frente de “centro izquierda”, por adoptar una jerga que nos resulta impropia, pero se usa para definir, entre  otros, al “socialismo” de Binner y, yendo hacia la “izquierda”, a Pino Solanas y Libres del Sur. Es obvio que, si la UCR iba a las elecciones en una alianza con estas fuerzas, que hubiera encabezado, Macri no sería presidente hoy. Y hubo vacilaciones, es claro. Peor, aun: es verosímil suponer que no se eligió al PRO en virtud de afinidades ideológicas y programáticas, aunque simpatizara con Macri su derecha oligárquica, liderada por Sanz, Morales y Aguad. La Convención en Gualeguaychú se esmeró en compatibilizar todas las alianzas, desde la variante santafesina hasta el juego a tres bandas, en Jujuy. Es evidente, sin embargo, “la capacidad de convencer” que tuvo allí la presión del stablishment; fue decisivo, junto al “atractivo” del mentiroso apoliticismo conservador y los globos amarillos que acompañan a Macri. Pero el origen oculto de la sociedad con Macri, luego de Lavagna, De Narvaez, Kirchner (3), etc, que ahora puede tornarse una atracción fatal, es el fracaso, no superado, de la experiencia de Alfonsín. El sector “progresista” carece de convicciones; es arduo, sin ellas, resistir las políticas del  sector oligárquico que tiene como oponente. Y esa misma endeblez ideológica y política le impide prever (o, si es capaz de prever, obrar en consecuencia) la magnitud del daño que su alianza con el PRO puede causarles, mientras entrega el país al capital financiero y los agronegocios, sumiendo en la ruina a la producción y el comercio, y a las mayorías alimentadas por el mercado interno. Sin exageración alguna, se juega la pervivencia del centenario partido. El conservadorismo extremo de algunas de sus figuras –con Morales en Jujuy, la prepotencia y el racismo nos retrotraen a épocas que se creían superadas después del peronismo, cuando reinaba sin ley la oligarquía norteña – no es motivo para ignorar otras vertientes del universo radical, que subsisten en una fuerza de origen popular. Entre ellas, ocupa un lugar influyente sobre el resto una fracción del mundo universitario, que en las últimas décadas respaldó –en parte por inercia, mientras mantenía a salvo sus intereses sectoriales y su tradición democrática– electoralmente a Franja Morada y las corrientes afines del cuerpo docente y los centros de investigación. Esa relación, hoy, sufrirá los embates del ajuste macrista y su completo desdén por la tarea científica, inútil para un modelo de reducción del país a la producción primaria y la “integración” satelizada a los centros imperialistas. Esto provocará –lo muestran las derrotas en recientes congresos de la FULP y la FUC, entre otros casos– conflictos y quebrantos entre las bases del radicalismo y esa cúpula interesada en cuidar su mezquina “cuota  de poder”, aun al precio de sacrificar a sus adeptos e hipotecar el futuro. Y, en el caso de sectores  más conservadores y amorfos, un extrañamiento similar es previsible en las franjas empobrecidas de  la clase media y aquellas cuya subsistencia depende del dinamismo del consumo popular, que las políticas neoliberales afectarán crecientemente. El triunfo de Macri, a diferencia del obtenido por Mitre en Pavón, no tiene porvenir. Su destino es unir al país en su contra. La elite oligárquica, que atrajo al pelotón de radicales desmoralizados, con el auxilio de Sanz, Morales y Aguad, los usa como segundones de la restauración conservadora, pero puede llevarlos a un entierro definitivo. La alternativa opuesta, apostar a la construcción de un vasto movimiento de fuerzas nacionales, democráticas y populares, implica encontrar en la propia historia otras fuentes de inspiración, que permitan traer al siglo XXI una versión actualizada de los propósitos de Irigoyen, su firmeza de principios, su entrega al país y solidaridad en la causa de la emancipación latinoamericana.

Córdoba, 30 de noviembre de 2016

(1) En “El gran acuerdo Balbín-Alfonsín”, titulado para aludir a la fórmula de Lanusse del “acuerdo” con Perón, al que se intentaba domesticar, señalé la liviandad del “progresismo” de Alfonsín, sólo apta para jóvenes radicales cuyo “izquierdismo” se limita a repudiar por “derechistas” (¡of course!) a los dirigentes sindicales. Cualquier semejanza con los ultraizquierdistas no es casual y responde al común origen de clase. Ver: Revista “Izquierda Nacional” N° 21, mayo de 1972. Leer en el sitio   http://aurelioarganaraz.com/politica-argentina/el-gran-acuerdo-balbin-alfonsin-1-2/

(2) “Alfonsín, el pensamiento colonizado y la crisis semicolonial argentina”, Jorge E. Spilimbergo, folleto, 1983. También “El fraude alfonsinista”, del mismo autor, Ediciones José Hernández, 1989.

(3) No podemos hacer, en esta nota, un examen particular de la aproximación de un sector radical al kirchnerismo, que Cobos desprestigió, pero también incorporó a un aliado leal, el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora. Lamentablemente, el ala zamorista es una formación que cuenta con adeptos exclusivamente en su provincia, sin una proyección nacional visible.

EL JÓVEN DEL CAÑO Y EL VIEJO ROL DEL SECTARISMO ULTRAIZQUIERDISTA

Nota publicada en Patria y Pueblo N° 55 – setiembre de 2015

Diversas entrevistas, visibles en las redes (La Nación y Clarín promueven sin pudor a la “izquierda” cipaya, para usar sus dislates contra el movimiento popular real) prueban que el triunfo de Nicolás del Caño en la interna del FIP nada renovará, en el infantilismo ultraizquierdista. Trotsky los llamó, con indignación, imbéciles (1); a pesar de aquello, se dicen “trotskistas”. Probaremos usando una mayor amabilidad, intentando extremar los recursos explicativos, con paciencia oriental. Veamos: sin mucho estudio, sólo mirando a quién votaron los vecinos de Recoleta (esa excrecencia porteña, eterno sostén del interés antinacional, afrancesada y enferma de repugnancia a lo popular, que se hizo eco, hace unos meses, del atentado parisino y armó un pasacalle con la leyenda Je suis Charlie Hebdo a Buenos Aires) y comprobar las preferencias de la Sociedad Rural y el gran capital, para no hablar del embajador norteamericano, cualquier argentino llegará a la conclusión de que Scioli y Macri no son lo mismo. Si el argentino es un marxista, no un marciano, sabrá, además, que hay en el país clases sociales, y que el antagonismo electoral –tiene a mano los datos, en la página web de la justicia electoral, de los votos obtenidos por cada uno de aquellos en Barrio Norte y la Matanza– pone de manifiesto una divergencia de simpatías que está hablando de los antagonismos sociales, refleja un momento de la lucha de clases; en la que son visibles, como constantes de la Argentina, dos bloques opuestos, cuya presencia sólo puede ignorarse si la lucha por el poder es sustituida, obedeciendo a prejuicios, por acciones dirigidas a captar el apoyo de una minoría marginal de pequeñoburgueses “progresistas”, flechada por abstracciones y adicta al “moralismo antiburgués” de raíz anarquista; todo lo cual termina en la colaboración con la derecha antinacional –al dividir los votos del campo popular– y esteriliza los esfuerzos de una militancia digna de mejor causa, al disociar “la vanguardia” de las grandes masas, desconocer la presencia de una cuestión nacional y abandonar a las mayorías a su propia suerte, considerándolas presas de un extravío perpetuo, del vicio de votar a los “partidos patronales” (2).
Es significativo, no obstante, que los grupos ultraizquierdistas expresen al mismo tiempo la ilusión de ganar votos en la base del k, esperando su “desilusión”. Lo que prueba sus coincidencias con la visión oligárquica en cuanto a la “demagogia” exitosa del “populismo” que, según su sabiduría, no expresa “verdaderamente” a los sectores que lo sustentan, y se sostiene, en cambio, en su aptitud para embaucar al pueblo argentino (o, lo que es lo mismo, lo admitan o no en esos términos, en la predisposición del pobrerío a comprar espejitos, por su falta de educación, dirán los sarmientinos sin mucho preámbulo, o por su “inmadurez” como clase, dirán los “marxistas”). No se trata de una chicana; reflexionemos. Caso contrario, ¿por qué, si Macri es lo mismo que Scioli, no especularían también con “la desilusión” de los macristas? La respuesta es obvia: pese al subterfugio que los desnuda como secta, no son psicóticos, no han perdido el contacto con lo real y saben, a pesar suyo, que la derecha política y social oligárquica pugna por aplastar al movimiento real del pueblo argentino y aunque los use y les otorgue plateas en los medios a cuanto Altamira y del Caño quiera hablar mal de Scioli y el kirchnerismo , está en las antípodas de las ideologías de izquierda; aunque aborrezca mucho más y nos ignore en sus diarios y canales, a los marxistas nacionales. Es un honor que sea así: somos firmes aliados del nacionalismo burgués, como expresión actual de las grandes mayorías y ariete de las mismas contra el enemigo principal, oligárquico-imperialista.
En estas elecciones el caballito de batalla del FIT y demás sectas es el “derechismo” de Scioli, una aserción nacida, en realidad, en las filas del llamado “núcleo duro” k, durante la interna clausurada por CFK). Es un pretexto viejo, para ignorar la responsabilidad de unir a los argentinos en la lucha por derrotar al bloque oligárquico. En anteriores ocasiones, ¿no decían acaso que Néstor o Cristina Kirchner también “eran lo mismo que los demás candidatos del poder económico” (3)? Nada ha cambiado, con el juvenil rostro que lleva a los caños. Queda claro, hoy, como ayer, que la frase remanida de Scioli y Macri son “matices”, pero “para el pueblo trabajador son lo mismo” (4), es la justificación de un electoralismo sectario –objetivamente funcional a los planes de la derecha–, un ardid destinado a restar votos al campo popular, diciendo lo contrario de lo que su propia táctica desnuda como creencia, descalificar a las fuerzas que defienden el desarrollo con inclusión social y soberanía nacional, confundir a los votantes sobre qué se juega en estas elecciones y desconocer los peligros que implicaría un triunfo oligárquico-imperialista.
Córdoba. 25 de Agosto de 2015

(1) Ver a Trotsky en http://www.formacionpoliticapyp.com/2014/12/el-ultraizquierdismo-y-la-cuestion-nacional/
(2) La riqueza del marxismo para caracterizar a las fuerzas políticas ha cedido el lugar, en el PO, PTS y demás sectas, a una jerga “sindicalista” que reduce la lucha política revolucionaria a un ultimatismo reivindicativo, con un “obrerismo” “antiburocrático”.
(3) Vilma Ripoll, que más allá de las internas del ultraizquierdismo representa el mismo punto de vista, sostuvo ante “La Voz del Interior”, en el 2003, que en la segunda vuelta votarían en blanco, ya que Menem y Kirchner “eran lo mismo”.
(4) Reportaje a del Caño, en http://www.lanacion.com.ar/1815300-nicolas-del-cano-vamos-a-pegar-un-salto-somos-la-renovacion

UNIVERSIDAD Y POLÍTICA NACIONAL

Publicada el 9 de diciembre de 2014 en aurelio-arga.blogspot.com (*) y, sin notas al pie, en Patria y Pueblo  N° 52 – Año 9 diciembre de 2014

En los medios universitarios de Córdoba y en el progresismo local, la renuncia de Carolina Scotto a su cargo de diputada nacional ha producido confusión y desaliento; tanto como el entusiasmo que acompañó a su postulación, que creo la ilusión Seguir leyendo UNIVERSIDAD Y POLÍTICA NACIONAL

EL DELITO, SEGÚN MASSA

Publicado el 16 de abril de 2014 en aurelio-arga.blogspot.com,  en  el periódico Patria y Pueblo y reproducido por diversos sitios internet.

¿Cómo reaccionarían Massa y los medios que lo publicitan diariamente si, frente a la tardanza judicial en condenar a Clarín y a La Nación por los aberrantes delitos cometidos bajo el amparo de la dictadura militar oligárquica para apropiarse ilegalmente de Papel Prensa,

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LA SAGA DE LOS MITRE

Publicada el 18 de octubre de 2013 en el semanario “Electrum”, el órgano del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba,  N°1255

La reciente reivindicación, por parte de “La Nación”, de la mal llamada “Revolución Libertadora” es un motivo para hacer la recapitulación de la trayectoria de una familia, cuyos privilegios de casta quedaron fijados por una vieja expresión de raigambre criolla: “hijo´e Mitre”. Seguir leyendo LA SAGA DE LOS MITRE

LA ESPUMA Y EL FONDO

Publicada el 4 de setiembre de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com y en el periódico Patria y Pueblo Año 9 N° 46

El sistema mediático nos introduce permanentemente en discusiones banales, para crear espuma y que se pierdan de vista los grandes problemas que deben enfrentarse o, dicho de otro modo, Seguir leyendo LA ESPUMA Y EL FONDO

CLAUDIO LOZANO Y (FERNANDO DE LA) BINNER

Publicado el 08 de marzo de 2013 en aurelio-arga.blogspot.com (*)

La palabra deposición tiene en la lengua un doble significado, ya que puede nombrar tanto a una declaración como a la expulsión de excrementos. En el caso de Binner y sus dichos sobre Chávez y sus simpatías hacia Capriles, Seguir leyendo CLAUDIO LOZANO Y (FERNANDO DE LA) BINNER

EL CONFLICTO GOBIERNO-CGT Y EL ROL POLITICO DE LA CLASE OBRERA

Editado en aurelio-arga.blogspot.com, en diciembre de 2012 (1).

Mientras redactaba esta nota, se desencadenaron los saqueos y las denuncias cruzadas entre el gobierno y los sindicatos, oscureciendo más el panorama nacional. No obstante, voy a dejar afuera el tema. Definido mi asunto, el objetivo de analizar, a partir del acto del 19 de diciembre, los cursos de acción que debería adoptar el movimiento obrero, no preciso considerar Seguir leyendo EL CONFLICTO GOBIERNO-CGT Y EL ROL POLITICO DE LA CLASE OBRERA

DEMOCRACIA POLÍTICA, GOLPES DE ESTADO Y “CLIMA DESTITUYENTE”

Se publicó en aurelio-arga.blogspot.com el 25 de agosto de 2012 (*)

En la editorial de agosto de “Le Monde diplomatique”,  títulada “Calambres institucionales”, José Natanson aborda el tema de las “nuevas” modalidades del golpismo latinoamericano, desde una óptica que parte de la base Seguir leyendo DEMOCRACIA POLÍTICA, GOLPES DE ESTADO Y “CLIMA DESTITUYENTE”

LA CONDUCCIÓN VERTICAL, DESPUÉS DE PERÓN

Publicada en el diario “Comercio y Justicia” el 25 de febrero de 2011

 En la militancia del peronismo, aun en el marco de su fragmentación actual, se reivindica la norma de una “conducción verticalista”, considerándola inevitable si se coincide en la necesidad de que las fuerzas populares deben conformar un “movimiento nacional”. Este tipo de formación, sostenían los doctrinarios, exigía forzosamente Seguir leyendo LA CONDUCCIÓN VERTICAL, DESPUÉS DE PERÓN

LAS ELECCIONES DEL 2011 Y EL MOVIMIENTO OBRERO

Publicada en el diario “Comercio y Justicia” el 2 Agosto de 2010

En el auditorio de la UEPC, invitada por la CGT de Córdoba, escuchamos recientemente a la nueva presidenta del BCRA, Licenciada Mercedes Marcó del Pont. Destacamos el valor de que la titular del Central, para horror del establishment, hablara expresamente de los intereses generales de la clase trabajadora Seguir leyendo LAS ELECCIONES DEL 2011 Y EL MOVIMIENTO OBRERO

LA UNIDAD DEL PERONISMO, SEGÚN CAFIERO

Publicada en el diario “Comercio y Justicia” el 8 Julio de 2010

El martes 22 de junio, el diario Página 12 publicó una nota de Antonio Cafiero, en la que éste sostiene que el peronismo debe buscar la unidad, ante las futuras elecciones de 2011, sin “consagrar la postura de que es preferible arriesgar todo antes que buscar acuerdos”. Seguir leyendo LA UNIDAD DEL PERONISMO, SEGÚN CAFIERO

LAVAGNA : ¿A QUIENES QUIERE SERVIR AHORA?

Publicada como volante en junio de 2006, entre compañeros.

Para que nadie falte entre sus nuevos admiradores, Menem ha declarado que Lavagna sería “un buen candidato”. Con una impudicia que ya no sorprende, todos los que atacaban al ex Ministro durante su gestión Seguir leyendo LAVAGNA : ¿A QUIENES QUIERE SERVIR AHORA?

EL GRAN ACUERDO BALBÍN-ALFONSÍN (1)

Publicada en la revista “Izquierda Nacional”  N° 21 – Mayo de 1972 (2)

Que los radicales, en el momento de renovar su conducción nacional, no tengan otra alternativa que votar por Balbín o Alfonsín, muestra la resistencia del viejo partido a toda renovación auténtica, su capacidad para destruir Seguir leyendo EL GRAN ACUERDO BALBÍN-ALFONSÍN (1)